Saga Macross - Doomsday

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Capitulo 4

Las mitologías de numerosas culturas de la Tierra identificaban el norte y las regiones árticas con el mal y la muerte. Yo no creo que fuera conveniencia o coincidencia lo que llevó a las cabezas militaristas del Concejo de la Tierra a construir ahí su nefasto Gran Cañón; ni pienso que fuera un accidente que Khyron aterrizara ahí su nave. Así como el agua busca su propio nivel, así el mal busca su propio lugar.

Rawlins, El triunvirato zentraedi: Dolza, Breetai, Khyron.

El crucero extraterrestre de un kilómetro y medio de largo estaba enterrado bajo el hielo y la nieve, con sólo sus torretas de armas con forma de iglú visibles sobre la superficie helada y aulladora. Ninguna escuadra del personal de la Fuerza Aérea iba a venir a investigarlo, ni se iba a formar ningún círculo mágico preventivo de cadena humana para contener sus malas intenciones. Era demasiado tarde para mirar los cielos...

En la burbuja de observación de la nave, Khyron, cuyo uniforme color borgoña y su capa de campaña verde no parecían gastados por el uso a través de dos largos años, saltó de la silla de mando cuando Gerao entregó su último informe.

–¿Estás completamente seguro de esto, Gerao?

–Estoy seguro de eso, milord –dijo Gerao, tres veces afortunado por haber sobrevivido a la explosión de los hornos reflex en Marte, a la perforación de su nave durante una Maniobra Daedalus, y ahora al propio holocausto. Se llevó el puño a su insignia del pecho como saludo.

–Nuestros espías informaron que miles de zentraedis insatisfechos están abandonando pueblo tras pueblo. Se estima que son alrededor de diez mil, señor.

–Ah, espléndido –dijo Khyron, apretando su mano derecha, asomando los ojos diabólicos de su rostro atractivo debajo de su flequillo azul–. ¡Un incidente de lo más interesante... que bien vale la espera de dos años en este terrible lugar!

Khyron, ya sea a través de un acto de voluntad premonitoria o de una cobardía inusitada entre los zentraedis, había mantenido a su nave y tripulación al margen de la batalla que casi había destruido a lo último de su raza. Sin duda que Khyron no planeó enfrentar a Breetai y a Dolza, entonces ¿para qué dejar que el Batallón Botoru quedara atrapado en la locura del Alto Mando? Desde el principio Khyron había sostenido que la mejor manera de ocuparse de la nave de Zor era destruirla. Cualquiera podía ver eso desde el principio. Pero en cambio, los necios intentaron capturar la fortaleza sin darse cuenta de que la malignidad microniana se extendía rápidamente por la flota. Sin embargo, no se podía dejar de lado tan fácilmente la existencia de la matriz de protocultura que se pensaba estaba dentro de la fortaleza de Zor. De hecho, Khyron se había salvado a sí mismo para este propósito mayor; pero a pesar de eso, el precioso combustible de su buque de guerra y los suministros de sus armas estaban casi vacíos.

Se había escondido del otro lado de la Tierra durante la explosión catastrófica que había eliminado a la armada de Dolza de cuatro millones de naves –la armada que una vez había convertido a su raza en la más temida del Cuarto Cuadrante. Claro que los micronianos tenían que agradecerle a los traidores Breetai y Exedore por su éxito, aunque cómo supieron esos dos sobre la capacidad de inversión del escudo de barrera era algo que él ignoraba. En todo caso, fue un golpe de suerte –y la sentencia del destino de los zentraedis.

Khyron había escogido aterrizar en el páramo helado del planeta medio muerto con la esperanza de rescatar algo del arma reflex microniana, del llamado Gran Cañón. Pero no quedó nada de él.

Era consciente, sin embargo, de que su grupo de elite no representaba a lo último de los zentraedis; en algún lugar del cuadrante entre la Tierra y Tirol estaba la nave del comandante Reno, junto con la fábrica automatizada robotech, que todavía fabricaba mecas de batalla para un puñado de guerreros. También estaban los zentraedis contaminados de la flota de Breetai que habían elegido permanecer al lado de los micronianos. Los propios espías de Khyron trabajaban infiltrados en este último grupo, además de las bandas de renegados zentraedis que ya habían abandonado los centros poblacionales de la Tierra para habitar los eriales; y Khyron sabía que algún día cercano ellos demostrarían que eran sus aliados. Entonces, Reno y Khyron reconstruirían la máquina de guerra zentraedi con la ayuda de los Amos. Y una vez que la Tierra quedara incinerada, ellos iban a buscar nuevos mundos para conquistar en el cuadrante.

Pero primero necesitaba hacer volar su nave una vez más.

Y ahora la noticia que había estado esperando finalmente llegó.

Giró hacia quien había estado su lado a través de la larga espera desafiando las antiguas costumbres, un símbolo del nuevo orden de las cosas.

–Nuestra fe se restablece, mi querida Azonia.

–Así es –la antigua comandante del Batallón Quadrono sonrió. Estaba vestida como su señor, salvo que su capa era azul. Sus brazos estaban cruzados y llevaba una mueca arrogante. Cuando su propia nave quedó acribillada por el fuego de la armada de Dolza, fue Khyron quien había venido en su ayuda, convenciéndola de abandonar las fuerzas de Breetai y de unirse a él.

–Deja que ellos peleen juntos –había dicho él–. ¡Nosotros viviremos para ver el renacimiento de los zentraedis!

–Su gusto por el estilo de vida microniano fue sólo temporal –estaba diciendo Khyron–. Yo sabía que después de un tiempo se iban a cansar de eso. ¡Y ves que yo tenía razón!

Dos años bajo el hielo y la nieve habían traído una nueva y extraña afinidad entre Azonia y su comandante –una afinidad que tenía más que ver con la vida que con la muerte: el estímulo de los sentidos, el placer. Azonia creía que tenía algo que ver con el planeta en sí –con esta Tierra. Pero se guardó estos pensamientos. Si el placer era la causa de la deserción de los guerreros, ella no podía culparlos –incluida Miriya, aunque seguía siendo un enigma por qué se había molestado en tomar un compañero microniano en vez de un zentraedi.

–Sí, Khyron –dijo el cuarto zentraedi en el centro de mando, Grel, quién había sido el teniente de confianza de Khyron en muchas campañas largas.

Azonia agitó su puño, imitando el gesto de determinación de Khyron.

–Ahora, observen –anunció–. ¡Si las cosas siguen como se planearon, podremos reunir un batallón que les garantizo los vencerá!

Khyron sonrió para sí mismo. Era cierto que sus subordinados hacían eco de sus sentimientos, pero Azonia tenía mucho que aprender. ¿Qué podía garantizar ella, salvo que al final Khyron sería el victorioso? ¡Que Khyron los vencería!

No obstante, él le dio el gusto sin parecer condescendiente.

–Sí, claro que lo haremos.

El Traicionero se movió hacia el enlace de comunicación de la burbuja de mando del crucero para dirigirse a sus soldados, que estaban reunidas en la bodega de astrostática de abajo.

–Ahora, escuchen todos –empezó–. ¡Ya no necesitan esconderse! ¡Ustedes son guerreros zentraedis! Quiero que se cercioren de guiar a nuestros antiguos camaradas hasta aquí. A aquellos que establecieron campamentos en los eriales y a aquellos que todavía tienen que abandonar los centros poblacionales micronianos. ¡Y quiero que les digan a todos los zentraedis micronizados que si se unen a nosotros, yo los devolveré a su tamaño original para que ellos también puedan volver a caminar erguidos y orgullosos!

Los soldados empezaron a aclamar su señor y salvador con gritos.

–¡Larga vida a los zentraedis, larga vida a Khyron!

Los labios de Khyron se volvieron una línea delgada al recibir la ovación colectiva de sus tropas.

Él se prometió que devolvería a los zentraedis a su tamaño original –a su lugar legítimo en el universo. Y la destrucción de este planeta iba a ser su primer paso en esa dirección, incluida la destrucción de esa arma secreta que los micronianos habían usado con tanta eficacia contra su raza, esa arma que los desertores habían aprendido a aceptar: ¡a esa Minmei!

 

Kyle miró otra vez su reloj de pulsera: siete cuarenta y ocho, y ella todavía no había llegado.

Echó un vistazo desde los bastidores del escenario. Era un poco público el que se había reunido en el anfiteatro al aire libre de Ciudad de Piedra (media docena de zentraedis gigantes en las gradas traseras, colinas y monolitos en la distancia, y un cielo crepuscular rosa y azul), pero igual era uno estridente que aplaudía y gritaba, ansioso de que traigan a Minmei a escena. El grupo soporte ya casi estaba terminando su segunda presentación, pero el público ya se había cansado de ellos a la mitad de la primera.

Kyle se maldijo por dejarla salir de su vista, sobre todo después de la lucha de anoche y de esa loca pirueta que ella había realizado en la carretera de Macross.

–¡Eh, Kyle! –dijo alguien detrás de él. Había una nota palpable de enojo en la voz y Kyle se dio vuelta listo para la acción, feliz de dar rienda suelta a su propia frustración y rabia si la oportunidad se presentaba. Vance Hasslewood, el agente de contratos de Minmei, venía caminando hacia él por el pasillo.

–¿Cuál es la idea? ¿Dónde diablos está Minmei? –exigió Hasslewood.

Hasslewood estaba usando sus anteojos de costumbre, un traje blanco con chaleco tejido y corbata, y el ceño fruncido en su cara bien afeitada.

–Minmei llegará –le dijo Kyle con cansancio.

–Pero la hora del espectáculo es en sólo diez minutos más, ¿comprendes eso?

–Ella va a aparecer –dijo con más fuerza–. Minmei no es la clase de cantante que ignora sus obligaciones. Tú ya deberías saber eso, Hasslewood.

–Yo sé eso. Pero es lo mismo, Kyle; la quiero aquí por lo menos media hora antes del espectáculo.

–¡Ella llegará! –repitió Kyle; su paciencia estaba desapareciendo con rapidez. Señaló al público–. Sabes, haces una gran actuación como promotor, Hasslewood... al atraer a un público de ese tamaño.

Los orificios nasales de Hasslewood se abrieron. Ya se estaba hartando de tener que contestar a las demandas y a las críticas de Kyle, y estaba casi decidido a darle la espalda a todo este tema. Pero no podía soportar pensar en dejar a Minmei al cuidado de una persona impetuosa como Kyle. Un borracho y degenerado...

–¡Eh, ella está aquí! –gritó un ayudante.

Cuando Hasslewood se dio vuelta, uno de los miembros de la banda corrió hacia él.

–Minmei está aquí. Está en su camarín –les dijo, sintiendo que era necesario señalar el camino.

Kyle resopló y empujó a Hasslewood para pasar. Ni se molestó en golpear la puerta del camarín, sólo la abrió y exigió.

–¿Dónde has estado?

Minmei se estaba maquillando. Estaba usando el mismo vestido azul sin hombros que había llevado anoche al club nocturno.

–Lamento llegar tarde –contestó sin darse vuelta.

–No sé que por qué nos molestamos en hacer este acto... casi no hay nadie afuera. Esto es un agujero.

–No me importa mucho el tamaño del público –ella dijo en el espejo–. Ya dejé de preocuparme por todo esto, Kyle. Yo sólo voy a cantar para mis seguidores de la misma forma en que siempre lo hice.

–¿Qué te sucede? –dijo él, ahora parado detrás de ella.

Minmei se puso de pie de un salto y lo enfrentó.

–¡Tú preocúpate por nuestros ingresos, Kyle! Yo sólo cantaré para mí, ¿me entiendes? ¡Sólo para mí!

Lo empujó para pasarlo y dejó la habitación.

Su enojo lo había tomado por sorpresa. ¿Minmei cantaba sólo para ella? Después giró hacia la puerta con una mirada malhumorada.

Él iba a averiguar sobre eso.

 

De vuelta en Nueva Macross, a Rick, Lisa, Max y Miriya Sterling los convocaron a una sesión de información en el camarote del almirante Gloval a bordo la SDF-1. Hunter y Hayes habían pasado la mayor parte del día llenando informes acerca del incidente de esa mañana con los malcontentos zentraedis. A Rick le dolía de la cabeza a los pies por el tincazo del dedo de Bagzent. Max y Miriya iban sin Dana, su niña, para variar, pero siempre juntos a pesar de todo.

Gloval parecía completamente cansado. Quizás, como había comentado un antiguo héroe de la Tierra una vez, “no eran los años, eran los kilómetros”. Él pasaba cada vez más de su tiempo en la vieja nave, y en esas raras ocasiones cuando se presentaba en otra parte, parecía impaciente y preocupado. Había desaparecido la figura paternal tolerante e indulgente que compartía el sentido del miedo y del propósito que unía al resto de ellos. En su lugar había un hombre de propósito secreto que cargaba el peso del mundo sobre sus hombros estrechos. Exedore, que en cierto sentido se había vuelto su mano derecha, también había asistido.

–Lo que voy a decirles es estrictamente confidencial –les dijo Gloval a los cuatro comandantes de la RDF–. Ni una palabra de esto va a salir de este cuarto. Si llegara a salir, el daño sería catastrófico.

El viejo estaba sentado en su escritorio; detrás de él, la clara noche estrellada entraba a través de la ventana de blindex macizo de la fortaleza.

–Sí, señor –respondieron los comandantes.

Exedore dio un paso adelante para dirigirse a ellos; el blanco de sus ojos prácticamente brillaba en el cuarto oscuro.

–Ayer finalmente ubicamos a la fábrica satélite automatizada robotech de los zentraedis. Dentro del satélite se están construyendo unos cruceros espaciales lo suficientemente grandes como para destruir la Tierra con un solo disparo –escuchó sus gestos de sorpresa y se apuró a agregar–. Sí, es una cosa terrible.

–Escuchen con cuidado –dijo Gloval, con más severidad de lo necesario. Ahora estaba de pie con las palmas aplastadas contra el escritorio–. Quiero que inspeccionen ese sistema y me traigan datos adicionales sobre el satélite.

Los cuatro comandantes intercambiaron miradas confundidas. Había algo que el viejo no les estaba diciendo –sin contar la respuesta sobre cómo se suponía que ellos iban a salir del planeta–, a menos, claro, que estuviera planeando reenviar a la propia SDF-1.

–El comandante Breetai les dará los detalles –explicó Gloval después de un momento–. No tenemos forma de saber si, o cuándo, nos atacarán de nuevo los zentraedis que quedan, pero para nuestra propia defensa debemos tener todos los cruceros espaciales a los que podamos ponerle las manos encima.

Giró hacia ellos para darle énfasis al punto.

–Entienden eso.

–Sí –dijo Exedore en voz baja. Sus ojos estaban cerrados, su frente fruncida y casi se podía creer que sentía una punzada de dolor al pensar en traer naves de guerra para que apuntaran otra vez contra su raza.

Rick y los otros expresaron su asentimiento: eso no sólo significaba que iban a dejar el planeta de nuevo, también significaba que iban a confiar en los zentraedis. Y aun así Gloval tenía razón: era para su propia defensa.

 

Minmei caminó hacia el escenario y tomó el micrófono. Unas manchas de colores jugaron en el suelo de tablones hasta que por fin un solo rayo de luz rosada la encontró y la cubrió con su brillo caluroso. Su cara estaba triste, los ojos azules abiertos de par en par y llenos de dolor. La muchedumbre cantaba “Amamos a Minmei, amamos a Minmei”, pero ella sólo podía pensar en Rick, en Kyle, en esos gigantes zentraedis que habían luchado hace unas horas en las calles de Nueva Macross.

Ella sentía que le había fallado a todos.

Había decidido desechar la primera melodía optimista del grupo y pasar de inmediato a “Touch and Go” (Incierto), un número despreocupado que empezaba con un piano simple, punteo y un arpegio de bajo, pero que se hacía oscuro y melancólico en el Fa sostenido, Do menor sostenido, 7 puente, con una clase de punteo de distorsión de guitarra reforzado por un vigoroso redoble.

I always think of you,
dream of you late at night.
What do you do
when I turn out the light?
No matter who I touch,
it is you I still see.
I can’t believe
what has happened to me
    Siempre pienso en ti,
sueño contigo tarde a la noche.
¿Qué haces
cuándo yo apago la luz?
No importa a quién toque,
es a ti a quien veo todavía.
No puedo creerlo que me ha pasado.

Las lágrimas empezaron a formarse en sus ojos mientras cantaba. El público estaba hipnotizado por su actuación. Ella se dio cuenta de esto y empezó a experimentar un extraordinario sentido de nostalgia y anhelo al mismo tiempo que entraba en el coro de la melodía.

It is you I miss
It’s you who’s on my mind,
It’s you I cannot leave behind.
    Es a ti a quien extraño.
Eres tú quien está en mi mente,
Eres tú a quien no puedo dejar atrás.

Si la conexión siempre pudiera ser así de fuerte. Si sólo ella tuviera la fuerza para desear las cosas correctas, buenas y pacíficas. Si sólo tuviera el poder para convertirse en ese símbolo otra vez, en ese acorde perfecto con el que todos vibraran...

It’s me who’s lost…
The me who lost her heart…
To you who tore my heart.
Apart.
    Soy yo quién está perdida...
Ese yo que perdió su corazón...
Ante ti, quién rompió mi corazón.
En pedazos.

Pero la pérdida era el nuevo tema del mundo; la pérdida y la traición, el enojo y el pesar. ¿Y qué podía esperar lograr contra un poder tan maligno? Lo había intentado y había fallado, y pronto llegaría el día en que la canción en sí sería sólo un recuerdo.

If you still think of me
How did we come to this?
Wish that I knew
it is me that you miss
Wish that I knew
it is me that you miss...
    Si todavía piensas en mí
¿Cómo llegamos a esto?
Desearía saber
que es a mí a quien extrañas
Desearía saber
que es a mí a quien extrañas...

Traducido por Laura Geuna
www.robotech.org.ar

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