The Sentinels Libro II - Dark Powers

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Capitulo 21

Una tragedia digna de los Griegos, sin duda, o de Shakespeare. Una Fuerza Universal o Deidad virtuosa había forjado un anillo de hierro, el liderazgo de los Sentinels. Y sin embargo de algún modo un defecto se había templado.
Uno se tienta a parafrasear, “Consideren estas debilidades, vosotros los poderosos, y humíllense.”

Ann London, Anillo de Hierro: Los Sentinels en Conflicto


En las consecuencias de la primera conquista verdadera de los Sentinels –mientras los Karbarrianos aún estaban exigiendo su terrible venganza y los cachorros tenían aún que ser calmados para transportarlos de regreso a sus padres– había detalles que se escapaban por las hendiduras. El tratar de traer calma al caos, y asegurarse de que ellos realmente habían ganado el día –de que no había ninguna división de respaldo de Invid esperando en los flancos– mantenía a casi todos ocupados más allá de alguna demanda racional.

Y así nadie notó cuando Burak de Peryton, más bien el oficial de la dotación regular, apareció a la cabeza de la escuadra de seguridad que tenía por deber regresar a Tesla a su celda.

Burak estaba ciertamente en la lista como capaz de comandar un destacamento de seguridad; él estaba en sus derechos como un firmante principal de los Sentinels para tomar custodia de Tesla. Pero él había escogido esta vez porque no quería ser interrumpido, no quería ser oído, mientras hablaba con el enemigo. Una vez que Tesla estuvo nuevamente preso, el joven macho cornudo de Peryton se deshizo de la unidad mixta de Praxianos y Spherisianos, y estuvo de pie mirando al prisionero.

Tesla se había dado vuelta, pero se le ocurrió que Burak aún estaba allí. “¿Y bien? ¿No puede dejar a una víctima inválida de la guerra en su miseria? Les he dado lo que deseaban.” Una fortaleza Invid estaba en llamas, lanzada bajo el pie de un invasor, y él, Tesla, había sido el instrumental de eso. “¡Váyase! O, máteme. Ya no me importa.” Él tocó con los dedos el magnífico collar con sus explosivos ocultos.

“Deseo salvar a Peryton,” Burak dejó salir por último. “Y si no me ayuda, lo mataré.”

Tesla vio que él se lo proponía; un joven Perytoniano, apenas más que un muchacho, él era tan voluntarioso como cualquiera del planeta donde todavía había una ceremonia anual de quitar fregando la piel velluda de los cuernos de los machos y donde las luchas por las hembras aún frecuentemente conducían a la muerte.

Así que, aquí estaba Burak, determinado a pasar por alto el itinerario juicioso de los Sentinels porque sospechaba, no sin razón, que no se dirigiría a la crisis de Peryton a tiempo. “¿Cómo salvo a Peryton, Invid?”

Tesla vio que Burak había obtenido de algún modo el detonador para el collar alrededor de su cuello. Pero por primera vez, Tesla no tenía miedo –no, no en lo absoluto. Estando de pie allí en sus mantos grandes con las gemas tenuemente brillantes colgando de su cuello, él vio que la clave hacia Burak era que Burak era vulnerable: Burak necesitaba información.

Cierto tipo de información, pero eso no importaba. Ese tipo de antojo ponía a cualquier buscador en una situación desventajosa si el maestro era lo suficientemente amoral. Y hacer la vista gorda era la especialidad de Tesla, aún antes de que él se aprovechase de las hospitalidades de los Sentinels.

Tesla se acercó a las barras, tan cerca que Burak retrocedió un paso, una mano sosteniendo el detonador y la otra una pequeña arma de fuego que parecía estar hecha de cerámica blanca y latón martillado.

Pero cuando él se acercó al frente de su jaula, Tesla se calmó. Él cruzó sus piernas como ramas de árbol y se sentó en una posición meditativa, el nivel de su mirada aún más alta que la de Burak. Los pensamientos de Tesla se parecían a ratas ahogándose, buscando cualquier camino de escape, ordenando en términos vagos cosas que Burak podría querer oír.

“Las respuestas yacen más dentro de ti que dentro de mí,” Tesla entonó. “Mis poderes me dicen que tu hora se acerca. Has sido escogido por el Destino para liberar a tu gente de la maldición bajo la cual viven segundo tras segundo, constantemente. Esta fuente de tal dolor para ti ha forjado tu Destino. Tú has sido consciente de esto durante algún tiempo.”

Tesla apenas podía evitar descomponerse en risa. ¡Qué charlatanería! ¡Qué transparente caricia del ego! Seguramente, el mismo Regente, el punto final del egotismo, habría abatido a Tesla por decir tales cosas.

Pero Burak era un joven sin experiencia cuyo planeta estaba cercano al desastre, y para él era algo milagroso que él ya no hubiese sido tragado por ello.

Él se sentó, con las piernas cruzadas al igual que Tesla pero sin peligro fuera del alcance del Invid, del otro lado de las barras. “Enséñame lo que necesito saber, y te liberaré.”

Tesla ya lo había anticipado, y sabía que tenía que pagar por adelantado. Además, las ropas y las piedras preciosas y el giro de los eventos lo tenían pensando sobre nuevos caminos ahora.

Él trató de inventar algo convenientemente confuso y nebuloso, algo apropiado para la mente confusa de un Sentinel. “¿Liberar? Todos los seres son libres. Es sólo la conciencia distorsionada la que los encarcela.”

Tesla estaba empezando a disfrutar esto. “Pero hay cosas específicas, cosas como el proceso de revertir los daños que han sido hechos a Peryton, y liberar a toda tu gente de su terrible maldición.”

Tesla se inclinó hacia las barras con lo que él calculó era el fervor correcto. “¡Y estas cosas no son tan difíciles! Yo podría ayudarte a llevarlas a cabo. Y tú liberarás a tu gente.”

Tesla asumió lo que él esperaba pareciese una actitud piadosa. “No te pido que me liberes. Ni siquiera que confíes en mí. Sólo te pido, Burak, que me escuches.”

Burak permaneció fuera de alcance, pero se inclinó para acercarse.


Rick Hunter había estado considerando tomar alguna acción disciplinaria contra Jack Baker hasta que lo encontró reunido con la mayoría del resto de la cuadrilla de exploración, sentado allí en la nalga del Hellcat muerto mirando el Picnic de los Ositos Teddy.

Lron todavía estaba abajo entre los cachorros, y los transportes estaban en camino para sacar de allí a los jovenzuelos Karbarrianos ahora que Lisa y los otros en Tracialle habían abierto el domo y los últimos de los Inorgánicos fueron muertos.

Rick se encaminó hacia ellos, justo a tiempo para oír a Bela declarar, “¡Él tiene las agallas de una Praxiana! ¡Jack Baker es como una hija para mí!”

Ella no parecía comprender por qué varias personas estaban riendo a carcajadas y Jack se estaba poniendo más rosado que lo usual. Quizá él ya ha sido castigado lo suficiente, Rick pensó; era un rasgo que perseguiría a Baker el resto de su carrera militar. Una penitencia que no podía ser peor.

Bela escupió en su palma y la extendió. Jack escupió en la suya y la estrechó con la de ella, al estilo de una pulseada, luego se sobresaltó un poco cuando ella inadvertidamente hizo crujir los dedos de él.

Kami estaba allí, también, y los cachorros continuaban corriendo hasta él con todo tipo de actualizaciones menores de lo que estaba sucediendo, o simplemente para agarrarse de un mechón de su pelaje. Él los había liberado, y su piel era mucho más familiar para ellos que todas las armaduras y uniformes que ellos veían a su alrededor. Varios habían encontrado el modo de subirse a su regazo, aunque los cachorros Karbarrianos eran grandes para ser sostenidos por un Garudiano.

Rick olvidó todo sus deberes oficiales y sólo permaneció de pie a un lado, observando. Si él se acercaba para unírseles, las cosas podrían cambiar. La cuestión del rango aparecería.

Así que él se recostó contra la esquina del bunker y observó. Gnea colocó un brazo bien musculoso alrededor de Rem y le dio un beso en la mejilla, diciendo a gritos algo sobre los Hellcats. Halidarre, como algo salido de Las mil y una noches, se elevaba un poco de cuando en cuando, batiendo sus alas lentamente.

Él los dejó disfrutar del momento y se alejó para conseguir un transporte de regreso a la capital. Él no sentía como que era un triunfo todavía; él lo tenía que oír de Lisa, verlo en su rostro.

Cosas sobre el amor que uno no había previsto: lección 207, él pensó irónicamente.


Rayos como estos sacudirían la fe de cualquier Humano en Dios, Breetai pensó como una observación pasajera, mientras una de las tormentas vibrantes y sin lluvia de Fantoma iluminaba el cielo, excitando la peligrosa estructura terrestre del planeta y resonando contra los lados sólidos de las máquinas mineras y de los trabajadores blindados.

Aquí en el medio más denso de la irrespirable atmósfera de Fantoma, el gran Breetai miraba un lugar fuera del recuerdo.

¡Zarkopolis!

La historia de unas personas, una raza, todo originándose desde el primer despertar allí; las cosas que habían sido borradas de las neuronas en conjunto pero de algún modo, obstinadamente, permanecían en la médula y en el alma –el pasado lo estaba inundando y él ya no podía separarlo más que escoger un puñado de una oleada.

Con la operación minera establecida con seguridad, Breetai había volado de regreso para echar una mirada a Zarkopolis, la ciudad donde los Zentraedi habían comenzado. Un mundo obsesionado, él lo pensó de nuevo, durante los últimos tiempos más allá de la cuenta.

Breetai dio un paso hacia delante, para bajar y mirar el pasado de los Zentraedi. Los oficiales que lo acompañaban dieron ese mismo paso, como sombras.

“Quédense allí,” él les ordenó. “deben retornar al campamento; deseo estar a solas.” Ellos vacilaron, los hombres obedecieron.

Sólo quedaban dos Zentraedi de aquellos días, los últimos sobrevivientes, y Exedore era ahora un pequeño humano por fortuna diminuto. La idea era cruel, pero él no lo podía remediar; sólo Breetai quedaba.

Con sus grandes zancadas, no le tomó mucho tiempo abrirse camino hacia la ciudad desierta. Él vio las altas y estriadas cúspides que habían sido erigidas por su gente a despecho de la terrible gravedad, no para anunciar su grandeza tanto como para afirmar la habilidad Zentraedi para seguir sin rendirse, para superarse, a través de la obstinación y el trabajo duro y agobiador. ¡Cuán diferente legado de lo que los Maestros Robotech les habían dado!

Como un guerrero borrado de recuerdos para los Maestros, él siempre había sentido desacato por la diligencia de colonia de insectos de razas súbditas –de trabajadores. Pero ahora él consideró a Zarkopolis, recordando el dolor y el esfuerzo en cada marca de escoplo, cada losa trabajada en relieve.

Y los recuerdos comenzaron a retornar a él, recuerdos de lo que su gente había sido al principio: constructores y luchadores, quienes tenían más en común con los Micronianos de la Tierra, y de Macross, y de la SDF-1, que lo que los Maestros Robotech habían osado dejar saber a los Zentraedi.

No me extraña, ahora, que fuéramos movidos tan profundamente por las canciones de Minmei, él pensó. ¡Finalmente, finalmente, lo entiendo!

Con eso llegó una paz dentro de él.

Ahora él caminó pausada y pesadamente hacia abajo –el suelo cayendo tan rápidamente, y rayendo sus botas con su peso– hacia la posición de bunkers de color crema y cúpulas bajas y complejos acurrucados que habían sido el centro de toda la vida Zentraedi mucho tiempo atrás.

Él se detuvo. ¿Por qué retornar a la fuente de tanto dolor y pena y resentimiento? Pero –él no se pudo detener, a pesar de su voluntad de hierro.

Él tenía que bajar de nuevo a los recintos curtidos por la intemperie y fantasmagóricos de los trabajadores Zentraedi, y a la multitud de voces que le hablaba a través de las eras. Él no sabía porque, sólo sabía que debía estar allí de nuevo, en el centro de todo ello.

“¿Mi señor?”

Él se dio vuelta más lentamente de lo que lo habría hecho bajo menor gravedad; los movimientos repentinos podían dañar hasta al Zentraedi más poderoso aquí. Kazianna Hesh lo estaba alcanzando, moviéndose con la imprudente prisa en su traje de Quadrono modificado.

Ella estaba llevando puesto de nuevo esos cosméticos que las hembras humanas le regalaron. Ello lo confundió, el ver los rasgos de ella detrás del visor matizado de su casco. Él dijo, “¿Qué quiere aquí? Debería estar en su trabajo.”

Ella estaba un poco sin aliento. Kazianna pronunció con sonidos entrecortados, mirándolo seriamente. “Mi trabajo está hecho y no estoy de turno, mi señor. Yo –yo esperaba que usted me dijera por qué Zarkopolis lo obsesiona tanto, y que me mostrase la ciudad donde una vez los Zentraedi habitaron.”

Él la miró hacia abajo y se preguntó qué edad tendría. En el apogeo del imperio de los Maestros Robotech, la expectativa de vida de un guerrero clon era menor a tres años, y era virtualmente cierto que ella era una de las multitudes producidas para llenar los lugares vacantes en las filas.

¿Pero –de dónde esta curiosidad? ¿Esta presencia inquietante que ella parecía tener? Breetai se dio vuelta para mirar sobre Zarkopolis y repentinamente entendió que estas características eran cosas manifiestas en todo Zentraedi, en tiempo pasado. El que ellos debieran trabajar en la superficie de nuevo ahora era, podía argumentarse, un signo muy bueno.

“Muy bien; lo haré.” Él se puso en marcha nuevamente y ella estuvo de acuerdo con él. Breetai guió el camino hacia la ciudad, señalando por aquí y allá, contándole las cosas que habían vuelto a murmurar en su cabeza con el regreso a Fantoma y, de repente, no ocultándose en las brechas en su memoria.

“En ese vestíbulo nos reuníamos para discutir a fondo los problemas, todos nosotros; llevó mucho tiempo cortar las columnas de piedra perfectamente, de modo que ellas soportasen el peso del techo, y aún más tiempo para armar el techo.”

Un poco más adelante, “Aquí, los clones eran criados, saliendo cuando estaban listos para el trabajo, descendiendo esos escalones hasta aquí a la edad adulta.” Escalones que él nunca había andado hasta recientemente; Breetai era anterior a la ciudad, había ayudado a levantarla.

Y así continuaron. Breetai estaba complacido de, por razones que él no podía nombrar, tener a alguien con quién compartir sus recuerdos. Por último ellos llegaron a una casita indescriptible en un trecho de ellos. Sólo era ligeramente más prestigiosa que las barracas masivas en las cuales la mayor parte de los Zentraedi había vivido.

Breetai presionó un botón con un dedo blindado; la esclusa de aire se abrió de par en par. Kazianna pudo ver que había sido rehabilitada para funcionar de nuevo después de un período de siglos. Ella no tenía dudas de que Breetai lo había hecho. Los relámpagos estaban estallando de nuevo, y los truenos enfáticos y curiosos de tres g de Fantoma estaban sonando cuando la escotilla exterior se deslizó cerrándose.

Adentro, el lugar era poco atractivo, las habitaciones de un trabajador/ingeniero. Él había limpiado el revoltijo, pero todavía quedaban unas cuantas modelos, todavía unos cuantos bosquejos colgados, de los días cuando un Breetai diferente había soñado sueños más grandes que todas las fantasías de los Maestros Robotech de conquista galáctica –sueños de imperio.

Breetai vio a Kazianna mirando en los alrededores, y se dio cuenta cuán espartano el mobiliario era. En la era desde que él había vivido en ese lugar, él había aprendido a engañar, pero ahora habló con la simple verdad. “Yo era el más grande y el más fuerte de los mineros, el primero de ellos,” él dijo. “Sólo nuestro líder, Dolza, era más grande que yo; sólo él y Exedore eran más viejos.”

“Pero –tuve pocos amigos –ninguna vida, realmente, excepto en mi trabajo. Me parecía que todos ellos me creían–”

Él se detuvo, asombrado, cuando ella abrió el sello de su casco y lo tiró hacia atrás. Por supuesto, los instrumentos de su traje le habrían dicho que había atmósfera respirable en las pequeñas habitaciones –atmósfera que él había puesto allí. Sólo que él no la había visto verificar sus instrumentos, y sospechó que ella lo había hecho con lo que los humanos llamaban “instinto.”

“Todos ellos pensaban de usted qué,” Kazianna Hesh lo alentó, caminando por allí, dando un vistazo a sus bocetos, abriendo las otras uniones en su armadura. “¿Lo creían demasiado estoico, lo creían demasiado formidable, gran Breetai? ¿Lo trataban de modo que usted se sentía más cómodo cuando estaba o trabajando o a solas?”

Ella siempre había sido deferente hacia él, pero ahora sonaba de algún modo incitante. Ella había completado su circuito de la pequeña sala y se detuvo ahora para golpear ligeramente el control que rompió el sello en el propio casco de él. “¿Ellos no vieron lo que estaba dentro?”

Ella rompió el sello del casco de él y lo alzó sacándolo, teniendo que levantarse en las puntas de sus pies para hacerlo aunque ella era alta. El piso reforzado crujió debajo de ellos. Breetai estaba demasiado atónito para hablar, y la pared estaba detrás de sus hombros así que él no podía retroceder.

“¿No podían ver al verdadero Breetai?” ella continuó. “Bueno, mi señor, yo puedo.” Ella tiró su cabeza hacia ella, como un humano, y él se encontró siendo minuciosamente besado. ¿Cómo había ella aprendido sobre cosas como esta, prohibidas a los Zentraedi?

Muchos de su raza habían pasado tiempo Micronizados a tamaño humano. Quizá ello la había afectado de algún modo, o ella había visto o escuchado algo.

Pero él tuvo poco tiempo para preguntarse sobre eso. Un beso; la vista de tal acto casi lo había debilitado una vez, cuando Rick Hunter y Lisa Hayes lo llevaron a cabo sobre una mesa de reunión Zentraedi. Él estaba desmañado al principio, tímido, pero a Kazianna no pareció importarle y en realidad no parecía saber mucho más sobre ello que él.

Cuando el beso terminó, él la habría agarrado en sus brazos por más, pero ella lo alejó y comenzó alternativamente a reventar los sellos en el traje de él y en el suyo propio.

Repentinamente se le ocurrió a él lo que ella tenía en mente. “Tú...esto está proscrito.”

“¿Por quién? ¿Por lo Maestros Robotech quienes han huido más allá de las estrellas? ¿Por leyes que en realidad nunca fueron nuestras?”

Breetai pensó sobre eso, y consideró su apetito por ella, también. La cama estaba renovada; él había dormido allí una o dos veces en sus horas de franco, esperando por el pasado que entrase en su mente una vez más.

Breetai colocó sus brazos alrededor de Kazianna y la besó cuidadosamente, muy contento por ello pero consciente de que él tenía mucho que aprender. Luego él tomó la mano enguantada de ella y la llevó a su cámara de sueño. Después de que él había construido la casa en los tempranos días de los Jefes Supremos Tiresianos quienes se convertirían en los Maestros Robotech, nadie más había estado en esa habitación.

Traducido por Luis N. Migliore (Córdoba, Argentina)
www.robotech.org.ar

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