Los Maestros de la Robotecnia - The Final Nightmare1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26
Me acosté a la noche con mis niños tranquilamente
dormidos y mi querida esposa a mi lado y envié una –uno
espera, modesta– plegaria al Creador. Y la plegaria es gracias. Isaac Mandelbrot, Motores y Transportadores: La Herencia de la Segunda Guerra Robotech
Él aún sostenía su arma, pero no le serviría de mucho; Shaizan y Bowkaz habían atacado en el momento en que Zor giró para derribar al androide de seguridad que ellos habían convocado. Ese había sido el trabajo de meros segundos, pero en ese tiempo, mientras Zor mantenía de pie a la inconsciente de Dana, los Maestros habían recobrado la última masa de Protocultura y escapado, protegidos por los poderes del casquete. Pero ellos habían enviado de regreso sus imágenes proyectadas mentalmente para entregar su sentencia de muerte. Zor oyó a Dana comenzar a agitarse, pero sintió poco alivio; su odio a los Maestros lo consumía tanto como para sentir alguna emoción más benévola. Dana levantó su cabeza vacilantemente, oyendo al llamado Shaizan decir, “¡Todos aquellos que nos combatan perecerán! Pronto tendremos la Matriz, y seremos todopoderosos otra vez. Por lo tanto, ríndete a nosotros y serás perdonado, Zor.” Ella vio a los dos Maestros, pero se dio cuenta que podía ver a través de ellos, como si estuvieran hechos de vidrio de color. Zor tiró su cabeza hacia atrás y escupió, “Su perversión de la Protocultura sólo muestra cuán poco verdaderamente conocen de ella. ¿Creen que tales cosas pueden quedar impunes? ¡No! Y nunca descansaré hasta que haya habido venganza.” Dana se había puesto de pie, la mente aún girando con las cosas que había visto y oído en su trance. Pero tomó un profundo aliento y dijo, “Estaré justo detrás de ti, Zor.” Eso pareció sacarlo de su ataque de rabia cegadora. Él giró y coloco su mano en el hombro de ella. “Gracias. Muchas gracias, Dana. Para mostrarme bondad y... por preocuparte por mí. Por ayudarme a estar entero de nuevo, y a liberarme.” Él sonrió, pero era agridulce, mientras colocaba en su hombro su arma. “Sólo desearía que estuvieras fuera de aquí sin peligro.” Él indicó la escotilla del compartimento. “Esa es una barrera que nunca podríamos pasar con armas manuales, y los Maestros nos han sellado aquí dentro –dado al sistema de la nave una orden a través de su casquete de Protocultura. Estamos atrapados.” “¿Estás seguro? Vale la pena intentarlo, de todos modos.” Ella se acercó a ella. “Quizá podemos ponerla en cortocircuito, o algo.” Él le estaba a punto de decir que la Protocultura no trabajaba de ese modo. Que no había esperanza de contramandar la instrucción de los Maestros a ella, cuando la escotilla se abrió a su toque de los controles. Zor Prime la miró, boquiabierto. “¡Por la Protocultura!” él susurró. “¿Quién eres?” Ella se encogió de hombros. “Apenas estoy comenzando a descubrirlo. De muchas maneras, somos lo mismo. Ahora, ¿cómo encontramos a esos dos y los detenemos?” Él sacó su rifle de nuevo de su hombro. “Pierde cuidado: los encontraremos.”
Musica apareció un momento más tarde, guiando a los ATACs y a Nova Satori y a Dennis Brown. Las Musas se reunieron en un abrazo triangular. “¡Estoy tan feliz de que ambas estén aún vivas!” Musica dijo. “Mucha de nuestra gente a sido puesta a la deriva en el espacio.” Bowie se había acercado por detrás de ella. “Tenemos que salir de aquí. ¡Los guardias vienen hacia aquí!” Las Musas se volvieron hacia su gente, las tres voces se elevaron en un verso uniforme urgente, suplicándoles que se levantaran, para seguirlas y escapar. Los clones flemáticos no parecieron oír, al principio, pero en momentos los soldados del 15to los estaban jalando para ponerlos de pie. La voz de Dante entró con un contrapunto tormentoso, poniendo a más de los clones en movimiento del modo que sólo un suboficial experimentado podía hacerlo; é era perfectamente feliz asustando e intimidando a las personas, si era para su propio bien. Nova, también, ayudaba a despertar a los esclavos de los Maestros. Ella ya no les veía como el enemigo o unidades biológicas desalmadas; ella había cambiado, al igual que los otros habían cambiado en esta última fase de la Segunda Guerra Robotech. Al encontrarse con el pequeño clon infante que Dana había visto en el último saqueo del 15to a bordo de la nave de los Maestros, ella vio que nadie más lo estaba cuidando así que lo recogió en sus brazos, llamando a los adultos para que la siguieran. En segundos, una multitud de clones que se habían resignado a morir estaba de pie y activa. La esperanza, y el ejemplo de Musica y sus hermanas, llenaban el vacío que había afligido a los clones cuando los Maestros los desecharon.
Los cruceros de batalla Humanos dejaron salir sus descargas cerradas; misiles y detonaciones de cañones iluminaban la escena. Ojivas de combate florecían en horribles erupciones naranja-rojo. Los cañones de los Maestros Robotech en forma de brote de la Flor respondieron, llenando ese volumen de vacío con sus misteriosos efectos de arco eléctrico de color verde y sus descargas cerradas de calor blanco. Con el poder tan bajo, sin embargo, los Maestros no podían afrontar generar sus campos defensivos de apariencia de copos de nieve, y así la batalla era un partido de golpe de fuerza. Las cuatro naves madres restantes, desangradas de sus reservas de Protocultura, eran patos sentados para los cañoneros Humanos. Pasada tras pasada de los mechas y las andanadas de las naves más pesadas infligía daño mayor en las máquinas más poderosas de la Robotecnología de los Maestros. Pero de lo que los Humanos no se daban cuenta era que estaban derrochando tiempo precioso y esfuerzo en objetivos de ninguna importancia –en objetivos que contenían sólo apenas unos cuantos zombies funcionales. La nave insignia de los Maestros era mucho más efectiva, cobrándole un peaje pesado a sus atacantes y manteniendo pequeñas bajas. Las fuerzas de la Cruz del Sur, no sabiendo que habían sido flanqueadas, decidieron concentrarse en eliminar a las otras naves madres primero. Lidiarían con la nave insignia una vez que el resto de la flota de invasión hubiese sido destruida. Una nave madre llameó, y minutos más tarde, otra, sus sistemas de poder rompiéndose y entregando su energía restante en explosiones que las expandían y las partían. Otra nave madre, a la deriva, comenzó la larga zambullida en la atmósfera de la Tierra. Mechas y naves pesadas se precipitaban tras ella, tratando desesperadamente de volarla en pedazos. El impacto de un objeto de ese tamaño podía hacer más daño que cualquier otro golpe que los Maestros hayan hecho ya; la Humanidad había aprendido eso con el estrellamiento de la SDF-1, así mucho tiempo atrás. Fue entonces que llegaron los primeros reportes sobre el masivo y renovado ataque sobre la Tierra misma.
Los rojos pasaban rápidamente y caían en picada en sus Hovercraft, bombardeando y sembrando muerte y destrucción. Excedidos en número, los Humanos luchaban severamente para hacer que cada muerte contase, pero sin embargo las cuentas desiguales crecían a favor del enemigo. Todos los voluntarios y reservas finales entraron en acción. La muerte aumentaba y aumentaba. Los Triumviroids encontraban su fin, también, en números asombrosos; preocupaba poco a los Maestros si sus mechas-esclavos eran borrados hasta el último. La Matriz era la única cosa importante ahora. Ningún lado daba cuartel o lo pedía.
El Coronel Seward imploró de nuevo, “¡Señor, las fuerzas de defensa simplemente son superadas en poder de fuego y en número! ¡Ciudad Monumento está condenada! ¡No tenemos alternativa sino evacuar!” Seward sabía que en ese momento había otra escuadra de naves de asalto viniendo hacia la ciudad desde el norte. Ya podía ser demasiado tarde. Por alguna razón, el enemigo no parecía haber entendido que las delgadas torres blancas eran el centro nervioso de la milicia terrestre. Pero con el enorme volumen de tráfico de comunicaciones ahora siendo canalizado directamente allí, y la disposición obvia de las fuerzas sobrevivientes de protegerlo, hasta los alienígenas comprenderían que era un objetivo de peso. Seward estaba inquieto, queriendo huir. Buenos ascensos en la carrera justificarían cierta imprudencia, pero todas las computadoras de evaluación de amenaza acordaban que permanecer en el cuartel general era el suicidio. Y Seward no tenía deseos de una medalla póstuma, no importaba cuán alta. Pero Leonard no parecía ver las cosas de ese modo. Él mantuvo, voluminoso e impasible como una piedra, su espalda hacia el oficial del estado mayor, mirando mientras la ciudad ardía.
No era un acto de valentía o lealtad. Él sabía que había cometido un terrible disparate, respondiendo a la maniobra fingida de los alienígenas con el grueso de sus fuerzas. Su odio a todas las cosas no terrenales, la aversión marcada a fuego por los daños terribles que él había recibido en el combate contra los Zentraedi, lo había cegado a ver todo excepto la oportunidad de venganza. Él parecía más grande que la vida de las personas a su alrededor, pero el daño hecho a él –a su cuerpo y así a su espíritu, su mente– aquel día del ataque voraz de Dolza, casi dieciocho años antes, estaba más allá de cualquier cura. Desde el momento que Leonard había puesto a un lado la política de esperar y ver de Emerson, cuando los Maestros aparecieron por primera vez, las cosas habían ido de mal en peor. Leonard hace mucho tiempo había admitido para sí que Rolf Emerson era el mejor estratega y táctico por mucho, el mejor general aún desde el punto de vista de comandar la lealtad de sus tropas. Pero –¡maldita sea! ¡El hombre no tenía verdadera apreciación del peligro de estos alienígenas, de todos los alienígenas! Seward vio que más argumentos serían inútiles, y emprendió hacia la puerta. Su racionalización fue que estaba llevando el último envío de Leonard, pero en realidad él estaba desertando de su condenado puesto. La Cruz del Sur estaba acabada. Leonard lo dejó ir, esperando morir. Mejor de ese modo, antes que vivir, siendo conocido como el hombre que había perdido la Tierra ante los obscenos monstruos de otra estrella. Leonard no tuvo que esperar mucho; las primeras salvas golpearon mientras Seward aún estaba en la entrada, un golpe masivo que iluminó el cielo y sacudió la tierra. Las orgullosas torres blancas de la Cruz del Sur se ennegrecían, mientras el concreto se convertía en polvo y las aleaciones estructurales se fundían en las periferias. En el centro de los golpes, había destrucción total. Para Leonard, era el fin de una agonía interior que había durado unos diecisiete años; para la raza Humana, su muerte llegó demasiado tarde.
Pero no lo había; incluso la Teniente Satori estaba menos calificada que él para guiar una operación de combate como esta. Sólo un enorme y tonto sargento de carrera esperando su pensión, él pensó, quien por casualidad tomó su turno en el barril en un mal momento. ¡Sólo mala suerte; sigan avanzando, ATACs! Regresar por los tanques estaba fuera de cuestión. El 15to tenía que moverse hacia delante, tan rápido como fuera posible, y confiar en la suerte. “Esta escotilla lleva a un área de atraque de naves de asalto,” el clon que lo estaba guiando le dijo, agazapado en la entrada de la escalera debajo de una losa metálica oblonga. “Creo que es la que quieren.” Dante estaba acurrucado junto a él, estudiando la escotilla. Dispersos tras él en la entrada de la escalera y en los andenes parecidos a puentes levadizos que llevaban a ella estaban los murmurantes y asustados clones marcados por los Maestros para el exterminio masivo. Nova y el resto del 15to estaban dispersos en la multitud, tratando de evitar que las personas entraran en pánico. Personas, Dante suspiró para sí. Maldita sea, no hay que negarlo: esa era la manera en que los ATACs habían llegado a considerarlos. Y la línea de trabajo del ATAC-15 era no dejar que personas inocentes fueran matadas. Angelo torpemente cambió lugares con el clon, luego levantó lentamente la escotilla para echar una mirada. El lugar estaba vacío, hasta donde él podía ver; más al grano, allí había tres o cuatro de las naves de asalto en forma de escobilla de ropa, aparcadas en fila. La escotilla estaba en un pasadizo que guiaba a la cubierta del hangar, la que estaba en un nivel ligeramente inferior. Él no podía creer que las naves no hubiesen sido consignadas a la batalla, pero él no tenía tiempo para cuestionar el regalo de arriba. Lo que él no sabía era que las naves de combate transportadas allí desde las otras naves madres abandonadas eran tantas que los Maestros no podían manejarlas a todas con los clones funcionales y mechas que les quedaban. No hay mucha elección; esta es la única oportunidad que tendremos. Él no pudo ver a Sean Phillips por ninguna parte, sin embargo. Quizá este no era el hangar correcto. Sin embargo, tendría que serlo. Angelo se arrodilló en posición de disparo cerca de la escotilla abierta, esperando que los francotiradores lo fumigaran. Pero cuando eso no sucedió, él giró para ver de frente al ansioso clon que lo estaba mirando. “Tráelos a todos aquí arriba ahora, y que comiencen a abordarlas. Diles que se den prisa, pero mantengan el ruido bajo.” La palabra fue pasada. Los primeros refugiados comenzaron a salir de la escotilla y a dirigirse, con la dirección de Angelo, pasadizo abajo, reuniéndose en él y esperando la carrera hacia las naves. Él miraba de un lado a otro constantemente, blandiendo el cañón de su rifle, aunque él sabía que una emboscada en este punto probablemente sería el fin de ello. ¡Y ahorraría al ejército al menos una pensión, maldita sea todo ello! Pero mientras él trataba de ayudar a las personas a pasar por la escotilla con una mano y vigilar todos los puntos al mismo tiempo, la ayuda llegó. Louie Nichols apareció, de anteojos oscuros y muy prosaico, tomando una postura de disparo arrodillado al otro lado de la escotilla. Bowie, habiendo sellado las escotillas inferiores detrás de ellos, fue el siguiente, cubriendo otro campo de fuego, con Musica y sus hermanas Musas afluyendo detrás. Angelo comenzó a sentirse mejor. Aún los clones llegaban en abundancia, llenando el área entre la escotilla a nivel de cubierta y la mucho más grande a través de la cual tendrían que correr deprisa hacia las naves de asalto. Nova Satori emergió, aún agarrando el bebé, pero con su pistola en la mano que lo tenía, la otra mano libre para agarrar la barandilla de la escalera. Dennis estaba justo atrás, con una de las armas cortas. Cientos subían; Angelo estaba sudando no sólo para cuando él pudiera cerrar la escotilla de un puntapié y sellarla con unos cuantos tiros, y salir de la nave madre, sino para el momento cuando él pudiera ceder sus problemas a algún oficial del estado mayor. Cualquiera que quisiera responsabilidad por estas tantas vidas tenía que ser algún tipo de caso egomaníaco. Él justo estaba pensando eso cuando oyó el maullido de las armas pequeñas alienígenas, en dirección de la gran escotilla al final del pasadizo. No había mucho espacio para un acercamiento furtivo allí en la presión gimiente de la multitud asustada, pero Angelo avanzó a fuerza bruta a través de ellos, sosteniendo su arma en alto con la esperanza de que no fuera empujada y sacada de su puño. Forjando su camino hacia el frente de la multitud, él se percató que Louie y los otros estaban haciendo lo mejor que podían para seguirlo, pero carecían de su tamaño y fortaleza. Los cuerpos de tres clones refugiados, dos hombres y una mujer, yacían muertos sobre la cubierta. Había enormes contenedores y embalajes en aquel extremo, y rebordes cerca de la escotilla. Ahora clones fusileros mantenían posiciones a lo largo de aquellos, mientras las luces se encendían. “¡Quédense donde están!” una voz de un clon estaba diciendo, con ese tono trémulo de una sola pista de un verdadero esclavo de los Maestros. Angelo oyó a alguien decir, “¿Huh?” al lado de él, y se dio cuenta que Louie Nichols estaba allí, de algún modo, blandiendo la mira de su rifle para cubrir la izquierda, dejando la derecha a Angelo, tal como en un ejercicio. “No hagan ningún movimiento, o se les disparará.” Las luces se hicieron más brillantes. Una tríada de clones entró marchando en filas cerradas por detrás de una pila de cajas del tamaño de cabañas de campo, y Angelo aún no pudo decir cuál estaba hablando –o quizá todos ellos lo estaban haciendo– cuando miraron de frente y con ira a los prófugos. “Todos en esta habitación, regresen o serán exterminados.” “Karno,” Bowie oyó a Musica decir. Y Allegra agregó, “Estamos atrapados aquí.” Las Musas miraron a sus compañeros escogidos: Karno, Darsis, y Sookol, tan de la misma manera como serían sin ser una persona. Musica dijo, “¿Karno, cómo puedes hacer esto? ¡Todos tenemos derecho a vivir!” Darsis escupió, “¿Cómo te atreves tú a hablar de derechos, tú que has traicionado al triunvirato? ¡Traidores a nuestra sociedad y a nuestro modo de vida! ¡Todos ustedes regresarán a sus lugares fijados inmediatamente, o morirán donde se encuentran!” La multitud dejó salir un gemido concertado ante eso, pero no
se retiraron. Ellos eran criaturas que conocían la lógica
–al menos– completamente, y vieron que no había supervivencia
en esa dirección, tampoco. Los ATACs y Nova eran movidos por
algo menos sujeto al análisis racional, pero todos permanecieron
hombro a hombro. Traducido por Luis N. Migliore (Córdoba, Argentina) |
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