The Sentinels Libro II - Dark Powers1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25
El modelo de “Gea” estaba para entonces tan
completamente sepultado, tuvimos que soplarle el polvo y estudiarlo
rápidamente una vez que encontramos a los Garudianos. ¿La
teoría de una ecología planetaria como, en esencia, un
sencillo metaorganismo interactivo? Demasiado absurdo para aceptarlo,
¿no es así? Jack Baker, Ascendentemente Móvil
Pero mejor todavía es tener ambos: comodidad, y la sangre de un enemigo fluyendo. Y seguramente la sangre de sus enemigos estaba fluyendo aún ahora. A pesar de la irregularidad de las comunicaciones interestelares, la Farrago había recibido por un mensaje que los Sentinels habían sufrido bajas en una batalla y estaban lanzándose ahora contra una fortaleza Invid en otra. Estaban aquellos en el Consejo Plenipotenciario quienes habían hablado vagamente de enviar refuerzos, pero Edwards se las había arreglado para cortar aquellos inmediatamente. Ahora él miraba al exterior sobre Tiresia con gran satisfacción. En su mayor parte, la ciudad había sido limpiada de ripio, sus escombros insalvables y las estructuras retiradas, y rápidamente está siendo reconstruida. No tanto como un milagro, realmente, dada la Robotecnología. Y la Base de la REF en Tirol estaba en camino a su terminación; de hecho, Edwards estaba mirando hacia abajo desde su oficina en el piso superior del edificio de los cuarteles generales. Ello se levantaba como la mitad inferior de algún antiguo misil ICBM, un cilindro provisto de aspas en el centro de grandes curvas de una carretera elevada. Habían existido algunos disparates sobre poner el consejo allí, pero con tácticas de presión y maniobras tras bambalinas, Edwards se había salido con la suya. Eso se estaba volviendo más y más el caso. Edwards no estaba del todo satisfecho de que ciertos recursos estuviesen siendo desviados a la renovación urbana, antes que en construir la flota de naves espaciales que él se proponía comandar para sus propios propósitos, pero ciertas cosas no se podían evitar. Al menos ello estaba haciendo a los Tiresianos más dóciles y agradecidos, y ellos, también, tendrían sus finalidades, no muy abajo de la línea. Por supuesto, Lang, y el complejo de investigaciones irregular y grande que él estaba instalando con Exedore, eran necesariamente inconvenientes. Él tenía que ser mantenido en calma y trabajando en la SDF-3 y en la flota sobre todo. Un zumbido de su ayudante anunció que Lynn-Minmei estaba esperando para ver al General Edwards. Él acusó recibo, luego golpeó rápida y ligeramente el control en el brazo de su silla, dándose vuelta para mirar a través de un destellante y pulido escritorio tan grande como un campo de aterrizaje. ¿Lynn-Minmei? Ahora qué en el– Fue un pequeño shock cuando ella ingresó por la puerta en uniforme de cadete, hizo alto delante de su escritorio, y saludó sagazmente. Él todavía no la consideraba como un militar. “El cadete Lynn, solicita permiso para hablar con el general, señor.” Él regresó el saludo lentamente. “Permiso otorgado. Descanse.” Ella sólo se relajó un poco. “General, sé algo sobre las personas, y mientras todos han estado trabajando como perros para llevar a cabo nuestra misión aquí, el tiempo ha estado pasando y, bueno...” “No tengo todo el día, cadete,” Edwards rechinó. “¡Dígalo de una vez!” Él estuvo complacido de ver que él la había hecho retroceder. “Las personas necesitan algo para mantenerlas trabajando,” ella prorrumpió. “¡Lo sé! ¡Lo vi en la SDF-1! Ellos ahora están en cierta medida dando la recreación que pueden, por supuesto, pero ella es muy provisional y casual.” “Lo que necesitamos es un programa organizado de entretenimiento, y algún tipo de centro donde las personas puedan ir para desenvolverse, no importa en qué turnos estén trabajando o quiénes sean. Así ellos podrían olvidar sus problemas y levantar sus ánimos. Un lugar donde ellos puedan recordar –recordar por qué todos vinimos aquí en primer lugar.” Ella dijo eso último suavemente, ella que no había sido invitada a la misión de la REF en primer lugar. La propia voz de Edwards adquirió suavidad, un tono peligroso en su caso. “Déjeme ser claro en esto. Conociendo su pasado, ¿debo asumir que usted está sugiriendo abrir un cabaret?” “¡No, un club militar!” ella corrigió. “¡Las personas necesitan mantener en alto sus morales, señor!” “¿Y es usted la que quiere organizarlo, hmm?” Ella no pudo encontrar la mirada de él por un momento. Ella sabía que todos sus argumentos eran verdaderos, pero Edwards había entrevisto su intención. Cuando ella había cantado ese último adiós a bordo de la fortaleza super dimensional cuando la Farrago partió, ella había jurado que no cantaría en público de nuevo. Pero poco a poco, su resolución se había desmoronado. Ella lo extrañaba demasiado. Ella extrañaba las buenas cosas que sus canciones hacían por las personas, la felicidad que traían. Pero ella tenía que admitir que extrañaba las luces, también, el aplauso y la adulación y la atención. Ellos estaban en su sangre. Ella los necesitaba. La situación de la REF era tan semejante a la de Macross en la vieja SDF-1 que era como si su vida fuera una tira de Mobius. Y así ella se encontraba siguiendo viejas conductas, sintiendo viejos anhelos y soñando sueños que ella se había prometido enterrar. “Estoy mejor informada sobre la farándula que nadie más, señor,” ella se apresuró. “¡Lo puedo hacer en mi tiempo de franco! Pero esperaba que usted hablase con el consejo, General.” Todo ello sonaba como algo salido de una de esas películas del siglo XX por los cuales él tenía un total desprecio. Hey, ya lo tengo, ¡haremos el show en el granero! ¡Sí, tú puedes hacer los disfraces! ¡Expandámonos; ellos pueden construir los decorados! Él casi la ridiculizó en voz alta, lo habría disfrutado, pero en el último segundo retrocedió. Había algo sobre su presencia, su atractivo de los ojos muy abiertos y encanto de pilluela. Donde otros hombres podrían haberse sentido atraídos hacia ella, y repentinamente sus protectores, Edwards comenzó a sentirse posesivo. Él sabía que ella había sido cortejada por cientos de admiradores golpeados por el amor, rendida culto por miles, tal vez millones, de admiradores. Y ninguno la había tenido, ninguno la había tocado realmente, excepto sólo dos. Uno de esos, Lynn Kyle, su primo distante, hace mucho tiempo desaparecido y presumido muerto en la Tierra. Edwards también sabía que Minmei una vez había sido la pasión de Hunter. Él estaba consciente, también, por sus espías, que el tonto de Wolff tenía una pasión desesperanzada por ella. Minmei no estaba segura de qué reacciones o pensamientos ella estaba viendo cruzar la cara de Edwards; la brillante media coraza craneal y el centelleante ojo de vidrio lo hacía difícil de decir. Edwards juntó sus manos ante él e inclinó su silla hacia atrás. “Esta idea puede tener algún mérito, Cadete. La discutiremos con detenimiento durante la cena.” En la mente de Edwards, ella ya era suya, el cuerpo y el alma.
El recuerdo de haberse fugado, mezclado con su Visión, comenzó a ordenarse cuando luchó como una cosa salvaje inútilmente. Los terribles recuerdos de ser enjaulado por Tesla lo hicieron estar en busca de un modo de tomar su propia vida. El diseño grotesco y blindado del Inorgánico gritaba odiosidad insensata; el cielo estaba gritando una canción de muerte hacia él. Pero él era sujetado fuertemente y no pudo liberarse retorciéndose. Eso cambió en unos momentos, sin embargo, cuando fue arrojado sin ceremonia. Él aterrizó en un montículo en el suelo duro y arenoso, aturdido, la Visión casi nublándose en la inconsciencia. Él pudo oír al Invid alejándose marchando, y no pudo explicárselo. Algo lo pinchaba. Kami rodó con un aullido agudo de alarma, para encontrarse mirando a un anillo de caras peludas. “¿Qué eres?” uno de ellos dijo. “¿Eres un Invid, entonces?” Uno de los otros hizo un sonido exasperado y pinchó al primero con un codo. “¡Estúpido! ¿Cómo podría ser él un Invid?” “¡Bueno, él no es un Karbarriano!” el primero contestó, y parecía que estaban a punto de luchar. “Soy un Garudiano,” Kami dijo cansadamente. “¿No les enseñan nada en la escuela?” Él pudo ver que había encontrado a los niños Karbarrianos, aún si él había llegado de un modo deshonroso. Ellos comenzaron a barbotear, y unos cuantos tuvieron el coraje para en realidad ayudarlo a ponerse de pie. Los niños Karbarrianos eran versiones regordetas de sus mayores, algunos de ellos casi tan altos como Kami; pero a diferencia de sus padres, los cachorros no llevaban puestas gafas protectoras. Sus ojos eran redondos, oscuros, y húmedos. Él gruñó, tratando de enfocar las cosas. Uno de los cachorros trató de tocar su máscara y él dio a la garra una pequeña bofetada; ella fue retirada. Kami no podía entender por qué el Invid había tomado sus armas y equipo y sin embargo le dejó su máscara y tanque. Tal vez ellos sabían que no podrían tener un prisionero sano por mucho tiempo –o uno vivo– si le quitaban el respirador. Allí había unos cien Karbarrianos en miniatura más o menos alrededor de él, y muchos, muchos más caminando alrededor de un área extensa de barracas. Debido al tamaño del lugar, él estaba dispuesto a creer que poco más o menos cada cachorro de la población reducida del planeta estaba allí. La mayoría de ellos parecía indiferente sin embargo, no preocupándose de lo que estaba sucediendo. Kami entrecerró los ojos un poco por la luz matutina de Yirrbisst, dando un vistazo a su alrededor para orientarse hacia las marcas que él había visto en el mapa y lograr orientarse. No había transcurrido mucho tiempo desde el amanecer; los soldados estarían aquí pronto y él debía preparar a los cachorros como mejor pudiera. Pero los tres riscos espigados en fila no estaban allí; el otero roto no estaba a la vista, las colinas al pie de una montaña cubiertas con matorrales crecidos que no se podían ver. Su sangre repentinamente se congeló. ¡El Invid los había cambiado de lugar! ¡Éste no era el lugar en el mapa! “¿Dónde estamos?” él preguntó al primer cachorro que le había hablado, un pequeño macho gordiflón con rasgos salientes veteados en su pelaje. “Las viejas minas de Sekiton,” el cachorro dijo. “Ellos nos cambiaron aquí desde el complejo carcelario cerca de la ciudad, así ellos nos podrían vigilar más fácilmente.“ El joven Karbarriano señaló vagamente hacia el planeta primario verdoso ascendente, la estrella de Karbarra. “Usted incluso apenas puede ver a Tracialle desde la torre más alta de aquí.” La incursión en la vieja prisión se había preparado para buscar posibles sitios alternativos cerca de la ciudad, pero no tan lejos como esto. Kami miró a lo lejos el camino que el cachorro había señalado, sintiendo oleadas de frustración fluir a través de él. “¿Señor? ¿Señor?” el pequeño estaba diciendo. “¿Quién es usted?” Él se quitó de encima su desesperación como se habría desprendido con sacudidas del agua, arrugando la piel y manteniéndose firme, esponjando la cola. Él extendió su mano para hacerlos callar. De algún modo la válvula de su respirador se había cerrado. Él aumentó el flujo un poco, mirando al cielo, inhalando. Lron había sido injusto, y estado mal, al acusar a los Garudianos de usar alucinógenos. El hecho era que los procesos mentales Garudianos estaban vinculados simbióticamente con una escala sorprendente de microorganismos y una gran variedad de micro moléculas complejas encontradas en el ecosistema de su planeta. Su actividad cerebral era el resultado de la interacción con estos factores en su entorno. Reaccionaba con y era influido por esos estimulantes en un nivel subcelular y hasta atómico, en modos que dejaban a los psicólogos moleculares humanos sacudiendo sus cabezas y hablándose a sí mismos. La vida Garudiana era una asociación con su mundo; sus sistemas neurológicos eran una parte vital del ciclo reproductivo de las formas de vida microscópicas que eran indispensables para la percepción y la misma habilidad para pensar de los Garudianos. Kami inhaló y pensó. Ciertas percepciones empezaron a cambiar e intensificarse. El cielo cantó un canto lúgubre y la arena movida por el viento adoptó formas extrañas. Entonces él se dio cuenta de que algo estaba cantando, en un registro tan bajo que él apenas podía oírlo. Él se arrodilló y colocó sus orejas sobre el suelo; los cachorros se miraron unos a otros dudosamente. Kami escuchó el sonido monótono y sordo. Sekiton. Sekiton. Sekiton. Por supuesto. Él giró hacia el cachorro que le había hablado. “Mi nombre es Kami. ¿Quién eres tú?” El cachorro se erguió orgullosamente. “Soy Dardo, hijo de Lron y Crysta, los líderes de nuestro pueblo. Los niños necesitaban un líder, también, y así yo los organicé. Mis padres–” Así aparentemente esta era la comisión de acción, los que no habían sucumbido a la desesperación. “Los conozco. ¡Escuchen, todos ustedes! No tenemos mucho tiempo. Todavía hay Sekiton por aquí, ¿no es así?” “Arriba en el almacén.” Dardo señaló hacia un bunker bajo. “No hay mucho uso para él ahora que el Invid nos detuvo de viajar por el espacio.” Pero entre los prisioneros y el Sekiton estaba una pared de energía Invid de encarcelamiento, un telón fantasmal de enfurecido poder rojo de treinta metros de alto, generada por pilones espaciados cada cien metros alrededor del complejo carcelario. Kami sabía que significaba una quemadura chamuscante e inconsciencia acercarse demasiado a una, e Inmolación tratar de pasarla. “Así que el Sekiton ya no nos sirve de mucho,” Dardo dijo. “Por mala suerte, porque aún hay bastante de él por aquí, en todas partes.” Él rasguñó la arena con su pie, cavando una profundidad de varios centímetros. Empujando a un lado suelo más grueso y más arenoso, Dardo clavó los dedos rechonchos allí y sacó un puñado de Sekiton un tanto oscuro mezclado con arena. “¿Lo ve?” “Sí; he visto el material, gracias,” Kami dijo de repente. Yirrbisst estaba subiendo más alto, y no quedaba mucho tiempo. Con el primer ataque aéreo del asalto de los Destroids, la orden saldría de comenzar la matanza en el campo de concentración. Dardo se encogió de hombros, moldeó el grumo en una bola, y la lanzó. La bola se transformó en llamas cuando golpeó la pared de energía. Otro cachorro tomó un poco y lo lanzó para lograr un efecto de fuegos artificiales aún mayor. Desde las salbandas acá y allá alrededor del complejo, Kami pudo ver que ellos lo habían hecho bastante a menudo para pasar el tiempo. Sekiton. Sekiton. Sekiton. La tierra latía fuertemente en sus pies como la vibración de algún enorme martinete, pero el mensaje se perdió en él. Kami levantó un grumo de material, también, hizo una pelota de ello, y lo lanzó disgustadamente a la pared. La bola la atravesó ilesa, para aterrizar y partirse a varios metros más allá. “No –no se quemó,” Dardo parpadeó. “¡Eso es porque...no fue manipulado por un Karbarriano!” Kami gritó claramente a través de su respirador. Él no comprendía mejor que cualquier otro cuál era la afinidad sobrenatural Karbarriana por el Sekiton, pero él había visto por sí mismo que la materia era obstinadamente inerte si un Karbarriano no hacía contacto físico real con ella en cierto punto. “Rápido, consigan palos o tablas de los edificios, o cualquier otra cosa con la que puedan cavar, y comiencen a descubrir más, ¡pero no lo toquen directamente! ¡Y tráiganme agua, gran cantidad de agua!”
“Voy a necesitar un arma. ¿Alguno de ustedes vio lo que los Inorgánicos hicieron con mi equipo?” Uno de los cachorros más altos, una hembra con un matiz oscuro en su piel, señaló hacia un fortín. “Yo los vi bajar algunas cosas por allí justo antes de que lo trajeran aquí.” Kami estaba poniendo lodo sobre sí frenéticamente, tratando de ser minucioso, porque cualquier lugar al descubierto probablemente lo freiría, pero tratando de ser rápido, además, porque el tiempo estaba a punto de acabarse. “¡Muy bien! ¡Conseguiré mi arma, y si puedo volar uno de estos pilones, todos ustedes corran tan rápido como puedan hacia el búnker de almacenamiento de Sekiton! ¡Si el resto los acompaña, bien, pero no los esperen, porque los voy a necesitar allí! ¿Entienden?” Ellos dijeron que sí. Él estaba casi tan cubierto como nunca lo habría estado, si no fuera por sus ojos. Él había colocado una capa sobre su máscara de respiración, y tendría que arreglárselas con puro aire Garudiano de su tanque. “Pero –¿qué haremos entonces, señor?” Dardo inquirió. “Enviar un mensaje,” Kami le dijo. Él se abrió paso tiesamente y cautamente hacia la pared de energía, hasta que pudo sentir el calor de ella en sus ojos expuestos. Él hizo un último esfuerzo hacia las plantas de sus pies por la brazada de lodo que él llevaba y se colocó más sobre sus ojos hasta que se cubrieron. Aspiró profundamente y caminó en la dirección en la que, él esperaba, la pared esperaba y relucía. Y prontamente perdió pie, cayendo. Él esperó ser convertido en cenizas, pero aún estaba vivo después de golpear pesadamente sobre el suelo. Pero había perdido su orientación completamente y no se atrevió a quitar el lodo cegador. Esperando lo mejor, Kami rodó y rodó en la dirección
que él pensó era la correcta. Traducido por Luis N. Migliore (Córdoba, Argentina) |
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