Saga Macross - Doomsday

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Capitulo 11

Yo había entrado a una casa atractiva y de aspecto simpático que estaba al mismo nivel de la calle, pensando que sería un atajo hacia Rick (quién se estaba alejando rápidamente en su Veritech). La casa estaba llena de antigüedades del último siglo, y yo corría por todos lados tocando todo. Pero después, cuando recordé a Rick y empecé a buscar una salida, ¡no pude encontrar una forma de salir! Comencé a abrir puertas sólo para encontrar más puertas detrás de ellas, y más puertas detrás de aquellas, ¡y más puertas!... Me desperté más asustada de lo que había estado en mucho tiempo. Fue más aterrador que la vida real.

Del diario de Lynn Minmei.

Kyle, Minmei y alcalde Harding llegaron a la entrada principal del teatro a tiempo para ver el descenso del grupo de ataque aerotransportado de Khyron.

Ellos cayeron sobre la ciudad como una tormenta liberada del mismísimo infierno; vestidos con sus armaduras propulsadas parecían buzos de mares profundos y gladiadores romanos. Los Destroids de la Defensa Civil ya estaban en las calles soltando misiles y proyectiles transuránicos hacia los cielos. Un Excalibur MK VI, cuyos cañones ardían, recibió dos proyectiles enemigos que lo hicieron caer, y el fuego continuo de uno de los cañones agujereó los frentes de las tiendas a lo largo de toda la avenida. Cerca, un Spartan lo estaba haciendo mejor, pues eliminó a dos de los atacantes enemigos con los Stilettos que lanzó de los tubos de proyectil con forma de barril. Pero también cayó cuando uno de los zentraedis, casi tan alto como el Spartan y mejor equipado para maniobrar, hizo una barrena hacia él e hizo retroceder tambaleando a la cosa contra la fachada del teatro de exposiciones. Las chispas saltaron cuando chocó con la calle y los misiles cayeron de uno de sus tambores aplastados.

Kyle y los otros se apretaron más dentro de la entrada del teatro, estremecidos de miedo, mientras que los gritos de socorro salían del Spartan demolido.

–¡Nuestros peores miedos se hicieron realidad! –aulló Harding.

Minmei tomó el brazo de Kyle con los ojos bien cerrados y la boca abierta en un grito silencioso.

Las tropas de Khyron estaban resueltas al exterminio; tuvieron dos años para perfeccionar esto, dos años continuos, sólo esperando una oportunidad para hacer que los micronianos pagaran por todas las penurias que los habían obligado a soportar. Ahora toda la tensión y el odio los llevó a un asedio frenético a una Nueva Detroit abandonada para que recogieran esa cosecha violenta.

Todo era un blanco, y nadie estaba a salvo –humano o zentraedi urbanizado.

–¡Luchen hasta el fin! –gritó el Traicionero en su enlace de comunicación–. ¡Encuentren esa cámara! ¡Ningún sacrificio es demasiado grande para una causa más estimada que la vida misma!

Aún así, las fuerzas de la Tierra no se iban a rendir; coraje y valor eran las palabras del día, aunque pocos iban a quedar al final de la batalla para cantar alabanzas a aquellos que murieron.

Un Gladiator se puso mano a mano con uno de los agitadores extraterrestres, haciendo caer al zentraedi con un puñetazo izquierdo cuando sus cañones se quedaron sin carga, sólo para que el enemigo derribado lo hiciera volar en pedazos con un disparo de su arma montada.

Otro de la elite de Khyron hizo una pausa ante un estacionamiento sólo para incinerar los vehículos y los grupos de humanos amontonados adentro.

–Estoy recibiendo lecturas de alta actividad reflex –anunció Khyron cuando los periféricos de su traje brillaron. Los localizadores lo estaban ayudando a apuntar su atención en la sala de exposición–. ¡Todas las tropas reúnanse inmediatamente a mi señal!

Minmei y Kyle, abrazados el uno al otro en el recinto de entrada del teatro, observaron que las tropas enemigas se dirigían al vestíbulo; las calles vibraban con el golpe de sus botas metálicas.

–¡¿Qué he hecho?! –se preguntó Kyle, cerca del pánico.

Dentro del vestíbulo, los centinelas de la RDF recibieron la noticia de que habían superado a las primeras defensas; el enemigo se dirigía hacia ellos. Un Battloid levantó su ametralladora ante el sonido de golpes en la puerta de acero de treinta centímetros de espesor del vestíbulo. Los tres tripulantes de los Gladiators se prepararon.

El alcalde Harding dejó a Kyle y a Minmei, y corrió al sótano del edificio. Él y un desafortunado oficinista estaban visitando el vestíbulo y la cámara de conversión –un escudo de Blindex era la única cosa que los separaba del fuego– cuando la puerta explotó de repente y las tropas de Khyron entraron.

Uno de los Gladiators dio un paso adelante para enfrentar a un zentraedi, escupiendo disparos inofensivos de ametralladora en la cara de su enemigo mientras que dos de ellos forcejeaban. El soldado de Khyron tomó las chapas de la cara del meca, lo sacudió e hizo que la miserable cosa chocara contra la pared de concreto reforzado del edificio.

El segundo Gladiator estaba similarmente comprometido, mano a mano y ganando su pelea cuerpo a cuerpo... hasta que un zentraedi apareció sin aviso por arriba, abriéndose camino a través del techo y descendiendo sobre el meca con la fuerza suficiente como para partirlo desde la cabeza hasta la cadera.

Todo ese tiempo, el Battloid vació su gatling contra una pared de armadura zentraedi. Cuando el piloto vio que el Gladiator recibió ese terrible golpe desde arriba, hizo correr a su mecas con el cañón automático en alto como una maza, sólo para recibir una patada giratoria paralizante en el abdomen de un enemigo con ojos en la nuca.

–¡Esto es el fin! –exclamó el alcalde, dándole la espalda a la carnicería–. ¡Hemos perdido la cámara de conversión!

 

–Es probable que, sin importar cuánto se los exponga a los humanos, los zentraedis todavía sean una raza guerrera –Exedore le dijo al almirante después de la sesión. Él, Gloval y Claudia habían caminado juntos desde el cuarto de sesiones hasta una de las enormes bodegas de suministro de la fortaleza.

–Pero mucha de su gente ha descubierto un tipo de vida completamente diferente aquí en la Tierra, Exedore –defendió Gloval–. No debe ser tan... duro consigo mismo.

–El almirante Gloval tiene razón –agregó Claudia–. Mucha de su gente apoyó la paz tan pronto como se expusieron a la posibilidad, y la mayoría todavía lo hace.

–Estoy de acuerdo en que muchos lo quieren –contestó Exedore, inmutable ante sus obvios esfuerzos por ponerlo a gusto.

Después de todo, no era cuestión de sentirse de una u otra forma sobre eso; era simplemente un hecho: los zentraedis eran guerreros. Exedore a veces se preguntaba si los humanos no llevaban el modo emocional demasiado lejos.

–Es sólo que ahora me preocupan aquellos que todavía quieren luchar. Seguro que usted entiende eso, almirante.

–Sí –admitió Gloval, alzando su pipa hacia sus labios, sin saber hacia donde se dirigía esta discusión.

–¿No parece extraño, entonces, que sin importar qué tan lejos han progresado civilizaciones igualmente superiores, nunca parece haber una solución para el problema de la agresión y la guerra?

–Muy cierto, mi amigo.

–Eso también se aplica a los humanos –continuó Exedore–. De hecho, no hay ninguna especie conocida en todo el Cuarto Cuadrante que alguna vez le haya dado la espalda a la guerra.

–Lamentablemente, es así –dijo Gloval.

Sonó un timbre y el almirante se estiró hacia un auricular; gruñó síes y noes en él, y sus orificios nasales se abrieron ampliamente. Volvió a colgarlo con un golpe y le ladró a Claudia:

–¡Encuentra a Hunter de inmediato!

–¿Señor? –Claudia retrocedió un poco.

–¡Los zentraedis han atacado Nueva Detroit!

 

–"Un juguete de destrucción" –Rick le estaba contando a Lisa–. Así es como él se llamó, ¿correcto?

Los dos estaban parados en una de las bahías abiertas de la SDF-1, a seis metros sobre el lago brillante, mirando fijamente las nubes naranjas y rosas del ocaso.

–Genéticamente programado para luchar... es muy triste.

–Si me lo preguntas, se parece mucho a nosotros –dijo Lisa.

Rick le frunció el ceño.

–¿Acaso no siempre estamos luchando? –le preguntó ella.

–Eso no es justo, Lisa.

–No estaba tratando de ser... sólo daba una idea.

–¿Oh, sí?

–¡Rick! ¡Lisa!

Ellos se dieron vuelta al mismo tiempo para encontrar a Claudia que caminaba hacia ellos.

–Me alegro de encontrarlos –dijo sin aliento–. ¡Las fuerzas zentraedis han atacado Nueva Detroit!

Los ojos de Rick se agrandaron.

–¡¿Fuerzas?! ¿Qué quieres decir? ¿Quiénes... los malcontentos?

Claudia sacudió la cabeza.

–Parece que no. Su señal de comunicación se perdió hace casi diez minutos, pero una de nuestras naves de reconocimiento captó la pelea. Parece un ataque coordinado. Por lo menos una docena de zentraedis con armaduras de poder.

Lisa vio que Rick se puso lívido. Él apretó los puños y maldijo.

–¡Rick, no es tu culpa! –ella dijo rápidamente, acercándose a él. Pero él ya había salido corriendo por la puerta.

–¡¿Quién?! –Lisa le preguntó a Claudia–. ¡¿Quién?!

 

Los refuerzos de Nueva Macross llegaron demasiado tarde a la escena. Rick, en el Skull Uno, tuvo una vista panorámica de la secuela de la batalla: el fuego, el humo y varias cuadras de devastación total. Las avenidas centrales de Nueva Detroit estaban destruidas y llenas de cráteres; los mecas de la defensa civil yacían humeantes en las calles, mientras que las dotaciones de rescate trabajaban frenéticamente para liberar a los tripulantes atrapados. El área alrededor del vestíbulo de exposición estaba irreconocible. Los edificios principales se habían reducido a cascotes.

Rick se culpó.

Era mi obligación asegurar la cámara de protocultura –pensó–, pero dejé que Kyle y esos zentraedis fácilmente influenciados tomaran el control.

Debajo de él las grúas y excavadoras trabajaban para poner de pie a un Excalibur MK VI dañado; los cañones gemelos del meca estaban separados del cuerpo. En otro lugar, estaban remolcando la carcasa de un Gladiator de una intersección; parecía como si lo hubieran partido al medio con un hacha.

Aunque Rick se echaba la culpa, no podía culparse por el ataque, y eso fue lo que empezó a preocuparlo. El único incidente en esta zona que se acercó al nivel de destrucción fue la incursión a Nueva Pórtland hace algunas semanas. Allí, los renegados zentraedis habían irrumpido en una de las armerías, habían requisado tres Battlepods y se permitieron una breve orgía de terror. Pero ese fue un caso aislado; más a menudo, el problema se limitaba a la lucha –la reciente pelea a puñetazos en las calles de Macross era un ejemplo perfecto. Pero ahora, en menos de veinticuatro horas, hubo dos incursiones mayores.

Los pilotos de reconocimiento que presenciaron el ataque no vieron Battlepods; armaduras propulsadas zentraedis, dijeron. Rick pensó en eso: durante la Reconstrucción habían despojado de armas a muchas de las naves de guerra que se estrellaron en la Tierra dos años atrás. Pero claro que era posible que una banda de gigantes bandidos se hubiera tropezado con una nave y encontrara los trajes de potencia... ¿pero qué querrían con la cámara de conversión? ¿Un golpe para la independencia? Además, el ataque en Nueva Detroit estuvo demasiado bien coordinado: era determinado, nada como las juergas de violencia al azar que a Exedore le preocupaban –el resurgimiento de la programación zentraedi.

Rick terminó pensando en la incursión zentraedi a Ciudad Macross, cuando esta todavía se localizaba en la barriga de la SDF-1. Mientras miraba a Nueva Detroit, empezó a sentir que había algo familiar en esta ruina planeada, casi como si mostrara las señas de alguien que pensaron muerto –alguien a quien los mismos zentraedis habían temido...

Mientras Rick bajaba el Veritech para buscar más de cerca un pedazo de calle ordenado para asentarse, Kyle y Minmei se preparaban para huir de la ciudad. El auto deportivo negro, que quedó estacionado cerca de la entrada del teatro, sobrevivió de milagro a la destrucción. Kyle ahora estaba detrás del volante, retorciendo la llave de contacto y maldiciendo a la cosa por no moverse. Sobre el vehículo reluciente sobresalía el cuerpo inanimado de un Excalibur, un águila con las alas extendidas en una pose mortal contra la fachada del teatro.

–¡Montón de chatarra barata buena para nada! –Kyle le gritó al automóvil, bombeando el pedal del acelerador para lo que pudiera servir.

–¡Apúrate, Kyle! –gritó Minmei desde la calle–. ¡Ellos podrían volver!

–¡Estoy haciendo lo mejor que puedo! –le dijo con enojo.

Minmei se retorcía las manos y caminaba, víctima del miedo y el auto-tormento. Al igual que Rick, ella se culpaba por la tragedia.

¡Si hubiera detenido a Kyle, nada de esto habría pasado! ¡¿Cómo pude dejar que le hiciera eso a Rick?! Si yo me hubiera interpuesto cuando Rick me miró así...

El motor del auto deportivo rugió y Kyle cantó victoria.

–¡Minmei, entra! ¡Vamos!

Creyó que ella estaba pasmada o perdida en sus pensamientos, porque no pudo llegar hasta ella.

–¡Minmei! –volvió a intentar.

Ella giró hacia él como si tuvieran todo el tiempo del mundo y sus ojos estaban llenos de aborrecimiento. Estiró el brazo para tomar la manija de la puerta trasera y la abrió de un tirón.

Rick la divisó.

Había reconfigurado el Veritech a modo Guardián y se estaba asentando en la calle del teatro a varias cuadras detrás del automóvil deportivo de Kyle. Kyle estaba acelerando el motor, demasiado preocupado para notar el descenso del meca, pero Minmei lo vio en el espejo retrovisor y giró en su asiento.

Ella respiró hondo.

–¡Kyle, por favor no te vayas todavía... es Rick!

El Skull Uno había aterrizado. La nariz del Veritech estaba en el suelo y la cola en el aire como un pájaro mecánico que examinaba la tierra en busca de gusanos: Rick hizo saltar la carlinga y salió de la cabina.

–¡Ya se nos hizo tarde! –dijo Kyle, e hizo disparar el auto, dejando marcas de caucho en el pavimento.

Rick los perseguía a pie y Minmei pudo leer sus labios: gritaba su nombre, pidiéndoles que se detuvieran.

–¡Date la vuelta, Minmei! –le gritó Kyle desde el asiento delantero–. ¡Es demasiado tarde!

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas.

–Adiós –le dijo suavemente a la pequeña figura de la distancia.

¡Es demasiado tarde!

Traducido por Laura Geuna
www.robotech.org.ar

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