Saga Macross - Doomsday

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Capitulo 18

Yo creo que Khyron sospechaba que el que Gloval le permitiera dejar Macross con la matriz de protocultura era una forma de ofrenda de paz. El juicio de Gloval era la deportación en lugar del encarcelamiento; era la forma en que Gloval decía: "Tienes lo que necesitas para llegar a casa... ¡ahora vete!". Pero para mí sigue siendo insondable que Gloval y Exedore pudieran malinterpretar tanto a Khyron en esta fase tan avanzada. ¿A casa... con la imperativa vacía? Inconcebible. Y aun así, ¿la guerra podría haber acabado de cualquier otro modo?... Una y otra vez me pregunté cómo se podrían haber reformado los eventos si Khyron simplemente se hubiera ido.

Rawlins, El triunvirato zentraedi: Dolza, Breetai, Khyron.

–Venganza –gruñó Khyron.

Si alguna vez hubo dudas con respecto al liderazgo de Khyron, la incursión a Nueva Macross no sólo las borró sino que introdujo en de sus subordinados un sentido de lealtad hasta aquí desconocido, incluso entre los zentraedis. Él ahora era el “Destructor”, ya no era el Traicionero que había sacrificado a miles a lo largo de su propia trayectoria de campaña vanagloriosa. Al capturar la matriz de protocultura, él efectuó un rescate; les proporcionó los medios para salir del mundo miserable que los había mantenido cautivos estos dos largos años, les proporcionó una forma de volver casa. Sus tropas lo habrían seguido hasta el mismísimo infierno... Y ahí precisamente era donde él quería llevarlos...

–Todas las entradas de energía están subiendo a los niveles operativos, señor –informó un técnico de la sala de máquinas a la burbuja de observación del centro de mando.

–Verifiquen los hornos reflex –gritó Grel en el comunicador. Estaba sentado rígidamente en su estación de trabajo, agradecido de estar vivo después de la forma en que las cosas se desarrollaron en Macross. Si Khyron no hubiera encontrado la matriz, Grel no habría sobrevivido ese día.

El Destructor iba y venía en la cubierta con las manos tomadas detrás de su espalda; la capa de campaña color oliva se arremolinó cuando se dio vuelta.

–Estable –retransmitió el técnico de la sala de máquinas.

–Tenemos máxima potencia –actualizó Azonia. Sentada en la estación de trabajo adyacente a la de Grel, ella también iba vestida con el uniforme de gala.

Khyron apretó los puños y se acercó a la consola curva del centro de mando. Sus ojos tenían una mirada que iba más allá del enojo.

–¡Excelente! –susurró–. ¡Partiremos de inmediato para reunirnos con los Amos Robotech!

Grel y Azonia estaban levantando sus manos como saludo cuando él agregó de repente:

–¡Pero antes de que deje la Tierra, yo quiero destruir la SDF-1!

Sus subordinados lo miraron con incredulidad; sus protestas se ignoraron. Las Fuerzas Terrestres no eran tan tontas como para permitir un segundo ataque furtivo; ¡iban a estar esperando con las armas de su fortaleza recientemente construida listas y apuntadas! ¡Claro que Khyron sabía esto, claro que él no iba a permitir que la libertad se les escapara de las manos ahora!

–Yo tendré mi venganza final sobre estos micronianos –Grel y Azonia oyeron que él murmuraba en voz baja.

Él después se dio vuelta hacia ellos y les ordenó que despegaran. Ellos se miraron sin palabras y comenzaron la secuencia de lanzamiento.

El crucero se estremeció, vibrando con un retumbar grave que hacía temblar los huesos, que más que escucharse, se sentía. La protocultura corrió a través de los sistemas atrofiados de la nave dándole potencia a los enormes hornos reflex dentro de sus bodegas. Con fuerza casi volcánica, los propulsores hicieron una erupción invertida contra el firme enramado intrincado que era parte de la creación de la propia nave. La Tierra misma sintió la fuerza de la partida del crucero, y respondió en especie con movimientos tectónicos creados y transmitidos desde las profundidades de su centro, el último estertor de una inteligencia telúrica hostil determinada a sostener fuerte a su peligroso cautivo.

Pero al final los poderes del mal demostraron ser superiores y el cañonero del Destructor se liberó, llevándose con él grandes trozos de tierra y bosque mientras subía hacia la libertad y se dirigía al norte para su cita con la venganza y la muerte.

 

El fin del mundo –Lisa lloró para sí misma.

Habían pasado dos semanas desde el ataque de Khyron en la mañana de Navidad y Macross todavía tenía que recuperarse. Al principio los residentes de ese lugar devastado tan a menudo se reunieron, preparados otra vez para recoger los pedazos de sus vidas y reconstruir el símbolo de sus sueños. Pero en ese momento se asentó una clase de conmoción retardada que debilitó hasta la más fuerte de las voluntades de prevalecer. La gente se quedó en sus casas y dejó las calles abandonadas e intacto el reciente daño; algunos incluso fijaron su residencia en los refugios. Otros huyeron a otras ciudades o se aventuraron a salir hacia los eriales, una nueva raza de pioneros que abandonó lo que les trajo salvación y devastación por igual –a la SDF-1.

Lisa Hayes estaba en el puente mirador de la fortaleza; su mundo interior estaba tan dado vuelta como ese al que vislumbraba sobre la curva del lago. Ella había perdido a Rick y que él tomara licencia la había vaciado, así como estaba vacía la ciudad. Estaba pensando en la única decisión que la iba a liberar, sollozando por todo lo que podría haber sido.

–¡Lisa! –gritó Claudia detrás de ella.

Ella se limpió los ojos y se dio la vuelta.

–El almirante Gloval me envió a que te buscara –le dijo su amiga–. ¿Por qué no estás en el puente?

–Necesitaba estar sola –contestó; el viento frío le revolvió el pelo–. Estoy pensando en renunciar.

Durante semanas Claudia había presentido que esto se venía, pero a pesar de todo terminó sorprendida.

–Tienes que estar bromeando –dijo.

–No, hablo en serio, Claudia –la voz de Lisa se quebró–. Ya no puedo soportarlo. El ejército... Rick... Voy a renunciar... Yo no soy tan dura como todos parecen creer que soy.

Claudia la miró de arriba abajo por un momento, decidiendo ponerse dura.

–Ya basta, Lisa... ¡no engañas a nadie, sólo a ti misma!

Este es el fin de la simpatía –pensó Lisa, sobresaltada por la reacción de Claudia. Tal vez no estaba explicando todo esto de la forma apropiada, Claudia no lo veía a través de sus ojos.

–¡Estás hablando como una colegiala tonta, bobalicona y débil! –Claudia dio un paso adelante para enfrentarla más–. ¡Eres una mujer militar, nacida, criada y entrenada, y eres demasiado aguerrida para ceder así sin luchar!

Pero Lisa se mantuvo firme.

–No tiene sentido pelear... todo se reduce a una batalla conmigo, Claudia. Y estoy perdiendo. Si Rick prefiere a Minmei, que así sea, y no hay nada que yo pueda hacer sobre eso.

–¡Excepto superarlo y seguir adelante! –enfatizó Claudia–. El ejército es tu vida, niña. Si te rindes y renuncias a tu cargo, también puedes tirar todo lo demás.

–Tengo que irme –los labios de Lisa se estrecharon en una línea delgada.

–Quieres decir huir.

–Llámalo como quieras –Lisa le dio la espalda a Claudia–. No puedo trabajar con Rick y después verlo ir a casa con ella todos los días. Si no puedes entender eso...

Él no debería tener el poder sobre ti –quiso decirle Claudia–. ¡No debes permitirle ese poder!

Pero su corazón lo entendía con demasiada claridad.

–Lo entiendo –dijo en voz baja.

 

La soledad del mando –pensó Gloval por tercera vez esa mañana. Deseaba que Exedore no hubiera escogido volver tan pronto a la fábrica satélite robotech; él lo extrañaba, ya que había encontrando en el zentraedi enano una mente perspicaz, depurada de las restricciones emocionales. Y lejos de ser un intelecto puro, frío y distante como Lang, el hombre –y Gloval siempre se referiría a él así–, el hombre tenía una naturaleza leal e imparcial, junto con una compasión que raras veces se encontraba, ni entre los humanos ni los extraterrestres. Los dos habían forjado una amistad única construida en intereses compartidos, confianza mutua y nada menos que temor por los eventos que formaron sus historias, raciales e individuales.

Gloval estaba en su silla favorita, la silla de mando del puente de la SDF-1, mirando fijamente a Macross a través de las bahías curvas de blindex. Todos sabían que debían buscarlo aquí, más que nada su lugar de retiro. Y de hecho, el tema del retiro tenía un gran peso en su mente; él quería la libertad ilimitada para volver a pensar en las últimas dos décadas y hacer un orden personal más allá del caos que había visto tan a menudo en los momentos de reflexión. Necesitaba examinar sus éxitos y sus fracasos, y evaluar su registro de actuación, aunque más no fuera por ninguna otra razón que justificar las decisiones que afectaron a tantas vidas... a incontables vidas.

Recordó que una vez dijo que a él le permitían cometer más errores que al resto de la tripulación, y de hecho los había cometido. Sólo rezaba para que sus últimas decisiones no entraran en la misma categoría.

Cuando Lisa finalmente se reportó ante él, se puso de pie y caminó hacia a la parte delantera del puente con las manos detrás de su espalda.

–Le pedí que viniera aquí para informarle de su nueva asignación, capitana.

–Yo lo... lo siento, señor, pero no puedo tomar una nueva asignación –le dijo Lisa directamente.

Gloval giró sobre su eje con giro ensayado levantando un decibel su voz.

–¡¿Y por qué no?!

La cabeza de Lisa estaba inclinada.

–Señor, decidí renunciar. En mi estado emocional yo soy inútil para mí o para el servicio.

–¿Y qué estado emocional sería ese? –quiso saber Gloval.

–Yo... yo necesito alejarme durante un tiempo, almirante... por razones personales.

Gloval sonrió.

–Bien, eso es perfecto, entonces, porque esta asignación requiere una cierta cantidad de viaje.

–No, señor –Lisa sacudió la cabeza–. Lo siento, señor.

Otra táctica –pensó Gloval.

–Tonterías. No puedes desatender tu deber sólo debido a un romance no correspondido... vas a tener que superarlo porque te necesito ahora más que nunca.

–¡¿Quiere decir, q-que lo sabe?! –Lisa lo estaba mirando con los ojos desorbitados.

El almirante hizo un gesto de indiferencia.

–Santo cielo, ¡¿tengo ojos, no?! ¡Probablemente yo supe lo que había entre tú y el comandante Hunter mucho antes de que tú lo supieras!

Lisa se alegró un poco y sonrió.

–Apuesto a que sí fue, señor... Esta nueva asignación, entonces... ¿es algo así como un favor?

–Tonterías –resopló Gloval–. Eres la oficial más capaz y experimentada en todo el comando. La elección era obvia.

–Señor...

Gloval se aclaró la garganta.

–Como tú sabes, acaba de completarse la construcción de la nueva fortaleza. Yo quiero que tú la comandes.

Lisa puso sus manos sobre su pecho. Se había mencionado que ella iba a comandar la SDF-2, pero nunca se había confirmado.

–¡¿Qué?! ¿Mi propio comando?

–Es un compromiso a largo plazo –le avisó.

–Acepto... sea lo que fuere.

–Bien –dijo él, pidiéndole que se acercara al mirador delantero. Ella así lo hizo y empezó a seguir la mirada de él.

Las capas estratificadas de cielo azul y blanco cristalino se arqueaban sobre el horizonte oriental. Sobre esto había un techo más oscuro y amenazador de rápidas nubes de tormenta atravesadas por brillantes rayos de luz solar invernal. Era una vista matutina majestuosa, impresionante.

–Sí –dijo Gloval–, nuestra Tierra es un planeta hermoso. Y nosotros debemos conservar sus glorias. Por eso debo pedirte que dejes atrás nuestro mundo durante un tiempo.

Lisa experimentó un fugaz momento de miedo.

–Llegó el momento de que la humanidad crezca y deje atrás su cuna –explicó el almirante–. Que salga y reclame su lugar en el universo... Tu asignación es llevar una misión diplomática al mundo de los Amos Robotech.

–¡¿A Tirol, señor?! –dijo Lisa con incredulidad–. ¿Pero cómo?

–Ese es el nuevo propósito de la SDF-2. El comandante Breetai y Exedore te acompañarán, aunque podría ser más fácil seguir el rastro de Khyron.

La frente de Lisa se llenó de surcos.

–Nosotros dejamos que él tuviera esa matriz de protocultura por una razón, capitana. Yo sólo lamento que no hayamos anticipado las explosiones.

–El boleto de regreso a casa de Khyron –murmuró Lisa –. ¿Pero por qué Tirol, almirante?

–Porque la raza humana tal vez no pueda sobrevivir otro holocausto como el último. Mejoramos inmensamente nuestro sistema de defensa, pero ni siquiera eso sería útil contra la sofisticada tecnología de los Amos, o peor todavía, según dice Exedore, contra los invids. Es esencial que hagamos la paz con los Amos, quizás por el bien de ambas razas.

–Paz –dijo Lisa como si oyera la palabra por primera vez–. Y tenemos que viajar a través de toda la galaxia para afianzarla.

 

La desventaja de conseguir tu deseo –pensó Rick.

Desde la ventana de su residencia suburbana observó una formación de Veritechs que pasó rápidamente por lo alto. Él no había volado en más de una semana, ya que tomó licencia para pasar más tiempo con su nueva compañera de cuarto-socia-acompañante... y eso no empezaba a contar la historia de su confusión. Por más agradable que fuera estar con Minmei, Rick se sentía insatisfecho; sin volar, sin una misión, sin algo por lo cual luchar era como si ellos dos estuvieran jugando a la casita. Se acostaban tarde, cocinaban juntos, veían televisión, y de pronto ya no había nada de qué hablar. Ella había dejado de escribir canciones de amor y él había dejado de contar historias.

Justo en ese momento Minmei entró al cuarto y pareció entender su alejamiento. ¿Ya estaba cansado de ella?

–¿Rick, por qué no renuncias al servicio? Podríamos mudarnos a otra parte si quieres. Quiero decir, ¿podrías ser feliz si nos dedicamos a tener una vida normal?

–¡¿Normal?! –le dijo, más brusco de lo que debía–. Echa una mirada afuera, Minmei. ¡Ya no hay más normalidad!

Él agitó su cabeza.

–No creo que podamos aun cuando la hubiera.

–¿Pero por qué no? Hay tantas cosas más para vivir que esto, y nosotros las estamos perdiendo.

Rick contuvo la respiración y después exhaló lentamente a través de las mandíbulas apretadas.

–La gente depende de nosotros. Ellos buscan a las personas como yo para que los proteja, y a ti para que los inspires. ¿Cómo podemos darle la espalda a eso?

Ella le puso la mano sobre el hombro.

–¿La vida es cómica, no es cierto? Nada resulta de la forma en que piensas que será... Cuando nos conocimos, yo estaba totalmente envuelta en sueños románticos, y algunos de ellos en efecto se hicieron realidad. Pero no el sueño que yo tenía para ti y para mí, Rick.

–¿Qué sueño?

Ella intentó retener la mirada de él con la de ella.

–Casémonos.

Rick reaccionó como si le hubieran dado un puñetazo. ¿Ella no escuchó nada de lo que él dijo?... Pero incluso mientras pensaba esto, sabía que todo era más simple de lo que él fingía que era: De algún modo la guerra y sus carreras separadas no eran en absoluto los verdaderos problemas. Era algo más...

Cuando sonó el timbre de la puerta los dos saltaron a contestarlo, agradecidos por la intrusión. Lisa estaba parada ahí, modestamente, con su uniforme tan brillante como los parches de nieve del césped delantero.

–Yo vine a decir... adiós, Rick. Recibí nuevas órdenes y regresaré pronto al espacio –ella continuó a pesar de la reacción sorprendida de Rick, luchando por mantener su tono firme–. Es verdad. No puedo creerlo, pero el almirante Gloval me dio el mando de la SDF-2.

Ella ahora se puso casi alegre.

–Es como un sueño hecho realidad. ¿No estás feliz por mí, Rick?

–¿Cuándo te vas? –le preguntó con ansiedad.

–La transferencia de los motores reflex de la SDF-1 empezará mañana. Pero nos dirigiremos al espacio inmediatamente después. A Tirol, el planeta de los Amos Robotech. Va a ser una misión diplomática... una misión de paz.

¡Eso podría tomar años! –pensó Rick.

–Por eso yo sólo quería decir adiós y... nos veremos en unos años –Lisa le sonrió a Minmei–. Fue un placer, Minmei. Tu música fue una gran inspiración para todos nosotros.

Minmei le agradeció, con cautela al principio pero con más sinceridad cuando Lisa les deseó a ella y a Rick que tuvieran felicidad en el futuro.

–Yo sólo tengo una cosa más para decir –tartamudeó Lisa, ya que su voz de repente le falló–. ¡Yo te amo, Rick! ¡Siempre lo hice! ¡Y siempre lo haré!

Rick se quedó sin palabras. Minmei se había aferrado al brazo de él con un abrazo fuerte como un torniquete. Lisa se estaba disculpando, conteniendo las lágrimas.

–Tal vez nunca lo vuelva a ver –se justificó ante Minmei–. Y tenía que decírselo... Cuídalo por mí.

Ella saludó a Rick, se volvió y empezó a correr.

Rick se quedó parado en la puerta un momento, después se sacudió el estupor y le gritó que esperara. Salió corriendo por la acera, pero Minmei se paró delante de él con los brazos abiertos para detenerlo.

–¡No puedes ir! –dijo con una prisa asustada–. ¡¿Qué hay sobre mí?! ¡Ya hiciste demasiado! ¡¿Cómo puedes pensar en volver al espacio otra vez?!

–Porque... ellos me necesitan –mintió Rick.

Y de repente el cielo se desplomó...

Traducido por Laura Geuna
www.robotech.org.ar

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