The Sentinels Libro II - Dark Powers

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Capitulo 10

Es un punto crítico que cada nueva forma del enemigo en las Guerras era un nuevo problema en el uso y aplicación de los mecha de la Tierra. Lo que funcionaría en contra de un Battlepod era el suicidio contra los Inorgánicos Invid; los puntos vulnerables, el armamento, y los perfiles de rendimiento eran completamente diferentes.
Los guerreros humanos eran afortunados en tener todos esos curiosos y experimentados monos en su ascendencia; la REF en particular era un ambiente en donde sólo los rápidos aprendices sobrevivían.

Selig Kahler, La Campaña Tiroliana


El viaje desde Tirol hasta Karbarra había estado lleno de un itinerario aún más agotador que las preparaciones para la partida de los Sentinels. Rick, como todos los demás a bordo, había sido forzado a descansar brevemente cuando podía tomar siestas cortas.

Ellos habían tenido que familiarizar a los Sentinels no humanos con las armas Robotech, por supuesto –tanto como fuera factible mientras duraba el viaje. Algunos de ellos, como Burak y Kami, estaban más que dispuestos a aprender, mientras que otros –los ursinoides Karbarrianos y las amazonas Praxianas en particular– parecían no dispuestos a confiar en ningún arma de fuego pequeña sino en las suyas propias. Sin embargo los Karbarrianos parecían inclinados a someter a prueba a los mecha y Bela y Gnea apenas podían esperar para montar aquel completamente loco caballo alado de Lang en la batalla.

Rick y su personal habían atormentado sus cabezas dando con maneras de tratar de integrar las variadas fuerzas salvajes en batalla y hacer comprender a todos qué se suponía debían hacer. Rick tuvo momentos de angustiosas dudas de que si ello había sido llevado a cabo, preguntándose si él estaba dirigiéndose a una de las peores debacles en la historia militar.

Luego habían habido varios malentendidos y fricciones para mediar. El resentimiento de los Sentinels hacia Cabell y Rem; reyertas entre los humanos y los no humanos como la diferencia cultural llevó a los choques (bueno, el tanquero de Hovertank se había ganado esa mandíbula fracturada por llamar a la mujer Praxiana una “muchacha musculosa,” aún cuando lo haya dicho en broma); la insistencia constante de Burak y los otros Perytonianos de que a su planeta se le dé prioridad más alta en la campaña –todo ello estaba comenzando a dar jaquecas a Rick.

Y estaba el trabajo azarante de comprender a los propios alienígenas Sentinels. Al acercarse la nave más y más a Karbarra, Lron y Crysta y su gente se volvían más y más reservados y malhumorados. Veidt estaba confundido por ello, también.

Normalmente, como Rick lo entendía, los sombríos Karbarrianos –preocupados por la tragedia del destino y la futilidad última de las cosas– hacían a los tipos de idioma teutónicos de la Tierra parecer frívolos por comparación; pero la perspectiva de la batalla era una de las pocas cosas que alegraba a los grandes ursinoides. Eso no era cierto ahora, sin embargo, y ninguno de ellos explicaría porque.

Rick trató de sacarlo de su mente, junto con cosas como este asunto sobre Haydon. Aparentemente, Haydon era alguna clase de deidad histórica extraordinariamente importante o algo así, pero las creencias y las convicciones variaban entre los Sentinels y condujeron a pleitos agudos. Y así parte de su pacto había sido evitar toda mención de Haydon. Lang necesitaba desesperadamente más información concerniente al asunto, pero los Sentinels se habían negado a hablar sobre ello.

Ésos eran los problemas menores de Rick. Los mayores incluían tratar de hacer las cosas más eficientes y organizadas, y el estar constantemente obstaculizado por las explicaciones que él no podía captar.

Una de sus primeras ideas había sido automatizar la alimentación de la turba de la Flor-Ur –Sekiton, era llamado– en los hornos, liberando a los fogoneros para otro trabajo. Lron y Crysta le habían dado una larga explicación, la cual no comprendió en lo más mínimo.

Pareció que ellos dijeron que el Sekiton tenía que ser tocado y manipulado físicamente por los Karbarrianos para que sea de algún uso. Si se relegaba a manipulación robótica, su afinidad por las formas de vida Karbarrianas se vería frustrada, el Sekiton tendría sus sentimientos heridos o malhumorados o lo que sea, y se negaría a entregar su energía correctamente.

Tenía que ser un problema de traducción, Rick decidió. ¿No lo era?

Él sólo esperaba haber entendido las evaluaciones de inteligencia de los Karbarrianos correctamente. Cuando ellos habían dejado su mundo hogar, el Invid mantenía una fuerza de ocupación relativamente pequeña, y ello sonaba como algo que los Sentinels podían manejar. El plan de Rick era usar las instalaciones de producción en Karbarra –famosas por su adaptabilidad y rendimiento– para iniciar líneas de montaje para fabricar mecha y naves con las cuales armar a los reclutas nativos, aumentando la fuerza de los Sentinels tal vez diez veces.

Lron y su gente fueron renuentes a comentar mucho sobre la idea, y aparentemente mantuvieron la convicción de que el destino traería lo que traería. Eso dio a Rick reservas sobre el plan, y así él convenció a los otros líderes Sentinels de explorar la situación cuidadosamente antes de empezar cualquier ofensiva.

A ese fin, la nave estelar reasumió propulsión a velocidad subluminal a gran distancia del propio planeta. Lisa, en su capacidad como capitán, dio la orden para llevar a cabo la maniobra.

Ella había dejado atrás el uniforme más formal de la REF con su frac y falda. Ahora ella llevaba puesto un muy ajustado bodysuit unisex que parecía más apropiado al estilo rudimentario pero efectivo de los Sentinels, la insignia del grupo en lo alto sobre el pecho izquierdo del arnés del torso semejante a un canesú, al igual que lo estaba en todos los otros humanos. La nave estelar hizo su transición.

Y se encontró, en un instante, prácticamente en el regazo de las fuerzas especiales de Senep.

Lisa se dio vuelta y gritó que pasaran a los puestos de combate.


Por lo que respecta a Crysta y a Lron, ellos habían tomado ventaja de la preocupación de la mayor parte de la compañía de la nave con el retorno a velocidad subluminal para encontrar su camino hacia el hoyo en el cual Tesla era mantenido.

Las Praxianas que estaban de guardia sólo estuvieron demasiado contentas por dejar a los Karbarrianos relevarlas por un tiempo lo bastante largo para que las amazonas fuesen a conseguir algo que comer. Además, ello encajó bien al alcance de la autoridad de Lron para conducir una interrogación.

Cuando ellos estuvieron a solas con él, los ursinoides se pasaron al lugar donde el científico Invid estaba sentado, esposado, detrás de las barras. “Usted nos rogó que no le hiciéramos daño,” Crysta dijo con un gruñido. “Usted dijo que sería de utilidad. Bien, ahora lo puede ser. Díganos lo que sabe de la prisión, y de sus...sus prisioneros. ¿Cómo son vigilados? ¿Cómo pueden ser liberados?”

Tesla la había estado mirando casi indiferentemente, Crysta pensó, aunque era difícil decir el humor de algún Invid por las apariencias. Pero cuando el científico habló, fue con una bondad casi santa.

“¡Ah, Madam Crysta! ¡Si sólo supiera estas cosas, yo se las podría decir a usted, y reparar al menos en cierto grado los crímenes que yo he cometido contra su raza tiempo atrás cuando mi voluntad estaba esclavizada al Regente! Pero vea, yo no se nada de tales planes militares.”

Sus cadenas matraquearon cuando se esforzó por ponerse de pie. “Sin embargo, se me ocurre otra idea. Libéreme, entonces podré bajar a la superficie de Karbarra y negociar por usted al instante. El comandante Invid, sin el Regente allí para contradecir, me escuchará.”

Lron mostró sus dientes. “Te dije que el preguntarle a esta cosa babosa sería inútil,” él dijo a su esposa. Y hacia Tesla, él agregó, “Ahora trataremos un acercamiento diferente. ¡Veamos cuánto puede recordar con una de esas antenas arrancada de su hocico!”

Tesla se retrajo, aunque él era el más grande de los dos. “¡Mantenga su distancia! Su grupo de mando dijo que yo no iba a ser manoseado. ¿Lo ha olvidado tan pronto?”

“Pero los otros no están aquí ahora,” Lron señaló, poniendo una mano en la cerradura. “Y yo lo estoy.”

Crysta, preocupada de que esta posible clave para el dilema Karbarriano no podría sobrevivir al interrogatorio vigoroso de su pareja, estaba diciendo, “Lron, tal vez él esté diciendo la verdad–” Precisamente entonces las alarmas sonaron, ululatos exóticos y gongs cristalinos y cuernos de guerra y otras varias llamadas a las armas de los mixtos Sentinels se levantaron.

Lron se aseguró que la jaula estuviese segura, luego él y Crysta se apresuraron hacia el puente. Cuando dieron vuelta una esquina en el pasadizo, ellos no se percataron de que estaban siendo vigilados desde las sombras.

Burak permaneció oculto hasta que los dos estuvieron fuera de la vista, luego miró fija y pensativamente a la puerta del compartimento que contenía la jaula de Tesla. Finalmente, el sonido de las alarmas lo condujo lentamente, de mala gana, lejos hacia su puesto de combate. Luego él empezó a correr, a correr como si algo lo estuviese persiguiendo.


“Ellos no nos han disparado fuera de control; eso es un poco de suerte que no la esperábamos,” Lisa concedió. “Rick, sugiero que no despleguemos los VTs, al menos no aún.”

Rick encontró su mirada por un momento, entonces inclinó la cabeza.

Allí había muchos menos enemigos de lo que la SDF-3 había confrontado en Tirol. Cuatro de las naves transportes Invid de color rojizo, de forma semejante a almejas gigantes, estaban desplegadas alrededor de una versión mucho más modesta de la nave comando Invid que los humanos habían visto –la que Cabell había afirmado era la nave insignia real del propio Regente. Si los transportes de tropas eran almejas, esta cosa era un pez estelar ominoso.

El liderazgo Sentinel estaba entrando en tropel al puente ahora, reaccionando o no según el modelo de su especie. “Nos han tendido una trampa,” Rick dijo suavemente.

Lisa sacudió su cabeza. “No me parece, o habrían abierto fuego inmediatamente; los Invid son del tipo que primero disparan.” Pero no lo comprendo.


A bordo de la nave insignia de Senep, el comando de las fuerzas especiales finalmente consiguió algunos resultados de la Computadora Viviente de la nave. Parecía que la mayoría de los componentes de la nave no identificada concordaban con los vehículos interplanetarios de los muchos mundos controlados por el Invid, y la estructura central a la cual habían sido unidos se ajustaba al perfil de una nave exótica que el científico Tesla había tenido en construcción.

Las antenas de Senep brillaron con ira. ¡Ese idiota charlatán! Pero –si era Tesla, ¿por qué no se había identificado? Tal vez algo no estaba bien.

Senep inquirió a la Computadora Viviente sobre las capacidades ofensivas del recién llegado. De las armas que pudieron ser identificadas de los bancos de memoria, ninguna se podía medir con el alcance o poder de la nave insignia.

Ciertamente no se asemejaba a nada que el nuevo enemigo –la alianza Humana-Zentraedi– de un modo imaginable podía poner en el campo. Y ninguna nave de una raza súbdita presentaba tal amenaza a una nave comando Invid.

“Nos acercaremos, entonces,” Senep decidió, “al alcance de nuestras armas principales, pero fuera de las de Tesla. Luego enviaremos a nuestros mecha a investigar.”


Lisa se rehusó a responder las comunicaciones de interrogación del enemigo, por supuesto; ninguno de los Sentinels podía imitar a un Invid, y ni si quiera había tiempo para llevar a Tesla al puente, mucho menos para forzarlo.

“¿Pero por qué se están acercando?” la voz misteriosa de Veidt apareció.

Lron gruñó, “Ellos saben lo que nuestras armas pueden hacer; saben que su nave insignia nos sobrepasa en poder de fuego.”

Sólo había segundos para actuar; Lisa giró hacia uno de los micrófonos de gramófono. “Comuníqueme con el Comandante Grant.”

“El camino a seguir,” Rick susurró a su atrevida esposa, dándose cuenta de lo que ella tenía en mente.


“Estoy empezando a obtener lecturas no familiares de Protocultura de esa nave, Comandante,” el Cerebro Viviente de la nave transmitió.

“Lancen los mecha,” Senep dijo, habiendo asumido su posición de ventaja. “Y al primer indicio de resistencia, abran fuego–”

Fue como si él hubiese hablado en el oído de una deidad oyente. En ese momento un tremendo rayo brotó desde una figura de diseño peculiar en el lado de debajo de la nave solitaria. Aquel golpeó la nave de Senep casi en el mismo centro, un estilete de energía que perforó los escudos de la nave comando y el casco, apuñalándola en su corazón, e iluminó a las naves a su alrededor con su erupción moribunda.

Pero Senep había dado una última orden, y cuando la bola de gas recalentado que había sido la nave comando se expandió como un globo, las naves transportes se abrieron de par en par como ostras a punto de entregar perlas.

Los mecha Invid comenzaron a bullir desde ellos: raras y blindadas formas de cangrejos de variados tipos impulsados por poderosos impulsores, zambulléndose hacia los Sentinels.

“¡Lancen los guerreros!” Rick aulló. Él pudo sentir a la nave sacudirse cuando los Alphas y Betas del Equipo Skull rugieron desde sus tubos de lanzamiento en la Unidad Móvil Terrestre, y desde las bahías improvisadas en el resto de la Farrago también. “¡Vince, ve si puedes derribar algunos de esos otros transportes de tropas!”

Pero antes de que la orden saliese de la boca de Rick, la nave de los Sentinels tembló por una segunda descarga del monstruoso cañón de la GMU. Fijada a la parte inferior de la nave como lo estaba, la GMU no estaba en la mejor posición para descargas cerradas de precisión; pero los artilleros de Vince y el equipo de objetivo no eran superados. Un segundo rayo-nova atravesó un transporte de tropas como un punzón de cuero a través de un insecto. Menos de la mitad de sus mecha lanzados, la nave enemiga desapareció en un fuego de estrellas.

“¡Comiencen a disparar! ¡Todas las baterías, comiencen a disparar!” Lisa estaba diciendo en voz alta pero calmadamente en un micrófono. En todas las partes mal unidas de la nave, torretas y lanzadores se abrieron. Las armas secundarias de la GMU comenzaron a proporcionar el posiblemente más pesado volumen de fuego. Así lo hicieron los mecha Destroid no transformables que Vince Grant había ingresado en las esclusas de aire más grandes de la unidad terrestre, usándolos como emplazamientos de armas –precisamente como Henry Gloval lo había hecho en la SDF-1 durante la desesperada batalla con Khyron en el Océano Pacífico de la Tierra, mucho tiempo atrás.

Precipitadas las Naves Pincer Invid, los masivos Enforcers y los comparativamente más pequeños Scouts, disparando como venían, enfurecidos aunque no tenían emociones individuales, con la furia del único propósito de un enjambre de avispones.

En el exterior para encontrarlos llegaron los Alphas de segunda generación, elegantemente letales a pesar de sus pods de aumento para el espacio profundo; los Betas más corpulentos, con su brutal poder de fuego y empuje; y los nuevos Logans, con sus narices en forma de bote de remos, la última palabra en Veritechs.

Liderando al Equipo Skull estaban Max y Miriya Sterling, tan calmos y alertas como nunca. Para ellos, como para el resto de los veteranos Skulls, mayores números de Invid sólo significaba que había muchas más oportunidades para matar. Las muertes comenzaron inmediatamente. La red táctica del Equipo Skull chisporroteaba con intercambios sucintos y ceñudos, los pilotos de forma automática manteniendo una distensión tranquila, sosteniendo la tradición Yeager de las viejas generaciones de Calmos En El Asiento.

“Tengo a uno en tu seis, Skull Nueve.”

“Recibido, Skull Dos. ¿Puedes rascar mi espalda?”

“Afirmativo. Rompe a la derecha, y lo golpearé por ti.”

El Beta que era Skull Nueve condujo a la Nave Pincer Invid acosadora a la línea de tiro de Skull Dos. En breve, resplandecientes andanadas del fuego de un cañón láser de electrones libres hizo desaparecer de la existencia al perseguidor.

“Líder de Skull,” la voz de Lisa apareció, “un elemento enemigo de seis mecha se ha abierto paso por sus fuerzas de protección y está atacando la nave insignia.”

“Skull Dos, Skull Siete, intercéptenlos,” Max delegó, todavía concentrado en el Pincer que estaba tratando de ponerse en el seis de Miriya –la posición de cola, desde la cual aquel podía matar.

Dos y Siete, liderando a sus compañeros de escuadra, se dirigieron lejos a un rescate al menos tan peligroso como una refriega aérea; el fuego AA de los Sentinels no estaba tan bien coordinado como a los pilotos de la REF les hubiese gustado, y existía una buena posibilidad de que los elementos de dos naves del Skull podrían ser derribados por el fuego amigo si las personas en el puente no estaban completamente encima de las cosas.

Por otro lado, eso era lo que hacía al combate más interesante para Max y su pandilla. Ellos eran los últimos ases Robotech, viviendo al extremo donde los jugos fluían y la muerte te saludaba desde cada mecha que pasaba.

“Skull Uno, Skull Uno, pase a Battloid y aguántelos; estaremos justo allí,” alguien estaba diciendo. Miriya llevó a cabo una maniobra asombrosa, lanzando su Alpha como una hojuela mientras el Pincer perseguidor la sobrepasó como una bala, sus discos de aniquilación perdidos. La esposa de Max repentinamente estuvo en la posición de seis.

El predador que ella era, la reina del combate de las Quadronos que una vez fue no perdió tiempo en desmenuzar al Pincer con cortas y altamente controladas ráfagas de descargas explosivas de láser. Aquel emanó flamas, escombros, y gases por un momento, luego se convirtió en un frente de nubes brillante y a la deriva.

Max y Miriya se dirigieron hacia un nuevo vector, para enfrentar tres naves de escaramuza blindadas que se acercaban.

Traducido por Luis N. Migliore (Córdoba, Argentina)
www.robotech.org.ar

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