La Nueva Generacion - Symphony of Light

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 epílogo

Capitulo 3

En momentos de tranquilidad me encuentro preguntándome sobre los hombres y las mujeres con los que he servido durante estas largas campañas. Pienso sobre los dejados atrás, como Max y Miriya, y los enviados, como John Carpenter, Frank Tandler, Owen, y el resto. La lista continúa y continúa. ¿Me habría unido a aquella tripulación si no hubiese sido por los Sentinels; habría abandonado estos oscuros dominios por siquiera una oportunidad de ver los cielos azules de la Tierra una vez más? Pienso: Absolutamente. ¿Pero qué me puede ofrecer mi mundo ahora? Ciertamente paz no, esa especie comprometida. Retiro, tal vez. ¡Cómo reiría Lisa!

Almirante Hunter, como se cita en Selig Kahler, La Campaña Tiroliana


El liberar a los Veritechs y a los Cyclones de la avalancha de nieve probó ser un reto mayor del que nadie había esperado. El equipo aplicó el calor colectivo de sus blasters MARS-Gallant H90 de mano contra los trozos masivos de hielo que se habían soltado durante el alud, para la salida del sol ellos habían tenido éxito en descongelar el Guerrero Alpha. El explosivo Tango-9 y los propulsores de los VTs hicieron el resto del trabajo en una décima del tiempo, pero Annie y Marlene sufrieron casos leves de congelamiento no obstante. Y a pesar de la proyección optimista de Scott, le tomó al equipo varias estrellas falsas y otros dos días cruzar la cordillera Sierra. Pero aguardándoles estaba el desierto con esos vientos calientes de las regiones montañosas, y con ello llegó un sentido renovado de propósito y determinación.

Esta era la misma extensión árida cruzada por los pioneros y aventureros durante la arremetida de Norteamérica hacia su horizonte occidental, pero pocos la hubiesen reconocido como tal. Durante las últimas dos décadas la región había visto períodos de devastación rivalizar con aquellos de sus años de geoformación. La flota de Dolza de cuatro millones de naves no había descuidado las ciudades que habían surgido allí arriba, y tampoco lo había hecho Khyron después de que Nueva Macross había surgido en primer plano. Vastos tramos del territorio estaban llenos de cráteres por los miles de rayos de aniquilación llovidos sobre ellos, aún anfitrión de igual número de oxidados acorazados Zentraedi, empujados como lanzas de guerra dentro del asolado suelo. Justo al norte de la ruta actual del equipo estaban los restos de Ciudad Monumento, que había jugado tal papel crucial en la Segunda Guerra Robotech.

Centros de población se habían desarrollado en algunos de los cráteres, pero la mayor parte de éstos estaban abandonados ahora, sus otrora residentes regresados a los estilos de vida más propios de las tribus nómadas originales del territorio que de los Robotécnicos quienes una vez habían tratado de infundir nueva vida en los desiertos.

Scott había escuchado asiduamente la información de Lancer y de Lunk; él por supuesto había leído y oído narraciones de Macross y Monumento, y la cercanía del equipo a esas ciudades legendarias lo llenó de una admiración temerosa normalmente reservada para lugares sagrados y lugares de poder arqueológicos. Ello le hizo pensar sobre el largo camino que le había tomado regresar a esta tierra del nacimiento de sus padres y los traidores que se encontraban adelante. El equipo estaba cerca de Punto Reflex ahora –la presencia de una torre Invid le aseguraba a él esto– pero él tuvo que preguntarse cuántas vueltas más ellos tendrían que negociar antes de pararse en el portal de la colmena central de la Regis, cuántos Invid se encontraban en su camino, y cuántas muertes más su viaje ocasionaría.

Había muchas de tales torres de comunicaciones colocadas alrededor del complejo colmena, y Scott sabía por experiencia pasada que el progreso futuro del equipo hacia Punto Reflex dependería de cuántas de éstas ellos podrían rodear, o mejor aún, destruir. Las opciones eran discutidas mientras el equipo hacía campamento temporal cerca de un río serpenteante donde álamos y coníferos proveían una cinta verde estrecha de seguridad y sombra. Finalmente fue decidido que Scott y Rand reconocerían el área distante; cerca estaban las ruinas de una ciudad desertada y lo que parecía ser un pueblo habitado. Annie insistió en ir con ellos, esperando que ellos tropezarían con un vaquero o dos.

Los tres luchadores de la libertad partieron en Cyclones, Annie en su lugar acostumbrado en el asiento trasero en la motocicleta de Rand. Sólo Scott iba en armadura de batalla. Rand había tratado de disuadirlo de ello pero pronto reconoció que Scott se imaginaba la única ley y orden público entre aquí y Punto Reflex.

Un breve viaje los llevó al pueblo que ellos habían vislumbrado desde los Veritechs, una combinación curiosa de edificios modulares de alta tecnología y estructuras de madera adaptadas según diseños de siglos de antigüedad, completos con fachadas elaboradas, aceras de madera resguardadas, y postes de amarre para caballos y animales de carga. Las calles de tierra estaban vacías, pero esto ya no llegaba a sorprender. Scott estaba seguro de que los lugareños estaban bien conscientes de su llegada y meramente estaban ocultándose hasta el momento apropiado. Mientras ellos circulaban con los Cyclones por la calle principal del pueblo, él casi podía sentir las armas siendo apuntadas sobre ellos desde las ventanas de los pisos superiores.

La única cosa con la que él no había contado era ser arrestado.

Pero eso es precisamente lo que los residentes de Bushwhack tenían en mente cuando finalmente se mostraron, veinte más o menos, vestidos con vestimentas del siglo XX y armados con rifles, escopetas, y revólveres antiguos. Ellos formaron un círculo ancho alrededor de los rebeldes y ordenaron a Scott y a Rand alejarse de sus mechas. Scott estaba dispuesto a cumplir –aún a ir tan lejos como quitarse su armadura de batalla– hasta que vio aparecer las cuerdas. Pero para entonces era demasiado tarde para hacer algo al respecto. Él y Rand fueron desarmados, atados, y llevados por la multitud mofante a la oficina del alguacil de policía.

Él era un hombre bajo y robusto con cabello negro crespo y un bigote manillar. Vestía un sombrero de fieltro de ala ancha y copa hundida desgastado y un abrigo de piel de oveja. Scott no veía que exhibiese ninguna insignia, pero cuando el alguacil de policía le apuntó con un revolver de seis tiros, él dejó de mirar.

“Cualquiera que ande vestido de esa manera sólo está buscando problemas” el alguacil le dijo, señalando con un ademán a la pila de armadura de Cyclone que Scott había apilado en la calle. “Concluyo que están arrestados, forasteros.”

“¡Pero no hemos hecho nada!” Rand protestó, luchando contra la cuerda enrollada alrededor de sus brazos. Calladamente él se maldijo por haber escuchado la lógica atolondrada de Scott sobre los uniformes y el ganarse el respeto.

“Bueno, parece como que podría hacer algo,” el alguacil le respondió, colocando el cañón del revólver cerca de la cabeza de Scott.

“¡Es ilegal!” Scott argumentó, tratando de alejarse.

“Sí, usted no nos puede arrestar sin cargos,” Annie agregó.

Los ojos oscuros del alguacil se estrecharon. “¿Enserio? Bueno, calculo que yo seré el que decida eso, jovencita. Sus soldados renegados tratan de apoderarse de todo. Pero no los dejaremos apoderarse de este pueblo.”

“¿Quién querría hacerlo, de todos modos?” dijo Annie.

“Pero no somos renegados,” Scott argumentó. “Soy de Marte–”

“¡¿De Marte?!” el alguacil rió y giró hacia la multitud. “¿Oyeron eso, amigos? ¡Es de Martes!” El gentío comenzó a alborotarse. “Es mejor que se los digas al juez, soldadito.”

“Bien,” Scott dijo a través de dientes rechinantes. “Llévenos con él.”

El alguacil sonrió y empujó su sombrero hacia atrás de su cabeza. “Lo está viendo.”

De nuevo la multitud se puso de buen humor, riendo y burlándose. Uno balanceó un lazo corredizo delante de la cara de Rand, mientras que un segundo comenzó a inspeccionar las botas de Rand con un destello malévolo en sus ojos. Eso era lo que le importaba a la atmósfera festiva, hasta tal grado que nadie advirtió las dos figuras extrañas que estaban observando la escena de cerca. Uno era tal vez sesenta centímetros más bajo que su compañero, pero ambos estaban vestidos igual, con gafas protectoras, cascos, capuchas, y capas largas hasta los pies.

“Parece que estos forasteros van a estar ocupados por un rato,” dijo el más alto de los dos.

“¿Entonces supongo que no necesitarán sus Cyclones, huh, Roy?”

“Creo que es justo que veamos que no se les haga ningún daño.”

“A los Cyclones, quieres decir.”

“¿A qué otra cosa me referiría?”

“Bueno, podría ser a los forasteros.”

Roy hizo una cara. “¿Alguna vez me has oído expresar alguna preocupación por los forasteros antes?”

“No... pero–”

“¿Y es probable que esté interesado en los forasteros?”

“Bueno, no. Pero–”

“Entonces creo que sería prudente para ti apegarte a nuestro plan original.”

“¿Apegarte, Roy?”

“Como en ‘adhiérete.’”

“¿Debo traer el camión?”

Roy dejó salir un sonido exasperado. “Sí, Shorty, debes traer el camión.”


De regreso en el campamento en los alrededores del pueblo, Lancer, Lunk, Rook, y Marlene estaban haciendo lo que podían para camuflar los VTs con ramas estratégicamente colocadas y racimos de artemisa y plantas rodadoras. Ellos habían movido a los Guerreros a cierto tipo de refugio natural que Lancer descubrió, un afloramiento rocoso con bastante matorral circundante. Parecía una tarea absurda, pero al menos estaba manteniendo a todos ocupados.

Lancer no había estado a favor del desvío de Scott al pueblo; siempre que Scott desaparecía, normalmente significaba problemas para el resto de ellos. Era de cierto alivio saber que Rand y Annie estaban con él, pero no lo suficiente para no preocupar a Lancer. La fuente mayor de su preocupación, sin embargo, era Marlene. Ella había dicho poco estos pasados dos días, y era obvio para Lancer que su confrontación con la piloto humano de la nave comando Invid había tenido un efecto devastador. ¿Era posible, él se preguntó, que Marlene haya sido utilizada en un modo similar alguna vez? Tal vez ella había escapado después de que su propia nave comando fuese destruida. Había cierta lógica en ello, ya que, al igual que la piloto rubia, Marlene parecía no tener ningún recuerdo de su vida pasada.

Yo no pertenezco con ustedes, Lancer podía oírla decir. Sólo les traeré problemas.

Marlene estaba consciente de la preocupación de Lancer y le sonrió débilmente mientras continuaba tirando puñados de hierba alta desde la tierra arenosa. Entonces repentinamente ella estaba arrodillada, lamentándose y agarrando con sus pálidas manos sus sienes. Lancer saltó desde el radomo del Alpha, pero Rook se le adelantó al lado de Marlene y ya estaba acariciando el largo cabello de la torturada mujer y diciendo palabras calmantes en su oído para cuando Lancer llegó a ella.

“Debe estar sintiendo a los Invids de nuevo,” Rook dijo a Lancer y a Lunk. “Le dije a Scott que esto sucedería si acampábamos demasiado cerca de esas torre de comunicaciones.”

Lunk sacudió su cabeza. “No estamos tan cerca de la cosa. Pero quizá haya una granja de Protocultura en los alrededores.”

Lancer se arrodilló para tomar la mano de Marlene. “¿Marlene, puedes decirnos qué estás sintiendo? ¿Puedes decir por el dolor si es una patrulla o una colmena?”

Marlene apretó el talón de su mano contra su frente y hizo un sonido desesperante.

“Estás pidiendo mucho de ella, Lancer,” dijo Lunk.

“Escucha,” Lancer dijo, volviéndose. “sé lo que estoy pidiendo. Pero podría ser que Scott y Rand estén en peligro, y Marlene puede ser capaz de llevarnos a la fuente de ello.”

Rook lo miró como si él acabase de condenar a Marlene a la destrucción. “Cuanto más se acerca, más intolerable el dolor llega a ser. No tengo que decirte eso.”

“No, no tienes que hacerlo. Pero todos nosotros estamos en peligro aquí –no sólo Marlene.” Él tocó la mejilla de Marlene con las puntas de sus dedos, y ella abrió sus ojos. “La decisión es tuya. ¿Crees que puedes guiarnos a la fuente de tu dolor?”

“Puedo... intentarlo,” ella respondió débilmente.

Lancer apretó su boca e asintió con la cabeza. “Entonces iremos juntos,” él dijo, poniéndose de pie.

Rook y Lunk estaban completamente en contra de ello, pero Lancer los convenció de que no existía realmente otra elección. Marlene era parte del equipo, con fortalezas y debilidades tal como el resto de ellos. Y sólo tenía sentido explotar sus fortalezas, especialmente cuando ese sistema temprano de advertencia suyo estaba aportando. Así que una hora más tarde Lancer y Marlene estaban paseando por los yermos, lado a lado en el APC que Lunk les había entregado de mala gana.

“¿Estás bien?” Lancer le preguntó después de que ellos habían estado manejando durante algún tiempo.

Ella inclinó la cabeza sin decir nada.

“¿Aún está allí el dolor?”

“No ahora. Es como si alguien sólo lo hubiese apagado dentro de mí.”

“Ayudaría si tú pudieses recordar algo sobre tu pasado.”

“Me siento como que hubiese nacido el día en que ustedes me encontraron, Lancer. No hay nada más allá de eso –estoy vacía.”

Él la miró. “Sin embargo, tenías una vida. Sólo necesitamos descubrir quién eras.”

Marlene se encogió de hombros. “¿Cuánto recuerdas del día en que naciste?”

“No mucho,” él comenzó a decir. Entonces de repente allí estaban dos hombres a caballo situados delante del vehículo. Lancer detuvo el APC en seco, instintivamente extendiendo su brazo derecho a través de Marlene; los caballos se levantaron, sus jinetes apuntando sus rifles.

“¡Un movimiento en falso y tendrás una mina de plomo en las entrañas!” advirtió uno de los hombres. “¿Cómo estuvo esa amenaza?” él preguntó a su socio.

El segundo jinete repitió la advertencia para sí y sacudió su cabeza. “No me gusta. Demasiado... misterioso.” Él apuntó su rifle a Lancer. “Supongamos que nos dices que están haciendo en estos lugares, Cabellos Lavanda.”

Lancer suprimió una sonrisa. El hombre llevaba puesto un pañuelo grande de colores y un par pequeño de anteojos matizados. Su voz sonaba como papel de lija en el cemento. “Sólo salimos a dar una vuelta, y nos perdimos,” él les dijo tímidamente.

“¿Sí?” dijo el primer jinete. “A mí me parece que tienes algo en mente además de conducir.” Él empezó a reír deliberadamente, mirando de reojo a Marlene.

Lancer sonrió y colocó su brazo alrededor de Marlene, acercándola. “Bueno, caramba,” él parodió al jinete. “creo que deben saber que, estamos recién casados.”

“Bueno, no es de extrañar que te hayas distraído,” el jinete exclamó, bajando su arma. “¡Yo lo hubiera hecho, también!”

“Deja de parlotear y atiende los negocios, Jesse,” su secuaz le dijo. “Ustedes amigos pueden no saberlo, pero hay una pandilla operando por aquí, y tienen suerte de que no les hayan robado el automóvil o cualquier otra cosa.” Él desarmó su arma.

“Pero peor que eso, se dirigen directamente al territorio Invid.”

“Gracias,” dijo Lancer, dándose al juego. “Yo y mi novia apreciamos que nos hayan advertido de semejante peligro.”

El hombre de voz ronca pareció ofrecer una sonrisa debajo del pañuelo grande de colores. “Parece que hablamos el mismo idioma, forastero, así que le diré lo que haremos: Vamos a mostrarles dónde pueden comprar algunas armas muy finas para que se defiendan.” Él tiró de las riendas para hacer girar su montura. “Sólo sígannos.”

Los dos jinetes comenzaron a alejarse al galope. Lancer mantenía el APC cerca por detrás. Su sendero rumbeando hacia el este a lo largo de los restos de una otrora ancha autopista.

“¿Por qué confías en ellos?” Marlene preguntó.

“No lo hago. Pero tengo curiosidad sobre estas armas. Quizá exista un grupo de resistencia operando en los alrededores.”

Los bandoleros los llevaron dentro de una de las devastadas ciudades de los cráteres sobre las que Scott y Rand habían volado más temprano aquel día. Sus otrora torres altas no eran sino caparazones vacíos ahora, quemadas y derrumbadas como tortas de capas caídas. Hace algún tiempo atrás un río había alterado el curso y vuelto la mayor parte del cráter en un lago contaminado. Pero adyacente a la cascada resultante, prácticamente debajo de su flujo atronador, había un túnel enorme que llevaba a una arena de algún tipo, y fue dentro de esta que los jinetes desaparecieron. “Cuchitril,” ellos lo llamaban. Dentro, sin embargo, había una sorpresa aún mayor: los restos oxidados de una fortaleza de batalla Robotech. Ésta había aterrizado sobre su barriga y de algún modo parecía estar amalgamada a sus alrededores arruinados.

Lancer no pudo menos que registrar su asombro. La nave no era ni con mucho como los cruceros desarrollados durante la Segunda Guerra Robotech; tenía más en común con los acorazados Zentraedi orgánicamente moldeados de la Primera. Y sin embargo no era Zentraedi, tampoco. La bruñida proa de apariencia de tiburón y la masiva popa de propulsores triples se acercaban más a los híbridos sobre los que él había oído hablar –naves construidas en Tirol y enviadas a casa bajo el mando de un cierto Mayor John Carpenter. Lancer dijo ese tanto a los dos jinetes. Ellos habían desmontado y se habían quitado sus cascos y capuchas; en lugar de los tecno-proscritos que habían detenido al APC ellos eran dos veteranos de cabellos plateados con bigotes gruesos y caras envejecidas por una miríada de soles.

“Sip, y está vieja y oxidada, al igual que su tripulación,” dijo el llamado Jesse, quien lucía una vincha y tenía un modo loco de reír.

“Entonces ustedes eran parte del comando del Almirante Hunter,” dijo Lancer.

“Eso es algo de lo que no hablamos por aquí, hijito,” replicó Frank, quien habría tenido unos cuantos años más que su compañero de monta. Su cabello era más corto que el de Jesse, y su bigote carecía de la misma encorvadura de forajido.

Justo entonces un tercer miembro de la pandilla atravesó una escotilla abierta en la nave encallada. Él tenía una olla de cocina en una mano y un cucharón en la otra. Con su cara afeitada y limpia y su cabello negro arreglado él parecía ser mucho más joven que ambos de sus compañeros; además, él vestía un uniforme de color celeste que llevaba cierto parecido al de Scott. Lancer vio, sin embargo, que no había ningún signo de vida en los ojos oscuros del soldado. Él trató de interrogar al hombre cuando pasaba por al lado del asiento del conductor del APC pero no obtuvo respuesta.

“No le presten atención,” Jesse dijo a Lancer. “Gabby no le ha dicho una palabra a nadie desde que llegó aquí.”

Frank les invitó con un gesto hacia la rampa que llevaba a la bodega del crucero de batalla. “Entren aquí, forasteros, así podemos mostrarles lo que tenemos.”

Lancer y Marlene los siguieron adentro. Apilados en alto adentro había cajas de alta tecnología que Lancer sabía contenían artillería láser de todo tipo.

Jesse hizo un barrido abierto con su brazo. “¡Bienvenidos a la tienda general mejor provista en todo el Oeste!”


De regreso en el pueblo, el alguacil trataba de seguir el rápido y furioso flujo de las palabras de Scott. Él y sus hombres habían arrojado a los tres soldados renegados en una celda, pero eso no había puesto fin al lenguaje campanudo y retumbante y delirante del líder.

“Por si acaso le interesa, Alguacil,” Scott estaba diciendo ahora, sus manos aferradas a las barras de la celda, “sucede que por casualidad soy un oficial de la División Marte. Fuimos enviados aquí desde Tirol por el Almirante Hunter para liberar a la Tierra del yugo Invid. Hasta donde se soy el único sobreviviente del grupo de asalto, pero a pesar de todo, mis órdenes son localizar y destruir a la Invid Regis y a la colmena central en Punto Reflex. En resumen yo–”

“¡Basta!” el alguacil gritó, levantando sus manos. El hombre había estado continuando así por más de una hora, y él no podía soportar más de eso –toda esa conversación sobre grupos de asalto y una flota de ataque en camino a la Tierra desde el otro lado de la galaxia... Una que otra vez uno podía oír este tipo de cosa de personas que habían llegado vagando por los desiertos pareciendo que acababan de recibir comunicados de la Cámara de los Lores, pero eso no significaba que él tenía que quedarse en su sitio y escuchar hasta el último de ellos. “Sólo está desperdiciando su aliento si espera que le crea tal patraña. Además, oí hablar de una mejor que esa por el último grupo de rufianes que apareció por aquí.”

Scott estaba a punto de abordar el argumento desde un frente diferente cuando oyó un tiro resonar desde fuera la oficina del alguacil. Un momento más tarde uno de los hombres del alguacil irrumpió por la puerta del frente.

“¡Cuatreros, Alguacil! ¡Se llevaron las motocicletas!”

Scott sacudió las barras y maldijo.

Rand gritó: “¡No los deje escapar, Alguacil!”

El alguacil se dirigió a la puerta a tiempo para ver a dos de sus hombres vaciar sus revólveres en un camión que iba a toda velocidad por la calle principal. Él sólo pudo discernir una figura en la parte posterior descubierta, una figura encapada y cubierta con casco gritando sobre el ruido de los disparos: “¡Muy agradecidos, Alguacil! ¡Nunca habríamos podido llevárnoslas si usted no hubiese encerrado a los forasteros!”

El alguacil miró hacia la celda de la cárcel, la puerta de la oficina abierta, luego otra vez al camión.

“¡Usted es responsable de esto, Alguacil!” Scott gritó, furioso.

“Ha puesto en peligro toda nuestra misión,” dijo Rand.

“¡Estúpido patán!” Annie agregó.

El alguacil contempló su posición: él conocía muy bien a los ladrones, y ciertamente él no se imagina enredándose con ellos. Al mismo tiempo, él era responsable de la propiedad de los forasteros. Así que sólo tenía sentido dejar a los forasteros ir tras sus propias máquinas. Él giró hacia uno de sus asistentes y dijo: “Ensilla una par de caballos rápidos.”


“Esto, debe datar claramente de la guerra contra los Maestros Robotech,” dijo Lancer, sopesando una de las muestras del embalaje abierto. Realmente no era muy diferente de los rifles láser a los que el equipo estaba acostumbrado, excepto que el cañón era algo más grueso y el mecanismo de disparo más complejo.

“Material del ejército de John Wine,” Jesse dijo orgullosamente.

Lancer levantó el rifle hasta la posición terciada. “Supongo que no sería considerado de buen gusto preguntar dónde los consiguieron, ¿huh?”

“¿Por qué debería preocuparle?” Jesse quiso saber.

“Los buenos clientes no hacen demasiadas preguntas,” advirtió Frank, bebiendo a tragantadas de una botella de whisky.

Jesse rió. “Frank tiene razón, Lavanda. Pero cálculo que no hará daño el decírselo.”

Él cruzó la bodega para explicarse, lo suficientemente cerca para Lancer para ver la locura del espacio en sus ojos.

“Tiempo atrás cuando, éramos soldados. El ejército nos entregó estas armas.”

“Así que ustedes son parte de la tripulación vieja y oxidada de esta nave.” Lancer sonrió falsamente. “¿Entonces por qué no están combatiendo al Invid con todo este poder de fuego en lugar de jugar a los ladrones?”

Jesse frunció el entrecejo y miró lejos por un momento. “Nos hartamos de la lucha. Estuvimos con el Almirante Gloval en la SDF-1; después, nos enrolamos en la misión Expedicionaria. Viajamos al otro lado de la galaxia, hijito, a un lugar remoto llamado Tirol. Luego cometimos una maldita equivocación y nos enlistamos con el Mayor Carpenter. Por supuesto, finalmente logramos regresar, pero para entonces el General Leonard y sus muchachos tenían las manos ocupadas con los Maestros Robotech. Así que nosotros sólo nos retiramos, si sabes lo que quiero decir. Ahora vendemos provisiones a los luchadores de la resistencia, así que calculo que estamos haciendo nuestra parte.”

Marlene vio la cara de Lancer empezar a enrojecerse y hizo lo que pudo para calmarlo deslizándose bajo su brazo y apoyando su cabeza contra su hombro. Pero la ira de Lancer no fue mitigada tan fácilmente.

“Obteniendo una buena ganancia para ustedes, ¿no es así?”

Jesse rió. “Calculo que estamos en eso.”

“Ustedes no son más que un montón de desertores,” él comenzó a decir. Pero repentinamente hubo nuevos sonidos llegando por el aire desde fuera de la bodega. Un camión se había detenido en la arena. Lancer oyó a alguien gritar: “¡Miren lo que conseguimos!” seguido por un alborotado “¡yaahoo!”

Jesse y Frank estaban parados en la escotilla. “¿Me pregunto dónde las habrán robado?” Jesse dijo antes de que los dos hombres salieran.

Lancer oyó motores de Cyclones.

“¿Por qué no ves si puedes hacer un poco más de ruido?” gritó Frank. “¡No creo que esas cosas puedan oírse a más de treinta kilómetros!”

“Aw, el alguacil ni siquiera se molestó en mandar una cuadrilla tras nosotros,” el recién llegado gritó en réplica, riendo tan salvajemente como Jesse lo había hecho un momento antes.

“Reprime esa palabrería, Shorty,” Frank ordenó. “Tenemos compañía.”

Cuando Lancer y Marlene estaban bajando la rampa de la bodega, Jesse giró para preguntarles si estaban interesados en comprar un par de Cyclones. Lancer vio a dos hombres con capas y cascos a horcajadas sobre mechas que ellos habían bajado de la parte posterior del camión. Le tomó un momento reconocer los Cyclones, y tuvo que aquietar a Marlene antes de que dijera algo.

“Jóvenes amigos, conozcan a Roy y a Shorty,” dijo Frank, gesticulando hacia los hombres. Roy era alto, con una cabeza calva y estúpida. Shorty era bizco y tenía una cara estrecha. Él se encrespó por la presentación de Frank.

“¡Te dije que no me llamaras Shorty, Frank!”

“Bueno, tenemos que llamarte de alguna manera,” Frank le respondió.

Jesse se inclinó a través del manillar del Cyclone para extender su barbilla hasta Shorty. “¡Te llamaríamos por tu verdadero nombre si pudieras recordar cuál era, Shorty!”

Shorty se levantó sobre los apoyos para los pies. “¡Eso no es cómico!”

Parecía como si él fuera a darle un gancho a Jesse precisamente entonces, pero Gabby apareció de ninguna parte con su olla y le puso un fin rápido a ello sirviendo con el cucharón un poco de guisado caliente sobre la mano desnuda de Shorty.

Shorty gritó y se agarró la mano, mientras el resto de la banda se reía a carcajadas.

“A Gabby no le cae demasiado bien Shorty,” Jesse dijo a Lancer y a Marlene. “¿No es así, Gabby?”

Gabby permaneció quieto, casi catatónico, absorto de todo ello.

“El hecho es que, a Gabby no le cae bien nadie,” Frank hizo oír su voz. “Está un poco chiflado.”

Lancer examinó al hombre uniformado y experimentó una arremetida de compasión. Gabby pareció recobrarse y caminó hacia la escotilla, ofreciendo la olla de guisado a Marlene.

“¡Tengan cuidado, amigos!” Shorty les advirtió. “¡Él podría arrojárselo!”

Pero en vez de ello, él simplemente sostuvo la olla hasta que Marlene la tomó de su mano.

Frank tocó su barbilla. “Bueno, que me lleve el diablo. Se los está ofreciendo.”

Marlene le agradeció.

“¿Bueno, no es este un día para sorpresas?” dijo Roy.

Shorty cuidaba su mano quemada. “Es la primera vez que lo veo hacer algo bueno por alguien.”

“Él trató de volver a unirse al equipo de Hunter cuando esos niños del decimoquinto ATACs se apoderaron de la nave de Jonathan Wolff,” Frank explicó. “Pero su Veritech fue derribado antes de que él pudiera lograrlo.”

Jesse se bufó. “El tonto trataba de incorporarse ala guerra otra vez. Debió estar más loco que una ardilla.”

Los cuatro viejos veteranos se echaron a reír.


Traducido por Luis N. Migliore (Córdoba, Argentina)
www.robotech.org.ar

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 epílogo

VOLVER A LA PAGINA PRINCIPAL | VOLVER AL INDICE DE NOVELAS