Los Maestros de la Robotecnia - The Final Nightmare1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26
Es irónico que la expedición de la SDF-3
haya estado en camino a encontrar a los Maestros Robotech para asumir
un acuerdo diplomático, exactamente al mismo tiempo que los Maestros
estaban en camino a la Tierra. Naves pasándose de largo en la
noche, en verdad. Mayor Alice Harper Argus (Ret.), Fulcrum: Comentarios sobre la Segunda Guerra Robotech
Pero no por mucho tiempo. La cosa se levantó de nuevo, de ojos vacíos, la piel estirada estrechamente a través de su cara, mirando de soslayo como un esqueleto. Éste se precipitó sobre él con velocidad y destreza antinatural, disparando un tipo de arma de mano. El soldado raso pasó con un golpecito rápido de proyectiles cubiertos con teflón a energía y mantuvo el gatillo apretado, hasta que el zombie fue trozos humeantes de escombro. Pero de repente otro zombie se levantó, sonriendo, para dirigirse hacia él y luchar cuerpo a cuerpo, sin habilidad pero tan inexorable como un perro loco. Ellos presionaron rifles uno contra el otro. Sólo la armadura del soldado de infantería evitó que éste perdiera su garganta. En todas partes era lo mismo. Sólo unas cuantas unidades de la Cruz del Sur habían sido desplegadas aquí en Newton, para vigilar contra un aterrizaje en el perímetro extremo de Ciudad Monumento. Los soldados rasos eran muy excedidos en número por los Muertos Vivos. Lo que había sucedido entre los civiles indefensos, los soldados ni siquiera podían pensarlo. Los zombies seguían viniendo aún después de que sus armas se habían agotado, tratando de luchar mano a mano, sólo queriendo matar antes de que ellos mismos muriesen por las dosis excesivas supercargadas que se les había inyectado. A tiempo, los sobrevivientes Humanos se reunieron cerca de la plaza central de la ciudad. Formaron un pequeño cuadro de quince hombres y mujeres, una hilera de pie y una arrodillada. Como algo salido de una fantasía del imperialista de siglo XIX, el cuadro disparó y disparó en todos los frentes mientras los malditos se precipitaban sobre ellos. Una y otra vez el tremendo poder de fuego de las modernas armas de infantería limpiaba el área, y cada vez más clones de asalto de mentes en blanco venían hacia ellos, unos todavía disparando pero la mayor parte no, sus armas estaban agotadas. Por momentos era mano a mano; la armadura de cuerpo daba a la infantería una ventaja poderosa. Pero cada vez que ellos hacían retroceder a sus enemigos, una nueva oleada llegaba para estrellarse contra ellos. El cuadro se encogió a un triángulo, ocho hombres y mujeres desesperados. Y entonces, desde lo alto, hilos de retículos se fijaron sobre ellos. Fue lamentable que dos cargamentos de clones de mente en blanco de naves de asalto desembarcasen por error en el centro de la población objetivo. Pero tales cosas eran inevitables, dada la urgencia de la operación y la no integridad de algunos de los clones de la tripulación. Sin embargo, la demostración de poder de los Maestros Robotech tenía que hacerse como se ordenó, aún a costa de unas cuantas cuadrillas insignificantes y sacrificables. Desde una tercera nave de asalto, un rayo descendió y la mitad entera de Newton desapareció en un infierno termonuclear. Amigos, enemigos, civiles –todos desaparecieron instantáneamente, mientras explosiones y ondas de choque extendían el holocausto.
Dos ciudades habían sido totalmente destruidas, pero eso no era de ninguna importancia para él; Leonard sabía tan bien como cualquiera que Ciudad Monumento sería la próxima, y ésta no tenía defensas. No había tiempo para consolidar fuerzas en el capitolio del GTU, pero él dio la orden de que fuera hecho sin embargo. Un ayudante palmeó su hombro vacilantemente, “¡Estamos recibiendo una comunicación de los alienígenas!” La cara de Shaizan apareció en la pantalla principal ante él, Bowkaz y Dag detrás y a ambos lados. Ellos sabían su nombre. “Comandante Leonard, ahora somos capaces de destruir su especie con muy poco esfuerzo. Por lo tanto usted se rendirá y evacuará su planeta inmediatamente.” Leonard miró a la pantalla inexpresivamente. ¿Evacuar? Él una vez había leído una proyección de la escuela militar de que si la producción de astronaves continuase a toda velocidad y el índice de natalidad cayera repentinamente a cero, tal cosa podría ser posible en otros diez años más o menos. Por decirlo así, el agregado de las fuerzas espaciales de la Tierra antes de la batalla actual no hubiera tenido una esperanza de llevar a cabo tal misión. ¿Pero a dónde se suponía que el género Humano fuera? Unas cuantas frágiles colonias Marcianas y Lunares, y varias construcciones orbitales eran las únicas alternativas, a menos que los Maestros tuvieran la intención de ayudar, lo que no hacen manifiestamente. Eso dejó un instante a Leonard para maravillarse de cómo los Maestros sobrestimaban al género Humano al asumir que los homo sapiens podían lograr tal milagro. Pero de nuevo, era más probable que a los Maestros simplemente no les importase; quizá “evacuación” sólo significaba, para ellos, el escape y la preservación de la estructura de poder –el gobierno. Pensamientos y evaluaciones hervían en la mente de Leonard entonces: tal vez sería posible tomar el personal más esencial –él mismo entre ellos, por supuesto– y así evitar la aniquilación total. Mientras él estaba estudiando los rostros afilados de los Maestros oyó a Shaizan decir, “Dentro de treinta y ocho de sus horas. De otro modo, no tendremos otra alternativa sino matarlos a todos.” Los puños de Leonard sacudieron el escritorio con un choque, al ponerse de pie. “¡Ahora escuchen: este mundo ha sido nuestro, desde el tiempo en que nuestra especie se puso de pie para usar sus manos y sus cabezas! ¡Por cada desastre y nuestras propias guerras y las que ustedes y los de su tipo libraron contra nosotros! ¡Este mundo es nuestro!” Él estaba sacudiendo sus puños cerrados en el aire frente a él, diciendo un discurso no preparado una vez siquiera. Entonces se dio cuenta, con sorpresa, que unos cuantos de los hombres y mujeres alrededor de él estaban asintiendo con sus cabezas en acuerdo. Él había llegado a considerarse como un hombre que nunca podría tener el soporte más sentido de aquellos a su alrededor. Él estaba pensando nuevas líneas cuando Bowkaz, levantando la voz, diluyó sus esperanzas. “Leonard, esto es un ultimátum –un hecho de la vida– no una sugerencia o una simple amenaza. Los Invid, nuestros peores enemigos, ya han detectado la presencia de Protocultura en su planeta.” “Estarán aquí pronto,” Dag dijo. “Y, parece, que habrá más guerra. Pueden irse o pueden ser aplastados en el medio; no existe un tercer camino. Váyanse, y déjennos este asunto a nosotros.” Leonard resistió el impulso de salir fuera de pantalla para consultar con sus consejeros y constructores de imagen, o terminar la conexión. Pero el orgullo lo hizo permanecer allí, como los Maestros ahora sabían que lo haría, protegiendo hasta el fin su Guerrero Solitario, su personaje de Pistolero-Patton-Cesar. Pero el lado de auto preservación de su mente estaba haciendo cálculos muy, muy rápidos. Si sólo una porción de la raza Humana fuera a sobrevivir, era su deber gobernarlos. “Imposible” él dijo a Shaizan, esperando que la palabra no sonare demasiado trémula. “¡Más tiempo!” Leonard agregó. Él agarró una figura del aire, “¡Al menos siete días!” Había algo bíblico sobre ello, pero nada factible. Shaizan levantó su brazo, pero Leonard no podía ver que, al igual que sus compañeros de tríada, estaba tocando el casquete de Protocultura. “Cuarenta y ocho de sus horas, y no más,” Shaizan decretó. Él cortó las objeciones de Leonard. “Y después de eso, no habrá vida en la Tierra.” La pantalla quedó con lluvia, luego en blanco. Leonard giró hacia su subordinado más cercano, salvado de una decisión angustiosa porque los Maestros habían insistido en lo imposible. “Reconsoliden todas las unidades en el área de Ciudad Monumento y prepárense para un asalto total.” Sólo hubo unas cuantas vacilaciones inciertas; todos ellos saltaron cuando él bramó, “¡Háganlo ahora! ¡Inmediatamente!” Ellos eran dóciles porque ninguna otra actitud era tolerada en el círculo interior de Leonard, y así no había contradicción. Ellos se escurrieron. Leonard reflexionó, ¡Vencimos a los Zentraedis y ahora podemos vencer a estos Maestros Robotech! ¡Y a los Invid, no importa qué sean! Los hombres y mujeres se prepararon como mejor pudieron. Algunos niños fueron resguardados o devueltos a los refugios por sus mayores, pero muchos encontraron un arma y se alistaron para ser parte de la batalla final. Hubo una calma breve inmediatamente después de los rayos, algo para saborear aunque no era su destino ser saboreado. Pronto, el cielo se hendió de nuevo.
Pero así fue cómo había sucedido. Una ráfaga del enemigo voló virtualmente todo el sistema del puente y mató al comandante principal de artillería que había estado parado entre él y la explosión más cercana. Pero él había recibido metralla y la silla de comando bajo él estaba manchada con su sangre. Su cabeza había sido mecida contra su apoyo para la cabeza en ángulo donde el relleno fue de poca ayuda, aturdiéndole. Emerson se sentía infinitamente cansado y pesaroso –pesaroso de que nunca había hablado de corazón a Bowie; de que había perdido la batalla; de que había hecho tal lío de su matrimonio. Más que nada, estaba pesaroso de que tantas vidas habían sido o estaban a punto de irse en la negrura. Salía humo de los tableros de control que enturbiaba un puente que pronto sería una cripta. La cabeza de Emerson se recostó hacia atrás y él tuvo sólo un instante para recordar algo que había leído en el diario de guerra de la capitana Lisa Hayes-Hunter, Recolecciones. Se estaba volviendo más difícil pensar, pero recordó la cita por un acto de voluntad. ¿Por qué estamos aquí? ¿De dónde venimos? ¿Qué nos sucede cuando morimos? Preguntas tan universales, deben estar estructuradas en los mismísimos codones y anticodones del ARN, le pareció a Emerson. Él no tenía respuestas, pero las esperaba en breve. Él estaba bastante seguro de que esas respuestas serían tan sorprendentes para los Maestros Robotech como lo serían para los generales Terrícolas muertos. Entonces él le estaba pestañeando a la Teniente Crystal y al Teniente Brown. Emerson no podía imaginar cómo ellos podrían haber aterrizado sus naves en el críticamente dañado Tristar. Él no podía decidir si eran reales o no. Pero la agonía que él sintió cuando ellos lo arrastraron hacia un módulo de expulsión lo convenció de que todo era real, e incluso lo revivió un poco. Dennis Brown no sabía qué decir a Marie; todo el rescate de Emerson había sido tan improvisado, y sólo se habían llegado a conocer uno a otro como comandantes de unidad. El estar sentados apiñados dentro la pequeña pelota de aleación blindada con el general lesionado ponía las cosas diferentes, de algún modo difíciles. Pero no había habido tiempo para recuperar sus mechas, y de todos modos ambas naves estaban tan mal dañadas que la cápsula de expulsión era la mejor apuesta. “Parece que lo hicimos,” él aventuró, mientras el Tristar comenzaba a volar en pedazos detrás de ellos, sacudiendo la esfera de metal con su onda de choque. Ella consideró eso. “Síp,” Marie compensó. Pero entonces vieron que habían sido prematuros; el buche de un crucero enemigo, uno de los últimos aún funcionando, vino hacia ellos como la boca abierta de un tiburón, como algo salido de una pesadilla. Ellos fueron tragados.
El 15yo y sus amigos y aliados, habiendo llegado a la cima del montículo que enterraba a la SDF-1 y cada secreto vital de la Protocultura, vio hacia abajo un circo de luz y sonido. La PMG parecía haber llegado allí primero, con aviones de transporte de tropas, robots gigantescos, y armas atendidas por tripulaciones. Había un cordón de energía más lejos, y mucha actividad al pie del montículo. En lontananza, las ciudades ardían y el humo subía en nubes de kilómetros de ancho donde el enemigo había atacado. Por alguna razón las tropas de la PMG, siguiendo las órdenes del Coronel Fredericks de represar a los alienígenas a toda costa, fueron olvidadas o no podían ser alcanzadas por el alto mando de la Cruz del Sur desesperado por refuerzos. Mientras Zor reflexionaba sobre la locura de todo ello, Dana reflexionaba sobre Zor y cuánto ella necesitaba comprenderlo y comprenderse a sí misma. Mientras los ocho que estaban allí lidiaban con sus pensamientos y recuerdos e impulsos violentamente variantes, otra sombra cruzaba la tierra. Todos levantaron la vista, como lo hicieron los Polis abajo, para ver, revoloteando en lo alto, una nave de asalto de los Maestros Robotech de color rojo canela y en forma de escobilla de ropa.
Suya eran la nave y la misión para las que todos los demás estaban proveyendo una distracción. Lo último que ellos habían esperado era encontrar el montículo rodeado por unidades de combate. Todo era muy confuso. No había ninguna señal de los tres espantosos espectros de la Protocultura, ni la menor indicación de ninguna contra acción, y eso era suficiente para volver precavido a cualquiera bien informado en las vías de la Protocultura. ¿Pero esto? Cuando el foco hizo zoom, Karno vio a su otrora prometida, Musica, el último de los clones de Zor, y seis primitivos de la Tierra alineados a lo largo del borde de un acantilado. “Zor está con ellos,” Darsis observó con una falta de pasión digna de los propios Ancianos. “Incluso Musica,” pronunció Karno, forzándose a adoptar aquel tono apropiado, deseando morir antes que admitir los sentimientos ardientes y odiosos que lo cruzaban.
“¡Vayan con sus Maestros Robotech! Díganles que esta guerra debe terminar. Ustedes en las profundidades de su ignorancia, ustedes y sus Maestros: es hora de que ustedes aprendan cómo aprender.” Zor estaba dedicado a la nave, pero Nova lo miraba con admiración, y tenía dudas. ¿Qué ocurriría si, de algún modo, él no estaba simulando? La voz divina proveniente de la nave de asalto hizo sobresaltarse a los Humanos, pero Musica y Zor estaban preparados para ella. “Regresaremos,” ella dijo, mientras llamaradas se elevaban por los ataques alienígenas en todos los alrededores, por todo el camino hacia el horizonte y más allá. La nave de asalto se alejó, hacia el espacio y la nave insignia. Nada de lo que se le había enseñado a Nova alguna vez servía para analizar lo que había ocurrido. Ella, también, anuló su juramento de fidelidad como Dana lo había hecho, silenciosa pero finalmente. “¡Zor, las Flores –los Maestros... recuerdas ahora!” Él hizo la más mínima de las sonrisas. “Sí, pero sólo en fragmentos.” Él giró la sonrisa hacia Dana. “¡Todo está comenzando a unirse en mi mente ahora, y Musica es la clave!” El ladrido de Dana quedó tieso. ¿Y eso es todo, huh? ¿Musica? Ignorando todo lo que Dana había... ¡Ah, al diablo! Zor comenzó a dar órdenes, y Nova por lo menos parecía estar lista –deseosa– de tomarlas. Zor esbozó su plan para hacer que Angelo, Sean, y Louie infiltrasen el perímetro de la PMG y regresasen con los Hovertanks del 15to remolcados en tándem. Dana caminó hacia la apertura de ventilación en el montículo, viendo a las muy pequeñas esporas parasol chocar contra cierta barrera invisible y flotador de regreso hacia abajo, para elevarse y rebotar de nuevo. Ella no podía clarificar por sí misma la razón de por qué había tal fascinación inmensa en ello para ella. Ella resolvió que, si vivían, haría que Zor lo explicase. Zor levantó la vista hacia el cielo de la Tierra, mientras Bowie abrazaba a Musica. Algunas personas estaban huyendo de Ciudad Monumento, aterrorizados de otro asalto de los rayos destructivos o la llegada de los Bioroids. El último de una larga línea de una entidad igual, el heredero de la maestría brillante de las fuerzas Formadoras del Universo y de cada fechoría de sus predecesores, Zor Prime olió la brisa. Y ahora la tierra termina, él se prometió, prometió
a toda la Creación. Traducido por Luis N. Migliore (Córdoba, Argentina) |
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