Los Maestros de la Robotecnia - The Final Nightmare1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26
Muchas mujeres estuvieron a menudo en lo más reñido
de la lucha durante la Primera Guerra Robotech. Ellas servían
espléndida y galantemente. Pero normalmente eran restringidas
a lo que los militares insistían en llamar “papeles de
no combate,” a pesar del gran número de ellas asesinadas
como resultado directo de la acción del enemigo. Betty Greer, El Post-Feminismo y las Guerras Robotech
Ella contuvo su total agotamiento, el dolor de las heridas de batalla, y la desesperación de una situación desesperada que aún la leve gravedad lunar no podía aliviar. Ella se propuso terminar su reporte con la claridad y la precisión esperada de un guerrero as del Cuerpo Espacial Táctico Blindado y del líder de los Leones Negros del TASC... Y quizá, después de eso, ella podría derrumbarse y conseguir unos minutos de sueño. Parecía ahora que ella no deseaba otra cosa que dormir. Inmediatamente después del intento extremo y desastroso de destruir la flota de invasión de los Maestros Robotech, Marie tuvo que soportar aún más responsabilidad. La cadena de mando había sido enviada al diablo junto con la propia fuerza de ataque de la Tierra. El Almirante Burke fue cortado en cubitos en una mezcolanza sangrienta por un bastidor de unión de poder que explotó cuando los Bioroids azules cortaron la nave insignia de la fuerza de ataque en pedacitos. El General Lacey, el siguiente al mando, yacía con el noventa por ciento de la piel de su cuerpo quemada, oscilando entre la vida y la muerte. El oficial más antiguo, un oficial del estado mayor de una estrella, aún era funcional, pero él virtualmente no tenía ninguna experiencia de comando en combate. El rumor era que él estaba siendo presionado para dejar a alguien más conducir el espectáculo. Un ataque solitario de un exitoso Bioroid poco plausible y la resultante explosión en la cubierta del hangar a bordo de la ahora difunta nave insignia resultó en el nombramiento de Marie como el nuevo comandante del grupo de vuelo. Ella continuó con su reporte de después de acción a los cuarteles generales militares de la Cruz del Sur en la Tierra. “Nuestros números de astronaves restantes: un crucero de batalla, dos destructores escolta, y una nave de apoyo logístico, todos los cuales han sufrido graves daños,” ella dijo, mirando en cuadro en la cámara. “Junto con veintitrés Guerreros Veritech, doce mechas de combate A-JAC, y varias naves pequeñas de exploración y vigilancia. Como reporte final tenemos mil ciento dieciséis sobrevivientes, ochocientos cincuenta y siete de ellos capacitados para el deber.” ¡Menos de novecientos efectivos! ¡Jesús! Ella tiró del sello anular del cuello de su armadura de combate, donde éste había irritado su cuello. Ella no podía recordar la última vez que había podido quitarse la placa de aleación y obtener algo de verdadero descanso. De regreso en la Tierra, probablemente. Pero eso era una vida atrás. “Como manifesté previamente, el despliegue de las naves madres enemigas, y de sus naves de asalto y mechas de combate Bioroid, hizo imposible para la fuerza de ataque retornar a la Tierra. Ya que también estamos incomunicados con la Estación Espacial Liberty, y fuimos forzados a refugiarnos aquí en la Base Lunar ALUCE, estamos haciendo esfuerzos día y noche para fortificar nuestra posición contra un contraataque enemigo. Las reparaciones principales y el reabastecimiento del soporte de vida están siendo llevados a cabo además, y el personal civil ha sido puesto bajo autoridad militar de emergencia.” Todo sonaba tan preciso, tan se ‘puede hacer’, ella pensó, tratando de enfocar sus ojos en sus tarjetas de notas. Como si todo estuviera bajo control, en lugar de al filo de la catástrofe total. Como si los sobrevivientes fueran una fuerza de lucha efectiva en lugar de un manojo de hombres y mujeres y maquinaria quemados y magullados. Como si el ataque no hubiera sido la estrategia más insana, la peor confusión, la mayor matanza horripilante que ella hubiera visto alguna vez. Grabando su reporte no amilanado, ella se sentía como una mentirosa, pero ése era el modo en que Marie Crystal había sido enseñada a hacer su trabajo. Ella se preguntaba si los oficiales del estado mayor en el Cuartel General del Ejército de la Cruz del Sur en la Tierra leerían entre líneas –si ese idiota pomposo y bravucón, el Comandante Supremo Leonard, tenía alguna idea de cuánto sufrimiento y cuanta muerte él había causado. Ella sacó de un tirón su mente de esa línea; sintiéndose asesina hacia sus superiores que no ayudarían ahora. “Nuestro personal médico y voluntarios de otros elementos de la fuerza de ataque están atendiendo a los heridos en el centro médico de ALUCE. Pero las facilidades son extremadamente limitadas aquí, y se me ha instruido que solicite que se nos sea permitido intentar una misión especial para transportar a nuestros casos peores de regreso a la Tierra.” ¿Qué podía agregar? Estaba el impulso humano natural de decir a los malditos traseros mantecosos en sus sillas giratorias cuánto infierno ella había visto. Estaba el deseo de ver a alguien capaz, a alguien como el General Emerson, por ejemplo, marchando ante el consejo del Gobierno de la Tierra Unida y acusando a Leonard y a su personal de incompetentes. Estaba la compulsión interior de decir cuán fútil se sentía, preparar la estación civil ALUCE –Ingeniería Química Lunar de Avanzada– para una última posición, y alistar los VTs y otros mechas para una salida de nuevo si la necesidad surgía. Olvídalo; ademán y saludo, ése era el deber de un soldado. Quizá un milagro sucediese, y los misteriosos alienígenas que se llamaban los Maestros Robotech soltasen un poco el apriete sobre ALUCE y la fuerza de ataque. Si los humanos sólo pudiesen tener unos cuantos días para ponerse en cierta forma luchadora, eso cambiaría mucho las cosas. Pero Marie tenía sus dudas. “Esto completa el reporte de situación. Teniente Marie Crystal, reportando para el Comandante, fuera.” Ella saludó sagazmente, su boca esforzando una sonrisa débil e irónica. La técnico de cámara la enrolló. “Lo transcribiremos y la transmitiremos inmediatamente, señora.” Ella tomó el casete del reporte de Marie. Los Maestros Robotech habían estado teniendo más y más éxito interfiriendo las tácticas de comunicaciones de salto de frecuencia que los Humanos habían sido forzados a usar. Para evitar cualquier interferencia, el reporte sería despachado en un chillido de milisegundo de información. Esperanzadamente atravesaría. Y cuando ellos lo tuvieran, ¿qué entonces? Marie se preguntaba. Podríamos ser capaces de mover a hurtadillas un cargamento entero de heridos de regreso, pero para el resto de nosotros no hay modo de regresar.
“Mmm” fue todo lo que él dijo, cuando el Coronel Rochelle apagaba la cinta. “Recibimos esta transmisión de ALUCE hace ocho minutos, señor,” Rochelle le dijo. “Ninguna otra cosa ha pasado por la interferencia del enemigo hasta ahora. Parece que ellos están al tanto de nuestro juego de salto de frecuencias. El personal abajo en señal/criptografía están tratando de salir con algo nuevo, pero hasta ahora el mensaje ocasional es todo lo que verdaderamente podemos esperar de la Fuerza de Ataque Victoria.” Leonard asintió lentamente, mirando a la enorme y gris pantalla. Entonces él giró rápidamente y se arrojó a un asiento al otro lado de la mesa de conferencia del General de División Rolf Emerson. “¡Bien, Emerson! ¡Qué le parece!” Leonard golpeó sus puños pecosos, blandos y pálidos del tamaño de trozos de carne de res perdigados sobre el roble destellante. “Parecería que nuestra pequeña operación de asalto no fue un fracaso total después de todo, ¿eh?” Todos en la sala contuvieron su aliento. Era un hecho bien conocido que Emerson se había opuesto al demente esquema de la fuerza de ataque desde el principio, y que no existía ningún afecto entre el Comandante Supremo y su jefe del estado mayor para la Defensa Terrestre, Emerson. Y todos habían observado a Emerson ponerse más y más ceñudo mientras Marie Crystal entregaba su reporte de bajas. Ahora Emerson miraba a través de la mesa a Leonard, y más de un oficial del estado mayor deseaba haber tenido tiempo para apostar un poco dinero en la pelea. Leonard era enorme, pero una gran cantidad de ello era una masa inútil; existía cierta pregunta sobre cuánto músculo real había allí. Emerson, por otra parte, era un peso medio duro con el físico de un boxeador, y pocos de los hombres y mujeres de su personal podía con él cuando era hora de calistenia o entrenamiento. ¿No un fracaso total? Emerson se estaba preguntando. Dios, ¿a qué llamará este hombre “fracaso”? Pero él era un hombre limitado por su juramento. Una generación anterior, los oficiales militares habían violado sus juramentos. Habían servido a políticos codiciosos –la mayor parte expresivamente en la ahora difunta USA– y eso había llevado a una guerra civil global. Cada mujer y hombre que había jurado servir al Ejército de la Cruz del Sur sabía esas historias, y sabían que era su obligación obedecer aquel juramento al pie de la letra. Emerson miraba fijamente hacia abajo a sus dedos, los que estaban enrollados alrededor de una pluma fuente antigua que había sido un regalo de su pupilo, Soldado de Primera Clase Bowie Grant. Él se preocupaba por Bowie sólo ligeramente más de lo que se preocupaba por cada uno de los otros cientos y miles del personal del Ejército de la Cruz del Sur bajo su mando. Él se preocupaba por la supervivencia del género humano y el de la Tierra más de lo que se preocupaba por cualquier vida humana individual –aun la suya propia. Emerson reunió toda su paciencia, y la perseverancia por la que era tan famoso. “Comandante Leonard, la base ALUCE es un mero puesto de investigación de avanzada, con civiles presentes. Además del hecho que por los estándares de la guerra Robotech que estamos combatiendo, ¡ALUCE es papel de estaño y cartulina! yo presumo, por lo tanto, que usted no está pensando seriamente en fortificarla como una base militar.” Era tan cerca a la insubordinación como Emerson se había permitido alguna vez ir. El silencio en la Sala de Información de Comando era tan profundo que la irritación de varios estómagos podía oírse. A través de todo ello, Emerson estaba enganchado con la mirada de Leonard. El Comandante Supremo habló deliberadamente. “Sí, ese es mi plan. ¡Y no veo nada de malo en él!” Él parecía estar compilándolo mientras continuaba. “Mmm. ¡Como yo lo veo, una fuerza de ataque militar en una avanzada en la luna nos habilitará para golpear a esos bastardos alienígenas desde dos direcciones diferentes al mismo tiempo!” Un alegre coronel del personal del G3 llamado Rudolph reajustó sus anteojos y dijo ansiosamente, “¡Ya veo! ¡De esa manera, estaremos flanqueando a esas seis enormes naves madres que tienen en órbita alrededor de la Tierra!” Leonard lucía complacido. “Sí. Precisamente.” Emerson tomó un aliento profundo y alejó su silla de la mesa de roble un poco, como si estuviera a punto de enfrentar un pelotón de fusilamiento. Pero cuando se puso de pie, hubo silencio. Todos los ojos se volvieron a él. La sensación del general era que nadie en la Tierra era más fiable, estaba más comprometido a sostener su palabra, que Rolf Emerson. No se podía contar con nadie más para decir la verdad en los dientes del engaño. Y este era desde luego ese momento. “ALUCE es un racimo pacífico y no reforzado de chozas presurizadas, Comandante Leonard. No creo que nada de lo que los sobrevivientes de la fuerza de ataque pudieran hacer la convertirán en una base militar viable. Y es mi opinión que al provocar al enemigo en que la ataque usted estará desechando vidas.” Tantos funcionarios inhalaron al mismo tiempo que Rudolph se preguntó si la presión del aire caería. La cara Leonard rebosaba de rabia. “Ellos ya han apaleado a nuestra primera ola de asalto; ya no es cuestión de provocación. ¡Maldita sea, hombre! ¡Esto es la guerra, no un ejercicio en diplomacia interestelar!” “Pero ni siquiera hemos intentado negociar,” Emerson empezó, un poco desesperanzadamente. Un impaciente comandante de batería de misiles llamado Komodo había disparado sobre los Maestros Robotech antes de que cualquier intento real pudiera ser hecho para contactarlos y saber qué es lo que querían. De ese momento en adelante, había sido la guerra. “¡No tendré ninguna insubordinación!” Leonard bramó. Hacia el resto del personal él añadió, “¡Movilicen la segunda fuerza de ataque y prepárenlos para relevar a nuestras tropas en la Base Lunar ALUCE!”
Zor aún no entendía muy bien la urgencia medio percibida que lo había llevado allí. Era un sentimiento familiar, esta perplejidad cabal sobre quién era él, y qué fuerzas lo arreaban. Era como si él se moviera en una niebla, pero él sabía que en alguna parte adelante estaba la sala donde todos los planos militares de la Tierra se estaban formulando. Él debía ir allí, él debía escuchar y observar –pero no comprendía por qué. Repentinamente hubo una figura más grande bloqueando su camino. “Muy bien, Zor. ¿Supongamos que me dices qué rayos crees que estás haciendo aquí?” Era el Sargento Angelo Dante, el suboficial mayor del 15to, los puños hechos una bola y los pies colocados a la anchura de los hombros, listo para una pelea. Su tamaño y fortaleza empequeñecía la de Zor, y Zor no era pequeño. Dante era un soldado de carrera, un hombre de cabellos oscuros y rizado y de cejas oscuras, lento para confiar en alguien, incapaz de creer algo bueno de Zor. El sargento agarró los arneses de torso de cuero de Zor y le dio un tirón, casi levantándolo de sus pies. “¿Qué hay de ello?” Zor sacudió su cabeza lentamente, como si saliendo de un trance. “¡Angelo! ¿Qu-cómo llegué aquí?” Él parpadeó, mirando a su alrededor. “Esa es mi línea. Tú estás moviéndote a hurtadillas en una zona prohibida y estás lejos de tu puesto de servicio sin permiso. ¡Si no tienes una explicación bastante buena, veré que tu trasero vaya a parar a Ciudad Púa de Alambre durante mucho tiempo!” Él sacudió a Zor de nuevo. “¡Oh, Zor! ¡Allí estás!” La Primer Teniente Dana Sterling, comandante en jefe del 15to, prácticamente dijo entre chillidos cuando daba vuelta una esquina y se apresuraba hacia ellos. Angelo sacudió su cabeza un poco, observando cómo la sonrisa de ella brillaba y sus ojos serpenteaban al avistar a Zor. Al igual que sus dos subordinados, ella estaba vestida con el uniforme blanco de la Cruz del Sur, con el cordoncillo negro y botas negras que sugerían un equipo de montar. Ella apenas alcanzaba la mitad del pecho de Angelo, pero era, él tuvo que admitir, un oficial atrevido y capaz. Exceptúe donde a este sujeto Zor concernía. Ella se precipitó hasta ellos y agarró la mano de Zor; Angelo se encontró de forma automática soltando a su prisionero. Dana parecía completamente ajena a que había tropezado en el medio de lo que de otra manera habría sido una pelea. “¡Te he estado buscando por todas partes, Zor!” Zor, aún aturdido, parecía estar tanteando palabras. “Espere un segundo, Teniente,” Angelo interrumpió. Pero ella estaba arrastrando a Zor lejos. “¡Vamos; quiero preguntarte algo!” “¡Alto, señora!” Angelo prorrumpió. “¿Por qué no le pregunta al muchacho bonito qué está haciendo merodeando en una zona prohibida?” La expresión de Dana se convirtió en ira. Al igual que el sargento, ella había localizado a Zor con dificultad, pero ella no se dejaría pensar mal de su extraño soldado alienígena. Ella respondió, “¿Qué eres tú, Angie, un espía para la Policía Militar Global?” Las cejas negras de Angelo subieron. “¿Huh? ¡Usted sabe que no es así! Pero alguien tiene que vigilar a este sujeto. ¿O no cree que lo que él está haciendo es un poco sospechoso?” Dana se exacerbó, “Zor está sufriendo de pérdida de memoria severa. ¡Si él está un poco desorientado por momentos, eso sólo significa que debemos mostrarle algo de compasión y comprensión!” Ella pasó un brazo por el de Zor, agarrando su codo. Angelo se preguntó si él se estaba volviendo loco; ¿no era este el mismo alienígena que había liderado las fuerzas enemigas en su Bioroid rojo? ¿No trató él de matar a Dana, como ella había tratado de matarlo, en media docena más o menos de los más viciosos y singulares combates de guerra, su mecha Hovertank contra su Bioroid? “Hablaré con usted más tarde, sargento,” Dana dijo, arrastrando a Zor fuera. Angelo los observó irse. Él había ganado un gran respeto hacia Dana Sterling desde que ella había tomado el comando del 15to, pero ella sólo tenía dieciocho años y, en la opinión del sargento, era demasiado impulsiva y demasiado inclinada a hacer movimientos apresurados. Él trató de desterrar de su mente su sospecha furtiva en cuanto a por qué ella era tan protectora con Zor –tan posesiva, realmente. Pero un hecho indisputable quedaba. No importaba cuán lealmente
Angelo trataba de descontarlo, Dana era mitad alienígena. Traducido por Luis N. Migliore (C�rdoba, Argentina) |
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