La Nueva Generacion - Symphony of Light1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 epílogo
¡Oh, qué lugar era este! ¿Una ciudad? La ciudad. Estos gestapos de dos metros setenta centímetros de altura con cabezas de tecno-caballos con sus armaduras negras y sus blasteres estrafalarios... Ellos no atraerían segundas miradas en este pueblo. Observación reportada por Rand en su Notas en el Viaje
Mannatan era la ciudad sobreviviente más grande en las Américas, las Tierras del Norte y las Tierras del Sur. Había sido sacudida y chamuscada por los rayos de aniquilación de Dolza, pero muchas de sus enormes estructuras habían sobrevivido intactas. Tanta muerte había llovido alrededor de ella, sin embargo, que la ciudad había tenido que ser evacuada. Pocas de las millones de personas evacuadas que habían huido a los alrededores irradiados habían sobrevivido, pero para el final de la Segunda Guerra Robotech, personas y pájaros mutantes con envergaduras alares semejantes a las de los cóndores estaban abriéndose paso de regreso a las cuarteadas y fisuradas torres, y la ciudad abandonada lentamente comenzaba a repoblarse. Antes de que los Invid llegaran, las esperanzas eran altas de que la ciudad se levantaría una vez más para convertirse en el gran centro que había sido en el siglo previo, pero esos planes fueron arruinados con la primera oleada de los alienígenas. Sin embargo, la Regis no vio ninguna razón para destruir el lugar; ella construyó meramente una de sus colmenas encima de la estructura más alta –el Edificio Trump de 502,5 metros, el que la colmena encerraba como el nido de unas avispas a poco de su cumbre– y movió a todos los potenciales perturbadores a las granjas de Protocultura cercanas. Con Punto Reflex cerca, los residentes de la ciudad (que computaban menos de un décimo del uno por ciento de la población prebélica de la ciudad) no presentaban ninguna amenaza al dominio de la Regis, y Mannatan era uno de los pocos lugares donde sus Controllers y sus bio-construcciones en realidad patrullaban las calles a pie. Todos estaban naturalmente deseosos de visitar la ciudad, pero Scott fue cauteloso sobre que todo ellos entrasen al instante. Él no estaba seguro de cuán estrechamente la Regis había estado monitoreando sus movimientos recientes, pero dada la reaparición de la mujer Humana de cabellera verde y de la nave comando color naranja y verde, parecía racional asumir que el equipo aún era un asunto de alta prioridad en Punto Reflex. Y con el acceso a la ciudad limitado a un único puente de dos carriles cerca del extremo norte de la isla, Scott estaba en contra de correr cualquier riesgo innecesario. Lancer fue la elección obvia para el hombre de avanzada porque él ya había visto la ciudad –años atrás, antes de la invasión Invid, cuando Mannatan estaba en dominio. Rand serviría como refuerzo, y Annie los acompañaría, sólo para salvar las apariencias. Los dos hombres llevarían blasteres de mano.
“Escuadrón Enforcer Urbano,” retumbó la voz de la Regis por la red de comando de los soldados a pie. “Proceda en formación al Río Este, divídase en unidades, e inspeccionen todos los edificios abandonados en busca de cualquier señal de los rebeldes. No se les debe permitir escapar de nuestras manos esta vez.” Los nueve eran enormes criaturas bípedas patihendidas, equipadas con armadura de batalla negra y blanca, con rifle/cañones adheridos a ambas fundas de los antebrazos. Sus pulidas cabezas sin ojos eran casi cómicamente pequeñas, casi semejantes a delfines debajo de los cascos, con un único escáner redondo por boca –una joya roja en los fauces alargadas del casco. Sobre lo que podría haber sido el caballete del hocico de los líderes había una marca triangular invertida de rango. La mayor parte de los residentes se habían disipado de las calles y regresado a sus casas. Los puestos de las calles habían cerrado, y perros híbridos estaban teniendo un día de maniobras. Allí había dos Humanos, sin embargo, que no hicieron ningún movimiento cuando los soldados se acercaron. Ellos estaban acurrucados en la acera, sus espaldas contra la pared de un edificio en ruinas, vestimentas andrajosas sujetas estrechamente alrededor de ellos, sombreros tirados hacia abajo sobre sus cabezas. Su temeridad habría sido sospechosa si el par no hubiese sido representativo de esa clase de Humanos que tenía propensión por la vida de calle y a menudo eran adictos a muchas mezclas embriagadoras. Sin embargo, considerando la emergencia presente, uno de los soldados tuvo a bien detenerse e investigar al dúo. “Investigando formas de vida Humanas...” el Invid dijo a su superior, apuntando un escáner. “Los sensores no indican Protocultura activa, sin embargo su falta de reacción justifica observación adicional.” El escuadrón se detuvo para echar una mirada, pero después de un momento el líder hizo un gesto de descarte con su brazo derecho. “No pierda el tiempo con estos despojos.” “Pero ellos no se ajustan al perfil Humano estándar,” el soldado comenzó a objetar. “Haga lo que le ordeno,” el líder dijo más ásperamente. “Éstos difícilmente podrían ser los rebeldes que buscamos.” Cuando los soldados se alejaron, una voz amortiguaba y susurrante surgió a través de la ropa de uno de los hombres. “¿Podemos levantarnos ahora? ¡No puedo respirar –la niña me está asfixiando aquí dentro!” “Todavía no,” dijo su compañero, cuidando de no moverse. “Dejémoslos que se alejen un poco más calle abajo.” En breve, Lancer se enderezó, se quitó el sombrero marrón, y mostró una sonrisa de satisfacción a la ahora calle desierta. “Muy bien,” él dijo. Al lado de él, Rand estaba en pánico. “¡Vamos, Annie, abre la manta! ¡Me queda cerca de treinta segundos de aire!” Lancer se puso de pie en sus hilos zarrapastrosos, mientras Annie arrojaba a un lado la manta que ella había enrollado alrededor de sus hombros. Ella había estado sentada en los hombros de Rand debajo de la capa temporal por los pasados diez minutos más o menos. Diestramente ahora, ella saltó lejos de él y se quitó sus anteojos oscuros y su sombrero de fieltro. Detrás de ella Rand estaba masajeando para que vuelva la circulación en su cuello marcado. “¡Mi cabeza! Cielos, Annie, por qué no pudiste haber–” “Lancer, pensé que dijiste que llamaban a este lugar la Ciudad de la Diversión,” ella se quejó, ignorando a Rand. “¡Bien, ha sido una desilusión bastante grande hasta ahora! Todo lo que hemos hecho es vestirnos como vagabundos y escondernos de los Invid. ¡¿Cuándo tendremos un poco de verdadera diversión, huh?!” “¿Cuándo aprenderás?” Rand dijo airadamente, moviendo de un lado a otro un puño sobre su cabeza. “¿Qué crees, que estamos en un parque de atracciones o algo por el estilo? Recuerde para qué estamos aquí.” Ella hizo una mueca y le sacó la lengua a Rand. Lancer se había quitado su disfraz y estaba de vuelta en sus pantalones negros usuales, tank top, y botas de cuero hasta las rodillas. “Deja eso,” él le dijo a Annie. “Tenemos alrededor de cincuenta cuadras que cubrir, así que en marcha.”
Rand acompañó la idea (Annie no tuvo que ser convencida), y en un ratito estaban empujando hacia fuera la reja del conducto que desembocaba en la propia área de almacenamiento de Protocultura. Era un teatro débilmente iluminado con un escenario elaborado, pero todo lo que albergaba ahora eran estanterías y estanterías de latas de Protocultura embaladas. Rand se acercó a uno de los embalajes y forzó con palanca la tapa. “¡Hay suficiente aquí para llevar a un ejército entero a Punto Reflex!” él susurró agitadamente, sopesando una de las latas de combustible del tamaño de una lata de gaseosa. “Siempre que podamos sacarla sin ser descubiertos,” Lancer dijo ausente. “¡Ha! No se preocupe por nada, señor,” Rand comenzó a bromear. “¡Expreso Protocultura a sus órdenes! Lo entregamos de un día para otro o recupera su dinero.” “¡Garantizado!” Annie participó. “¡De hecho, si no cumplimos, le pagamos!” “Ahora todo lo que tenemos que hacer es regresar al centro de la ciudad y contarle a Scott sobre esto,” Rand dijo. “¿Cierto, Lancer?... ¿Lancer, te encuentras bien?” Lancer estaba mirando a su alrededor el teatro, asombrado. “Disculpa,” él dijo, volviéndose hacia sus compañeros de equipo. “Sólo estaba recordando que lugar tan bello éste solía ser.” “¿A qué te refieres?” “Esta es la Sala Carnegie,” él explicó con un barrido de su brazo. “Supongo que no significa mucho para ustedes, pero antes de las Guerras Robotech esta era una de las salas de conciertos más fina en el mundo entero. Recuerdo haber leído sobre ella. Las personas que acostumbraban cantar aquí...” Él sonrió ante el pensamiento. “Yo solía soñar con actuar aquí. Ahora no hay mucha posibilidad de ello, supongo.” “Una cultura de una clase diferente,” Rand meditó. “¿Quizá el Invid comience audiciones de posesión, huh?” Lancer ignoró la tomada de pelo y se permitió una fantasía momentánea que mostraba a Yellow Dancer en el escenario, cantando “Lonely Soldier Boy” a una casa llena... ¡No dejaré que los Invid destruyan mis sueños! él se prometió.
Ellos estaban en medio de la sustracción de unas cuantas cajas de seis latas de la substancia cuando oyeron pasos fuertes haciendo eco en el pasillo y dirigiéndose en su dirección. Ellos ya se habían escondido entre el laberinto de embalajes apilados cuando uno de los soldados a pie Invid entró, aparentemente en patrulla. “Manténganse ocultos,” Lancer advirtió al tiempo que se hacían pequeños. “No queremos decidirlo peleando si no tenemos que hacerlo.” Él y Rand tenían sus armas de fuego de mano desenfundadas. Annie tenía los ojos muy abiertos, tratando de sostener la brazada de latas que no había tenido tiempo de bajar. Lancer cautamente se asomó curiosamente por encima de uno de los embalajes. Él pudo ver al soldado moverse sistemáticamente por los pasillos formados por las estanterías. “Podría estar en un recorrido de inspección,” él dijo suavemente. “Probablemente se irá si no encuentra nada mal, pero estén listos, por si acaso.” Silenciosamente, él se movió a hurtadillas a través del pasillo y se reposicionó para el fuego cruzado. Rand miró a Annie y a su carga precariamente balanceada. “Trata de no moverte. ¡Ni siquiera respires si puedes evitarlo!” Ella cerró su boca estrechamente y volvió a arreglar las latas tan juiciosamente como pudo, pero había una que insistía en resbalarse. Ella hizo un sonido nervioso. El Enforcer pasó pisando pesadamente su pasillo y se detuvo, como alertado por algo. Rand tomó puntería sobre la espalda de la cosa. Aquí vamos de nuevo, él se dijo. ¡Blanco muy fácil...! El Invid comenzó a irse, pero Annie repentinamente estaba desesperada. “¡Rand, ayúdame! ¡Se me resbalan –se van a caer!” Y un momento más tarde lo hicieron, golpeando el piso con un sonido de pinos de bowling derribados. Rand logró sofocar el grito de Annie con su mano, pero el Enforcer había oído suficiente para justificar una segunda pasada por el pasillo. “Se resbalaron,” Annie explicó con pánico después de que Rand quitase su mano. “Lo siento, no pude evitarlo–” “Aquí viene el problema,” él la interrumpió, armando la Gallant. “Sólo quédate en silencio.” El Invid levantó su rifle cuando comenzó a desandar sus pasos, pero su paso permaneció inalterado. Lancer dio una rápida inclinación de cabeza a Rand y levantó su propia arma, preguntándose dónde tenía uno que golpear a estas criaturas para derribarlas. Él escogió el escáner como un objetivo probable y lo centró en su mira. “Sólo unos cuantos pasos más cerca,” Rand estaba susurrando para sí cuando oyó al gato. Al menos sonaba como un gato –un gato más bien grande para colmo. Éste gruñó dos veces más y luego se lanzó de dondequiera que había estado posado. Rand se levantó de puntillas y atrapó un vislumbre de la sombra del animal mientras saltaba de estantería a estantería. ¡Era aún más grande que lo que indicaba su gruñido! Él pudo ver que el soldado Invid había girado su hocico hacia el sonido y también estaba siguiendo la sombra ahora. El gato dio unos cuantos saltos más, haciendo un alboroto del diablo en el proceso. Rand exhaló un suspiro de alivio cuando vio al rifle del Enforcer comenzar a bajar. Obviamente estaba satisfecho de que el animal había sido responsable por el ruido. ¡Lo engañará! él pensó. Él se dejó desplomar en completo agotamiento nervioso cuando el Enforcer dejó la sala, y Annie se acercó a él pensando que él había sido herido o algo por el estilo. Entonces repentinamente el gato estaba de vuelta, gruñendo un maullido largo y ejecutando una caída increíble desde los asientos del palco cerca del escenario del salón. Sólo ahora Rand estuvo seguro de que la cosa no era un gato ordinario. Y de hecho no lo era: era un joven muchacho Hispánico de cabello crespo vistiendo almohadillas para los codos, malla de bailarín color celeste, calentadores de piernas amarillo pálido, y un tank top adornado con una gran J. “¡Vaya eso fue fácil!” el muchacho rió, una pierna cruzada sobre la otra y las manos detrás de su cabeza después de su aterrizaje vertical. “¿Has estado aquí todo el tiempo?” Lancer dijo una vez que él había salido de su sorpresa. El joven asintió con la cabeza. “Ese fue mi gato Persa. ¿Quieren oír mi Siamés ahora?” Annie aún no caía. “¿Quieres decir que ese fuiste tú? ¿No había ningún gato?” “Vaya, así que haces una buena imitación felina,” Lancer dijo cautelosamente, gesticulando con su arma. “¿Qué haces aquí dentro?” Las cejas del muchacho se levantaron. “Qué haces tú aquí sería más satisfactorio, mano. En cuanto a mí, me alojo aquí a veces –pero conozco una gran cantidad de entradas y salidas más fáciles que usar los tubos de ventilación.” “Así que nos viste,” dijo Rand. “Espero que no estés abrigando alguna idea sobre entregarnos...” El joven rió de nuevo. “¿Para qué, forrajear un poco de Protocultura? Vamos, Colorado. Además, no soy un simpatizante, si eso es lo que estás pensando.” Él hizo un ademán hacia el blaster de Lancer. “Mira, no me estoy quejando o algo así, pero ¿qué te parece si bajas esa arma?” Lancer lanzó una mirada hacia abajo hacia el arma y la desactivó. “Ese policía hará otro pase pronto,” el joven advirtió. “Mejor nos vamos, a menos que se estén muriendo por usar su jugo.” Rand se levantó, su H90 casualmente apuntada en la dirección del muchacho. “Enséñanos el camino, Pies Ligeros,” él le dijo. “Estamos justo detrás de ti.”
“Supongo que te debemos una disculpa y nuestro agradecimiento,” Lancer estaba diciendo. “¿Cómo te llamas?” “Jorge,” el joven le respondió. “Tengo una guarida en el balcón de ese lugar.” “¿Puedes entrar en ese lugar a gusto?” Rand preguntó, impresionado. Jorge le mostró una sonrisa destellante a él. “Rayos, hombre, no existe ningún lugar en toda esta ciudad que no podamos ir si lo deseamos.” “Pero los Invid –ellos están por todas partes en este lugar.” “Sí, pero no nos molestan si nosotros no los molestamos.” “Esa fue una gran pantalla la que ejecutaste,” Lancer dijo, cambiando el tema. “Eres todo un acróbata.” “Un bailarín,” Jorge enfatizó orgullosamente. “El hecho es que estaba en camino al ensayo antes de que tuviera que detenerme y salvar sus cuellos.” Él se burló de su mortificación. “Por qué no viene conmigo y nos conocen.” Lancer miró a Rand, quien regresó un encogimiento de hombros de consentimiento. “Bien, estoy totalmente de acuerdo,” dijo Annie, rápida para tomar el brazo de Jorge. “¡Voy a tener algo de diversión en este lugar aunque me maten!”
Él y el trío rebelde estaban en el descansillo de una escalera que dominaba un pequeño escenario, donde una docena de bailarines hombres y mujeres estaban ejecutando patadas marciales sincopadas bajo luces de colores. Era cierta pieza histórica, atendiendo a las antiguas y frenéticas rutinas kata de fines del siglo, con algunas arremetidas pelvianas y break dancing añadidas para variedades. “Son buenos,” Lancer comentó. ¿Me pregunto si sus sueños sobrevivirán a esta pesadilla alienígena? Pero sobre el escenario algunos de los bailarines se estaban preguntando si sobrevivirían al director. Él era más que todo el perfeccionista consumado. “¡Esperen! ¡Alto! ¡Alto!” él estaba gritando ahora, un tonito afeminado en su voz. Él tenía dos veces la edad del más viejo en el escenario pero bien formado no obstante. Él tenía un bigote delgado como una línea y cabello castaño, excepto por una sección de melena blanca. “Esto es atroz, simplemente a-troz. Harvey,” él continuó, indicando, “juro que bailas como una anta en celo. Y Arabella: parece que estás valsando, para el amor de dios. ¡Recuerden, todos, se supone que esto es 1990, no 1770! ¿Así que podríamos por favor tratar de no avergonzarnos?” Todos los bailarines habían adoptado expresiones avergonzadas ahora, y Jorge se aprovechó del lapso en la música para exclamar: “¡Simón! ¡Hey! ¡Aquí arriba!” Cuando el director miró hacia arriba, Jorge señaló con un ademán a Lancer y los otros. “Traje a unos amigos para que miren el ensayo, ¿está bien?” Simón le frunció el entrecejo. “¡Absolutamente no! Tú conoces mis reglas sobre traer gente–” Él interrumpió su regaño y quedó mirando fijamente a Lancer. “¿Estoy alucinando? ¡¿Es ese el rostro que acometió mil resbalones?! ¡¿Lancer, eres tú?! ¿O debo decir Yellow Dancer?” Lancer sonrió y bajó las escaleras para tomar la mano de Simón. Jorge, Rand, y Annie lo siguieron. “Lancer, aún no puedo creerlo,” Simón exclamó. “He pensado en ti mucho... ¿Cuánto ha sido, unos dos años? ¿En Río, no es así? ¿Qué haces aquí? Quiero oírlo todo.” Lancer miró por sobre su hombro a Rand. “Bueno, sólo estamos de paso.” “¿De paso?” Simón dijo, sorprendido. “¿Desde cuándo ya nadie disfruta el privilegio de ‘estar de paso’? No puedes estar hablando en serio.” “Tenemos transportación,” Lancer dijo, cohibiéndose. Simón retrocedió para mirar al trío excéntricamente. “Tal vez no sea de buen gusto hacer demasiadas preguntas,” él dijo después de notar las armas portátiles de Rand y Lancer. “Probablemente no.” Lancer sonrió. “Bueno, tú sólo tienes que venir a la exhibición esta noche, eso es todo,” Simón se entusiasmó. “¿Los Invid permiten actuaciones?” Lancer preguntó. “Aún no han tratado de detenernos. Supongo que consideran que mantienen a los esclavos contentos y fuera de su camino.”
“No lo permitiré,” Sera le dijo. “La observación de estas formas de vida aún no ha sido completada. Requieren más estudio, aún si eso significa que los rebeldes vivan durante un tiempo más.” “Tu indulgencia es un síntoma de debilidad,” Corg le respondió. “Yo digo que los destruyamos ahora.” Ella lo miró hacia abajo con odio desde el enorme trono –una cosa monolítica de dos cuernos ubicado encima de lo que parecía ser una seta de tallo grueso y de cima plana, adornada a lo largo de su borde exterior con una banda de discos rojos brillantes. Debajo del casquete estaban dos Enforcers Urbanos, tan mudos e inmóviles como estatuas. La propia habitación cubierta con una cúpula asemejaba el interior de una célula nerviosa viva. “Pareces olvidar nuestras instrucciones, mi hermano. Debemos estudiar los patrones de comportamiento de los Humanos y aprender de ellos.” Corg hizo un sonido de descontento. “El experimento está prácticamente completo. Es hora de exterminar estas formas de vida. Proseguiré con mi programa, a pesar de las instrucciones.” Ella sabía que él había sido derrotado en cada ocasión y se preguntó si esto estaba influyendo en su comportamiento, pero ella no quiso sacárselo a colación. “Te lo advierto, Corg, no desafíes mi autoridad en este asunto. La Regis me ha puesto a cargo.” “Por el momento,” él gruñó. “¿Qué te hace estar tan seguro de ello?” “Es perfectamente obvio. Tú no tienes estómago para la destrucción. Pero has sabido siempre que nuestro plan requiere la erradicación de estas criaturas. Y yo tengo la intención de comenzar ese proceso inmediatamente.” Corg desaparecía a través del piso de la colmena aún cuando Sera le estaba ordenando terminar su ataque. Ella se volvió a sentar para digerir las palabras de él. Quizá él tiene razón, ella comenzó a decirse. Tal vez no tengo la determinación para llevar a cabo esta tarea. Ella tuvo que admitir que no tenía control de las emociones que le impedían destruir a los rebeldes –especialmente a aquel que la había tocado con su voz. Seguramente ella lo debía haber matado cuando se habían enfrentado mutuamente en el abismo. Pero ella lo había dejado vivir, y ahora Corg estaba comenzando a sospechar de ella. De repente pareció imperativo que ella hablase con Ariel, porque en esa breve confrontación con su hermana perdida ella se había acercado a entender algunos de los cambios que estaban ocurriendo en su interior. Sera se puso de pie apresuradamente. Debo tratar de encontrarla...
Del otro lado del Río Hudson, donde Scott y el resto del equipo estaban esperando noticias de Lancer, Marlene sintió el impulso destructivo del jefe militar y gritó mientras esas emociones infernales asaltaban su conciencia una vez más. Scott estuvo a su lado en un instante. “¿Dónde?” él preguntó mientras trataba de confortarla. “¿Dónde están atacando?” “La ciudad,” ella logró decir, las manos apretadas contra su cabeza, el cuerpo meciéndose de un lado a otro en los brazos de Scott. “¡Van a aniquilar la ciudad entera!” “Pero tienes que estar equivocada,” Scott comenzó
a decir cuando el sonido de las primeras explosiones lo alcanzaron.
Él tomó un escáner binocular y corrió al
borde del techo que era su campamento temporal. Apuntándolo sobre
la ciudad, él vio innumerables destellos de luz intensa, y en
minutos pareció que la porción norte entera de la isla
estaba ardiendo.
Traducido por Luis N. Migliore (Córdoba, Argentina) |