Los Maestros de la Robotecnia - The Final Nightmare

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Capitulo 6

Es, tal vez, cierta justicia universal última en beneficio de la inteligencia (en oposición a la fuerza física o a las destrezas de conducta predatoria) que los secretos del Universo están abiertos sólo a aquellos que han dejado ciertos sistemas de creencia anticuados detrás.
O, quizá es un gran –¿cómo dicen los humanos?– un gran cuento.

Exedore, como se cita en Las Entrevistas de Lapstein


Los Maestros Robotech, en su nave insignia, estaban conscientes del lanzamiento inminente de la fuerza expedicionaria de Emerson; esta vez no habría ninguna sorpresa, y la Tierra recibiría un golpe aplastante y final.

Era imperativo que la Tierra fuese destruida no sólo porque las semillas forzadas de la Flor en la Matriz de abajo estuvieran comenzando a germinar en brotes reales, sino también porque un nuevo y más peligroso elemento había entrado en sus ecuaciones.

Los Maestros Robotech, las manos sin uñas tocando su casquete de Protocultura, contemplaban la nube de gas interestelar que, en términos astronómicos, estaba tan cerca. Para un observador terrestre simplemente sería una curiosidad, una rociada que había vagado en camino a la Tierra desde una región H 11 imposiblemente distante. Su aberrante movimiento podría ser atribuido a un encuentro cercano con una masa lejana de materia oscura o a la dinámica de flujo galáctica. Las singularidades en sus movimientos interiores y constitución serían atribuidas a cierto fenómeno natural de ondas de densidad.

Sólo otra colección de mundos y olas de polvo y gas fosforescente; sólo otra nebulosa de emisión.

Pero los Maestros Robotech no eran tan tontos y tenían buenas razones para tener miedo. Era una Nebulosa Sensor Invid, en busca de la Protocultura y/o de la Flor de la Vida. El Invid vendría pronto, y por ello el tiempo de los Maestros era escaso.

Hace mucho tiempo, el Invid había sido una especie pacífica, viviendo sus vidas en la idílica Optera, ingiriendo la Flor y, con los poderes que ella les daba, regocijándose en su contemplación del Universo. Entonces Zor, el Zor original, había venido a vivir entre ellos, para aprender. Él vio en sus procesos biológicos casi fotosintéticos un subproducto que, cuando se aisló, le dio la clave al poder último: La Protocultura.

Los Invids infinitamente metamórficos fueron la Manzana de la Tentación para él, albergando los secretos últimos. Zor fue lo mismo para ellos –especialmente para la Reina Invid, revelándoles el veneno/bendición de dos filos que ellos nunca habían concebido: pasión, amor.

Él entendió que la clave para el poder de la Protocultura era la Reina Invid. Zor, absorbido por el hambre de conocimiento, la usó, apenas sabiendo lo que estaba haciendo, y estableció el curso de una tragedia que se extendería a través de la eternidad.

La Reina Invid, la Regis, se enamoró locamente de Zor. Esta infatuación desmoronaría al universo sin promesa de lo que se originaría de las cenizas. Amor y Protocultura, Protocultura y amor; estaban entrelazados para siempre en un patrón de exaltación y desastre.

Los superiores de Zor en Tirol, su mundo hogar, inmediatamente entendieron las implicaciones más obvias de la Protocultura –su poder para penetrar el espacio-tiempo, para impartir poderes mentales vastos, su conexión con la fuerza formadora fundamental del Universo. Al igual que todos los líderes, ellos codiciaban el poder; el cándido de Zor no era ningún partido para ellos... al menos en ese momento.

Usando poderes rudimentarios derivados de los aspectos más malignos de la Protocultura, los jefes supremos de Tirol se unieron para someter a Zor mentalmente, para poner una Compulsión irresistible en él. Bajo su dirección, Zor robó tantas semillas de la Flor como pudo de sus anfitriones de Optera, e igual cantidad de Protocultura.

Bajo la esclavitud de sus Maestros, él traicionó a la Reina Invid, quien había tomado una forma como la de él. Zor dejó a la Regis sin amor y llena de odio –ella quien se había transfigurado literalmente, amando tanto a Zor. Al resto de Optera Zor lo asoló, de modo que la Flor de la Vida nunca crecería allí de nuevo.

Amor y Protocultura; Protocultura y amor.

Conquista y dominación eran los antojos asociados de la adicción a la Protocultura de los tiranos Tirolianos. Sus gigantescos y clonados trabajadores lacayos Zentraedi fueron transformados en legiones de conquista; Zor se convirtió en su esclavo-sabio. Él formó las Matrices de la Protocultura, y salió a sembrar la Flor de la Vida a otros mundos, de modo que sus semillas pudieran ser cosechadas para más Matrices.

Los jefes supremos de Tirol fueron transformados en los Maestros Robotech. Su propia raza se volvió para ellos en meros objetos, plasma para ser moldeado de nuevo y usados como ellos escogieran.

Entretanto, los Invids, cambiados por su odio y sufrimiento, salieron de Optera para buscar la Flor de la Vida dondequiera que los Maestros la sembrasen, y para matar a los Maestros Robotech y a sus sirvientes dondequiera que ellos los encontrasen. Los Invid comenzaron a reproducirse con velocidad monocelular, convirtiéndose en una horda prolífica que intimidaba aún a los Maestros. Una guerra estupenda se enturbió por las galaxias, pero los Maestros estaban contentos de que con el tiempo ellos ganarían.

Los Maestros, sin embargo, en su arrogancia, habían olvidado la exposición original de Zor a los secretos de la Protocultura en Optera, y la expansión de sus poderes mentales. Poco a poco, Zor fue haciendo progreso paciente y microscópico contra la Compulsión mediante la cual los Maestros lo tenían.

Su adelanto llegó en la forma de una Visión de lo que se debía hacer, dada a él por la Protocultura. Él vio un mundo blanquiazul, pequeño e insignificante. Un mundo donde la Humanidad finalmente se obliteraría, y a toda la vida en el planeta, en una Guerra Civil Global. Había una alternativa. Ésta involucraría gran privación y sufrimiento para el género Humano, pero al menos ofrecía una oportunidad para la supervivencia de la raza.

La Visión mostró a Zor un posible futuro, donde un enorme ciclón de fuerza mental de cientos de kilómetros de ancho se elevaba de la Tierra y, en lo alto sobre el planeta, se transformaba en un Ave Fénix de conjunción mental. El Ave Fénix extendió alas más anchas que la Tierra, y con un simple grito tan magnífico y triste que liberó violentamente la mente de Zor de la dominación de los Maestros, el ave remontó lejos a otro plano de existencia.

Zor estuvo entonces libre para hacer su acto de desafío. Él envió a la SDF-1 a la Tierra, ocultándola de los Maestros, mientras daba su vida en un ataque Invid en una muerte que él había antevisto en su Visión. La última Matriz mediante la cual nueva Protocultura podía ser producida se había ido; todas las otras habían sido usadas o destruidas en el transcurso de la guerra, y sólo Zor tenía el secreto de su creación.


Los Maestros Robotech, observando con temor ártico la Nebulosa Sensor ambulante que era uno de los sabuesos de caza Invid, sabían poco sobre los motivos del Zor original, y nada de su Visión. Ellos sólo sabían que sus enemigos fanáticos los encontrarían privados de los poderes de la Protocultura, indefensos, a menos que los Maestros triunfasen pronto sobre la Tierra.

Y eso exigía como primer paso la destrucción rápida y completa de la fuerza expedicionaria de Emerson.


Además de ciertas singularidades notadas en la peculiar nebulosa a la deriva tan cerca de la Tierra, no había nada que reportar, los técnicos dijeron. Emerson estaba preocupado sin embargo.

La flota enemiga aún se movía en órbita distante, permitiendo espacio a la expedición para que pasase. La fuerza de Emerson ya había pasado el punto óptimo del enemigo para lanzar naves de asalto para interceptarlo y combatirlo. Pronto los Humanos estarían pasando el acercamiento más cercano a los invasores, y estarían escapando hacia la Luna. Él mantuvo sus fuerzas de escolta desplegadas y listas para la batalla, mientras su comando pasaba por el borde de ataque de la nebulosa.

Una vez fuera de la nebulosa, más allá el punto de máxima proximidad al enemigo, la tripulación empezó a respirar más fácilmente. Pero Emerson se puso aún más vigilante.


Los Maestros Robotech recogían vastas cantidades de datos a través de su casquete de Protocultura. “Los Humanos deben haber creído que han pasado su zona de combate más probable sin una confrontación,” Shaizan conjeturó.

“Prepárense para destruirlos,” él envió el comando.


“¿Qué estás intentando ahora, Louie?” Dana preguntó al descarnado cabo cuando él se inclinaba sobre las entrañas del simulador de entrenamiento.

“Voy a recuperar esas dos cervezas que le debo,” Louie dijo limpiamente, jugando con el sistema electrónico allí, cambiando algunas conexiones, colocando un adaptador especial. “Va a recibir una sorpresa.”

Dana se mofó, “¡Vamos, Louie! No puedes vencer a una guerrera de nacimiento como yo, aún con muchos trucos de mecánica.”

Al menos él nunca lo había hecho aún, ni siquiera en el programa ¡Mata a Esos Bioroids! que él mismo había diseñado para el simulador. Ella esta contenta de dejarlo seguir intentando duramente; el entrenamiento de ojo-mano nunca causaba daño. Ella sólo sentía que el simulador, en la cantina en el club militar local de la Cruz del Sur, no estuviera configurado más como la cabina-torrecilla de un Hovertank, o que ella no había sido capaz de rogar, pedir prestado, o robar un simulador para la sala de alistamiento del 15to.

Los cascos pensantes hacían la mayor parte del control de los mechas Robotech, pero los tanqueros aún tenían que conocer su instrumental del modo que una lengua conocía el techo de su boca. En el 15to, como en el TASC y en otras unidades, maquetas de los esquemas de cabina de los mechas particulares usados por cada equipo estaban pegados en los interiores de los lavatorios de modo que los soldados sentados allí pudieran refrescar su memorización de su instrumental durante lo que el alto mando llamaba de modo eufemístico “tiempo disponible.”

Ahora Louie, haciendo un ajuste final dijo, “Eso es lo que usted dice.” Él entró al simulador y la impactó quitándose los grandes, cuadrados y oscuros tecno anteojos que él llevaba casi constantemente –aún en la ducha y a menudo al dormir. Ello dio a su cara una mirada clara y sorprendida.

Dana no estaba seguro de qué pensar. Louie era indudablemente un genio técnico rebelde. El rumor era que él había dejado de lado numerosas ofertas para realizar estudios superiores o asignaciones de investigación porque le gustaba la acción en los Hovertanks, pero también porque prefería reparar chambonamente y modificar sin alguien respirando en su cuello.

Desde luego, él había sido responsable de una de las mayores victorias de la guerra cuando su análisis de los sistemas de conducción y poder de la nave insignia de los Maestros permitió al 15to inhabilitarla y derribarla. Aunque las otras naves la habían recuperado y protegido contra cualquier recidiva, nada fue sacado de ese éxito espectacular. Y sin embargo, Louie había rehusado ser transferido a Investigación y Desarrollo o a algún tanque de ideas.

Ahora él puso a un lado sus anteojos y se puso un visor, uno negro y resplandeciente en forma de V, como algo que un vaquero de acera podría llevar en la ciudad.

Dos oficiales técnicos uniformados en una cabina cercana, discutiendo la misión de Emerson en tono bajo, repentinamente se percataron de un furor cerca del simulador, con pilotos del TASC y tanqueros del ATAC y otros apiñados alrededor, exclamando y vitoreando. Ellos se acercaron y vieron a un delgado y alto cabo con anteojos negros volando en pedazos Bioroids modelados por computadora con una velocidad y exactitud diferente a cualquier cosa que los simuladores –o incluso mechas reales– alguna vez se hubieran acercado.

Mientras los dos oficiales comenzaban a abrirse paso por la multitud, el joven movía de un lado a otro un cartucho adaptador y explicaba que era fijación de objetivo mejorado por computadora enlazado en sus anteojos, un paso más arriba aún para los cascos pensantes.

“Yo lo llamo mi Sistema de Guía de Disparo Visual, o SGDV,” Louie les estaba diciendo orgullosamente. “O si prefieren, mi ‘pistola de pupila.’”

“¿Le importa si lo veo?” dijo un oficial, extendiendo una mano por el cartucho. Louie instantáneamente se puso cauteloso, y Dana observó a los dos también.

“Mayor Cromwell, Robotech IyD (R&D),” el oficial dijo. Él indicó a su compañero. “Y este es el Mayor Gervasi. Creo que podemos usar este sistema suyo en nuestro entrenamiento por simulación. Le ayudaremos a actualizarlo y le daremos consejo, asistencia, y recursos técnicos. ¿Es esta la única copia?”

“N-no,” Louie admitió, un poco incierto.

Cromwell deslizó el cartucho en su bolsillo del hombro de su mono. “Bien. Si no le importa, le daremos un vistazo a éste, entonces. ¿Puede estar en mi oficina mañana a las mil trescientas horas?”

Mientras tartamudeaba que podía, Louie entregaba el visor también. Dana decidió que no podía poner su rango sobre dos Mayores, especialmente unos que trabajaban para la estrictamente confidencial división de IyD (R&D).

Pero más aún, ella estaba experimentando extrañas sensaciones, algo que ver con la mención de la investigación, de la Robotecnología, y cosas de la Protocultura. Algo sobre la Protocultura y la experimentación... Le provocaba una sensación incómoda, enviaba un sobresalto de miedo a través de ella eliminándola, traía recuerdos malignos, no muy advertidos...

Pero ella se deshizo de ello mientras Cromwell se alejaba diciéndole a Louie, “Esperamos trabajar con usted.”

Dana sonrió afectuosamente al tontamente sonriente Louie. “¡Mi muchacho inteligente!” ella dijo.

Fuera del club militar, Gervasi dijo a Cromwell, “Buen trabajo, Joe. ¡Justo lo que necesitamos, salido de ninguna parte!”

Cromwell inclinó la cabeza. “Envía el mensaje por los canales clandestinos a Leonard y a Zand inmediatamente. `Trueno Rodante’ está a punto de conseguir la luz verde.”


La fuerza de Emerson estaba muy cerca de la luna cuando la flota de los Maestros apareció como fantasmas alrededor de ellos, no estaban en los monitores un segundo y al siguiente estaban rodeándolos.

Era lo que el general había temido. Los Maestros habían penetrado los sistemas de detección de la Tierra antes; las medidas para contender esa capacidad sólo no habían funcionado, y los invasores habían esperado su momento hasta que pudieran usar la táctica para mayor ventaja. Ese momento era ahora, con la expedición fuera de formación de combate y desplegada para acercamiento lunar, sin modo de regresar o ir hacia delante.

Emerson estaba reorganizando la disposición de sus unidades mientras las naves madres alienígenas vomitaban sin números de las naves de asalto en forma de escobilla de ropa. Con su crucero de batalla Tristar al centro, Emerson se preparó para abrirse paso combatiendo hacia ALUCE.

Los Bioroids azules se precipitaron sobre los humanos como avispones autómatas enloquecidos. La llamada salió para que los A-JACs partieran, y las naves de la expedición comenzaron a arrojar un volumen enorme de fuego para abrir camino para ellos y mantener a los Bioroids lejos.

Una vez más, Marie Crystal lideró afuera a sus Leones Negros en los A-JACs. Ella era toda una líder de combate, toda una guerrera Robotech ahora, la pena y el daño de la traición de Sean salvajemente descartados. ¡Deja el amor para los tontos, y deja a Marie Crystal hacer lo que hacía mejor!

Los Bioroids y los A-JACs remolineaban y atacaban, iluminando un volumen sin nombre de espacio con relámpagos termonucleares y fuego solar. La matanza comenzó al instante, las bajas acumulándose.

Marie disparó a un Bioroid como a un platillo fuera de su Hovercraft, de modo que la plataforma circular continuó, no dirigida, hacia el espacio infinito. Ella pasó a modo Battloid, ordenando a los otros hacer lo mismo, cambiando las tácticas abruptamente y tomando ventaja de la breve confusión del enemigo.

Naves de asalto entraron barriendo, para eliminar las naves expedicionarias más grandes y ser atacadas en réplica. Los cascos eran perforados por completo; las ráfagas reclamaban a Humanos y a clones por igual. El espacio era un remolino de rayos de plasma caliente e impulsos de soplete y de llamaradas horribles de naves moribundas.


El Profesor Miles Cochran reunió todos sus nervios para preguntar, “Dr. Zand, la Nebulosa Invid es tan implorantemente peligrosa –incluso podría tomar acción hostil contra la fuerza de Emerson. ¿Está usted seguro de que no deberíamos darle algún indicio de ello? Tal vez no es demasiado tarde...”

Había habido un tremor en su voz; él no lo podía evitar. Cochran empezó a temblar cuando Zand giró esa mirada fija y misteriosa sobre él allí en el grandioso y prohibido santuario de la Comandatura en una cámara Robotech-rococó en lo profundo de la Tierra. Los ojos de Zand eran todo pupila, sin iris o blanco en modo alguno; la suya era una mirada que nadie podía encontrar por mucho tiempo.

Aún más desalentador que sus ojos era el poder radiando de él, con el que intimidaba a sus discípulos escogidos personalmente. El poder de la Protocultura. El mundo exterior lo podía ver como un investigador de apariencia ligeramente excéntrica, el oficial científico superior y consejero del GTU –un hombre de altura y estructura normal con una melena indisciplinada, que vestía un uniforme un poco arrugado. Un intelectual. Pero los siete hombres y una mujer sentados alrededor de la mesa lo sabían diferente.

El grupo estaba reunido en una sala abovedada que mezclaba lo tecnológico con lo místico. Codo a codo con el último equipo de computadoras y con el sistema electrónico propio de Zand eran copias mohosas del Necronomicon y de El Libro de Jaime, junto con talismanes y objetos de uso personal gnóstico. Allí había una ampliación de una foto de satélite del montículo en el que los restos de la naufragada SDF-1 fueron enterrados. Zand estaba sentado a la cabeza de la mesa de obsidiana negra mirando fijamente a Cochran.

Él dijo, casi delicadamente, “¿Crees que borré toda mención del Invid, la Matriz, y la Flor de la Vida de cada registro excepto de los nuestros de modo que tú pudieras ir a decírselo bruscamente a Leonard y a sus imbéciles militares? ¿O a los tontos del GTU? ¿He derrochado tanto tiempo en ti?”

Cochran luchaba contra un hábito de años de obediencia a Zand, de auto sacrificio para el plan trascendente que el científico había establecido. Él y los pocos otros que estaban sentados allí –Beckett, Russo, y el resto– eran los únicos en la Tierra además del propio hombre quienes sabían cuánto Zand había alterado el curso de la historia.

“La confrontación es todo el asunto de los Formadores, ¿no lo ven?” Zand continuó. “La guerra es todo el asunto. ¿Creen que los poderes latentes de Dana Sterling serán liberados por algo sino el Apocalipsis?”

Los datos sobre los Invid y la Matriz y el resto de ello, recogidos de los líderes Zentraedi Exedore y Breetai, y del Capitán Gloval, Miriya Sterling, y unos cuantos otros, habían sido mantenidos bajo restricciones estrictas. Una vez que Lang, Hunter, y el resto dejó la Tierra en la misión de la SDF-3, no le había tomado mucho tiempo a Zand ver que todos los que sabían sobre esa información o se uniesen a su cábala, o muriesen.

“Los Formadores de la Protocultura de la historia se están moviendo hacia un único Momento,” Zand les recordó a todos. “Y ese Momento está cerca; puedo sentirlo. Yo tomaré ventaja final de ese Momento. No se permitirá que nada lo detenga.”

Cochran, un hombre pelirrojo intenso de cara delgada, tragó. Él tenía un hermano en la fuerza de ataque de Emerson –quien probablemente pronto se convertiría en una baja de los Formadores, pero Cochran sabía que eso no preocuparía a Zand.

Para hacerlo sentirse aún más incómodo, Cochran estaba sentado junto a Russo. Russo era el ex senador y cabeza del Consejo de Defensa de la Tierra Unida. Él era el hombre cuyas ambiciones y perjuicios lo habían convertido, más que cualquier otro ser Humano, en la fuente de los juicios errados y errores que le habían costado tanto a la Tierra en la Primera Guerra Robotech.

Russo no tenía ambiciones ahora; él apenas estaba vivo. Él era un esclavo de ojos vacantes semejante a un perro para Zand, más una criatura de las sombras, como su maestro.

Cochran logró decir, “Sólo pensé–”

“¿Tú sólo pensaste en interferir con los Formadores de modo que tu hermano estaría fuera de peligro?” Zand interrumpió. “¡No luzcas tan sorprendido! ¿Por qué piensas que todos tus intentos de conseguirle una transferencia fracasaron? Fue porque te estaba poniendo a prueba, una prueba de lealtad. Tú vacilaste, y por ello fallaste. Mátenlo.”

Las últimas palabras fueron suaves, pero trajeron acción inmediata. Russo estuvo fuera de su asiento en un instante, lanzándose sobre Cochran. Beckett, del otro lado –colega de Cochran y amigo desde la universidad– no vaciló tampoco, ayudando a Russo a poner a Cochran en el piso.

Los otros discípulos de Zand se arrojaron en la pelea, aterrorizados de fallar esta nueva prueba. Incluso la vieja y gorda Millicent Edgewick estaba allí, pateando al condenado hombre. Zand estaba sentado y mirando, mordiscando pétalos secos de la Flor de la Vida.

Cochran cayó, su silla volcada. Sus gritos no duraron mucho.

Traducido por Luis N. Migliore (Córdoba, Argentina)
www.robotech.org.ar

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