Los Maestros de la Robotecnia - The Final Nightmare

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Capitulo 8

¡Hwup! ¡Twup! ¡Thrup! ¡Fo’!
¡Cuerpo! ¡Blindado! ¡Táctico! ¡Alpha!
¡Si no puedes tu mente amansar,
Otro juego debes jugar!

Cadencia de marcha popular entre los sargentos instructores del ATAC


En su nave insignia, los Maestros Robotech no mostraban ninguna señal de su consternación cuando los Maestros de Clones evaluaban el daño que habían sufrido en la victoria del día del juicio final de Emerson.

Muchas de sus naves de combate y Bioroids azules se habían perdido, junto con gran parte de los materiales que iban a ser derivados a la construcción de mechas. “Hemos comenzado la producción de emergencia de los nuevos y mejorados mechas Triumviroid, mi señor,” Jeddar estaba diciendo, “dándole a cada uno el poder de un Guerrero Invid. Tenemos la habilidad para producir muchos de estos y son superiores a cualquier cosa que los Humanos puedan poner en el campo de batalla.”

Los Maestros estudiaron al Triumviroid, un Bioroid rojo similar al que Zor Prime había piloteado. Con una de las esferas cornudas del Guerrero Invid Triumviroid en cada módulo de control de torreta-esfera, ellos tendrían, en efecto, cientos de Zors –cientos de duplicados de su más capaz guerrero y amo de la batalla.

“Este es nuestro logro culminante.” Dag miró de reojo, estudiando los puños y armas enormes. “Totalmente invencible.”

Bowkaz pronunció su evaluación, “Los Battloids de los Humanos serán inútiles contra él.”

Y Shaizan contribuyó, “Finalmente, la Protocultura será nuestra.”

La roja y destellante inmensidad blindada del Bioroid parado sobre sus dos piernas se asomaba sobre ellos, tan masivo que parecía que podía desgarrar mundos. Los Maestros estaban seguros de que estaban destinados a tener éxito.

Había, sin embargo, un silencio tácito entre ellos al respecto de las aspiraciones de los Humanos, las que podrían ser contradictorias.


Las fuerzas de ALUCE habían reparado sus mechas y lamido sus heridas. A la orden de Emerson, despegaron de nuevo, para reunirse con él para lo que el género Humano esperaba sería el golpe final de la guerra.

La Tierra y la luna temblaron ante los propulsores de los acorazados de la Cruz del Sur; los Leones Negros y unos veinticinco mil de otros soldados se aferraron a sus armas y esperaron y se preguntaron si este sería el día en que ellos morirían.


En la Base Fokker, Marie Crystal, quien había vuelto con Emerson en su regreso de la luna, rezaba por su propia alma y aquellas de todos los hombres en su unidad. Entonces ella se levantó, blindada como Juana de Arco, y se alistó para guiarlos hacia delante para matar y matarse.


En un comedor cerca de una plataforma de lanzamiento en la Base Fokker, había poco que hacer para el 15to excepto esperar y esperar. Sus tanques ya estaban cargados, nadie parecía sentir muchas ganas de hablar, y el chillido y raspado de los cuerpos en armaduras era el único sonido. La serenidad parecía ser inversamente proporcional al rango. Dana sentía el peso del mundo en sus hombros, mientras que los últimos transferidos estaban tratando de dormir un poco sobre el piso.

Ellos habían estado escuchando a la Caja Puta –el altavoz del amplificador de potencia– por horas. Quién se suponía que iría a dónde, notas admonitorias sobre mantenimiento final –y más llamadas ominosas del capellán y ofertas finales de la oficina del Auditor General del Ejército para asegurarse de que los testamentos y escrituras estuvieran en orden.

Dana miró por la ventana del comedor, al cicatrizado lugar arado por aleación en una ladera distante donde la nave insignia de los Maestros Robotech se había estrellado una vida –¿un mes?– antes.

“Vamos,” ella murmuró al altavoz. No tengo intensiones de morir, ¡pero odio esperar! “¡Pongamos este pavo en el horno!”

Sean, que pasaba vagando a su lado aparentemente accidentalmente, golpeó ligeramente su resplandeciente trasero de acero. “Tranquila, capitán.”

Ella giró hacia él y le hubiera dado un gancho si él hubiera estado más cerca. ¿Pensaba él que ella era tan incapaz que necesitaba su imprimátur para dirigir su escuadrón? Dana no tenía tiempo para pensar algo más sutil o eficaz, así que vociferó, “¡Suprímelo, estúpido!”

Ambos estaban transpirando, los dientes cerrados, listos para agarrarse a trompadas por ninguna buena razón –excepto que estaban a punto de ir a la batalla, para derribar o tal vez ser derribados por completos extraños.

Bowie se puso de pie de un salto, a pesar del peso de su armadura. “Alto. Sólo tenemos un enemigo, y son los Maestros Robotech. Deberíamos estar pensando en eso.” Él dijo ello con el conocimiento incómodo de que él ni siquiera podía tomar su propio consejo; él, también, estaba preocupado, pero de un modo muy diferente.

Angelo estaba verificando el mecanismo en su pistola. “¡Piensen, necios! ¿Por qué no se calman todos y piensan en la misión?”

“Angelo tiene razón,” Zor dijo quietamente.

Louie dijo con un bufido, “Es fácil para ti decirlo, Zor. Pero los Humanos nos ponemos emocionales, especialmente cuando se trata de que nos van a matar.”

Zor no se sintió con fuerza para enfrentar la mofa. “Tienes razón: no soy Humano. Desearía poder recordar más de lo que lo hago, pero recuerdo una cosa claramente. Era mucho menos de lo que soy ahora, cuando mi mente era gobernada por los Maestros Robotech.”

“Quiero destruirlos para asegurarme que nunca me suceda a mí o a alguien más. Gustosamente daría mi vida para asegurar eso. Si supieran de lo que estaba hablando, todos lo harían, también.”

Nadie dijo nada durante unos cuantos segundos. Todos habían estado en combate demasiadas veces para tener mucha tolerancia a los discursos entusiastas, pero algo sereno y seguro en la voz de Zor los mantenía alejados de ridiculizarlo.

“Estoy impresionado,” Angelo dijo, para romper el silencio. Hubo unos cuantos gruñidos e inclinaciones de cabezas, lo más cerca que el 15to podía llegar al aplauso salvaje en un momento como este.


En su nave insignia, los Maestros miraban hacia abajo al triunvirato Científico. “Observamos las preparaciones de los Humanos,” Shaizan dijo. “Y sus intenciones aparentes de usar tácticas tan crudas son difíciles de racionalizar. ¿Detectan alguna indicación de que están preparándose para combatir al Sensor Nebulosa Invid en caso de que los ataque?”

Los Científicos flotaban cerca en su casquete satélite de Protocultura. En otra parte en el compartimento cavernoso, los Maestros de Clones, los Políticos, y otros triunviratos estaban en sus casquetes a la deriva y observaban silenciosamente.

Dovak, el líder de los Científicos, respondió, “Según nuestros monitoreos e intercepciones, no planean nada contra la Nebulosa, pero están montando una ofensiva extrema contra nosotros.”

Los Maestros lo ponderaron. Tal vez los primitivos de abajo ignoraban el peligro del Invid. Pero eso apenas parecía probable, especialmente ya que los Zentraedis que habían desertado al lado Humano en la Primera Guerra Robotech habían estado bien conscientes de ello, y de la Nebulosa. Tal vez los Humanos esperaban ayuda de parte del Invid.

Si así fuera, esperaban en vano; el Invid tenía un odio insensato hacia cualquier especie excepto la suya.

En todo caso, los Humanos visiblemente no constituirían un tope o tercera fuerza ante la llegada del Invid; su civilización y tal vez toda la vida en su planeta –excepto la Matriz– sería con toda probabilidad simplemente borrada.

Y si ellos no estuvieran listos para el Invid y en control de una Matriz rellenada para entonces, los Maestros Robotech serían destruidos también.


Finalmente las órdenes llegaron. Dana levantó su casco alado con su larga pluma de aleación como un penacho griego.

“¡Muy bien, Decimoquinto! ¡Ensillen! ¡Vamos, muévanse!”


Afuera en la plataforma de lanzamiento, Nova lograba robar unos cuantos momentos de la actividad frenética de asegurar una embarcación sin defectos, para encontrarse con el Teniente Brown.

“Me sentí apenado al oír lo del pobre de Komodo,” él le dijo. “Sé que fue difícil de manejar para ti pero –tú lo hiciste feliz Nova. Nunca lamentes eso, no importa qué.”

Ella casi había decidido no encontrarse con Dennis, temiendo que su despedida pudiera ser un mal de ojo. Ella luchó para decir algo.

“Sólo cuídate hasta que te vea de nuevo,” él sonrió.

“¿No es esa mi línea, Dennis?” Ella sintió como si fuera a comenzar a estremecerse.

Él encogió sus hombros blindados. “Nada de que preocuparse. `Sólo otro día en el ECS.’” La agudeza usual del Ejército de la a Cruz del Sur no sonaba tan clara, sin embargo.

Ella pasó un rato difícil comprendiendo cómo ella había llegado a preocuparse tanto por él, especialmente en medio de toda la locura sobre Zor y la tristeza por el Capitán Komodo. Al principio tuvo que ver con su culpa por estropear su autorización. Más tarde ella lo admiró por el modo en que él tomó la degradación por la alocada exhibición de conducción de Marie Crystal, y por su papel como conductor de escape en el plan casamentero demente de Dana.

Pero había más que eso, algo que tenía que ver con el buen humor indestructible con el que él enfrentaba cada percance. Ella sólo sentía que en cierta manera él era una persona mejor y más bondadosa –más compasivo– de lo que ella podía alguna vez pretender ser.

Las sirenas de advertencia estaban regañando. “Debo irme,” él dijo.

Él giró para irse, pero ella agarró su muñeca. “Dennis, ten cuidado. ¿Hazlo por mí?”

Él asintió con una sonrisa guapa. “Cuenta con ello. Hasta pronto.”

Ella inclinó la cabeza, mirándolo como si él fuera cierta aparición. Ella no pudo evitar los nervios para decirle, Regrese a salvo a mí, porque parece que me he enamorado de ti.

Él estaba trotando hacia su transporte, y ella tenía que apresurarse a alcanzar un búnker. Los propulsores retumbaron de nuevo, y la siguiente fase de la Segunda Guerra Robotech empezó en serio.


Las fuerzas de ALUCE llegaron, sin oposición. Los Maestros se negaron a reaccionar a la maniobra de atracción de la Humanidad, y jugaron el juego de la espera. La fuerza de ataque terrestre se sitúo para el ataque.

Dana encontró a Bowie abajo en la bodega de carga donde los Hovertanks del 15t estaban asegurados para el vuelo. Le tomó cierto tiempo a él abrirse, pero cuando lo hizo las palabras salieron en torrente.

“¡Desde que conocí a Musica y a Zor, no me siento el mismo sobre combatir a esos Bioroids! ¡Las personas en ellos no deben ser culpadas! ¡Es como uno de esos ejércitos antiguos donde arreaban prisioneros inocentes en primera línea, para ser matados, para ganar una ventaja táctica!”

“Bowie, te comprendo. No hay nada malo con lo que estás sintiendo–”

Ella había puesto una mano en su hombro pero él se la sacó, bateándola a un lado. “Estoy justo en el borde, Dana, y no tengo mi mente cuerda, ¿no lo entiendes? ¡Ya no puedo manejarlo! ¡Haré que todos ustedes caigan!”

Esa era una conversación seria, porque todos en el 15to sabían –como todo soldado sabía– que tú no tomabas la colina para el consejo del GTU, la Promesa de un Mundo Mejor, o el pastel de fruta y nueces de Mamá. No; tú lo hacías por tus camaradas, y ellos lo hacían por ti.

“Bowie, siempre hemos sido sinceros uno en el otro, y te digo: yo tengo esos mismos sentimientos, también.”

“¡Pero Dana, eso no me dice cómo tratar con ello! ¡Ahhh! Entonces, eso es. Nada que usted pueda hacer al respecto, Teniente. Voy a tener que arreglar esto yo mismo.”

“Sólo soy en parte Humana,” ella dijo bruscamente. “Yo, yo supongo que estoy conectada con Zor y el resto, de cierta manera. No me gusta la idea de matar a ninguno de los clones, tampoco. Pero Bowie, piensa en la alternativa. ¡Recuerda lo que dijo Zor!”

Ella puso sus brazos alrededor de los hombros de él, presionando su mejilla contra él. “No podemos dejar que eso le suceda a la Tierra, Bowie,” ella le dijo al oído, “y no podemos dejar que eso le suceda al Decimoquinto.”


Unas cuantas semanas antes, la flota de los Maestros habría desintegrado el ataque Humano impudente. Ahora luchaba por su vida, su reserva de energía menguando hasta un punto donde la batalla era horriblemente pareja y el desgaste parecía ser el arma no tan secreta.

Descargas cerradas de energía terrícolas y discos de aniquilación alienígenas se entrecruzaban, tan espeso como ortigas, mientras la fuerza de ataque Humana se acercaba.

El 15to arrancó sus motores y selló sus armaduras, preparándose para seguir a la Valkyria de Dana en la esclusa de lanzamiento. Recibieron la noticia de que su área táctica de responsabilidad –su ATDR– había sido aumentada en un 50%, porque el escuadrón 12do había sido volado en pedazos junto con todos los demás a bordo del crucero de batalla Sharpsburg cuando las salvas del enemigo lo alcanzaron.


La flota terrestre arrojaba todo lo que tenía al enemigo, pero las noticias que llegaban a Emerson, observando a cara de piedra desde su nave insignia, eran malas.

“Misiles, sólidos, energía –nada parece estar haciéndoles mucho daño, señor,” Green le dijo.

No había ninguna señal de los campos defensivos hexagonales “copos de nieve” que los Maestros había usado antes, pero lo que Green dijo era indisputablemente verdad. Artillería y fuerza destructiva equivalente a una Guerra Mundial de buen tamaño estaba siendo arrojada a los invasores de avance pesado, en vano.

“Podría ser algún tipo de escudo que no hemos visto antes, o sólo podrían ser sus cascos,” Emerson contestó. Pero no había mucho espacio para cambios elegantes de planes o pausas que considerar ahora; la enorme operación era, por su propio tamaño y peso, casi imparable.

“Presione el ataque,” Rolf Emerson se forzó a decir, tratando de no pensar en las bajas sino sólo en lo que le sucedería a la Tierra si él y su flota fallaban. Él había visto extractos de los interrogatorios de Zor, y el monitoreo de los comentarios de Zor sobre la vida bajo el dominio de los Maestros Robotech.

“Denles más duro,” Emerson dijo, “y alístense para enviar a los guerreros, luego a los tanques.”

Acercándose, arriesgándose a los rayos de partícula furiosamente brillantes de las baterías invasoras en forma de lágrima, las naves de la Tierra vertían torrentes de fuego sobre ellas. Tubo tras tubo de los misiles más pesados, Skylords y tales, derramaban llamas y muerte; contenedores de Swordfish y Jachhammers se vaciaban, sólo para ser recargados para otra descarga.

Marie Crystal, lista para guiar a los TASCs afuera, envió un pensamiento silencioso a Sean, para que se cuide.


Una andanada cercana y altamente concentrada de misiles que le costó a las fuerzas terrestres un destructor escolta y el desgarramiento de una fragata, de algún modo abrió una brecha en el casco de la nave insignia alienígena. Ello sucedió precisamente cuando el 15to estaba a punto de dejar la esclusa de lanzamiento, y su misión cambió en un momento.

Había poco que operaciones del G3 podía agregar a las ordenes en pie. ¡Meterse por allí e inhabilitarlos! ¡Distraer, neutralizar!

Los Hovertanks, compactos como cangrejos enormes o tortugas con todo apéndice retraído, se dejó caer sobre las flamas de candelas azules invertidas de sus propulsores.

El desgarro en el casco superior del enemigo era tan grande como las barracas del 15to; un agujero abismal e irregular, los lados orlados con blindaje retorcido y ennegrecido de siete metros de espesor, emanando humo negro y atmósfera como un cañón. Estaba ligeramente hacia delante y hacia el lado de babor de uno de esos zigurates montañosos y en forma de espiral que Louie insistía en llamar “Las Tetas Robotech.”

Aún sería bastante estrecho para toda una escuadra de Hovertanks, y a Dana no le gustaba la idea de apiñarse juntos al estilo de peces en un barril. Pero no había forma de decir cuándo la brecha sería cerrada por algún mecanismo de reparación, no había tiempo para pausar y volver a considerar. A su orden, los ATACs bajaron lentamente hacia el agujero, para realizar un pase cercano antes de hacer su visita a domicilio.

Ningún Bioroid en ninguna parte, Dana registró.

No me gusta, Angelo se dijo.


“Una táctica diferente ahora. Qué extraño,” Shaizan dijo, sonando más confundido que perturbado.

Dag se volteó alejándose del panel cristalino, donde él había estado observando los Hovertanks. “Esta es una oportunidad inesperada,” Dag dijo, mientras el mecha descendente lentamente dejaba atrás el casco quebrado.

“Sí; creo que es hora de probar el nuevo Guerrero Invid,” Shaizan concurrió.

Dag giró y vociferó, “¡Científicos! ¡Rápido!”

Ese triunvirato, habiendo estado en lo alto entre las arterias enlazadas y vías de transporte del sistema de control de la nave, descendieron ahora en su casquete. “¿Sí, Maestros?”

“Desplieguen nuestros Guerreros Invid Triumviroid contra esos mechas Humanos allí al instante.”

“¡Al instante!” Los Científicos se remontaron para obedecer.

Bowkaz, observando al 15to acercarse para otro pase de cerca, cerró su delgada y atrofiada mano en un puño, los dedos largos y delgados desacostumbrados a tal gesto fuerte. “¡Asombroso! ¡Estos eslabones perdidos en realidad piensan que pueden triunfar contra nosotros!”


En un enorme compartimento en la nave insignia, un paisaje de fantasía infernal había sido creado. La habitación rosada translúcida consistía en vías de transporte arqueándose en lo alto y arterias de Protocultura, con racimos de esferas que se asemejaban a uvas en sus intersecciones.

Muy por debajo de los sistemas de monitoreo y energizado, los Guerreros Invid se levantaban, parados de a tres, insectos por comparación pero gigantes ciclópeos desde el punto de vista de la guerra que rabiaba afuera.

Las corazas pectorales de los Bioroids estaban abiertas, las hombreras levantadas, los cascos castores alzados para exponer las torretas-esferas en las que sus pilotos se sentarían, al modo yoga.

La voz de Dovak vino, “¡Vada Prime, triunviratos de los Guerreros Invid, a sus mechas! ¡Apresúrense! ¡La presa Humana está cerca!”

La luz se vertió en abundancia desde las intersecciones de arco donde los racimos de uvas colgaban; ésta iluminó tríadas de clones machos jóvenes, los Vada Prime, de cabellos rojos pero portando un fuerte parecido al Zor original. Ellos se posicionaron, espalda con espalda, donde las corazas pectorales extendidas de los mechas se encontraban como puentes levadizos bajados.

“¡Prepárense para la utilización contra los Humanos y sus conceptos blasfemos, su individualidad! ¡Elimínenlos!”

“¡Tres siempre serán como uno!” un Vada líder cantó. Esa era la esencia de los sistemas de los Guerreros Invid: la trasferencia de poder, conciencia, pensamiento –energía de Protocultura– de un lado a otro entre los miembros de cada unidad trina y una y sus mechas, en una base de un milisegundo. Esto ocurría de modo que cada máquina y piloto sería efectivo en grado triple en los momentos efectivos de combate, los que eran relativamente pocos.

“Uno para tres y tres para uno. En pensamiento, acción, poder de fuego, y reacción,” Dovak entonó. “¡Recuerden esto, Vada Prime!”

Los clones Vada Prime se retiraron a sus santuarios de control esféricos, y se prepararon para cazar a los Hovertanks.


Dana guió al 15to en un vector de aproximación bajo, lista para bajar al agujero en el casco de la nave insignia del enemigo, esperando que las cosas fueran mejor de lo que fueron la última vez que el 15to entró al mundo metálico de los Maestros.

Pero las cosas se complicaron aún antes de que los tanques pudieran entrar; figuras gigantescas en Hovercraft salieron del abismo humeante de la brecha del casco. Dana no pudo sino sentir consternación cuando vio lo que había adelante. ¡Bioroids Rojos!

Tres, cuatro –seis que ella podía ver, y tal vez más en el humo. Ella trató de no rendirse a la desesperación. ¡Seis Bioroids rojos! “Nuevos objetivos adelante,” ella dijo, tratando de sonar confiada.

El 15to se encaminó hacia los Triumviroids, la corvadura descendente de sus capotas frontales y las lámparas de halógeno apretadas debajo de ellas daban a los tanques la apariencia de cangrejos airados a punto de refunfuñar. Los tanques rompieron a diestra y siniestra y de arriba abajo; ellos necesitaban espacio para maniobrar.

El enemigo se separó y les saltó encima, disparando desde armas en sus palancas de mando, y desde las armas de mano en forma de disco, vertiendo corrientes de discos de aniquilación por aquí y por allí. Dana vio lo que temía: todos eran tan rápidos y mortales como Zor lo era, operando en perfecta coordinación. Ella combatió su imagen recurrente de una derrota total.

Tres de ellos fueron por un tanque que había bajado, como vaqueros persiguiendo una novilla vagabunda, apuntando sus armas de disco. Dana vio con sobresalto que el Hovertank era el Tres-En-Uno de Zor.

Traducido por Luis N. Migliore (Córdoba, Argentina)
www.robotech.org.ar

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