Saga Macross - Doomsday1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 Capitulo 13Cuando escuché que Khyron anunciaba sus demandas por la SDF-1 a cambio de los rehenes que había tomado, mi miedo fue que sus agentes realmente habían penetrado nuestras operaciones más ultra secretas. Después, cuando comprendí que su petición tenía más que ver con una formalidad, comencé a relajarme un poco. Pero saber que él de hecho representaba una amenaza continua para nuestra seguridad me hizo reevaluar los planes que yo había formulado con tanto cuidado para los próximos meses. Del cuaderno de bitácora del almirante Henry Gloval. Alguien había pensado llamar “Zarkópolis” al hangar-teatro de Denver –lo más cercano a una traducción del zentraedi que el idioma microniano permitía. La estructura no tenía ningún parecido a la Zarkópolis original –la base minera zentraedi en Fantoma–, pero rebautizarlo de esta manera estaba relacionado con el renovado espíritu de conquista. Khyron, Azonia, Grel y Gerao estaban sentados con las piernas cruzadas en una parte elevada del escenario que se había convertido en su puesto de mando. Ahí había varios ayudantes y soldados vestidos con la armadura de la batalla completa. Estacionadas en la inmensa sala de abajo estaban las tropas de la fuerza elite de asalto de Khyron y media docena de Battlepods. Minmei estaba parada valientemente en la palma abierta del Traicionero; Khyron la observaba como si fuera un espécimen zoológico. –Es difícil de creer que esta criaturita desvalida en mi mano sea la llave para nuestra libertad –meditó en voz alta–. Pensar que ellos renunciarían a la fortaleza por ti... Él cerró su mano sobre Minmei. –Este sentimentalismo microniano... ¡el sólo pensar en eso me pone muy enfermo! Khyron se puso de pie y tomó una postura de orador. –¡Oh, poder librarse de este planeta miserable! ...Casi no puedo esperar, te lo aseguro... –le había dado la espalda a su público y otra vez miraba a Minmei, ahora de rodillas en su mano abierta–. Bien... ¿por qué Minmei no actúa para nosotros, eh? Se volvió a dar vuelta y extendió la mano, un pequeño
escenario para su acto a casi doce metros sobre el suelo. –To be in love... (Estar enamorada) –empezó a cantar, poniéndose de pie y mirándolo a los ojos– ...must be the sweetest feeling that a man can feel...To be in love, to live a dream... (debe ser el sentimiento más dulce que un hombre pueda sentir... estar enamorado, vivir un sueño...) La expresión de Khyron se estaba ablandando. La mano gigante que la llevaba ante un público asustado y asombrado de soldados endurecidos temblaba y sudaba. –...with somebody you care about like no one else… (con alguien a quien quieras como a nadie más) Minmei prácticamente gritaba las letras, mientras un coro de gemidos y palabras de incredulidad salían de Azonia y los otros. El cuerpo de Khyron estaba temblando; sus ojos se habían puesto blancos. –A special woman, a dearest woman... (Una mujer especial, una mujer querida) Y de repente, sus rodillas se doblaron y él cayó al suelo, aparentemente listo para soltarla de su puño. Minmei empezó a bajarse de su palma, mientras seguía cantando: –...who needs to share her life with you alone... (que necesita compartir su vida sólo contigo) Sin aviso, él la volvió a agarrar; una sonrisa furtiva dividió su rostro mientras estrujaba la canción y le quitaba el aliento. –Bien, fue un intento valiente, Minmei. Pero por desgracia para ti, como puedes ver, soy inmune a tu brujería. –¡Me tenías engañada! –se rió Azonia, llevando su mano a la boca. Pero Khyron le impuso silencio. –Estoy hablando con mi pequeña ave cantora –miró duro a Minmei–. Y ella va a ayudarnos a conseguir lo que queremos, ¿no es así, mi queridita? Minmei se estremeció en su mano, luchando para liberarse. –Yo no te ayudaré... ¡payaso sobredimensionado! Khyron fingió una mirada herida. –Eso no fue muy amable, Minmei... De hecho, estoy bastante sorprendido contigo... perder tu temperamento así. Muy poco femenino. Minmei cruzó los brazos en desafío conteniendo las lágrimas. –Puede que tenga que enseñarte algunos modales –amenazaba su captor; su furia estaba creciendo, su puño se estaba apretando alrededor de ella–. Piensas que sólo porque eres la magnífica Minmei, eres mejor que nosotros... ¡Bien, yo desprecio tu música! ¡La desprecio! ¡¿Me oyes?! Ella ya no podía respirar. Khyron vociferaba y ella perdía rápidamente el contacto con el mundo. La oscuridad la rodeó desde los bordes de su visión, silenciando pensamientos y miedos por igual. Khyron sintió que ella se ponía flácida en su mano y comprendió que había ido demasiado lejos. Azonia le gritó que tuviera cuidado, pero él estaba seguro de que ya se había sobrepasado. –¡Cosmos! ¡¿Qué hice?! Minmei estaba inmóvil en su mano, mortalmente quieta. –Ella me enfureció tanto que olvidé lo importante que era para nuestro plan... Con suavidad la atizó con su dedo con esperanza de que reviviera, y ella así lo hizo un momento después. Estaba confundida y posiblemente herida, pero sin dudas estaba lejos de estar muerta. Khyron reconoció su alivio con una sonrisa. –Ella está bien –le dijo a Azonia–. Ellos son cositas resistentes. Azonia había recogido a Kyle; lo sostenía por un pie
y un brazo, y lo retorcía como si estuviera fabricado de trapos.
Kyle era mucho menos importante para el plan, por eso a ella no le importaba
romperlo en pedazos. –¡Seguro que esto es tan divertido para ti como lo es para mí! –bromeó. Y Kyle sólo pudo esperar ver el día en que ella se micronizara, porque si él sobrevivía a esto, iba a tener que arreglar cuentas.
El almirante Gloval llamó a una sesión de emergencia con sus jefes de personal después de la transmisión de Khyron, la que habían rastreado hasta Nueva Denver. Tenían menos de doce horas para decidir un curso de acción. Claudia Grant, el general Motokoff de G3 y varios oficiales de varios departamentos de la RDF estaban reunidos alrededor de una mesa larga en la sala de informe de la SDF-2. Exedore, todavía a bordo de la fábrica satélite, estaba comunicado con ellos vía enlace de comunicación; su imagen aparecía en uno de los monitores. –La situación no tiene precedentes –decía Motokoff. Él era un hombre joven a pesar de su rango, antigua cabeza de las fuerzas de DC a bordo de la SDF-1 durante su tormento de dos años en el espacio–. Como los zentraedis nunca antes tomaron rehenes, nosotros no tenemos forma de saber si cumplirán sus promesas. Gloval pitó de su pipa, asintiendo. –O sus amenazas –le dijo a la mesa. –¿Puedo responder a eso, almirante? –dijo Exedore desde la pantalla. –Adelante, Exedore –dijo Gloval. El zentraedi miró directamente hacia la cámara. –Khyron cumplirá sus amenazas, eso puedo asegurarlo. Lord Breetai concuerda conmigo en que esta toma de rehenes sugiere que él ha pasado los límites de su condicionamiento zentraedi, el cual habría hecho inconcebible un acto semejante. No hay forma de decir hasta qué punto piensa llegar ahora. Pero debo advertirles que no accedan a sus demandas bajo ninguna circunstancia. Lord Breetai desea que yo les informe que él está a su servicio cuando lo requieran para resolver esta cuestión tan infortunada. Gloval se sacó la pipa de la boca e inclinó la cabeza. –Eso no será necesario, Exedore, aunque puedes llevarle mi agradecimiento al comandante. Tu gente ya pasó demasiados años actuando como fuerza de policía. Nosotros no les pediremos que luchen nuestras batallas por nosotros. –Entiendo, almirante –dijo Exedore con calma. Uno de los oficiales se puso de pie para dirigirse a Gloval. –Yo estoy de acuerdo con Breetai, almirante. ¡Sería un acto de suicidio si ponemos a la SDF-1 en manos de Khyron! –el oficial se había agitado tanto que el lápiz que sostenía se quebró en sus manos. –Tranquilícese –le dijo Gloval con aspereza–. No tengo intención de ceder ante sus demandas. –Espero que no esté sugiriendo que ignoremos las amenazas de Khyron contra Kyle y Minmei –dijo Claudia. –No –todos se apuraron a decir. –Todos estamos de acuerdo en eso, señor –dijo otro oficial–. Pero este es un acto de terrorismo descarado y nosotros debemos negarnos a negociar con él. Claudia asintió su conformidad. Gloval se aclaró la garganta. –Durante dos años los zentraedis han vivido con nosotros como iguales. Y en ese tiempo todos nosotros llegamos a conocer a muchos de ellos como amigos y aliados. Khyron abusó de eso al infiltrar a sus espías en nuestras ciudades. Nosotros no tenemos forma de saber quiénes son o donde podrían estar. –Yo no creo que soportar esto tenga que ver con el problema, almirante –exclamó Motokoff. Gloval hizo un gesto de indiferencia. –A eso voy. No sabemos quiénes son nuestros enemigos, pero sí conocemos a nuestros amigos... –los jefes de personal esperaron que él terminara–. Por eso sugiero que usemos a los zentraedis para engañarlo a él, al igual que él los usó a ellos para engañarnos a nosotros.
–Comandante Hunter, encienda su codificador –dijo Lisa en la red desde el cuartel general de campo. Se le había ordenado al Skull que saliera de la base zentraedi abandonada donde habían descubierto el arsenal. En unos minutos el lugar iba a ser un recuerdo gracias a las cargas explosivas que habían puesto para que en autodestrucción. –Encendiendo el codificador de voz para transmisión codificada, control –Rick contestó por radio después de ingresar una serie de comandos en la consola del Veritech. Él había esperado nuevas órdenes desde que se tuvo noticias de que Khyron fue el responsable del ataque a Nueva Detroit. Al contrario que Gloval, Rick no veía razón para dudar que Khyron había sobrevivido al holocausto zentraedi. Khyron siempre fue el más autosuficiente de todos; era un superviviente nato, y no era extraño en él que se escondiera durante dos años para organizar su propia resurrección. Rick recordó todas las veces que había enfrentado a Khyron en batalla; sin tener las pruebas adecuadas, él culpaba a Khyron de la muerte de Roy Fokker. Y por más nervioso que se sintiera por una nueva contienda, una parte de él realmente la estaba esperando. Lisa no estaba segura si quería darle la noticia sobre Minmei, pero las órdenes eran órdenes. “Operación Salvador de Estrellas”, la llamaba el Alto Mando. –Parece que va a ser algo duro esta vez –le había dicho Claudia–. Pero tú, tú diablilla afortunada, coordinarás para el comandante Hunter otra vez. De algún modo Claudia no lo había entendido: le ordenaban a Rick que salvara a Minmei... ¡de nuevo! Lisa se preguntó cuántas veces más el destino iba a construir estos rescates en su relación. Justo cuando la cantante ya no era una amenaza para la pequeña felicidad que Lisa y Rick compartían, otra crisis se presentaba. –¿Y por qué razón llaman a Rick para que responda a todas las crisis? –le había preguntado a Claudia, sin esperar realmente una contestación y sin que le tuvieran que recordar que Rick era lo mejor que había. Por eso era que ella lo quería. –Es bueno oír tu voz de nuevo, Lisa –estaba diciendo Rick. Lisa contuvo la respiración y decidió tomar coraje. –Rick –empezó–. Tu equipo tiene que reportarse de vuelta a Nueva Macross para recibir órdenes especiales. Khyron ha secuestrado, ah, a dos... personas. Los mantiene como rehenes en Nueva Denver a cambio de la entrega de la SDF-1. –¡Eso es una locura! La fortaleza ni siquiera está en condiciones de volar, ¿no es cierto? –Claro que no. Pero... –Cielos, alguien realmente debió haber deslizado un poco de jugo de elefante en la ponchera cuando clonaron a ese tipo... ¿Y desde cuándo los zentraedis toman rehenes? –Desde que Khyron volvió al pueblo. –¿Entonces a quien agarró? Si es mi día de suerte, será Lynn Kyle. Lisa levantó sus ojos al techo abovedado. –Es tu día de suerte –le dijo. Ella oyó su quejido. –¿Quién es la segunda persona, Lisa? Dímelo sin rodeos. Hazlo corta y dulcemente –pensó, y después dijo en voz alta–. Minmei. Khyron atacó un club en... –¡¿Dónde están?! Lisa se tensó en su estación. Pensó que él iba a volar hasta el sol y volvería. Pero le advirtió a Rick. –No hay lugar para heroísmos aficionados en esta misión, comandante. Rick se quedó callado, y era demasiado tarde para que ella se retractara. –¿Ah, en serio? –dijo él después de un momento, frío como el hielo–. Yo no estaba enterado de que los heroísmos aficionados fueran mi especialidad. Lisa echó humo y su cara se enrojeció. La técnica de la estación adyacente la miró como si estuviera evaluando su profesionalismo. –¡Eso es todo! ¡Fuera! –aulló y azotó su palma sobre el botón del enlace de comunicación.
Cuatro horas después, el escuadrón Skull se congregó en la cubierta de vuelo del Prometheus; los habían informado y estaban listos para la acción. Lisa, que también la habían llamado a Nueva Macross, estaba soportando los fríos vientos vespertinos para desearle buena suerte a Rick. No podía soportar pensar que él iba a ir a combate mientras esa tonta discusión permanecía sin solución. Pero él no la ayudaba en absoluto, se aferraba a su enojo. –Por favor ten cuidado, Rick –le gritó a la cabina del Skull Uno–. Khyron no se detendrá ante nada, lo sabes. Rick se detuvo en el escalón más alto de la escalera del Veritech y giró hacia ella con la “gorra pensante” en su lugar. –Mira, aprecio tu preocupación, pero repasamos la operación y sé lo que tengo que hacer. –Eso no es de lo que estoy hablando –dijo ella cuando él se subió–. Solo temo que pierdas tu objetividad y hagas algo impulsivo... De nuevo sus palabras lo hicieron detenerse, pero esta vez él saltó del Veritech y caminó a las zancadas hacia ella. –Rick... –Sí. La amo mucho... no te mentiré, Lisa. Yo nunca intenté ocultarte eso. Pero ya aclaré mis sentimientos por ella hace mucho tiempo. Minmei y yo nunca podremos estar juntos... Yo voy a volar esta misión como piloto. –Y eres un gran piloto, Rick. Sólo no pierdas tu perspectiva, eso es todo. Si algo pasara... –¡Estoy al mando de todo un escuadrón, Lisa! ¡¿Crees que pondría en riesgo su seguridad sólo debido a mis sentimientos hacia Minmei?! –Las emociones son tan persuasivas... –dijo ella, apartando los ojos–. Yo no puedo estar segura... Rick se paró en una postura desafiante con los puños enguantados en sus caderas. –¿Qué? ¡¿De qué no puedes estar segura?! Ella bajó la cabeza. –De nada... Olvídate de que dije algo. Rick le puso las manos sobre los hombros. –Mira, yo regresaré –le dijo, esperando tranquilizarla. Él ni siquiera sabía por qué arremetían el uno contra el otro así. Dos rehenes: no importaba quienes fueran... –Buena suerte –dijo Lisa mientras él se alejaba.
Como celebración de su victoria inminente, Khyron había vaciado los cofres de los últimos comestibles y provisiones zentraedis que quedaban –botellas de cerveza garudana y partes de yptrax de Haydon VI que habían estado demasiado tiempo en las cajas de congelación seca. La mayoría de los zentraedis subsistía de los nutrientes químicos, pero Khyron siempre había hecho lo posible para individualizarse, para ser único en todas las cosas. Respetaba el gusto de los micronianos por la comida orgánica; era apropiado que la vida se alimentara de la muerte, como la muerte se alimentaba de la vida... Khyron brindó por su éxito, tomó un largo trago de la botella de cerveza y volvió a llenar el vaso de Azonia. Ella estaba en el suelo a la izquierda del improvisado trono de Khyron –una enorme caja de almacenamiento puesta de costado–, y Grel, con una baqueta de carne en la mano, a la derecha. –Aquí tienes, mi querida. Khyron y Grel la vieron vaciar el vaso y reír con ebriedad. –Ella es sorprendente, mi señor –comentó Grel. Sus sentimientos hacia Azonia habían cambiado un poco, especialmente ahora que había otras mujeres zentraedis en el campamento. Y claro que la cerveza ayudaba mucho. –Creo que tomaré otra –dijo Azonia–. Llénalo. Khyron sonrió y sirvió. –Mi querida Azonia, creo que tú podrías beber más que todos nosotros. –Y sólo estoy empezando –sonrió. Khyron la miró lascivamente. –Excelente, comandante... excelente. Minmei y Kyle estaban encarcelados en una jaula ingeniosamente diseñada formada con un grupo circular de tenedores gigantes –los dientes, que apuntaban hacia abajo, estaban fijados por el labio interno de un cuenco poco profundo– y una tapa de cacerola de tamaño similar envolvía y sostenía firmemente los cabos superiores doblados hacia atrás de los mangos de los tenedores. Para contrarrestar el miedo, y en realidad por la falta de algo mejor que hacer, los dos cautivos tiraban de sus barras provisionales sin efecto. Exhausta, Minmei cayó al piso del cuenco; Kyle jadeaba junto a ella, con su cuerpo atormentado por el dolor de la manipulación de Azonia. –Tendremos que intentarlo de otra manera –dijo ella, boqueando por un poco de aire. –¡No hay otra forma... nunca saldremos de aquí! –No, Kyle, no digas eso... –Cualquier cosa que nos pase (no importa lo que él nos haga) Gloval nunca deberá ceder ante las demandas de ese bárbaro –Kyle se limpió el sudor de la frente–. ¡Imagina a la SDF-1 en las manos de Khyron! –¿Ellos no intentarán rescatarnos? –preguntó, aun más asustada. –Yo no lo esperaría con ansias, Minmei. Era difícil saber lo que Kyle quería. No quería que el almirante cediera ante las demandas de Khyron, pero al mismo tiempo ya lo estaba condenando por no montar un rescate. Todo eso era muy típico de su reciente conducta, y Minmei se puso más triste. –Entonces no hay mucho que esperar –sollozó. Eso no parecía posible: la esperanza y los sueños eran tan reales... –Hay nada para esperar –Kyle se estaba poniendo de pie. –Pero no podemos perder la esperanza... es todo lo que tenemos –le dijo, sin saber a quién estaba intentando convencer. Pero Kyle regresó hasta ella. –Toda la esperanza del mundo es inútil en una situación como esta. Minmei se sintió triste por él. –Si sólo Rick estuviera aquí... él nos salvaría –terminó diciendo, aunque no quería herirlo. Kyle no lo oyó o quizás no quiso oírlo; en cualquier caso, había vuelto su atención hacia sus captores; se inclinó entre los tenedores y les gritó. –¡Eh, ustedes zentraedis! ¡Eh, ustedes gorilas sobredimensionados! ¡Qué manojo de mandriles mentecatos! ¡¿En todo lo que pueden pensar es en sus propias barrigas, eh?! Khyron y los otros se quedaron callados, escuchándolo. –¿Y qué hay sobre tus propios camaradas? ¿Qué piensan sobre eso? ¡¿Los hace felices saber que has masacrado a tu propia gente?! Minmei notó que los ojos de Khyron se estrechaban. Ella quiso decirle a Kyle que se detuviera. Además, ¿qué estaba tratando de ganar con eso? Pero él siguió provocándolos. –Ustedes gángsteres, ¿por qué no aprenden a vivir en paz para variar? Yo les diré por qué... ¡Porque eso tomaría valor, y todos ustedes son un manojo de cobardes, por eso! Khyron había estado disfrutando el coraje desplegado por esta criatura diminuta, pero las acusaciones de cobardía nunca eran entretenidas, especialmente desde la derrota de la armada y la decisión que Khyron tomó en aquel entonces de ausentarse de la batalla... El Traicionero se paró apurado y quebró una botella de cerveza sobre la mesa que sostenía la jaula. –Cuidado, Khyron –dijo Azonia cuando su comandante caminó hacia Kyle y Minmei–. Recuerda la fortaleza... –Ustedes cositas blandengues –Khyron sonrió con desprecio, mirándolos desde arriba–. Si no fuera porque los necesito, yo... yo los aplastaría... ¡sólo por placer! Minmei temblaba sin control, lista para sentir esa mano bajar sobre su jaula. –¡Ten cuidado, Kyle, él estuvo bebiendo! –tartamudeó. La mujer, Azonia, ya estaba a su lado; de repente Khyron extendió la mano hacia ella y la tiró hacia él apasionadamente. –Verán –les susurró a sus cautivos–, yo aprendí algo sobre el placer... Y dicho esto, abrazó a Azonia y la besó de lleno en la boca, salvajemente. Ella respondió, gimiendo y sosteniéndolo con fuerza. Kyle y Minmei estaban espantados –casi tan pasmados como lo había estado Dolza con el beso Rick y Lisa años antes, ese que lo había comenzado todo. Kyle cayó de rodillas como derrotado mientras los dos zentraedis se embebían en la lujuria del otro. Y no había forma de decir qué tan lejos habrían estado preparados para ir Khyron y Azonia. Pero el destino, como es su costumbre, escogió ese momento en particular para intervenir: Grel, nervioso ante la perspectiva de perturbar a su señor, dio un paso adelante con noticias que le quitarían vida a la mejor de las fiestas. –Yo, em, lamento tener que interrumpir su... demostración, Lord Khyron –Grel vaciló–, pero yo, ah, pensé que usted podría querer saber que nosotros parecemos estar, eh, bajo ataque. Traducido por Laura Geuna |