Los Maestros de la Robotecnia - The Final Nightmare

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Capitulo 2

Nunca pude deducir por qué Leonard, quien odiaba a todo alienígena, toleraría aquel experimento absurdo donde Zor fue a dar al 15to ATAC –especialmente en vista que una mujer mestiza era el comandante en jefe. Un día, yo recuerdo, Leonard había estado refunfuñando sobre regresar a Zor a aislamiento por cuarentena y disecarlo.
Diez minutos después el teléfono sonó. Leonard no dijo mucho en esa conversación –fue realmente breve. Y sea lo que sea que él oyó por el auricular lo tuvo sudando. Precisamente después de eso él abandonó el tema para siempre.
Por casualidad yo vi los registros telefónicos de la tarde sobre el escritorio de comunicaciones un poco tarde. La llamada había venido del Dr. Lazlo Zand, quien dirigía la Comandatura Especial de Operaciones y Observaciones de Protocultura. Yo hice lo que pude para olvidar que alguna vez había visto ese registro.

Capitán Jed Streiber, como se cita en “Conjuración,” La Historia de las Guerras Robotech, Vol. CXXXIII


“¿La Venganza de las Mujeres Misteriosas Marcianas?” Zor hizo eco de Dana.

“¡Correcto!” ella dijo agitadamente. “Todos dicen que es una película espectacular. ¡Te encantará! ¡Y no te costará nada porque yo ya conseguí los boletos!” Ella le mostró el par de ducados.

Ellos estaban sentados en un pequeño parque fuera del enorme edificio de apariencia imperial que alojaba al Cuartel General de los Cuerpos Blindados Tácticos Alpha. Las aves estaban cantando, y una fuente chapoteaba cerca. “¡En realidad, son difíciles de conseguir, y el especulador me cobró mucho por ellos!” Ella frunció el entrecejo algo, preguntándose si estaba haciendo una tonto de ella.

Zor dio una sonrisa tenue. “Pues bien, ¿cómo puedo rehusarme, Teniente?”

Un oficial en el 10º escuadrón quien había visto la película anoche había dicho que era romántica así como excitante. A Dana le gustaba la idea de ver una película sobre mujeres alienígenas cautivantes y atractivas con Zor.

Ella se apresuró, “¡No sé lo que habría hecho si no hubieses dicho que sí!” Entonces ella se detuvo, luciendo confundida. “Sólo –que ahora no estoy segura de lo que debo vestir...”

Zor la miraba mientras ella deliberaba, cierto de que no importaba qué decidiera vestir ella luciría bella. Él trató de clasificar las emociones contradictorias y los impulsos ocultos que lo mantenían en un estado de confusión la mayor parte del tiempo. Zor se preguntaba si estos sentimientos por su teniente eran lo que los seres humanos llamaban amor.


En una órbita geoestacionaria a unos treinta y ocho mil kilómetros sobre la Tierra se suspendían seis naves madre –la flota de invasión de los Maestros Robotech.

En la enorme nave insignia, la que aún llevaba las cicatrices de las batallas con el género humano en el espacio y en la superficie del planeta, se encontraba el Triunvirato de Maestros. Ellos miraban hacia abajo desde el lugar ventajoso de su casquete de Protocultura flotante –el enorme instrumento semejante a una joroba, que les daba control total de los poderes y habilidades mentales sobrehumanos.

Al igual que virtualmente todos los miembros de su raza, el Triunvirato de Maestros funcionaba como una tríada, cada uno parado sobre una plataforma pequeña acoplada al casquete suspendido. Eran hombres, con rostros halconinos que llevaban ceños perennes. La severidad de sus caras era enfatizada por Ves de tejido semejantes a cicatrices debajo de cada mejilla. Todos ellos eran calvos –o de cabeza afeite; sus cabellos largos y finos caía por debajo de sus hombros. Vestían mantos monásticos, sus anchos cuellos flojos sugiriendo el brote tripartito de la Flor Invid de la Vida.

Los Maestros normalmente se comunicaban mentalmente a través de contacto táctil directo con su casquete de Protocultura, pero escogieron ahora decir sus palabras en voz alta. Shaizan, quien a menudo era el vocero del Triunvirato, dijo, “Así que, ¿están diciendo que nuestros clones de Bioroid están limitados en su eficacia?”

Mirando hacia arriba hacia él se encontraba una tríada de Maestros de Clones, dos machos y una hembra, parados sobre su propio casquete de Protocultura más pequeño. Todos eran altos, pálidos, y esbeltos. Vestían ropas muy ajustadas vagamente indicativas del Renacimiento temprano.

Ambos machos llevaban bigotes y patillas castañas-rubias completas, y uno de ellos tenía una barba; la hembra de aspecto andrógino llevaba su cabello rubio largo en un estilo simple. Las diferencias menores entre ellos sólo servía para enfatizar su igualdad de cuerpo y rasgos.

El líder del triunvirato de Maestros de Clones inclinó la cabeza. “Precisamente. Su composición cerebral actual los hace inseguros. Ellos actúan adecuadamente como tropas de choque, pero a fin de tratar con un ataque Invid, necesitaremos clones mucho más estrechamente vinculados mentalmente a nuestro triunvirato.”

Y todos ellos saben que la necesidad de lidiar con los salvajes e implacables Invid podría llegar pronto. La Flor de la Vida ha florecido en la Tierra, y donde la Flor florece, los enemigos mortales de los Maestros Robotech, el Invid, estabas destinados a aparecer pronto.

Todo era tan frustrante para los Maestros, aunque ellos no revelaban ninguna emoción. Ellos habían viajado durante casi quince años –a través de la galaxia– en busca de la última Matriz de Protocultura en existencia. Estaban resueltos a encontrar aquella fuente de poder que los podía regresar a su lugar justo como señores de toda la creación. Y sin embargo, aunque estaban cerca de su premio, eran incapaces de reclamarlo debido a la obstinación de los humanos primitivos de abajo. Sin conocimiento de los habitantes de la Tierra, la Matriz, sellada debajo de uno de los tres montículos en las afueras de Ciudad Monumento, iba a sembrar.

Los cálculos de los Maestros mostraban que la Protocultura pronto se transformaría de una masa contenida, mantenida en el estado de prefertilización en el que exudaba sus increíbles y únicas fuerzas, y se convertiría en las Flores de la Vida que los Invid ingerían para sostenerse.

Pero los humanos no eran la única oposición de los Maestros; ellos no eran los enemigos más formidables. Los montículos eran protegidos por entes de Protocultura invisibles –tres espíritus siniestros, misteriosos y extraños.

Los espíritus se habían manifiesto una vez –o más bien, habían permitido a los Maestros que los percibieran. Eran espectros ocultos y encapuchados de mirada de fuego cuyo poder obstruía los esfuerzos de los Maestros para descubrir exactamente dónde yacía la Matriz. Sin esa información, era imposible para los Maestros usar la simple fuerza bruta para extraer la Matriz de los montículos; eso arriesgaría dañar la cosa que ellos habían venido desde tan lejos a recuperar. Los Maestros no estaban seguros aún de qué otros poderes o designios los espíritus podrían tener.

Y ahora, para complicar más las cosas, perturbaciones locales estaban estorbando el rendimiento de la población esclava de clones de los Maestros. “Sí, ese debe ser nuestro problema con Zor Prime,” Shaizan estaba diciendo. “Hemos tenido ciertos problemas con él, casi desde el primer momento en que fue acomodado entre los humanos. Su neuro sensor ha estado funcionando mal.”

No es que Zor Prime, clonado de las muestras de tejido del original Zor matado, el genio máximo de su raza y descubridor de la Protocultura, no haya sido de algún uso. Despojado de sus memorias, el clon había sido enviado entre los Terrícolas como un espía inconsciente, de modo que los Maestros pudieran ver a través de sus ojos y oír por sus oídos.

Los Maestros estaban también esperando que el trauma de estar entre los primitivos locales, y de estar en el planeta al que el Zor original había enviado la Matriz de la Protocultura hace tanto tiempo, espolearía la memoria de Zor. Tal vez ellos podían conseguir que Zor les dijera por qué la Matriz había sido enviada, precisamente donde estaba, y cómo conseguirla de vuelta de los humanos y los entes espectrales de Protocultura invisibles que protegían los montículos que la ocultaban.

Dag, el segundo entre los Maestros, tenía una mandíbula ligeramente más prognata que los otros. Él dijo, “Parece que las disfunciones de comportamiento de los humanos conocidas como emociones pueden ser responsables de este mal funcionamiento.”

Bowkaz, el tercero de los Maestros, asintió con la cabeza, sus cejas casi encontrándose mientras su ceño se profundizaba. “Sí. Estas emociones desestabilizan el funcionamiento apropiado del cerebro saludable y la mente racional.”

“¿Cuál es su voluntad entonces, Maestros?” preguntó Jeddar, el líder del triunvirato de los Maestros de Clones –su jefe de esclavos– inclinándose humildemente ante ellos.

“Hmm,” Shaizan dijo, mirando hacia abajo hacia él. “Ustedes desearían nuestro permiso para llevar a cabo este plano de ustedes, indudablemente.”

El Maestro de Clones se arrodilló. “Sí, mi señor. Creemos que será nuestra clave hacia una victoria rápida y decisiva. Sólo necesitamos su aprobación.”

Los Maestros tocaron con sus manos su casquete de Protocultura. Dondequiera que una de las manos sin uñas y de apariencia de araña tocase un área moteada del casquete en forma de hongo, el área moteada se encendía con la potencia de la Protocultura. Los Maestros rápida y silenciosamente llegaron a un consenso.


El alojamiento de los cuarteles del escuadrón 15to, Cuerpo Blindado Táctico Alpha –ATAC– era un cono truncado de una docena de pisos de alto, de cristal azul ahumado y enlosado azul destellante (el más moderno de los polímeros) colocado en un marco de aleación azul. Era un complejo enorme aunque sólo servía de alojamiento e instalación operacional a unas cuantas personas; gran parte del área elevada estaba llena de partes y almacenamiento de equipo y áreas de reparación, armería, espacio de cocina y cena y de lavatorio, y cosas así. De muchas maneras era un mundo autónomo.

En los niveles del primer piso y sótano estaban las estaciones de servicio y reparación de los mechas, y las cuadras motorizadas llenas de Hoverciclos aparcados y otros vehículos convencionales, junto con los gigantes Hovertanks –el mecha primario del 15to.

Arriba en sus habitaciones, Dana no estaba pensando en cualquier tipo de maquinaria precisamente entonces. Atormentada sobre qué ponerse para su sita con Zor, ella arrojaba cada falda, vestido, y blusa en su placard en direcciones diferentes, tapizándolas con lencería.

Había, indudablemente, algo en los reglamentos sobre oficiales saliendo con soldados rasos, pero Zor era un caso diferente. Él había sido ubicado con el 15to con la esperanza que el servicio militar lo ayudase a recobrar su memoria desaparecida, y la exposición a la interacción social de estilo Terrestre lo volviese contra sus ex Maestros.

Cuando llegó la hora de interacción social, Dana estaba más que lista. No era sólo que Zor era un ensueño y estaba un poco desorientado. También estaba el hecho de que él era alienígena, como lo era la madre de Dana. Ella algunas veces se preguntaba si era la sangre llamando a la sangre.

Mucho antes de que ella lo hubiera visto en realidad, Dana había sentido emociones inexplicables y experimentado Visiones extrañas referidas al Bioroid rojo que Zor piloteaba. Algo dentro de ella la conducía a Zor.

Ahora, mientras ella se apresuraba hacia la sala alistamiento de la unidad, la que servía el doble propósito de sala de recreo durante las horas de fuera del deber, ella trataba de poner todo eso a un lado y concentrarse en pasar un buen rato.

Engalanada con una falda muy ornada y una blusa de seda, ella estaba lista para grita ¡Hola Zor! ¡Estoy aquí! Sólo que –no fue a Zor a quien ella encontró allí.

El Sargento del Escuadrón Angelo Dante salía del autobar (era después de las horas de deber, y el mixologist cibernético dispensaría alcohol a los soldados que estaban certificados fuera del deber) y se dirigía hacia ella. “¡Vaya, vaya! ¿No lucimos terriblemente chic esta noche?”

Ella trató de actuar indiferente; ella quería deleitarse con Zor y no comenzar la tarde con otra disputa con Angelo. “¿Has visto a Zor?”

En los días anteriores a la Primera Guerra Robotech (después de la que un racimo casi medieval de ciudades estados había confederado una hegemonía vaga para llenar el vacío de gobierno mundial y formar el Gobierno de la Tierra Unido –el GTU) los soldados habían tenido menos autonomía y más disciplina, así gustaban decir los viejos marineros. En tal caso, ella habría dado la bienvenida a una reversión a esos antiguos días.

Si ella de un puntapié derribaba a Angelo y machacaba una mesa de café sobre su cabeza, el Comando de la Cruz del Sur no consideraría al acto una medida disciplinaria necesaria y podía causar tensiones sociodinámicas. Además, Angelo era terriblemente duro.

Dana se refrenó, pero resolvió demandar la lealtad de él –aún si eso significaba invitar al enorme, muy fuerte, y rápido suboficial a bajar las escaleras a las cuadras motorizadas y salir– antes de que otro día pasase. No había manera de que dos personas pudieran dirigir una escuadra de Hovertanks, o cualquier otra unidad.

Angelo sonrió por despecho. “Sí. Apuesto a que si él la hubiera visto en su traje de reina de la promoción, él nunca habría pedido a Nova salir esta noche.”

“¿Nova? ¿Nova Satori?”

Angelo pulió sus uñas en sus arneses de torso. Dana consideró derribarlo; él era grande, pero ella estaba acostumbrada a luchar por todo lo que alguna vez había obtenido, y si ella podía meter el primer golpe...

“Uh-huh,” él dijo. “Veamos ahora: algo sobre cenar, y luego el teatro.”

Él retrocedió hacia atrás repentinamente cuando ella fue hacia él con los puños cerrados, lista para escupir azufre y, él podía ver por el modo en que ella se sostenía, hacer algo de daño.

Ella estaba delirando. “¡Ese traicionero bueno para nada! ¡Ese alienígena furtivo! ¡Él se está volviendo más humano cada día!”

Angelo la estaba deteniendo. “Bueno, señora, quizá todo lo que él necesita es algo de compasión, ¿recuerda?” Eso era lo que ella le había dicho a él, otrora cuando Angelo estaba a punto de romperle la cara a Zor.

“¿Estás disfrutando esto, huh?” ella bulló. Luego ella tuvo una imagen de una venganza adecuada. Ella levantó los dos boletos de película. “¡Bueno, supongo que tú tendrás que escoltarme, muchachote!”

La cara de Angelo cayó e hizo algunos sonidos extraños antes de encontrar las palabras. “Uh, ah, gracias, Teniente, pero pasaré–”

“¡No me está interpretando, Sargento! ¡Es una orden!”


La actualización de los Maestros de Clones fue aún más desierta de lo que se había previsto.

“Mi señor, nuestros depósitos de poder de Protocultura se están agotando. Los efectos de esto se sentirán a lo largo de la flota. Nuestros nuevos lazos con los clones son letárgicos e insensibles; la eficacia de nuestras armas está limitada; y nuestros escudos defensivos no pueden ser mantenidos a tiempo completo. Si no aseguramos una gran infusión de Protocultura, estaremos definitivamente perdidos.”

Mientras Jeddar hablaba, el casquete de Protocultura jorobado de los Maestros les mostraba, por imagen mental, la situación de deterioro en las seis enormes naves madres. Donde las energías de la Protocultura otrora habían cruzado por ellas como autopistas de sistemas incandescentes o arteriales de pura fuerza divina, esos flujos estaban ahora reducidos a riachuelos fluctuantes. Era como mirar dentro de un enorme y moribundo organismo.


En otra parte en la colosal nave insignia, seis clones –dos triunviratos– se enfrentaban, cinco contra uno.

En un lado estaba Musica, tejedora etérea de la música, la Señora del Arpa Cósmica, cuyas melodías daban forma y efecto a la fuerza mental con la que los Maestros de Clones controlaban a sus sujetos. Ella era de apariencia pálida y delicada, esbelta, con cabello largo y verde profundo.

A un lado estaban sus dos hermanas clones, Octavia y Allegra, ambas sometidas y asustadas por la mismísima idea de la discordancia. Y al otro lado de Musica estaba el triunvirato de los líderes de la Guardia: hombres militares altos, en buen estado físico y ágiles quienes ahora estaban unificados en su ira tanto como en su plasma.

El Teniente Karno habló por ellos. Su largo cabello era de un color rojo ardiente; él hablaba con ira no característica para un esclavo de los Maestros. “¡Musica, no es tu deber decidir cómo deben ser las cosas!”

Otro, Darsis, luciendo como el duplicado de Karno, acordó, “¡Ha sido decidido por nosotros y tú no tienes palabra en ello!”

Sookol, el tercero, añadió, “¡Ese es nuestro modo, como ha sido desde el comienzo del tiempo!”

Musica, los ojos hacia abajo hacia el piso alfombrado, temblaba por la herejía que ella estaba cometiendo. Y sin embargo dijo, “Sí, lo sé. Hemos sido escogidos para ser parejas, y debemos resignarnos a ello. Pero –eso no cambie el hecho de que seamos extraños, nosotras Musas y ustedes Guardias.”

Las cejas de Karno se fruncieron, como si ella estuviera hablando en alguna lengua que nunca había oído antes. “Pero... ¿qué importa eso?”

Musica le dio una mirada de súplica, luego desvió sus ojos de nuevo. “Quiero tanto aceptar la decisión de los Maestros y creer que es correcto, pero algo muy extraño dentro de mi sigue diciendo que los Maestros no pueden tener razón si su decisión me hace sentir de este modo.”

“¿’Sentir’?” Karno repitió. ¿Podía ella haber contraído alguna plaga terrible de los humanos cuando los primitivos de la Tierra lograron abordar la nave insignia por ese breve saqueo?

Darsis y Sookol estaban boquiabiertos, como lo estaban Allegra y Octavia. “¡Es una locura!” Sookol prorrumpió.

Musica inclinó la cabeza miserablemente. “¡Sí, sentimientos! Aunque siempre se nos ha dicho que somos inmunes a ellos, soy culpable de tener emociones.”

Locura, en realidad.

Ella vio las miradas repulsivas en sus caras al darse cuenta, ella estaba contaminada, degradada. Pero de algún modo ello no cambiaba su determinación a no rendir estas nuevas sensaciones –a no limpiarse de ellas, aún si ella pudiera.

“Sé que debería ser castigada por ello,” ella declaró. “¡Sé que soy culpable! Pero –¡no puedo negar mis sentimientos!” Ella rompió en lágrimas.

“¿Qué es –qué es eso que estás haciendo?” Darsis preguntó, desconcertado.

“Creo que lo sé,” Karno contestó sin tono. “Es una enfermedad de los habitantes de la tierra llamada ‘llorar.’”

Si era una enfermedad, Musica supo, no había dudas sobre quién la había infectado con ello. Era Bowie Grant, el joven y bien parecido soldado del ATAC a quien ella había conocido cuando su unidad montó un reconocimiento a bordo de la nave insignia.

En lugar de un primitivo insensato en armadura, él había resultado ser una criatura sensibilizada. Bowie era un músico y él se sentó en su Arpa Cósmica y ejecutó tonos de su propia y hermosa composición desde el corazón que enlazaban sus sentimientos a él. Nuevas canciones –canciones que no serían encontradas en el cancionero aprobado de los Maestros. Él había mostrado un calor moderado inexplicable hacia ella desde el inicio, y él pronto provocó lo mismo en ella.

Ahora Musica se encontraba sentada en su Arpa, tocando esas mismas tonadas, mientras los otros cinco contemplaban en shock.

¿Bowie, sientes tú de este modo por mí? ¡Cómo deseo que pudiéramos estar juntos de nuevo!


Traducido por Luis N. Migliore (Córdoba, Argentina)
www.robotech.org.ar

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