The Sentinels Libro III - Death Dance1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14
Mientras que era cierto que los Invid habían estado subsistiendo con los mismísimos frutos y flores que estaban convirtiendo rápidamente a Tesla en algo no-íntegramente o más-que Invid, debe ser indicado que la materia vegetal licuada que alcanzó Optera era de una variedad “pasteurizada”, y fue utilizada principalmente como el baño nutriente para los mecha de batalla de los soldados –Scouts, Shock Troopers, Naves Pincer, y cosas por el estilo. Forzándose a subsistir con lo puro (o lo impuro, en realidad), Tesla estaba recibiendo megadosis de la misma materia que años antes había enviado al Zentraedi Khyron claramente por encima del borde de la Imperativa, y a estados no soñados de metanoia. Historia de la Segunda Guerra Robotech, volumen XXXVI “Tirol”
Los seres nativos del planeta prestaron a los Invid poca atención, y atendieron sus misteriosos asuntos, revoloteando en grupos de dos o tres entrando y saliendo de los edificios semejantes a espirales de Glike, a través de puentes elegantes, y por parques demasiado perfectos para creer. Pero los visitantes, los huéspedes, y los comerciantes de otros mundos se detuvieron para fijar la mirada sobre aquel cuya raza muy recientemente había cambiado la cara del Cuarto Cuadrante. Unos cuantos Karbarrianos hasta tuvieron que ser contenidos de correr delante para ridiculizar al Regente con recordatorios de la victoria reciente de ellos. “¡Sentinels! ¡Sentinels!” ellos cantaron, y tuvieron éxito por un momento en hacer virar al Regente para confrontarlos. Ninguno, sin embargo, se atrevió a hacer un movimiento violento, por debajo de esas mismas plazas y parques acechaban sorpresas de una naturaleza decididamente disciplinaria. Haydon IV tenía reglas para los ciudadanos y extraños por igual, y las imponía sin predilección. El comandante de escuadra Invid susurró aquello al Regente, mientras los Karbarrianos ursinos continuaban lanzando insultos y maldiciones. Y al mismo tiempo uno de los sirvientes de la Regis se acercó, ofreciendo una breve y no convincente genuflexión. “Su Alteza,” el sirviente dijo, con un tono condescendiente. El Regente levantó un puño. “¡Cómo osa negarse a honrar mi llegada!” “Tal vez, mi señor,” el mismo teniente del Regente sugirió, “ella tiembla de terror con la mera idea su presencia deslumbrante.” “Arrástrate en tu propio tiempo,” el Regente gruñó. Él proveyó al sirviente de su esposa con una mirada penetrante. “¿Dónde está mi vergonzosa esposa? Explica esta rotura del protocolo, gusano, antes de que encuentre un lugar para ti en los Pozos.” El sirviente levantó su cabeza. “Ella se ha ido, Regente.” El Regente ya sabía eso, y montó en cólera por la impertinencia del sirviente. “Estoy consciente de que ella se ha ido –su nave insignia ha dejado la órbita. Pero quiero saber a dónde.” “No dijo palabra, mi señor. Excepto para decir que no se espere que regrese.” “Lo cual explica tu laxitud.” El Regente se levantó en toda su altura, y miró hacia debajo de su hocico a la criatura de la Regis. “Tal vez haré un ejemplo de ti, gusano. Ahora, llévame a nuestros cuartos antes de que me extralimite... Ve que mis mascotas sean cuidadas,” él dijo a su teniente como una idea tardía, “y traigan al prisionero Sentinel ante mí.” Varios otros sirvientes aparecieron para aposentar al Regente y a su comitiva en las mismas habitaciones que su reina había ocupado y abandonado, y por el camino él no pudo menos que tomar nota de algunas de las maravillas de Haydon IV. El planeta era diferente a todo lo que alguna vez había visto, y sin embargo había una sensación de familiaridad en todas partes que mirase. Aquí, una estructura que era recordativa de Tiresia; allí, un pedazo bosque aparentemente traído de Garuda. Palacios cristalinos Spherisianos, fábricas Karbarrianas sin la suciedad o el hedor, esculturas arabescas Praxianas, tótemes, estatuas, pilares, y pedestales –hasta ciertas cosas que sólo pudieron haber venido de Optera misma: campos de Flores e hileras de árboles cargados de Frutos, todo infructífero sin duda, pero tan perfecto, tan exquisito en apariencia. Y sin embargo en ninguna parte un indicio de instrumentales. Él comprendió, sin embargo, por qué la Regis se iría: no había calor en el mundo, no había sabor a vida en sus cielos claros y en las aguas reflexivas. No, ella no se hubiera sentido en casa aquí, él se dijo a sí mismo. Era un mundo real el que ella requería, uno como la Optera de su pasado. Él se negó a creer que su llegada la había obligado a revelar sus planes prematuramente –ciertamente no después del regalo que él le había enviado. Esto, sin embargo, no lo detuvo de quejarse a su teniente una vez que ellos habían alcanzado las habitaciones en lo más alto de la alta torre y su trono había sido colocado. “¡Decampó!” él dijo despectivamente, las manos acariciando los cuellos adornados con gemas de sus mascotas Hellcat. “Ella espera que yo gane la guerra mientras ella está lejos revoloteando por el cosmos emperejilando sus tubérculos y maquinando complots contra mí–” “Mi señor,” un sirviente interrumpió, inclinándose desde la entrada. “Tenemos al prisionero.” El Regente sonrió cuando Rem fue arrastrado dentro. Un teniente “persuadió” al Tiresiano de asumir una postura servil. Pero la sonrisa del Regente comenzó a decaer al estudiar a Rem. ¡Grandes soles! Él pensó. ¡Él tiene la cara del seductor! Dos científicos habían entrado tras los pasos del Clon de Zor, y los Hellcats repentinamente estaban gruñendo, paseándose impacientes, y oliendo el aire. “¿Qué pensó ella de él?” el Regente preguntó, levantándose de su silla. Uno de los científicos hizo un sonido de tos. “Uh, ella estuvo... entretenida, Su Alteza.” “Sí, me lo puedo imaginar bien. ¿Grabaron sus sesiones juntos?” Los dos Invid intercambiaron vivas miradas. “Lo hicimos, mi señor.” Él se dio vuelta para mirar fijamente a Rem. “Deseo ver los resultados de su reunión. Quiero ver la culpa de ella, la tristeza en su corazón, antes de que le otorgue mi perdón.” “Pero, Regente–” El Regente golpeó con estrépito un enorme puño sobre el asiento contorneado del trono. “¡Tráiganme las grabaciones –ahora!”
“¿Y bien?” “Señales de identificación confirmadas,” Wolff dijo categóricamente. “Naves de transporte de tropas Invid y la nave insignia del Regente. Llegamos demasiado tarde.” “¿Nos están registrando?” Wolff exhaló ruidosamente y giró hacia un monitor periférico. “Afirmativo. Pero es de bajo nivel, superficial. Podría ser que seamos una incógnita. Sólo sabe Dios cuántas otras naves hay atracadas allí afuera.” Vince tuvo que coincidir; él nunca había visto tantos tipos y clases diferentes de naves estelares. Haydon IV era obviamente todo lo que Veidt y Sarna habían estado diciendo a todos. “¿Así que qué hacemos, Capitán –abrir una frecuencia de saludo, decirles que estamos envueltos en la libertad, un breve descanso y recuperación?” Vince frunció el entrecejo y colocó una mano en el interruptor del sistema de dirección de la nave... “Haydon IV es un mundo abierto,” Veidt estaba explicando en la sala de instrucción diez minutos después. “Pienso que ya he puesto en claro este punto. El planeta nunca ha sido tomado por la fuerza; sus defensas son legendarias. Allí están, en los registros centrales, las referencias de una invasión frustrada unos dos mil años estándar de la Tierra atrás. Varios cientos de naves fueron destruidas en cuestión de momentos.” “Pero los Invid–” Jack comenzó a decir. “Los Invid no combatieron las defensas de Haydon IV,” Sarna metió bocado. “Cualquiera que venga en paz tiene libertad para quedarse y comerciar. Los Invid vinieron y se insinuaron en posiciones de autoridad política; pero son bastante dóciles aquí. Podríamos desembarcar con seguridad, pero seguramente seremos tomados en custodia.” “Entonces no podemos bajar bajo las armas,” Crysta dijo. Jack gruñó. “Quizá tú no tienes el coraje para intentar, pero yo sí.” Lron lo miró con ira desde él otro lado de la mesa. “¿Osas impugnar su coraje? Tal vez tú–” “¡Detengan esto!” Jean interrumpió. “Ambos.” “¿Qué son exactamente estas ‘defensas,’ Veidt?” Vince quiso saber. “Nunca las he visto. Como lo manifesté, no han sido puestas a prueba en dos mil de sus años.” “Vamos,” Jack dijo, mirando a su alrededor. “¿Entonces cómo sabemos que están aún funcionando?” “¿Tienes anhelo de retarlas?” Sarna preguntó. Jack retornó una mirada fija y malhumorada. Jean sacudió su cabeza y se bufó. “Así que para utilizar las instalaciones médicas, tenemos que ir con nuestras manos arriba.” “Sí, directamente a una fortaleza Invid,” Bela dijo. “No tenemos alternativa,” Gnea agregó. “Nuestros camaradas tendrán que ser entregados. ¿Pero quién entre nosotros los escoltará abajo?” La Praxiana miró alrededor de la mesa. “Yo iré,“ Wolff se ofreció como voluntario. Jean capturó la mirada de su esposo. “Yo iré, también.” “Esperen un minuto, esperen un minuto,” Jack dijo, poniéndose de pie. “Estoy tan preocupado por Karen y Rick y Lisa como cualquiera de ustedes. Pero supongamos que el Invid niega la solicitud de ayuda médica. Luego ellos no sólo tendrán a Karen, sino a ti y a ti y a quienquiera que esté lo bastante loco para ofrecerse como voluntario.” Él sacudió su cabeza. “Uh, uh. Necesitamos encontrar otro camino.” “El Invid no puede negar aquello que es prometido por el planeta para todos,” Veidt dijo, lo suficientemente alto para atajar todos los argumentos separados que la objeción de Jack había producido. Todos oyeron la observación del Haydonita, pero la disputa continuó. “Muy bien, cálmense,” Vince dijo a la mesa. “Max tiene una idea.” “Dos destacamentos de desembarco,” el as del Skull empezó cuando todos estuvieron en silencio. Él estaba exhausto, habiendo pasado cada minuto al lado de Miriya. La condición de ella se había deteriorado después de la transposición hacia Haydon IV, y era la idea de Jean incluirla entre los pacientes. “Algunos de nosotros lleva a los cuatro abajo; el resto de ustedes va sin anunciarse para vigilarnos.” “No va ha funcionar, Comandante,” Veidt dijo; pero Jack, Lron, Bella, y Gnea ya estaban entusiastas. Hasta Burak sumó su voz al grupo como una exhibición de soporte. “Las defensas del planeta los detectarán,” Sarna trató de advertirles. “Tendremos que arriesgarnos,” Vince le respondió. Y el plan fue puesto a votación. Jean y Wolff ya se habían ofrecido voluntariamente, y ahora Max y Vince y Cabell se les unieron. Veidt y Sarna los escoltarían. Jack, sin embargo, insistió en que la causa de Karen sería mejor atendida por él haciendo algo más que llorar a su cabecera; así que optó por el segundo equipo. Burak, Kami y Learna, Bela, Gnea, Lron, y Crysta bajarían con él. Janice estuvo indecisa hasta el último minuto; entonces ella se alió con el grupo de Jack –con una condición: que ellos llevasen a Tesla y a los dos científicos Invid junto con ellos. “Él fue útil en Garuda,” Jack estuvo dispuesto a conceder. “Pero aún no confío en él.” “Yo tampoco,” Janice dijo. “Me gustaría ver lo que sucedería si Tesla y el Regente se viesen hocico a hocico.” Sólo Wolff oyó el jadeo de Burak; pero él no pensó nada sobre aquel.
“Y con el Regente Invid muerto y nuestras propias fuerzas varadas, habrá poco que hacer para detenerlos de poner sus planes en movimiento –a menos que tomemos acción rápida y decisiva contra ellos. Por esta razón, estoy pidiendo la aprobación del consejo de mi solicitud por las cuatro naves que comprenden nuestra nueva flotilla. ¡Los Zentraedi deben ser capturados y destruidos!” Hubo reacciones opuestas de la multitud, todas las cuales el Senador Longchamps calló con tres golpes determinados del mazo. “El consejo no tolerará estas explosiones continuas,” él advirtió a la audiencia. “Si esto ocurre de nuevo, voy a ordenar que la sala sea despejada. Ahora,” él dijo, volviéndose hacia Edwards, “el consejo aprecia la inquietud de los generales, pero hay unos cuantos temas que necesitan ser atendidos.” Él consultó sus notas, luego dijo, “¿Sr. Obstat?” “¿No es cierto, General, que el tipo de acción que usted propone podría arriesgar muy posiblemente al mismo mineral el cual desesperadamente necesitamos?” Edwards se puso de pie. “¿Entonces, propone usted que les dejemos quedárselo?” él preguntó tranquilamente. “No sabemos por qué lo tomaron en primer lugar,” Justine Huxley argumentó. “Yo por lo menos no estoy convencida de que ellos pretendan hacer lo que usted sugiere –asociarse con los Sentinels y embarcarse en un tipo de campaña transgaláctica. ¿No podemos simplemente continuar minando el mineral hasta que los Zentraedi nos hagan conocer sus demandas?” El Dr. Lang habló de eso. “Me temo que Fantoma ha entregado los últimos de sus minerales monopole. Sólo pizcas quedan, y ulterior minería es apenas justificable en esta fase.” “Qué hay de nuestras reservas, Doctor, aquí y en Tirol,” Harry Penn preguntó. “¿No tenemos bastante para reparar los sistemas de transposición de la fortaleza?” “Desafortunadamente no,” Exedore afirmó. “El... el mineral robado representaba más de tres meses de minería. Es crucial para nuestras metas.” Edwards esperó que los jadeos y murmullos en la sala se calmasen. “Con la indulgencia del consejo, tengo razones para cuestionar la evaluación del Dr. Lang y el Embajador Exedore de la situación. No es ningún secreto a la RDF que ambos tienen intereses particulares en promover la causa de los Sentinels–” Longchamps golpeó su mazo. “General, debo advertirle de abstenerse de usar estas audiencias para emitir calumnias sobre cualesquiera miembros de este consejo. ¿Está entendido?” Las cámaras se acercaron para captar la rígida y silenciosa inclinación de cabeza de Edwards. En la habitación de Edwards a bordo de la SDF-3, donde ella estaba mirando los acontecimientos, Minmei se levantó para servirse otra copa. La cara de Lang estaba en pantalla cuando ella regresó al borde de la cama. “Eso es verdad, Senador,” el Robo-mago estaba diciendo. “Exedore y yo fuimos los primeros en descubrir que el material descargado del Valivarre era una clase de ‘mineral de los tontos,’ si quiere. Inmediatamente reportamos esto al General Edwards–” “Después de que esa nave se había transposicionado fuera del espacio de Tirol, Doctor,” Edwards ladró. “¿General Edwards,” Longchamps interrumpió, “no estaban algunos de su propio Escuadrón Ghost a bordo del Valivarre supervisando la transferencia?” Minmei vio la cara de Edwards ponerse blanca; las cámaras capturaron la furia en su único ojo. “Estoy seguro de que esos valientes hombres fueron asesinados, Senador.” Las cámaras pasaron a Lang. “Miembros del consejo, personalmente puedo dar testimonio de la presencia de los hombres del general. Y Exedore y yo, ambos, los encontramos muy vivos.” Minmei sorbió su trago, anticipando la réplica de Edwards; él no la sorprendió. “¿Sí, y exactamente qué lo motivó a usted y al embajador transportarse hasta el Valivarre, Doctor?” “Estábamos meramente inspeccionando el horario de transferencia con el Comandante Breetai–” Minmei tocó el control remoto y la pantalla se apagó. Ella vació su copa y pensó: unos cuantos más de estos y estaré demasiado atontada para que me importe. Y atontada era justo lo que ella estaba buscando. Ella había perdido sus amigos, su fe, su voz, todo sentido del propósito que ella una vez había poseído. Rick, Lisa, Janice, el Dr. Lang, Jonathan... Y recientemente había estado pensando en Kyle. Ella no estaba segura de por qué, pero supuso que tenía algo que ver con Edwards y el control que él había comenzado a imponer sobre ella. Ella imaginó que vio una semejanza curiosa en juego que unía a Rick y a Lynn-Kyle, ahora a Jonathan Wolff y a Edwards –algún desliz en la autocrítica cuando ella se acercaba demasiado al amor genuino y al compromiso. Propiedad, ella pensó con asco. Así era cómo ella estaba empezando a verse. Su voz apropiada por la RDF, sus sueños destruidos por la guerra, su voluntad a la merced de los hombres que querían nada más que gobernarla y poseerla, cuerpo y mente. Atontada, confortablemente atontada, ella se dijo...
“¿Qué pasa contigo?” él preguntó, cara a cara con ella. “Sólo estoy... confundida.” Ella trató de salirse rodando de debajo de él, pero sus brazos la sostuvieron rápidamente. “Oh, no, no lo harás” él le dijo, trayendo su boca enérgicamente contra la suya –un beso que a él le gustó pensar como apasionado, pero uno que ella sintió era simplemente rudo. “El consejo dio su aprobación.” “¿Q-qué significa eso –que irás–” “Precisamente eso,” él dijo, rodando lejos de ella sobre su espalda. Él miró fijamente el techo y rió. “Primero los Zentraedi, luego los Sentinels.” Él la miró. Minmei estaba espantada, mirándolo con la coba abierta; él tenía su mano derecha enrollada apretadamente alrededor de la muñeca izquierda de ella. “Cuando esto termine quiero que te cases conmigo.” La mano derecha de ella voló hacia su cara. “¡Qué!” “Será tal como la boda de los Hunter,” él dijo, como si pensando en voz alta. “Excepto que seremos tú y yo, y el destino no será Tirol, sino la Tierra.” La sonrisa de él aún estaba intacta. “¡Y la misión no será por la paz, sino por la guerra!” ella gritó al instante, alejando de un tirón su brazo. Edwards se sentó derecho cuando ella hizo un movimiento hacia la puerta. “¿De qué estás hablando? ¡Minmei!” Ella estaba ligeramente ebria y torpe aún por su miedo y shock; ella chocó contra una mesa, tirando algunas cintas magnéticas al piso, se estrelló contra el mamparo, buscando torpemente que la puerta se abriese. “¡Minmei!” él gritó de nuevo, más ásperamente que antes. Él estaba enojado ahora y ella aterrada. Ella dejó la habitación y corrió descalza por el pasillo de la nave. Ella oyó a alguien detrás de ella al entrar al ascensor y se dio vuelta; pero no era Edwards. Era un piloto de VT, llevando puesto su casco, por raro que parezca, un hombre barbudo alto y esbelto el cual ella pensó lo había visto antes. Él estaba observando sus pies desnudos y su apariencia desgreñada. Ella forzó una sonrisa tiritante, empujando y golpeando ligeramente su cabello hacia atrás, poniéndolo en su lugar. “¿Problemas?” él dijo. “Sí,” ella le dijo, sorprendiéndose. “¿Puedo hacer algo?” “Necesito regresar a Tiresia. ¿Hay algún transbordador que parta pronto?” “Te llevaré yo mismo,” él dijo después de un momento. Eso la hizo reír. “¿Qué –en una Alpha? No sé... “Te llevaré donde quieras ir.” Ella lo miró con fijeza, preguntándose porque ella estaba lista para creerle. “¿Qué hay sobre Garuda o Haydon IV... uh, 666-60-937?” ella preguntó, leyendo el número de servicio de la REF del piloto en su casco. “Un largo viaje,” él le dijo. Pero no rió, ni pensó en que ella le estaba tomando el pelo. Las puertas del ascensor se abrieron. El piloto extendió su mano y Minmei se permitió tomarla.
Los dos científicos que los Sentinels habían capturado en Garuda retrocedieron hacia lo que esperaban sería un rincón seguro del compartimento de la fortaleza dimensional, seguros de que la ingestión de Tesla de los Frutos mutados de aquel mundo infectado lo habían vuelto medio loco. Primero estaba todo ese disparate sobre que el Regente estaba muerto, y ahora este palabrerío de simulagentes y asesinato. “¿Ha estado él haciendo esto en todas los lugares que ustedes han estado?” uno de los Invid preguntó a Burak en la lengua franca. “Sólo en Karbarra, Praxis, y Garuda hasta ahora,” el diablo Perytoniano dijo en tonos bajos, encogiéndose de hombros. “Supongo que el asesinar al Regente fue sólo una imaginación, luego–” “¡Una imaginación!” Tesla había oído el cuchicheo de Burak y giró hacia los tres, monstruoso en su ira. "Él sabe que lo intenté, él sabe que estoy empeñado en usurpar su trono... Y yo ganaré, ¡¿me oyen?! ¡Tesla gobernará!” “Él logrará que nos envíen a todos a los Pozos,” uno de los científicos se quejó. “¡No seremos repatriados –seremos involucionados!” Algo, cierta fuerza, repentinamente puso de pie a Tesla. La piel de Tesla estaba rizada, los músculos y tendones torciéndose debajo de la carne como si sus sistemas internos se estuvieran volviendo a disponer, reconfigurándose. Un aura de luz estaba remolineando alrededor de su cabeza, arrojando los colores del arco iris a través del techo, los mamparos, y el piso del compartimento. Su cabeza estaba lista, el cuello extendido, la boca boquiabierta en un tipo de grito silencioso. Burak permaneció arraigado al piso, asombrado al ver al Invid comenzar a perder estatura y magnitud, mientras que al mismo tiempo el cuello, la cabeza, los brazos, las manos y los pies de Tesla se remoldeaban. Los dos científicos habían enterrado sus cabezas uno contra el otro, pero Burak estaba demasiado asustado para evocar el deseo aún para alejar la vista. Él vio entonces en busca de qué estaban los frutos, la forma final que trataban de dar a luz, y apenas pudo creer en lo que veía, mucho menos comprender lo que tal transformación significaba. De acuerdo a la forma era una forma humanoide –así como la de Jack Baker o Gnea o Rem. Zarcillos de energía estaban remolineando alrededor de Tesla, extendiéndose hacia donde estaba de pie Burak. Ellos bailaron entre sus cuernos y emitieron un torrente descendente de luz paralizante por la cima de su cabeza. Los ojos de Tesla estaban fijos en él cuando algo más allá del idioma corrió entre ellos. Burak se puso rígido, cuando un fuego frío sumió su corazón. Él gritó, y Janice llegó corriendo deprisa por la escotilla. Ella había estado afuera escuchando el intercambio embozado de ellos, y aunque desconcertada por el silencio repentino, ella no había querido arriesgarse a tocar la puerta. El lamento de Burak parecido al de un animal había cambiado todo eso, pero ahora no podía ver lo que estaba sucediendo. Algo o alguien estaba arrojando luces de coloreadas y cegantes a través del compartimento. Ella pudo vislumbrar a Burak y a las dos formas vagas de los científicos Invid detrás de él, pero Tesla estaba oculto por la intensidad prismática deslumbradora, aparentemente en el centro de ello. Ella llevó sus manos a su cara, tratando de escudar sus ojos, y de repente la luz se había ido. Tesla estaba en el piso, tendido sobre su espalda. Ella se precipitó sobre él; él estaba vivo, pero su respiración era trabajosa. Y algo más: él lucía diferente. Su hocico era más corto, su cabeza más definida, sus manos y pies más humanoides que reptilianos. Su piel era un verde pálido, cerosa y suave. “¿Qué le sucedió?” Janice preguntó, volviéndose hacia Burak. El Perytoniano la miró con fijeza. “Yo... yo...” Janice lo tomó por los brazos y lo sacudió. “¿Qué sucedió?” Burak aclaró su cabeza y le ofreció a ella una mirada en blanco. Él extendió su mano para sentir sus cuernos, luego observó a Tesla por un momento. “Creo que comió demasiado.”
Entretanto, sin embargo, su imperio se estaba desmoronando. Garuda había caído a los Sentinels, privando a los Invid de los Frutos necesarios para los baños nutritivos de los mecha. Y Tesla aún no era hallado –aunque a ratos el Regente pensaba que podía sentir en realidad la avidez de sangre del traidor anhelándolo a él. En gran manera al modo que él sentía en ese momento. Aún sus mascotas parecían afligidas por la misma lasitud. Él superó su humor un poco cuando un sirviente ingresó para anunciar que un mensaje importante había sido recibido. Pero fue la noticia del teniente la que trajo al Regente de vuelta a la vida. “¡Los Sentinels! ¿Aquí?” “Sí, mi señor. Piden permiso para desembarcar. Cuatro de los suyos necesitan tratamientos que aparentemente sólo Haydon IV puede proveer. Buscan una tregua por la vía de la rendición.” El Regente dijo algo que le traería problemas. “¡Esto es un sueño!” “No, mi señor.” El Regente permaneció inmóvil por un momento, luego rió. “¡Aquí! Por supuesto que ellos se rendirían aquí, donde disparar primero significa ciertamente la muerte.” Él extendió su mano para sentir su capucha hinchada. “Sin embargo...” El teniente aguardó mientras el Regente se paseaba delante de su trono. “Sí, sí, podría funcionar.” Él se dio vuelta. “Informen a los Sentinels que aceptamos sus términos. Y traigan al clon de Zor a mi habitación. Se lo expondré simplemente: la matriz por las vidas de sus camaradas. ¿Qué podría ser más justo?”
Vince, Cabell, Max, y los otros saludaron a sus amigos cuando la escotilla se serraba. En un momento las toberas de maniobra del transbordador espacial llamearon, y la nave comenzó a descender hacia el creciente verde y plateado que era Haydon IV. El segundo grupo ascendía a doce, incluyendo a los tres Invid –un en cada uno de los tres Veritech Alpha blindados. Jack tenía una apariencia seria al sujetarse en la cabina delantera de su mecha. Bela estaba detrás de él; Gnea, Kami, y uno de los científicos en el módulo Beta. Janice estaba piloteando el segundo VT, con Burak en el asiento del copiloto, y Lron y Tesla en el Beta. El tercer VT tenía a Learna, Crysta, y al segundo científico. Jack había dado un último vistazo a Rick, a Lisa, y a Karen antes de que fueran llevados al transbordador, y la vista de sus rostros relajados y descoloridos estaba con él ahora cuando activó los propulsores del Alpha y maniobró la nave fuera de la bahía de lanzamiento. La tripulación humana y XT de la SDF-7 había sido instruida para mantener a la fortaleza libre de la armada Invid, pero a una distancia suficientemente cercana de la superficie de Haydon IV para eliminar cualquier amenaza de un ataque furtivo del enemigo. Veidt y Sarna habían hecho todo lo posible para convencer a los Sentinels de abandonar sus planes de un acercamiento no anunciado, pero Jack y el resto estaban resueltos intentarlo. Además, no era como si ellos estuviesen yendo allí con armas llameantes. Su acercamiento sería uno moderado, Jack había insistido; un aterrizaje simple en los bosques al oeste de la ciudad principal del planeta. Seguramente, tres pequeñas mecha no iban a provocar las legendarias (y algo cuestionables) defensas de Haydon IV. Es meramente un significado, Veidt había tratado de decirles. Jack oyó las palabras emergiendo en sus pensamientos, e hizo un esfuerzo para sacarlas de su mente. En un momento él sería capaz de discernir los detalles de la topografía superficial del planeta. Estaba destinado a ser una vista extraordinaria –un mundo entero reconfigurado para conformar las demandas de sus habitantes. Jack se encontró preguntándose sobre la inteligencia conductora detrás de tal hecho. Entonces él empezó a notar que el bosque que ellos habían escogido como zona de aterrizaje, estaba, bueno, moviéndose –deslizándose del este al oeste a través del paisaje abigarrado como algún tipo de puerta de paso. Y algo muy raro estaba elevándose hacia ellos del espacio que aquel bosque había dejado... Remolineantes vórtices de energía, tapetes sedosos y radiantes montando furiosas corrientes de aire ascendente de Haydon IV. Jack envió un argumento telepático al planeta: ¡Venimos
en paz. Venimos en paz!
Traducido por Luis N. Migliore (Córdoba, Argentina) |