Los Maestros de la Robotecnia - The Final Nightmare1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26
COMANDATURA ESPECIAL DE OPERACIONES Y DE OBSERVACIONES
DE LA PROTOCULTURA (firmado) Zand, Al Mando
Bowie Grant estaba sentado tocando el piano suavemente. A veces él pasaba a las melodías que él había tocado para Musica, y a aquellos que ella había tocado para él. Pero esta noche él se mantenía regresando una y otra vez a las que Emerson le había enseñado cuando niño, cuando el General lo presentó al piano y fomentó el amor de Bowie por la música. Bowie ejecutaba sus propias composiciones, aquellas tempranas que habían vuelto a Emerson tan orgulloso. No había nadie en la oscuridad de la sala de alistamiento para oír la música, o para ver sus lágrimas. Abajo, sin embargo, en una limosina militar larga y negra estacionada debajo de las ventanas abiertas de la sala de alistamiento, había una audiencia. El General de División Rolf Emerson estaba sentado en el asiento posterior con la ventana abajo, escuchando. Él no reconocía los tonos alienígenas, sin embargo sospechaba lo que significaban; él conocía cada nota que Bowie tocaba de su pasado compartido, sin embargo, y las entendía completamente. Los esfuerzos de Emerson para hacer contacto con su pupilo habían sido rechazados, y el general respetaba el derecho de Bowie de estar solo. Tal vez nunca debí haber hecho que se alistara; tal vez él no debió haber tenido que servir, Emerson reflexionó. Pero entonces, sería un universo mejor si ninguno de nosotros tuviera que hacerlo. Pero éste no es precisamente ese tipo de universo. “Suficiente. Lléveme de regreso,” él dijo a su chófer, presionando el botón que levantó la ventana. Lléveme de regreso...
Ella dejó que las rosas lloviesen a su alrededor, riendo tontamente y jadeando, y trató solitariamente de comprender las emociones e impulsos contradictorios que estaban iniciando su propia guerra privada. Ella estaba hasta las rodillas de flores. Había una nota asegurada al estante: Estación 7 a las 2100.
Siquiera se lo merecerá, ella pensó. Ella había despilfarrado la mitad de sus ahorros en un vestido de noche de satén blanco muy atractivo, y en el perfume más caro que pudo encontrar. Su caminar era mucho más diferente del que tenía cuando estaba en uniforme; ella había visto a hombres quedar boquiabiertos, admirándola. Y antes de hacer caer un hilera de la fauna masculina local, aquí se sentó, esperando a su Romeo. Ella salió al balcón para tomar un poco de aire fresco, suspirando a la luz de la luna, pensando en Sean, oliendo las orquídeas de allí. Ella había sido derribada del cielo y él había mechamorfoseado su Hovertank, elevándose en modo Battloid para atrapar a su ardiente y en caída Veritech. Él había jurado que la amaría, y a nadie más, por siempre. Lo había su amor sujetado a él como su Battloid había sujetado su VT. Se había vuelto su amor el de él. ¡Bestia! ¡Sapo! Nunca has estado enamorado antes... Abajo, oculto detrás de una columna en el pórtico, Sean sonreía y estaba listo para ir a sorprenderla. Marie había venido temprano a su cita para cenar, y ella había decidido ver cuánto tiempo le tomaría perder la paciencia. No le había tomado mucho; él estaba apenas retrasado. Pero la he tenido esperando lo bastante, él pensó culpablemente, y se alistó para subir corriendo los escalones hasta ella. Una voz detrás de él dijo, “¿Seanie?” Era Jill Norton, una antigua enamorada, toda vestida como una diosa del mar en lentejuelas verdes, tirándose a él para abrazarlo. “¡Eres tú!” Ella trabó sus labios a los de él, y él tuvo que forcejear con ella a fin de levantar su cabeza y mirar hacia el balcón. Marie le estaba dando el tipo de mirada fija que precedía a los homicidios. Tal como Cenicienta, Marie perdió una zapatilla de cristal en la escalera caracol. En realidad, ella perdió ambas. Ella se abrió paso empujando entre Sean y su última ramera, a punto de salir, pero giró repentinamente y lo agarró por el frente de su traje. Antes de que él pudiera moverse, ella lo besó tan intensamente como pudo –ella puso todo su amor y todo su deseo y todo su corazón en ello. Sean estaba comenzando a pensar que él podría sobrevivir al encuentro cuando ella lo apartó y lo meció con una bofetada que casi le sacó su cabeza.
Sin embargo, sus peores miedos se volvieron verdad cuando él giró hacia Nova y recibió un puñetazo con el revés de la mano, los nudillos levantados, que lo envió girando sobre el frío duracreto boca abajo. “¡Aléjate de mí, Zor!” ella chilló. “¿Me oyes, Zor?” Pero en cambio, ella temió que le podría haber causado daño realmente. Komodo se levantó parcialmente. “Teniente Satori, la oigo.” Él limpió sangre de su boca. “¡Oh mi dios! ¡Capitán Komodo!” Él se palanqueó para levantarse. “¿Zor, eh? ¡Ahora lo entiendo!” Él se alejó tambaleándose en la negrura, sollozando, corriendo casi doblado por la mitad, como si ella le hubiera causado una herida desentrañante. Ella miró alrededor y vio a Dana parada, una pequeña figura pálida, debajo de una luz cercana. “Debí suponerlo, Sterling. Ahora tengo que partir ese pequeño peinado bejín rubio con un gancho de carga, o me dirás que–” Ella fue interrumpida por su propio comunicador de muñeca. El único modo en que ella había podido conseguir algún tiempo para sí para la cita en la bodega había sido firmar para un recorrido supuesto de las patrullas de la PMG, para verificar. Así que ella estaba de servicio. “Teniente Satori, tenemos un reporte sobre un individuo, pensamos que es una mujer, manejando muy errática e imprudentemente un jeep militar.” Nova estaba en su Hovercycle y alejándose antes de que Dana pudiera decir una palabra. Dana fue y saltó dentro del jeep de fuga que estaba esperando, el Teniente Brown detrás del volante. Dana conocía a Brown de sus breves días de instructor en la Academia, y Brown era un viejo amigo cercano de Komodo. Abordado por Komodo, Brown había explicado por qué Nova había venido a verlo: no era cuestión de pasión, sino más bien de disculpa. Entonces, él participó en el complot para reunir a Komodo y a Nova, y se ofreció voluntariamente para actuar como chófer. “¡Vamos!” Dana gritó, señalando el Hovercycle que desaparecía de Nova mientras éste se desvanecía por las puertas de la bahía de carga.
La voz de Rolf Emerson era suave en la oscuridad de la oficina en el cuartel general de la Cruz del Sur, pero aún llenaba a Zand con miedo. ¿Cómo había logrado entrar? No solo había allí guardias y equipo de vigilancia, sino que Zand mismo tenía poderes ocultos que debían haber impedido cualquier sorpresa tan desagradable. Y sin embargo, allí estaba el Jefe del Estado Mayor para la Defensa Terrestre, en el resplandor que se esparcía en la oficina oscura proveniente de la luz de las estrellas y la luz de la luna. “No me quedaré por mucho tiempo,” Emerson agregó. “Sólo cierre la puerta, siéntese, y escuche.” Zand lo hizo, dejando su oficina oscura. Él pensó en hacer sonar una alarma; Emerson desde luego lo excedía en rango, pero este tipo de visita desautorizada no era nada que aún las estrellas de un general justificarían. Sin embargo, había animosidades viejas entre los dos, nada que Zand hubiese querido sacar a la luz. Así que él se sentó, esperando. “Parto por la mañana; usted ya lo sabe, indudablemente,” Emerson dijo, sonando cansado. “Sólo quería decir esto–” Repentinamente él estaba al lado de Zand, su fuerte mano alrededor del cuellos de Zand. Emerson lo sacudió como una muñeca de trapo mientras el científico Robotech hacía sonidos de estrangulación. “Usted dejará tranquila a Dana mientras yo no esté, ¿me oye? Si regreso para encontrar que usted ha intentado cualquier cosa, cualquier cosa, lo mataré con esta misma mano y dejaré que el Auditor de Guerra me haga corte marcial.” A pesar de toda su apariencia apacible, Zand fácilmente pudo haberse zafado del asimiento de virtualmente cualquiera; los poderes de la Protocultura que él se había dado a través de experimentación peligrosa volvían tales trucos mentales simples. Pero por alguna razón, los poderes mejorados de Zand simplemente no funcionaban en Emerson. Era como si el general fuera inmune a las habilidades de Zand. Emerson sabía muy poco sobre la Protocultura; él no tenía acceso consciente a sus vastos poderes. Emerson no tenía idea de que estuviera estrangulando a un superhombre. Él sacudió a Zand. “¿Me oye?” Zand alcanzó a sacudir la cabeza, el aliento resonando. Emerson lo soltó. Habría magulladuras terribles en su garganta por la mañana. La última vez que Zand sintió el asimiento de Emerson en su garganta fue hace catorce años. Fue en la noche, también, cuando Emerson irrumpió en el laboratorio de Zand al descubrir que Zand estaba realizando experimentos raros en la hija bebé dejada atrás por Max y Miriya Sterling. Él estaba exponiendo a Dana a tratamientos de Protocultura y substancias de una planta alienígena extraña. Emerson había oído que ello tenía algo que ver con activar el lado alienígena de su mente y herencia mental. El general era el guardián de Bowie, pero había sido un buen amigo de los padres de Dana. Zand había creído que iba a morir aquella noche, en aquel momento; la fortaleza de Emerson parecía ilimitable. ¿O tal vez era simplemente que ninguno de los poderes adquiridos de Zand funcionaba en la presencia de Emerson? Zand lo evitó desde esa vez hasta este momento, y Emerson se había asegurado, sin importar dónde él estuviera o lo que estuviese haciendo, que Dana estuviera más allá del alcance de Zand. Jadeando y resollando, frotando su garganta, Zand procuró de darle cierto sentido a ello. ¿Cómo podía un mortal como Emerson bloquear a los Formadores de la Protocultura de este modo? ¿Y en tal total ignorancia de lo que era lo que él estaba haciendo? Era como si la abrumadora frustración de todo ello fuera algún diezmo que Zand tuviera que pagar para ganar aquel último triunfo, ese premio increíble, que él vio prometido a él por los Formadores. Era aún más humillante que Emerson nunca comprendiera con quién él estaba tratando. Para Emerson, Zand era cierto místico de la Protocultura medio demente de R&D, quien se había desviado de los cuerdos caminos seguidos por el Dr. Lang, y terminado trastornado. “Sé que usted la ha estado vigilando a través de canales clandestinos e informantes,” Emerson dijo quietamente. “No lo vuelva a hacer de nuevo. ¡Si tengo que venir y verlo una tercera veces, Doctor, será para sacarlo de la lista para siempre!” Zand ni siquiera se había dado cuenta que Emerson se había alejado de él hasta que oyó a la puerta abrirse y cerrarse. El heredero de los secretos de la Protocultura de Emil Lang, y maestro de los nuevos y más peligrosos secretos propios, masajeó su torturada tráquea. Una cosa estaba clara: Emerson era un obstáculo con el que tendría que tratar primero. Dana Sterling era vital, porque ella era el centro de todos los proyectos de Zand.
¡Qué pequeña idiota he sido! Yo sabía cómo era Sean. Oí todas las historias. ¡Sin embargo todavía creía que él cambiaría sólo por mí! Ella ignoró las luces, ignoró los límites de velocidad, ignoró todo peligro para sí y para los otros, golpeando de refilón quienquiera que no se quitase de su camino. La noche y la muerte inminente la atrajeron. Su jeep rebotó por un callejón y sobre un camino de acceso que la llevaría al acantilado que dominaba la ciudad. Ella no estaba pensando claramente acerca de lo que encontraría allí, pero algo le dijo que sería mejor que lo que estaba sintiendo ahora, y le gustaba la sensación del acelerador debajo de su pie con medias y descalzo. Sólo deseaba que estuviera en su mecha. Le tomó algún tiempo darse cuenta que un Hovercycle de la PMG y un jeep estaban detrás de ella. Por un altoparlante la voz de Nova Satori le estaba ordenando detenerse. Marie presionó el acelerador. Al acercarse la persecución a gran velocidad al promontorio del acantilado, Nova trató de golpearla de refilón para que se detuviera. El jeep de Marie esquivó una roca, y golpeó al ciclomotor. Marie tuvo una vista de la cara aterrorizada de Nova en el instante que luchaba con sus manillares. Marie presionó los frenos y sobre corrigió el curso, y su jeep fue deslizándose hacia el acantilado, ya muy cercano. Pero Dennis Brown estuvo allí primero, con Dana apostada en la parte de atrás y cubriendo sus ojos. El piloto de VT trajo a María a un alto dejando al jeep de Marie embestir el suyo de costado con las luces traseras por delante. Los dos vehículos se enterraron en una espuma de polvo; la rueda izquierda delantera de Brown quedó sobre el borde, y el chasis rechinando a lo largo. El jeep se tambaleó allí, pero se sostuvo. Dana y Brown suspiraron simultáneamente. Marie estaba colgada contra su volante, llorando como un niño perdido. Dana, Brown, y Nova aún estaban tratando de ordenar las cosas cuando las sirenas distantes y las luces destellantes atrajeron su atención. Brown dijo. “Seguramente sería malo para la moral si dejamos a los de la policía militar encontrar al héroe de los TASCs en esta condición.” Él alzó y sacó a Marie fuera del jeep suavemente y la colocó sobre el suelo. “¡Pero –Teniente Brown!” Nova objetó, cuando él se deslizaba detrás del volante del jeep de Marie. “Es simple,” él dijo, acelerando el motor a fondo. “Piloto frustrado al quedar fuera de una gran misión pone las manos sobre un jeep y whisky, ¿comprende?” Nova asintió; ella le debía una. Sería justo como él dijo. “Eso significa el calabozo, lo sabes.” Brown se encogió de hombros. “Un par de días. Ellos me necesitan demasiado en mi VT para hacer más. Además, no tengo nada mejor que hacer con mi tiempo.” Él le guiñó un ojo. “Baje a verme de vez en cuando, ¿huh?” Luego él liberó el jeep retrocediendo y se marchó en un rocío de grava. Al dejar un alto penacho de polvo y arenilla, dando vueltas y alejándose a velocidad, no fue difícil para él atraer la atención del posse comitatus; las luces estrobocópicas y las sirenas aullantes siguieron a Dennis Brown en la noche. Dana trató de decidir qué hacer o decir, con la perpleja Nova a un lado y la sollozante y encogida Marie en el otro.
Los Guerreros Invid ejecutaban sus maniobras perfectamente. Evadían el fuego de multitudes de torrecillas de armas, y cuando la orden llegó, devolvieron fuego devastador a las torrecillas con exactitud exacta. “Y cuando se unan, serán un Triumviroid inderrotable,” Bowkaz dijo. Jeddar de los Maestros de Clones hizo inclinación. “Un Triumviroid, sí, Maestro. Autónomo y capaz de ejecutar las tres funciones básicas del combate: acumulación de datos, análisis, y respuesta, todo en milisegundos.” La propia esencia de la Robotecnología. ¡La lógica dicta que estos mechas no pueden ser derrotados! Un arma tan perfecta como nosotros mismos, los Maestros Robotech compartieron el frío pensamiento.
El capitán Komodo guiaba a su unidad corriendo. Él había sido indulgente con su pesar y puesto a un lado su humillación; ahora era tiempo de saldar su deber, de cumplir su juramento de servicio. Pero una voz diciendo su nombre lo detuvo en seco mientras el resto corría hacia el ascensor de personal que esperaba para llevar a las tripulaciones de los cruceros de batalla a sus asignaciones. Dana lo alcanzó, sofocada. “Sólo quiero... decir, lo siento, estoy apenada por–” Él le dio una sonrisa. “Olvídelo, Dana. Gracias por todo.” El silencio que siguió fue embarazoso, mientras escuchaban anuncios e instrucciones para todos los que se iban a embarcar, y para todos los demás que se apartasen. Dana y Komodo buscaron tentando algo que decirse mutuamente. Entonces una mano se estiró para tocar el hombro blindado de Komodo. “Capitán...” Komodo, girando para ver a Nova Satori parada a su lado, lucía como un ciervo atrapado con las luces delanteras. Ella tomó sus manos enguantadas con ambas manos. “Sólo quería decir –asegúrese de regresar a salvo.” Le tomó a él unas cuantas estrellas falsas responder. “¡Nova, sí! ¡Lo haré!” Él giró, apresurándose para alcanzar a su comando. “¡No se preocupe por eso!” Dana calculó que Nova no estaba aún enamorada de Komodo. ¿Pero qué importaba eso cuando una persona podía morir –cuando todo un mundo podía hacerlo? Dana estuvo a punto de hacer la paz con Nova, de decirle que cosa decente fue aquello, cuando ambas fueron distraídas por otro drama de despegue. “¡Marie! ¡Regresa!” Pero Marie Crystal ya tenía una ventaja inicial, y aún sobrecargada por su armadura de combate ella llegó al ascensor mucho antes que Sean Phillips. Y de todos modos, Sean había sido alcanzado por Angelo Dante, quien lo sostenía prácticamente debajo de un brazo, y lo traía arrastrando. Angelo le gritó a su otrora comandante en jefe, “¡Se un hombre, por dios santo! ¡Ella tiene cosas más importantes en su mente, idiota!” Pero Sean se liberó al último momento, cuando el conteo regresivo iba a cero y las tripulaciones de tierra y el PEA bramaban a los ATACs que fueran a refugiarse. Sean corrió presuroso hacia el ascensor, pero llegó demasiado tarde. Las puertas se cerraron precisamente antes de que él llegara. Marie miraba sin emoción –¿o lo hacía? Al momento que las puertas que se cerraban la alejaron de él, su expresión de piedra pareció cambiar. Sean se encogió inconsolablemente en sobre el piso, y dejó a Angelo, a Dana y a Nova levantarlo y llevárselo.
Él oyó los primeros ruidos sordos de la ignición de prelanzamiento reverberar a través del campo y la ciudad, mientras su padrino y guardián se alistaba para la batalla.
El tumulto y el fulgor de ello llenaron las ventanas de la sala de
alistamiento; Bowie golpeó una última y odiosa nota, luego
permaneció sentado mirando fijamente las teclas. Traducido por Luis N. Migliore (Córdoba, Argentina) |
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26