Los Maestros de la Robotecnia - The Final Nightmare

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Capitulo 22

Lazlo, mi querido amigo:
Llegamos ahora a una encrucijada; tú conoces nuestro dilema. Max y Miriya Sterling no consentirán en traer a su niña, Dana, en la expedición de la SDF-3 por miedo de que los Formadores la pongan en peligro, y por desconfianza en mí, sospecho. Hasta podría ser que Jean y Vince Grant dejen a su pequeño muchacho atrás por razones similares.
Por supuesto, tú estarás monitoreando el progreso de Dana y ocupándote de su bienestar y educación; eso es un supuesto. Pero te advierto en no hacerle nada, nada, para dañarla. La balanza de la Protocultura, sabemos, a menudo toma mucho tiempo para volver a equilibrarse, pero el mal siempre paga por el mal, y el bien por el bien, a pesar de tus ponderaciones.
Los padres son una especie terrible de todos modos; ¿cuánto más así, el as Robotech más grande de la Tierra y la reina de la batalla de los Zentraedi?
Mientras que acudimos a los Formadores por cierta protección, no cometas el error de olvidar que hay Poderes mucho más allá de cualquier cosa que vemos en la Protocultura.

Tu colega,
Emil Lang


“Así que, Zor Prime, finalmente has venido,” Shaizan logró decir. “Te hemos estado esperando, y no nos has desilusionado.”

Y ellos lo habían esperado, pero no de este modo. ¿Cómo había sobrevivido él a los Triumviroids? Él estaba armado, sin embargo sin casco, y tenía un rifle de asalto de la Cruz del Sur apuntados hacia ellos. Dana lo estaba respaldando, la culata de su carabina de tanquero sujetada contra su cintura, el cañón oscilando algo para mantenerlos a todos cubiertos.

Sin embargo, los Maestros estaban un poco consternados. ¿A fin de cuentas no era Zor uno de ellos? El efecto embriagador de la Protocultura en ellos, el aflujo de su absoluto poder, les aseguraba que si ofrecían compartirlo con el clon, él sería suyo. La hembra enemiga mestiza no era de ninguna importancia real.

“¿Entonces –saben por qué estoy aquí?” Zor preguntó, los ojos entrecerrados.

Shaizan inclinó la cabeza serenamente. “Pero por supuesto. Tu propósito siempre ha sido el mismo –en cada encarnación.”

“Tú eres la personificación del Zor original,” Bowkaz añadió, “el creador de la primera Matriz de la Protocultura, el Maestro responsable por el ascenso de nuestra raza.”

Las palabras tenían a Dana aturdida; ella tenía una buena razón para conocer algo de los trabajos de los Maestros. “¿Quieren decir... que Zor también desarrolló a los Zentraedi?”

Dag la estudió. “Zor era la fuerza primaria detrás de todos los adelantos de nuestra raza.” Él sentía que Zor Prime aún no había recordado todas las cosas que los Maestros y sus Ancianos le habían hecho al Zor original. Si lo hubiera hecho, Dag pensó, el clon habría entrado disparando.

Dana estudió a Zor Prime, la reencarnación del hombre que había creado la raza de su madre –él quien era por lo tanto, al menos en parte, su propio creador también. Ella miró de vuelta a la masa de Protocultura, y se preguntó si era la clave de todo: la guerra, la paz, y sus propios orígenes y destino.

“Pero su descubrimiento más importante –del que nuestra sangre vital fluye– es la Protocultura que hace posible la vida eterna,” Shaizan estaba diciendo.

Zor, sin embargo, estaba sacudiendo su cabeza airadamente, los ojos apretados a meras ranuras, respirando con dificultad. “¡No! ¡Nunca fui un Maestro, nunca uno de ustedes! ¡Y la Protocultura no ha traído vida; sólo ha traído muerte!”

Él colocó su rifle de asalto a nivel de su cintura y disparó, el arma eructando pequeñas descargas meteóricas que abrieron media docena de los contenedores de masa de Protocultura degradada a lo largo de la pared. Esto regó la cubierta con fluidos nutrientes y las desenmarañadas y rezumantes Flores de la Vida, sus pétalos mojados y sus esporas, sus raíces y brotes enmarañados.

“¡Terminaré esto aquí y ahora!” él gritó, volviendo el cañón sobre sus otrora Maestros.

A pesar de su saludo calmado, los Maestros no habían pensado en confrontar a Zor en este momento, en esta situación. Repentinamente estuvo claro que él estaba demasiado sobreexcitado para escuchar razón o lisonja. Las emociones los malditos Humanas habían tirado por el suelo los cálculos de los Maestros de nuevo.

Shaizan caminó desde el casquete de Protocultura para pararse como protección cerca de la esfera resplandeciente que contenía la masa restante. Zor debía ser mantenido en el compartimento, hasta que la ayuda que ya había sido convocada silenciosamente pudiera llegar. “Seguramente tú no estás preparado a destruir tu más preciada creación, la personificación de todas tus esperanzas y sueños. Sin ella, tu propia especie y la civilización que fundaste morirán.”

Shaizan mismo sintió una extraña onda atravesándolo. Él sentía como si necesitase bio-estabilización y deseó ponerse en contacto con el casquete de Protocultura, pero no había tiempo para eso en esta crisis. Él podía ver que ambos, Dag y Bowkaz, estaban experimentando las extrañas perturbaciones, también.

“¡Mi civilización ya está muerta!” Zor siseó, y abrió fuego de nuevo, los rayos desmenuzando las derramadas y saturadas Flores, levantando vapor y quemando brotes y pedacitos resplandecientes de la placa de la cubierta.

Zor sentía como si estuviera hecho de pura rabia. Extraño, esos seres tan carentes de emociones como los Maestros debían encontrarlo tan fácil el usar las emociones para sus propios fines –para atormentarlo y manipularlo con culpa y dolor– para demoler su resolución. Ellas hacían tan difícil el pensar claramente que el pensamiento no claro sólo podía trabajar a su beneficio.

Entonces, de repente, el aroma de las Flores llegó él. El aroma convocó un recuerdo tan claro y substancial como un diamante, aunque era un recuerdo heredado de un Zor que había muerto hace mucho tiempo. Él recordó cómo él había sondeado los misterios de la Protocultura, y por qué, y las tragedias de esa gran empresa. Él recordó, también, que él nunca había tenido la intención de que sus descubrimientos fueran usados para los fines que los Maestros les habían dado. Él vio que la civilización –si esa era la palabra para ella– a su alrededor era su perversión, su responsabilidad, no la de él.

Y vio, en una calma casi preternatural, que no yacía en su poder cambiar la civilización de los Maestros, sólo detenerla.

Zor hizo virar su arma y voló la base de la esfera. El material vítreo se destrozó, en fragmentos grandes y otros infinitesimales, como el fin de algún Huevo Cósmico. Shaizan se inclinó hacia un lado, escudándose con sus manos.

Una explosión secundaria en el sistema eléctrico debajo de la última masa de Protocultura de los Maestros disparó el contenedor linterna al aire, como si un niño hubiera lanzado una lata de gaseosa con un triquitraque.

Alambres colgantes y dendritas, lentamente giraron de extremo a extremo. No acostumbrado a la acción física, Bowkaz sin embargo brincó desde su lugar de pie en el casquete y lo agarró antes de que se destrozara contra la cubierta.

Pero Zor estaba girando, lívido de ira. Tal vez él habría disparado a cualquiera que se pusiera en su mira entonces –incluso a Dana. Desde luego, él disparó a Bowkaz, el impacto de las ráfagas enviaron al Maestro hacia atrás, encendiendo sus mantos, su cuello en forma de Flor de la Vida batiendo, para caer a la cubierta.

Pero mientras Zor estaba distraído, disparando al Maestro, Dana estaba en movimiento, colocando su carabina sobre su hombro y saltando alto. No era tan diferente del fútbol o el vóleibol, pero fue la mejor salvada que alguna vez hubiera hecho. Ella siempre había sido atlética, pero una desesperación por salvar lo que podría ser su propia salvación y la clave de la guerra la hizo más rápida y más fuerte de lo que ella alguna vez había sido.

Y sin embargo, mientras ella se lanzaba para hacer la atrapada, manos enguantadas acercándose, ella pudo oír al llamado Dag en realidad gritando, “¡No toques las extremidades!”

Ella no tuvo alternativa; Dana lo atrapó como mejor pudo, y al cerrarse sus manos sobre los discos del sistema eléctrico en ambos extremos del recipiente, hubo una descarga brillante. Ella gimió un largo y sostenido sonido, mientras un shock de cero absoluto de energía pulsaba a través de ella, y el tiempo parecía detenerse.

Ella pudo ver cada detalle de la masa vegetal en la lata. Era realmente muy bella. Lentamente –sin embargo ella podía sentir, de algún modo, que estaba sucediendo muy rápidamente– las pequeñas yemas torcidas que le recordaron del cañón de las naves madres comenzaron a abrirse.

Capas de energía crepitante rabiaron y barrieron por el compartimento, arrojando sombras chillonas un momento, luego haciéndola a ella y a Zor y a los Maestros transparentes como si rayos X siguieran. Bowkaz apenas había comenzado a caer, pero su caída estaba deteniéndose, haciéndolo ver suspendido en medio del aire, retorcido con dolor del tiro de Zor Prime.

El recipiente y su masa de Protocultura brillaban como una estrella. Shaizan, observando, registró ¡Imposible! Los Maestros, en concierto con su casquete de Protocultura, habrían sido capaces de realizar algo como ese efecto, pero ninguna entidad sin ayuda –ningún Anciano, Maestro, clon, Zentraedi, o Humano– podía evocar así el poder de la fuerza más potente del Universo.

Pero Dana oyó. De algún modo, como si desde lejos, ella oyó el pensamiento hablado de Shaizan, ¡Las Flores han florecido!

A gran distancia abajo, las Flores comenzaban a abrirse más y más rápidamente, mientras los tres entes enigmáticos puestos para guardar y vigilar la matriz sentían a través de Zor lo que había sucedido en la nave madre. Los tres espíritus empezaron a unirse, agotados como lo estaban, para su tarea final.


Zor se sintió sumergido en una arena movediza de dilatación del tiempo; él comenzó a proferir un grito que se hizo eco del de Dana, un grito que parecía estirarse para Siempre. Y sin embargo el recipiente vertió todas sus energías en Dana Sterling, quien posaba suspendida en una posición graciosa en un instante de tiempo, alto en el aire con la última masa de Protocultura de los Maestros radiante entre sus manos...


Sin la sensación de la transición, ella se encontró despertando en un campo verde exuberante de Flores de la Vida rosadas. Ella aún vestía su armadura; vio a su alrededor colinas y valles, no segura de que fueran de la Tierra, aunque vio despeñaderos molidos por el viento y lo que parecían ser restos Zentraedi oxidándose en lontananza. Ella apenas se había empezado a preguntar cómo había llegado a estar allí cuando se dio cuenta de que no estaba sola.

“¿Huh?”

Había figuras oscuras y encapotadas paradas detrás de una mujer de algún grado de parentesco, ella pensó, sintiéndose algo a la deriva, aunque no podía estar muy segura. Cada una de las figuras oscuras sostenía una de las Flores de la Vida de tres tallos, las tres-que-eran-una.

Pero había alguien más, arrodillada justo delante de ella, una mujer compacta, joven y rubia con vestimentas de un rosa diáfano, sosteniendo un ramillete de las Flores, vistiendo una gargantilla algo parecida a la de Musica. La mujer tenía un peinado redondeado y una nariz respingada y cubierta de pecas; estaba calmada, y sin embargo había una sensación de vida y placer en ella que la hacía muy atractiva.

Dana dio a su cabeza una sacudida sutil y se dio cuenta que se estaba mirando a sí misma. Y comprendió que, al igual que esta imagen suya, ella sostenía una Flor de la Vida.

Se puso de pie y vio que allí había más de las figuras oscuras, paradas silenciosamente –sin hacer movimiento alguno sin embargo– sosteniendo sus Flores, formando un anillo alrededor de Dana y su fantasma. Dana se dio cuenta que no estaba armada, pero de algún modo el hecho no le incomodó, y sintió sólo paz y un anhelo de que le respondan sus preguntas.

Entonces la imagen arrodillada de ella misma repentinamente cambió, separándose hacia ambos lados de modo que hubo tres, sonriéndole sus sonrisas misteriosas a ella.

¡El triunvirato! Ella se enderezó como un rayo, recordando lo que había sucedido –asiendo el recipiente– y mirando a la Flor en su mano.

¡Las descargas liberaron el lado Zentraedi de mi mente! ¡Estoy viendo esos otros lados de mí que habrían cobrado vida si yo fuera parte de una tríada!

Ella repentinamente se sintió terriblemente sola. Ella nunca había conocido a su familia, nunca había conocido mucho sobre la raza de su madre, había crecido separada de la mayor parte del conocimiento de sí misma que las personas alrededor de ella daban por sentado.

Y aquí no sólo había otra Dana, sino tres. Una oportunidad para una cercanía y unidad, un compañerismo, más allá de lo que los Humanos conocían. No es ninguna sorpresa, se le ocurrió, que fuera la primer cosa que sus poderes expandidos de su mente hubiesen convocado del vasto depósito de Protocultura.

Pero cuando estaba a punto de abrazar a sus clones hermanas, algo la retuvo. La imagen trajo a la mente a Musica, y a las escenas tristes en las naves madres de los Maestros. Ella recordó la crueldad antiséptica de la vida del triunvirato y el asesinato obsceno del clon Latell.

Ella aún no podía comprender o ver claramente quiénes eran aquellos entes amortajados, reunidos a su alrededor, pero percibió que estaban escuchando de cerca, estaban atentos a su respuesta. Dana sintió que cierto juicio crucial estaba suspendido en el aire.

Pero no requirió de mucho examen de conciencia. Ella había visto todos los dolores de las personalidades sumergidas de los triunviratos. Ella miró a sus otros yo potenciales de nuevo. Sus miradas fijas eran de algún modo malignas ahora, y estaban hambrientas –como si quisieran devorarla, para incluirla en ellas y enterrar para siempre la personalidad que se había desarrollado, para bien o mal, como Dana Sterling.

Dana lanzó la Flor al suelo; ésta se destrozó y desapareció como la imagen de una computadora desvaneciéndose. “¡Yo no soy una parte de su triunvirato! ¡Soy un ser Humano individual!”

Las visiones triples gimieron con sonidos en concierto como los lamentos lejanos de niños torturados. Parecieron volverse humo, volverse fantasmas de ojos vacantes que fueron arrebatados en el viento como rociada del mar, sus Flores disolviéndose también.

Los oyentes oscuros se evaporaron, también, con aullidos delgados de órgano de cañones como espectros de duelo, resignados a su destino eterno. Ellos se apagaron, ahora parte de una realidad que nunca sería.

Dana estaba de pie. El verde había desaparecido, y ella aterrizó en un ambiente desierto y destrozado, sin vida como cualquiera cráter lunar pero aún visiblemente un paisaje terrestre.

Ella exteriorizó airadamente. “¡Rechazo los horrores de su civilización!” Ella no estaba segura de si estaba hablando a los Maestros, o a la Protocultura, o a su propia herencia Zentraedi. “¡Rechazo sus valores y sus creencias!”

¿Quién está escuchando? ella se preguntó, y sin embargo sabía que no estaba siendo desatendida. “¡Soy un individuo, un ser Humano libre del planeta Tierra!”

Se le vino a la mente que estaba parada en un lugar de huesos Humanos dispersos, un cráneo casi debajo de sus pies. No había ningún ligero movimiento de aire, ningún indicio de vida, en ninguna parte a lo largo de un llano ilimitado cubierto con ceniza y techado por nubes bajas que podían haber venido de alguna cremación planetaria.

¿Es esto eso? ¿Es este el futuro de ambas civilizaciones? Repentinamente ella estaba corriendo, pidiendo ayuda en un paisaje desierto que hasta negaba sus ecos.

Su pie giró sobre un esqueleto destrozado, y ella cayó precipitadamente. Pero mientras caía, la ceniza sofocándola, atorando su garganta y ventanas de la nariz, oyó a alguien diciendo su nombre.

Ella sacudió su cabeza para aclararla, pero cuando levantó la vista, estaba en un lugar extraño y más benévolo. Había el azul y el verde de cosas que crecían, pero nada que ella pudiera identificar. El olor de la vida y la claridad del aire la hicieron jadear, sin embargo.

“¡Dana, aguárdame! ¡Ya voy!”

Allí había cúpulas cristalinas bajas de las Flores de la Vida delante de ella, y un cielo iluminado por estrellas sin constelaciones que pudiera reconocer. En alguna parte había música etérea que le recordaba de las del Arpa Cósmica, y una pequeña niña estaba corriendo hacia ella.

“Yo –yo no voy a ninguna parte,” Dana dijo atolondradamente.

Ella tenía diez años más o menos, Dana supuso, una cosa parecida aun duende de cabellos negros con grandes ojos oscuros, vistiendo un vestido corto y ondeante dorado y blanco. Su pequeña cintura estaba circundada por un cinto ancho, sus muñecas y garganta atadas por la misma cosa correosa de color rojo marrón. Ella vestía una corona abierta de Flores de la Vida tejidas en su cabello, y sostenía en la mano otra.

“¿Quién eres?” Dana preguntó.

La niña se detuvo delante de ella. “¡Tu hermana, Dana! ¡La otra hija de Max y Miriya Sterling! Yo nací a una gran, gran distancia de la Tierra, y he venido a advertirte. ¡Oh, Mamá y Papá estarán tan contentos de saber que finalmente he hecho contacto contigo!”

“Yo estoy feliz, también,” Dana dijo vacilantemente, rogando que no fuera sólo una alucinación. “¿Pero de qué se supone que debes advertirme?”

“Las esporas, Dana.”

Esto, mientras la pequeña niña apretaba la Flor de la Vida en las manos acorazadas de Dana. “He venido a traerte estas Flores y para advertirte sobre las esporas.”

“Por favor,” Dana no pudo resistirlo, tenía miedo de que el pensamiento en las Flores y en la Protocultura y en el resto de ello la separaría de esta Visión o contacto o lo que fuere. “No hablemos de eso. ¡Cuéntame sobre ti! ¿Cuál es tu nombre?”

La pequeña niña estaba riendo tontamente. Pero entonces se volvió y corrió precipitadamente en la dirección de la cual había venido. Dana se quedó gritando, “¡Oye! ¡Por favor regresa! ¡Quiero saber más!”

Dos figuras fantasmales más habían aparecido, un hombre y una mujer, seres garbosos cuyas figuras eran indistintas al modo de este extraño medio mundo. Una capa ondulaba alrededor de la mujer, y había algo familiar sobre el modo en que el hombre tenía su brazo alrededor de ella, dos presencias que Dana había sentido antes.

La niña fue corriendo hacia ellos, y ellos le abrieron sus brazos a ella. Al momento que las tres apariciones la miraron, Dana oyó voces que ella conocía, hablando sin hablar.

¡Las esporas, Dana! ¡Cuídate de las esporas, y del Invid!

“¿El –el qué?” Ella se sintió mareada. Sus propias memorias y las viejas cintas magnéticas de Max y Miriya Sterling le dijeron que ella verdaderamente estaba oyendo las voces de sus padres –o más bien, sus pensamientos.

¡Cuídate del Invid! ¡Vendrán en busca de las esporas!

Ella tenía un millón de cosas que preguntarles y contarles, pero el contacto parecía estar debilitándose, para cuando el mensaje mental llegó otra vez, era débil.

El tiempo se acaba. ¡Tanto ha sucedido desde nuestro último contacto con la Tierra, tantas cosas sorprendentes! ¡Tus poderes están despiertos ahora, y están creciendo! Úsalos cautamente; nosotros los Sentinels sólo estamos comenzando a comprender la naturaleza verdadera de la Protocultura.

¿Los Sentinels? Dana preguntó al sonido de las palabras.

Y entonces oyó la voz de su hermana. ¡Te amamos, Dana! ¡Te amamos mucho!

Te amamos mucho, mucho, hija, sus padres agregaron, mientras las voces decaían.

“¡Oh, yo –yo los amo, también! ¡Y los extraño!”

Entonces las figuras fantasmales se habían ido, y a ella le quedaba esperar que ellos la hayan oído, mientras los pétalos rosados de la Flor de la Vida flotaban a la deriva a su alrededor.

Traducido por Luis N. Migliore (Córdoba, Argentina)
www.robotech.org.ar

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