The Sentinels Libro II - Dark Powers1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25
POR ORDEN DEL CONSEJO PLENIPOTENCIARIO Y DE ACUERDO CON
LAS REGLAS MILITARES APLICABLES, EL PERSONAL SIGUIENTE ES ASIGNADO DOTACIÓN
SEPARADA A LA FUERZA XT DESIGNADA “LOS SENTINELS”: (Seleccionado de las ordenes de asistencia, misión “Sentinels,” SDF-3 nave estelar del GTU.)
Forsythe pasó su mano por su frente pulida sin cabello por décadas de tafiletes del sombrero militar. “Sé que puedo manejarlo, Lisa; sólo que no estoy tan seguro de que lo pueda hacer ascendiendo así. ¿Sabes cuántas personas vivas alguna vez han comandado una fortaleza super dimensional? Sólo una: tú.” “Entonces, es tiempo de que haya dos.” Lisa se detuvo, habiéndose topado con algo debajo del cuaderno borrador en el escritorio de Rick. Era una instantánea laminada de Lisa cuando era una adolescente, luciendo adorable, con un gatito posado precariamente sobre su cabeza. Ella se lo había dado a él en un momento cuando ella había pensado que todo había terminado entre ellos; ella sintió un estallido tremendo de amor por él, al descubrir que él la había guardado tan cerca suyo todo este tiempo. La Almirante Lisa Hayes tomó un aliento para abstenerse de lloriquear. “Um, Capitán –señor, ¿recuerda lo que me enseñó en la academia? El primer día, creo que fue.” Forsythe se permitió una risa ahogada. “Ese asunto sobre no ‘consolidar el conocimiento o la pericia hasta cierto punto en cuanto a presentar una desventaja táctica en el evento de la muerte, inhabilidad, o la desaparición del personal de alto rango’ no se supuso aplicar para ponerme en una silla eléctrica, Almirante. Lisa.” Lisa pasó el dedo índice a lo largo de la costura de su talego para efectos personales, su microcampo sellándose detrás como si ella lo hubiese tocado con una varita mágica. Ella levantó el talego, gruñendo un poco, y Forsythe de algún modo se contuvo del lesa majestad de tratar de agarrar el equipaje de su almirante en asistencia de macho. La bolsa aterrizó junto a la de Rick: dos paquetes notablemente pequeños de posesiones estrictamente personales. Lisa miró atrás a Forsythe. “Capitán, usted tiene más tiempo en servicio del que yo tengo en la vida; ambos sabemos eso. Usted lo hará bien. Si tiene alguna pregunta, hágasela a la pandilla del puente; marineros enrolados conducen ese maldito lugar de cualquier modo. El Sr. Blake y yo sólo dejamos a los forasteros pensar de otra manera.” Eso a pesar de que, Blake la estaba acompañando en la Farrago. Forsythe se rió un poco, y luego Lisa lo hizo, también. Él recordó a la terriblemente intensa y concentrada cadete –la hija de otro Almirante Hayes– quien había venido a la academia como una guardia marina desgarbada, pálida, regañona y aterrorizada. Ella colocó su mano en el hombro de él. “Es hora de que existan dos capitanes calificados de la SDF.” Ellos se saludaron, luego estrecharon manos solemnemente. Ella se inclinó hacia él, lo besó en la mejilla. Forsythe, los ojos cerrados, inhaló la, de algún modo, exótica fragancia de ella, y tuvo pensamientos nostálgicos que rompieron las reglas del servicio, racionalizándolo sobre la base del hecho de que ella pronto partiría. Ninguna tentación o amenaza; sólo un recuerdo. Luego Lisa estaba lloriqueando de nuevo, sacando uno de esos novedosos tisúes totalmente reciclables de un dispensador, soplándose su nariz, y arrojándolo en el reciclador. Forsythe se mantuvo ocupado realineando los talegos cerca de la escotilla de las habitaciones. La escotilla se abrió deslizándose, y Rick Hunter estaba parado allí. “Almirante.” Forsythe tocó el ala galoneada de su sombrero, y se movió más allá, dentro de la escalera de cámara, dirigiéndose hacia el puente. Hora de tomar el comando. ¡Tipo afortunado! Forsythe pensó de Rick Hunter cuando él continuó. Rick se dirigió para cerrar sus manos alrededor de la cintura de Lisa, pero ella lo mantuvo a distancia por un momento. “Mi abandono de esta nave, muerta en el espacio como lo está, inútil por ahora como lo está, significa aún más que tu abandono del Skull. ¿Tú lo aceptas, Líder de Skull?” Él había sido tomado por sorpresa, pero ahora él asintió con la cabeza. “Lo reconozco, Lisa. Pero los Sentinels me necesitan a mí más que la SDF-3, y ellos te necesitan a ti más, también, y tú sabes eso.” Ella inclinó su cabeza, tal vez un poco de mala gana. “Y ello resulta tan bien, para ti. No más salas de situación, Rick; no más fuera del campo. Estamos a punto de entrar a aquel horno de Flor-Ur de la que Lang continúa hablando. Tú estarás justamente allí afuera en el filo, y también Max y Miriya y los otros.” Sólo que, ¿sería eso suficiente? O ¿descubriría él que no había nada más que el vuelo de combate para satisfacerlo? Ella aparentó ajustar las correas de su talego. De algún modo, esa canción pueril de Minmei, “Mi novio es un piloto,” comenzó a sonar en su cabeza y llevó un acto de voluntad exorcizarla. Lisa cerró una última costura de un bolsillo lateral, y levantó su bolsito sobre su hombro. “¿Listo?” Rick había estado a punto de ofrecerle ayuda, pero la conocía lo bastante bien para saber que ella no quería ninguna ayuda. Él forcejeó su propia bolsita sobre su hombro y se preguntó cómo el y su esposa lucían: la esbelta y alta mocosa con una gran historia de éxitos en el servicio, la nueva capitana de la Farrago, y el más bajo, el tipo de tal vez apariencia confundida al lado de ella quien repentinamente se encontraba a cargo de la coordinación de las operaciones de combate para los Sentinels. “Te amo,” él dijo de repente. No mucho de una disculpa, realmente, o una explicación racional, pero el único cable-guía que había para su vida. Su talego sobre su hombro, ella tocó ligeramente la cadera de él con la suya. Lisa tuvo que bajarse algo para hacerlo. “Es mutuo. ¡Tú lo sabes! Pero tenemos que entendernos mutuamente.” Ella descargó de golpe la bolsa y colocó ambas manos sobre los hombros de él, cuando Rick dejó caer su propio talego. “Yo sé que tú eras infeliz aquí. Pero sé, también, que si la guerra va en ese camino, yo estaré escuchando tu voz, allí afuera en la Zona de Peligro, y no seré capaz de hacer ninguna cosa sencilla sobre ello sino esperar y rezar.” Ella apenas podía mantener el resentimiento fuera de su voz. “Tú y yo estamos casados; somos pareja de por vida,” ella dijo, tomándolo en su abrazo y sintiendo los brazos de él cerrarse detrás de ella, los fuertes dedos cerrándose con cierta determinación. Repentinamente el resentimiento se había ido; si él reaparecería o no, ella no lo sabía. Lisa tiró hacia atrás el tupido cabello negro sobre el oído de él. “Marido y mujer,” ella susurró. Ella pudo ver una lágrima caer desde la mejilla de él hacia el pecho de su uniforme. Las suyas estaban corriendo, también.
“¡Una maldita arma de proyectil, pero no es un rifle!” Jack Baker le gritó en réplica, los vasos sanguíneos sobresaliendo en su cuello. Él estaba forcejeando con el enorme mosquete Karbarriano por ahí, a punto de sacudírselo a ella si él pudiese levantarlo de la cubierta. Karen estaba complacida al ver que ella lo había hecho perder los estribos. El estar atascados abajo en lo que aparentemente era la bodega más inferior de la nave de los Sentinels, inspeccionando armas alienígenas y grabando evaluaciones para el personal del G-2, ordinariamente hubiera sido fascinante, pero ella estaba allí abajo con J. Baker, el Subteniente Más Odioso del Mundo. Ahora él trató de levantar el arma de fuego Karbarriana, su culata muy ornamentada con juegos de joya todavía plantada en la cubierta. Toda la madera pulida a mano y los accesorios de metal bruñidos, ella parecía algún tipo de obra de arte primitiva. Su ancho portafusil de cuero estaba lleno de bordados, y su cañón estaba adornado con un arco iris de brillantes plumas de loro. Jack indicó el enorme aditamento globular justo delante del guardamonte. “Penn, ambos coincidimos que hay una gran cantidad de aire aquí dentro, ¿correcto? Bajo presión, porque los Karbarrianos elevaron el nivel de él con esta palanca, ¿correcto? Y éste dispara balas neumáticamente, con la velocidad de un rifle primitivo, ¿correcto?” Ella se encogió involuntariamente cuando él chilló la última palabra. “¡Entonces!” él concluyó, “¡Esto...es...un...arma!” Karen hizo un puño, sus nudillos sobresaliendo, deseando poder golpearlo. Ella respondió a través de dientes firmes, “No según las orientaciones del G-2, las que especifican ignición propulsora o energía. Ahora, ¿quieres entregar un reporte imperfecto, o vamos a listar estos trabucos neumáticos correctamente?” Tal vez, ella pensó, había algún tipo de sádico furioso en la oficina de asignaciones, y así fue cómo ella había sido arrojada allí con Baker de nuevo. Eso lo explicaría todo, pero las explicaciones simples a menudo eran sospechosas... Jack refunfuñó algo que ella tomó como consentimiento, y volvieron al trabajo. Ellos inventariaron las armas de extraña apariencia de esas peleonas Praxianas sobrenaturalmente conformadas, las que lucían como largas alabardas con una cuchilla curva en un extremo y una púa en el otro, y ballestas cortas y mancas con sus empuñaduras protegidas por cuero trabajado y cocido, y el resto. Espadas, escudos –los peculiares artefactos Spherisianos cristalinos que lucían como rayos congelados– los cuales eran dos estandartes para interpretarlos así, o una cosa en forma de arpeo Garudiano que no parecía venir con las instrucciones. Jack tomó notas sucintas en el grabador de audio y vídeo, preguntándose al mismo tiempo cómo una muchacha que fue tan dulce en un baile podía ser un dolor terrible en el cuello en servicio. Él se enorgulleció de sí mismo por mantener una mente abierta, pero realmente, él tenía razón y ella estaba equivocada, más o menos siempre, y cierta veta de perversión en la Cadete Penn parecía hacerle imposible a ella admitir eso. Karen, por su parte, estaba pensando en las Praxianas y su sociedad sin hombres. ¡Dinamita! ¿Dónde podía firmar ella? Jack estaba inspeccionando una espada larga de dos manos que las Praxianas usaron en la lucha de las carrozas, un látigo cortante como una navaja de acero. Repentinamente, él la bajó y se dio vuelta hacia ella. “Mira, Penn, no estoy tratando de hacerte la vida difícil, tú lo sabes. Es sólo que tomo mi trabajo muy seriamente.” Ella estaba pesando algún tipo de bala voluminosa de pistola en una mano. “Yo también, Baker.” Jack se sintió repentinamente muy confundido. El cabello rubio miel de ella olía maravilloso, y los ojos extraños y ligeramente endrinos que estaban fijos en él eran exóticamente bellos, tan misteriosos como los de un XT. Y ahora que él lo notaba, el labio superior de ella era más largo y ancho que su labio inferior, dándole a Karen un, bueno, tipo de apariencia sexy, realmente... A excepción de –¿por qué ella tenía que ser tan endemoniadamente competitiva? ¿Por qué ella sólo no podía directamente revelarse y admirarlo, consentir a su criterio, del modo en que las muchachas de casa acostumbraban hacerlo? “Muy bien,” él le respondió, preguntándose qué en el mundo entero él quiso decir. “Muy bien, entonces.” Él mantuvo el equipo de audio y vídeo hacia ella. “Hagamos esto correctamente, ¿de acuerdo? Tú grabas, y yo dictaré notas y observaciones.” Ella colocó sus puños en sus caderas. “¿Por qué no grabas tú, y yo dictaré notas y observaciones?” Él sintió sus labios retrayéndose para revelar sus dientes. “Por una cosa, porque yo fui el Primero de la Academia en historia militar, y creo podría traer un poco de perspicacia extra a la evaluación del armamento XT.” “¡Oh, bueno, perdóneme usted por consumir oxígeno valioso! ¡Pero sucede que yo gané una beca de Nueva Rodas para una tesis en historia militar comparativa, Señor!” Jack dejó salir un exasperado gruñido y dio medio paso hacia ella; Karen levantó un puño precisamente plegado, los nudillos del medio sobresaliendo. “Y tengo un primero Dan en karate Uichi-ryu. ¿Quieres probar?” Él trató de calmarse, luego la perdió. “¡Acabas de ofrecer la cosa equivocada al tipo equivocado en el día equivocado, cabeza de chorlito!” Él comenzó a romper precipitadamente las ataduras de sus arneses de torso. “¡Enviaré por correo tu chapa de identificación a tu papito!” “¡Inténtalo!” ella le gritó, pateando cosas fuera del camino para hacer cierta sala de lucha. “¿Dónde quieres que despache tu cadáver, imbécil?” Él no pudo pensar en una réplica, y así rugió como Lron, luchando para conseguir quitarse su túnica. Karen estaba cuarteando el aire con silbantes cortes de manos, dando patadas de práctica que alcanzaban más arriba de su cabeza. Hubo un sonido repentino de la escotilla de tamaño extraordinario de la bodega de carga, la aclaración deliberada y diplomática de una garganta. “Almirante Hunter.” Jack trató de deducir si él debía volver a abotonarse primero, saludar, o poner manos a la obra inventando la excusa menos ridícula que él pudiera, aún mientras Karen estuviese cuadrándose y tartamudeando, “¡A-A-Aten-ción!” “Continúen,” Rick dijo, ingresando, paseando por ahí y observando curiosamente las armas acumuladas de los Sentinels, para dar a los dos cadetes un momento para recobrarse. Él en cierta medida lamentó intervenir; podría haber sido educacional ubicarse en un lugar inmediato al cuadrilátero de boxeo durante unos cuantos rounds. Ahora, ¿a quién me recuerdan ellos? Rick Hunter se preguntó. A un joven y entusiasta as de VT y a una pálida e intensa primer oficial de la SDF-1, ¿quizá? Él repentinamente se sintió viejo, pero ello no era un sentimiento malo, en vista de lo que los jóvenes aún tenían que pasar. “Disculpen la interrupción, Subtenientes, pero el G-1 acaba de entregar las ordenes, y como yo estaba viniendo a bordo de cualquier modo para establecerme, pensé que ustedes lo querrían saber.” Ambos estaban un poco endurecidos por la adrenalina del presunto alboroto, y por la sorpresa de su aparición. Les tomó varios momentos darse cuenta que él tenía ordenes de promoción en una mano y galones de teniente en la otra. Rick encontró un placer secreto en sus shocks. “No pueden ser asignados subtenientes a los Sentinels; ello confunde la cadena de mando. Felicitaciones, Teniente; felicidades, Teniente.” Ellos estrecharon la mano de él cautelosamente, como si temerosos de que ella fuese a salirse, y observando hacia abajo a las insignias de rango que él había puesto en sus palmas. “Sí; bueno, continúen,” Rick les expresó cuando vio que ellos iban a estar despistados por algún tiempo. Él retornó sus vigorosos saludos, y resolvió no escuchar en la escotilla para averiguar lo que iba a suceder después, aunque él lo quería hacer. “¿Bueno? Hagámoslo,” Jack Baker dijo. La tradición dictaba cierta ceremonia. Karen asintió con la cabeza. Ellos silenciosamente se removieron uno a otro las estrellas insignias de sus charreteras, y fijaron los galones allí. Luego se cuadraron y se saludaron mutuamente, y luego estrecharon manos lentamente, todo sin una palabra. “Felicitaciones, Teniente,” Karen imitó a Rick. “Lo mismo para ti, Teniente,” Jack le dijo enfáticamente. Traducido por Luis N. Migliore (Córdoba, Argentina) |
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