Saga Macross - Doomsday1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 Capitulo 3¿Qué recuerdo de esos días en Nueva Macross?... De la furia, de las conversaciones estridentes, de la desesperación -casi parecía como si la capacidad de cambio de forma de la protocultura se hubiera hecho cargo del mismísimo destino, cambiando y modificando los destinos individuales, transformando y reconfigurando las vidas... Lisa Hayes, Recuerdos. El sol subió en los cielos cirrosos de Nueva Ciudad Macross, el primer día fresco y claro de otoño. El polvo estratosférico y los desechos que durante dos años habían creado lunas azules, ocasos sombríos e inviernos perpetuos por fin se estaban disipando, y todos los indicios mostraban que la Tierra estaba de verdad mejorando. Minmei, vestida con una falda veraniega blanca y un suéter rojo, salió del Dragón Blanco y respiró hondo el fresco aire de la mañana. Se sentía más descansada de lo que se sintió en meses; la comodidad de su propio cuarto y la compañía de su familia eran cálidas en su memoria. Un vendedor de periódicos con una gorra de béisbol marrón inclinada en su cabeza pasó apurado y dejó caer la edición de la mañana; ella lo saludó alegremente y salió a caminar por la calle, sin notar que él giró sobresaltado sobre su eje cuando reconoció a la estrella al instante y se sintió un poco defraudado cuando ella no se detuvo para hablar con él un momento. Ella tenía muchas cosas en su mente, pero para variar sentía que tenía todo el tiempo del mundo para enfrentar todo. La banda la iba a estar esperando para el ensayo, pero todavía había horas de sobra y ella solo quería pasear por las calles y decirle hola a la ciudad a su manera. Tuvo que recordarse que lo de ahí arriba no era ninguna proyección de EVE, porque estaba desacostumbrada a los cielos soleados. Había sido una criatura de la noche demasiado tiempo, victimada por sus propias necesidades tanto como por los planes grandiosos de Kyle para el futuro. La discusión de anoche parecía muy lejana de este nuevo optimismo que corría a través de ella. Si sólo pudiera hacerle entender a Kyle, si sólo dejara de beber y volviera a las disciplinas que lo hicieron único ante sus ojos... Él a veces parecía estar tan fuera de sitio como los propios zentraedis, anhelando nuevas batallas para emprender, nuevos frentes para abrir. Él detestaba la presencia del ejército y seguía culpándolos de la destrucción casi total del planeta. Minmei le tenía lástima por eso. El ejército por lo menos se las había logrado recuperar un lugar para el nuevo crecimiento. Y en cuanto a su presencia, la amenaza de un último ataque era real –y no uno fabricado para mantener a los civiles a raya, como Kyle clamaba. Desolaron la Tierra una vez, y eso podía pasar de nuevo. Pero esos eran pensamientos demasiado oscuros para tener en un día tan glorioso, y decidió sacarlos de su mente. Había belleza y vida renovada en cualquier lugar al que mirara. Los rascacielos se elevaban como torres de plata sobre las azoteas, y el lago Gloval parecía como si lo hubieran rociado con gemas...
Rick ya había comenzado su carrera matinal en las afueras de Nueva Macross, hoy vestido por completo con ropa de gimnasia, un equipo beige que Lisa le había dado para su cumpleaños. La ciudad todavía estaba dormida, aprovechando el fresco para pasar unos momentos extras acurrucada bajo las mantas, y no había tráfico con el que luchar. Por eso trotaba sin ningún curso prefijado en mente por el frente del lago y después por el entramado de las calles de la ciudad. Unas naves de carga de fondo plano transportaban los suministros desde y hacia los portaaviones que todavía estaban unidos a la SDF-1, mientras que las lanchas sacaban al personal del turno noche de la SDF-2, la que se estaba completando rápidamente a espaldas de su nave nodriza. Inhala lo bueno, exhala lo malo –entonaba mientras corría... y necesitaba librarse de mucho de lo último. Si se le preguntaba por qué estaba tan enfadado, probablemente no habría podido ofrecer una explicación clara. Sólo esto: estaba tenso. Si tenía algo que ver con su situación con Lisa, o con la situación de Minmei con Kyle, o con la situación de la Tierra con los zentraedis, él no podía estar seguro. Quizá era una combinación de todo, emparejado con un sentido subyacente de insignificancia que había dado lugar a este antinatural cinismo y desesperación. –Ambas razas parecen disfrutar de la lucha –había dicho Exedore. Ahora lamentaba haber convertido la sesión de información en un debate –se habría sentido diferente de haber podido aclarar su punto–, pero todavía estaba seguro de sus sentimientos: que los zentraedis, por más similitudes genéticas que tuvieran con los humanos, eran casi tan malos como unos androides programados. Todo lo que se necesitaba hacer era mirar alrededor y ver que él tenía razón: los zentraedis estaban hambrientos de guerra –biológicamente hambrientos. Estaban abandonando sus posiciones, a veces con violencia –el incidente reciente de Nueva Pórtland era un ejemplo de este punto–, para unirse con sus compañeros malcontentos en recintos provisionales en el erial, fuera del alcance de los humanos, que no podían resistir la radiación prolongada. Quizás se había cometido un error al intentar la unión, pese a las ganancias de Nueva Macross gracias a la literal mayor fuerza de trabajo. Pero Rick estaba seguro de que era sólo una cuestión de tiempo antes de que todos los zentraedis hicieran lo mismo y volvieran a guerrear. Exhaló bruscamente y aceleró el paso.
A unas pocas calles del Dragón Blanco, sólo a unas cuadras del presente curso de Rick, una camioneta de reparto se detuvo delante de un edificio de dos pisos con un toldo rayado rojo y blanco, y un cartel con forma de arco iris que decía LIMPIEZA. Al volante estaba Konda, uno de los tres antiguos espías zentraedis. –¡Rico! ¡Dame una mano con esto! –gritó Bron desde la acera, con un cesto lleno de lavado en sus brazos musculosos. La puerta de la tienda se abrió y el fundador del culto Minmei salió; usaba unos anteojos desmesurados e innecesarios, convencido de que mejoraban su apariencia. Rico también se había dejado crecer el pelo y estaba vestido con un uniforme azul y blanco de cintura corta que le quedaba como un traje de ocio. Los tres antiguos agentes secretos se habían asegurado el trabajo con el servicio de limpieza hace varios meses, ya que su fascinación por la ropa era tan fuerte como lo había sido cuando experimentaron por primera vez la vida microniana en las bodegas de la SDF-1. –Eh, adivinen qué pasó –dijo Konda, asomándose de la camioneta. –¿Qué pasó? –Rico se apuró a responder con agitación, dejando que Bron (con unos siete kilos menos que dos años antes) se defendiera solo. –Adivina. –¿Qué? –repitió Rico, quien disfrutaba el juego pero todavía no tenía en claro las reglas. –Minmei está en el pueblo... ¡se quedó anoche en el restaurante! –¡No bromees! –Me lo dijo su señoría el alcalde en persona. Rico hizo un gesto de confusión. –Pero yo vi en el diario que Minmei tiene un concierto en Ciudad de Piedra –él quería creerle a Konda, pero todavía... –Bien; si ella sale bien temprano hoy, todavía puede lograrlo –ofreció Konda como explicación. Rico chasqueó los dedos. –¡Ratas! Si lo hubiera sabido, habría ido a comer al restaurante anoche –escarbó en los bolsillos de sus pantalones y sacó un cuaderno pequeño que de inmediato comenzó a hojear. Era posible que se hubiera equivocado sobre el concierto de Ciudad de Piedra–. Hmm... veamos... parece que olvidé su horario de conciertos en mi otro cuaderno. Si la información de Konda era correcta, entonces Minmei tal
vez iba a pasar otra noche en el Dragón Blanco. Justo en ese momento Bron se apareció detrás de él con una pila pulcramente plegada de sábanas en sus brazos. –¡Eh! Se supone que somos lavanderos y no chismosos –Bron tomaba su trabajo muy en serio porque juzgaba que esa era una de las cosas más importantes que un microniano podía hacer... después de cocinar, claro. El cuidado y el mantenimiento de los uniformes sobre todo–. Ahora, ustedes hacen la entrega o planchan, o yo voy a tener que... ¿ah? Bron empujó a Rico a un lado y avanzó unos pasos en la acera, mirando fijamente a una caminante que venia en su dirección. –Eh... ¿estoy soñando? –dijo, y después agregó–. ¡Lo es! –¿Ah? –dijo Rico, tentado de quitarse los lentes. –Es esa... –Konda se asomó de la camioneta. –¡Minmei! –dijeron los tres al unísono, incapaces de creer su suerte. –Hola –ella sonrió y levantó su mano. No
había visto a ninguno de ellos en meses... desde su último
concierto al aire libre en Nueva Macross, donde ellos se habían
sentado en primera fila y le habían llevado flores artificiales. –Minmei, te gustaría... bien, ¿te gustaría autografiar esto? –dijo Bron y le ofreció su montón de lino planchado. –Eh, Bron, eso le pertenece a un cliente –señaló Rico, seguro de que su conocimiento del protocolo microniano iba a impresionar a Minmei. Pero Bron lo ignoró. –¿Y qué? ¡Le compraré una nueva al cliente! Esto encontró el favor de Rico y Konda, quienes estiraron las manos hacia las sábanas al mismo tiempo, causando una cinchada instantánea con lo que todavía no había caído a la vereda. Minmei retrocedió, preocupada por cómo iba a terminar esta batalla; pero finalmente se rió y buscó un bolígrafo en su bolso.
En otra parte de la ciudad una batalla más violenta estaba en marcha. El alcalde Tommy Luan estaba haciendo su ritual matutino (ponerse una corbata y sacársela después), cuando vio que algo pasaba volando por la ventana de su alcoba del segundo piso –algo grande y rojo que estaba tan relacionado con el aire como una corbata estaba relacionada con su cuello. Se movió hacia la ventana a tiempo para ver un auto compacto caer a la calle y explotar. Los peatones gritaban y huían de la escena. Algún idiota que se lanzó del techo del garaje de estacionamiento
–pensó Luan mientras se dirigía hacia la escalera. Cuando se acercó a la esquina, una viga voladora arrancó un farol que lanzó un chorro de chispas que lo detuvieron en seco. A la vuelta de la esquina aparecieron dos gigantes zentraedis, uno blandiendo una cañería larga y llevando un costal grande lleno con quién sabe qué. Luan había empezado una retirada lenta por su calle, pero los dos lo vieron y comenzaron a perseguirlo. Cansado después de una cuadra, el alcalde se detuvo y cayó de rodillas delante de su casa. Los zentraedis estaban sobre él, amenazándolo con la cañería. –Les ruego que ten-tengan piedad. –¡Tendré piedad de ti si me das todo lo que tienes! –gruñó instintivamente el que llevaba la cañería, sin ningún propósito real más que la intimidación en la mente. –E-es más fácil decir que hacer –le contestó Luan, tratando de pensar qué podía tener que le interesara a un guerrero de dieciocho metros de alto. Dentro de la casa, Loretta, la esposa de Luan, había visto la espantosa escena callejera desde la ventana de la sala y se había conectado con la base por teléfono. El puño cerrado de uno de los extraterrestres llenó la ventana detrás de ella. –Correcto... correcto –decía ella con pánico creciente en su voz–. Se pusieron muy violentos y sumamente peligrosos de repente. Están intentando tomar nuestra comida, nuestras posesiones y todo lo que... Algo la tomó, cortando su respiración. La levantó del piso y la pasó por la puerta delantera; sus hombros delgados y su cuello frágil quedaron apretados por el agarre de los gigantescos dedos. El guerrero, que se había puesto de rodillas para sacarla de su casa, la sostuvo a tres metros sobre la acera y la estrangulaba mientras le rugía en la cara. –¿Qué crees que estas haciendo? ¡Siéntate! –le dijo con aspereza y la arrojó contra el hormigón. Esto le sacó el aire y le dislocó la espalda. A pesar del dolor, ella reconoció que estaba sentada en una posición de lo menos femenina; su falda azul tableada estaba levantada sobre sus muslos pero no había nada que pudiera hacer por eso. Después, de repente, Tommy estuvo a su lado, sosteniéndola y gritándole a los extraterrestres. –¡Monstruos! La lastimaron –Luan envolvió sus brazos fornidos alrededor de su esposa–. Sé fuerte, querida. Vamos a llevarte al hospital tan pronto como... –¡Tú no vas a ningún lado! –aullaron los dos zentraedis y se acercaron para lanzar una sombra oscura sobre ellos dos...
Rick respiraba agitado y se exigía en una carrera corta cuando oyó que gritan su nombre. Se obligó a detenerse, se encorvó con las manos en las rodillas y jadeó un momento antes de darse vuelta. ¡Lisa! Él había evitado a propósito su ruta usual por temor a tropezar con ella, y aquí estaba, a menos de tres metros, atractiva con su falda azul y su suéter de cuello en V anaranjado. Hubo algunos momentos incómodos entre ellos estas últimas semanas. Ella había dejado de venir a su casa –incluso (de forma indirecta) devolvió la llave que él le había dado. Ella pensaba que él estaba viendo a Minmei otra vez, pero él no lo hacía. En realidad no. –¿Qué haces levantada tan temprano? –preguntó cuando ella se acercó. –Em... bien, no estaba durmiendo muy bien –tartamudeó ella. –¿Por qué no? –dijo Rick, sintiendo una preocupación repentina. –Algo anda mal. –¿Mal? ¿Qué quieres decir? Lisa lo miró fijamente. ¿Él alguna vez iba a poder hablar con ella? –No lo sé –le dijo–. No estoy muy segura... –Bien, trabajar en la patrulla me ha hecho bastante sensible a lo que está pasando... hay un poco de tensión, pero podemos manejarlo. ¿Está hablando sobre la tensión entre nosotros dos, o se refiere a la tensión entre los zentraedis? –se preguntó Lisa. La patrulla lo estaba haciendo sensible... ¿a qué? Ella quería creer que esa era la forma de disculparse de Rick. –Será mejor que me reporte –dijo él, mientras señalaba a la SDF-1–. Es hora del desayuno. Lisa sonrió para sí misma. Era como arrancarse los dientes... pero no iba a rendirse con él. Todavía no. –¿Te molestaría si camino contigo? Todavía no tengo ganas de regresar a mi casa, ¿de acuerdo? –Lo estuve pensando –dijo Rick cuando comenzaron a caminar–, puedes tener razón sobre que hay problemas. Ese fue el comentario más premonitorio que Rick había proferido en mucho tiempo –aunque los eventos subsiguientes lo iban a borrar de su memoria– porque resulta que Minmei pasó caminando por la misma calle en la que Rick y Lisa entraron cuando dieron la vuelta a la esquina a menos de diez pasos delante de ella. Minmei se quedó helada y contuvo la respiración, mientras esos volvían recuerdos persistentes que había experimentado en su cuarto la noche pasada. Verlo ahora, prácticamente del brazo con esta otra mujer, sólo fortaleció sus anhelos previos y, peor que peor, reforzó sus peores miedos. ¿Qué había hecho? –Oh, escucha –oyó que Rick le decía a Lisa–. Me olvidé de decirte... puse tus fotos en mi álbum. –¿En serio? Eso fue muy dulce. Rick se volvió hacia Lisa y empezó a hablar. –Espero que no te importe, pero yo... En ese momento la vio ahí parada. El instante estaba lleno de drama verdadero, pero Minmei se mantuvo al margen. Ella estaba lo bastante cerca como para que él la oyera sollozar y viera las lágrimas; después se volvió y corrió. Su actuación no pasó inadvertida ante Lisa. Pero Rick quedó completamente engañado y salió corriendo detrás de ella pidiéndole que esperara. ¿Por qué? –gritó Lisa para sí misma–. ¿Por qué tiene que manipularlo, y por qué él cae siempre en eso, y por qué lo estoy persiguiendo mientras él la persigue a ella? Rick y Lisa iban detrás de Minmei cuando ella dobló en la esquina, pero de pronto desapareció de la vista. –¿Cómo pudo haber desaparecido tan rápido? –dijo Rick, echando una mirada alrededor. Lisa estaba sin aliento. Ella se había figurado –correctamente, de hecho– que Minmei se estaba escondiendo en una de las bodegas de más adelante. Estaba a punto de sugerir que probaran una dirección diferente cuando una voz estruendosa gritó. –¡Dije que te calles! Rick y Lisa se volvieron. Sobresaliendo sobre el edificio situado en diagonal a la esquina en que estaban, dos obreros zentraedis estaban discutiendo. El pelirrojo dio un paso adelante y tiró un puñetazo que le dio al segundo en la mandíbula y lo hizo caer a la calle con un golpe estremecedor. –¡Vamos! –dijo Rick, corriendo hacia la gresca. Cuando Rick y Lisa llegaron a la escena, el zentraedi pelirrojo estaba montando a su rival, golpeándole la cara. Un tercer zentraedi, obviamente aliado con el ganador, estaba parado con una sonrisa torcida. Tommy Luan estaba agachado en la vereda cercana. Rick tomó coraje y dio un paso adelante. –¡Detengan la pelea ahora mismo! –gritó–. ¡Dije que se detengan! El alcalde corrió al lado de Rick desde el otro lado de la calle sosteniendo a su esposa herida. –¡Comandante! ¡Gracias a Dios que está aquí! –¿De qué se trata todo esto, señor? –le preguntó Rick. –¡Ellos amenazaban con matarnos! Después se presentó este otro y ellos empezaron a discutir... –¡Yo ya no puedo vivir aquí! –bramó el zentraedi pelirrojo, que tenía a su rival sujetado contra la calle. Luan, animado por la presencia de Rick, se adelantó para dirigirse hacia el gigante. –Ya te lo dije... entiendo tu problema, pero tienes que ser razonable con... –¡Cállate, gordito! –dijo el antiguo guerrero, mientras se ponía de pie–. ¡Te aplastaré! ¿Entiendes? Luan y su esposa se escondieron detrás de Rick. –Dígale que no se enoje por eso, comandante. Justo en ese momento las calles empezaron a temblar con un trueno reconocible. Las sirenas de la defensa civil sonaban al paso de cuatro Excaliburs MK VI, que asumieron sus posiciones a cada lado de los zentraedis con sus brazos de cañones levantados. Parientes de diseño bípedo del cañón MAC II, los mecas estaban llenos de gatlings y podían liberar cantidades devastadoras de artillería. Rick no estaba seguro de lo que iba a decir después, pero la rápida llegada de los mecas robotech a la escena fue un aliciente para su confianza. –Las autoridades están aquí. ¿Ahora dejarán de pelear? La torreta de armas superior del Excalibur que venía a la cabeza se deslizó hacia delante y el comandante del meca se asomó. –¡Zentraedis! –resonó su pequeña pero amplificada voz–. ¡Deténganse! ¡Los tenemos rodeados! El gigante que unos momentos antes había caído de espaldas se levantó y se alejó del camino del daño, dejando al pelirrojo y su seguidor como centro de atención. Rick, que reconoció la voz del comandante del meca, rodeó su boca con las manos y gritó. –¡Dan! ¡Espera! Dan bajó la vista desde el asiento de su cabina y se sorprendió de encontrar a Rick en medio de esto. –¡Comandante! ¿Qué pasó aquí? –Deja que yo maneje esto –le dijo Rick. Dan dio un “a la orden” verbal y Rick se acercó con furia para enfrentar a los gigantes. –¡Ahora escúchenme, y escúchenme bien! Yo sé que la vida con nosotros es difícil para ustedes, pero las autoridades quieren ayudarlos con sus problemas... si ustedes les dan la oportunidad. El zentraedi pelirrojo volvió a tomar su saco lleno de valores y se agachó para contestarle a Rick, igualmente seguro y encolerizado. –¡Espera un minuto! –gruñó–. Si tu gobierno está tan angustiado por nosotros y tan preocupado por nuestro bienestar, ¿por qué no nos permite salir y estar con nuestra propia gente donde pertenecemos? –Ah, bien, eso es... –Yo soy un guerrero, ¿entiendes? –¿Bien, y qué con eso? –preguntó el segundo zentraedi de forma amenazadora–. Bagzent quiere pelear, ¿puedes ayudarlo? –Yo soy bueno con mis puños y puedo ocuparme de casi cualquier arma –continuó el llamado Bag-zent–. ¿Entonces qué dices? ¿Puedes ayudar? Habla, no puedo oírte... ¿Bien?... ¿Vas a ayudarme o no? La escena se estaba poniendo fea de nuevo. El alcalde Luan, su esposa y Lisa se dieron cuenta de eso y empezaron a retroceder. Los mecas de la DC se movieron ligeramente y cruzaron un poco sus armas. En la esquina, sin que la vieran, Minmei gimió. –Bien –empezó Rick–, nosotros no tenemos ninguna garantía firme de que ustedes no se unirán para atacarnos de nuevo. Si ustedes quieren... –¡Ah! –gruñó Bagzent, cansado del juego–. ¿Si tú no puedes ayudarme a resolver mi problema, entonces qué sentido tiene decir que tú o tu gobierno hablarán sobre eso? De repente su mano derecha avanzó. –¡Microniano! –dijo con desprecio, dando un tincazo con su dedo índice. Rick recibió toda la fuerza del movimiento. El dedo índice del zentraedi del tamaño de un tronco le golpeó todo el cuerpo, desde las rodillas a la barbilla, levantándolo del suelo y arrojándolo unos tres metros por el aire. Confundido y ensangrentado, aterrizó duramente sobre sus nalgas en el pie apezuñado de uno de los Excaliburs. Unos gemidos sobresaltados salieron de los humanos que estaban apretados en la esquina de la calle, pero estos no fueron tan molestos para los zentraedis como los sonidos de las armas que apuntaban hacia ellos. –A mi señal –dijo Dan–. ¡Reviéntenlos! Los dos zentraedis retrocedieron, repentinamente asustados. Las gatlings estaban apuntando. –Esperen –suplicó uno de ellos–. No disparen. Rick se sacó el dolor del cuerpo, se puso de pie con dificultad y volvió a correr hacia el centro de la arena. Levantó sus brazos y le gritó de nuevo a Dan. –¡No disparen! –después levantó la vista hacia Bagzent; la sangre corría por la esquina de su boca. Bagzent gruñó. –Escúchame, microniano –empezó a decir. –¡No! Tú escúchame –lo interrumpió Rick–. ¡¿Nosotros les dimos asilo y así es cómo nos pagan?! Las esquinas de la boca de Bagzent se movieron hacia abajo. –Lo siento –refunfuñó... no como disculpa, sino como si dijera: lamento que tuviera que ser así. Bagzent y su compañero se dieron vuelta y comenzaron a alejarse, pero el tercer zentraedi dio un paso adelante, llamándolos. –¡Regresen! ¡Lamentarán esto! La primera vez que llegamos aquí, ustedes pensaron que su cultura era algo genial... ustedes estaban tan impresionados por las canciones de Minmei. Los zentraedis se detuvieron un momento como si estuvieran pensando en eso, pero después siguieron su lenta retirada. –¡Quédense y denle una oportunidad más! –gritaba el tercero–. Vale la pena, ¿no es cierto? ¡Hemos llegado tan lejos, no podemos rendirnos ahora! Cuando comprendió que sus palabras no tenían efecto, agregó. –¡Estúpidos cobardes! ¡Regresen! Oculta de Lisa y de los Luan, Minmei llevó la mano a su boca para ahogar su tristeza y su terror. Cuando ya no pudo contenerse, huyó. Lisa ahora estaba al lado de Rick, viendo como los zentraedis se marchaban lentamente. –Ellos están cada vez más malcontentos –dijo Rick, escupiendo sangre–. Vamos a tener que hacer algo. –Me pregunto... ¿qué harán después de irse de aquí? –Yo sé una cosa –intervino el alcalde–. Si ellos sobreviven allá afuera en ese erial, o no... nosotros somos los responsables. Rick giró sobre su eje, enfadado y desconcertado de encontrar otro simpatizante a su alrededor. Pero el alcalde lo hizo bajar la vista. –Es cierto, Rick –dijo Luan con convicción–.
No hemos oído lo último de esto. Traducido por Laura Geuna |