Saga Macross - Doomsday1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 Capitulo 10Si nosotros aceptamos por un momento la visión expresada por algunos de nuestros colegas del siglo veinte -que los niños hacen realidad las vidas inconscientes de sus padres-, y aplicamos eso a los Amos Robotech y a sus "niños", los zentraedis, llegaremos a una situación de lo más reveladora. A estas alturas está claro que los Amos eran los únicos desprovistos de emociones. Aunque guerrearan como lo hicieron los zentraedis, su verdadera imperativa se centraba en la individuación y la búsqueda del ego... Sin embargo, uno tiene que preguntarse por Zor: Él sirvió a los Amos aunque no se contaba entre ellos. ¿Quién puede decir hasta qué punto estaba afectado por la protocultura? Zeitgeist, Psicología Extraterrestre. Tras ser devuelta a Nueva Detroit, estaban izando la cámara de conversión para ponerla de vuelta en su soporte, un hangar de cuatro postes similar a aquellos que se usaban para sostener las carpas iglú. Se había reunido una gran muchedumbre, humanos y gigantes zentraedis de overoles, así como sus hermanos micronizados. Rick supervisaba el funcionamiento de la grúa mientras el resto de su equipo, todavía en sus Battloids, patrullaba un área acordonada frente al Fuerte Breetai. Había una tensión palpable en el aire. –Eso es... sólo un poco más y estamos listos –Rick instruyó al ingeniero de operaciones–. Bien, bien... sólo sigue así... Cuando la base redonda de la cámara se estaba deslizando en el pie del soporte, un automóvil deportivo negro se detuvo chillando. Rick echó una mirada sobre su hombro y vio a Minmei en el asiento del pasajero. El alcalde de Nueva Detroit, Owen Harding, un hombre corpulento de cabeza llena de un espeso pelo blanco y bigote como morsa, estaba en el asiento trasero. Reconoció a Rick de los días que él había servido con la RDF a bordo de la SDF-1. Harding salió y preguntó si todo estaba bajo control, si había algo que él pudiera hacer. La muchedumbre había reconocido a Minmei, y dos policías se acercaron para evitar que se reuniera alrededor del automóvil. Rick saludó y señaló hacia la cámara de conversión. –Necesito que su gente le provea seguridad a este dispositivo. –No puedo hacer eso, comandante –dijo firmemente el alcalde–. La mayor parte de la población de aquí es zentraedi... como usted puede ver. Asegurar este “dispositivo”, como usted lo llama, es una cuestión militar. Nosotros ya tuvimos bastantes problemas y no pienso aumentarlos arrojando a mi fuerza policíaca en el medio de eso. No demos más vueltas, comandante, todos nosotros sabemos para qué es esta máquina. Rick se sacó su largo pelo de la cara y enderezó los hombros intentando no pensar en el hecho de que Minmei estaba a sólo cinco metros. –Es por esa precisa razón que necesito su apoyo, señor... sólo hasta que mis superiores despachen una unidad apropiada para que la vigile. No podemos darnos el lujo de permitir que esta cámara caiga en las manos equivocadas. A la multitud no le gustó lo que oyó. Incluso antes de que Rick terminara, le hicieron saber al alcalde donde estaban parados. –¡¿Qué está diciendo, comandante... que todos nosotros somos ladrones?! –gritó alguien. –¡¿De quiénes son ‘las manos equivocadas’, aviador?! –dijo otro. –Vea con lo que me tengo que enfrentar –el alcalde hizo un gesto desesperado. –Mire –enfatizó Rick–, yo sé que usted no quiere más problemas aquí, pero sólo le estoy pidiendo su cooperación por cuestión de unos días... –Yo no puedo involucrarme en esto. –También es para su protección –dijo Rick, señalando a la muchedumbre–. Todos estuvimos de acuerdo en honrar al Consejo... –Entonces di todos los hechos –interrumpió una voz familiar. Rick se volvió y vio a Kyle que caminaba hacia él desde el automóvil. –Cuestiones militares, Kyle... ¡no te metas en esto! –Rick lo advirtió severamente. Kyle era la última cosa que esta situación necesitaba: El Sr. Agitación. –Esto no es sólo cuestión militar –empezó Kyle, dirigiéndose a Rick y a la multitud–. Es de todos, comandante, porque está hablando del derecho de los zentraedis a regresar a su tamaño normal cuando quieran. Rick no podía creerlo. Seguro, por qué no dejar que todos vuelvan a cambiar –especialmente ahora que otra vez estaban hambrientos de guerra y los blancos más cercanos eran de una décima de su tamaño. –Estás chiflado, Kyle. –Si piensas que estoy bromeando, eres un tonto más grande de lo que pensé. Y estoy seguro que la mayoría de la gente de esta ciudad estaría de acuerdo conmigo... ¿no es correcto? Rick no se molestó en echar una mirada alrededor. Los gritos de asentimiento resonaron; los zentraedis micronizados levantaron sus puños, y los gigantes gruñeron. La escena violenta de Kyle con Minmei en Ciudad Granito se repitió en la mente de Rick, junto con los comentarios de Max sobre el falso pacifismo de Kyle. Minmei –pensó, mirándola de reojo y leyendo una clase de advertencia en esos ojos azules–. Cómo puedes estar emparentada con este... –Bien, es cierto... –estaba exigiendo Kyle. Al darse cuenta de la falta de atención de Rick, siguió su mirada y le leyó los pensamientos... Así que todavía está enamorado de ella. Rick oyó que Kyle resoplaba y después le decía a la multitud: –¡Cuando ellos les quiten su derecho a usar la cámara de protocultura, será el primer paso hacia la ley marcial! ¡Ustedes vivieron bajo eso por mucho tiempo antes de venir a la Tierra! ¡A esta cámara la deberían controlar las personas de esta ciudad! Uno de los gigantes azotó su pie, sacudiendo el área. –¡Será mejor que nos escuchen ahora mismo! –bramó. –¡Esta es nuestra ciudad –dijo una mujer humana, para gran asombro de Rick–, no del ejército! ¿Estaba funcionando alguna clase de contagio inverso aquí? –¡Por qué no sólo te subes a tu pequeño avión y sales de aquí mientras todavía puedas! –gritó un segundo gigante. –¡Escúchenme! –suplicó Rick, y de hecho logró sosegarlos por un momento–. ¿No sería mejor mantener esta máquina a salvo de personas que la usarían en contra de ustedes, que poner en peligro a toda la ciudad con ella? –¡Me estoy hartando de tus mentiras, Hunter! –profirió Kyle, furioso. –¡Fuera! –gritó la muchedumbre. –¡Nosotros ya no vamos a soportar esto! El alcalde se acercó a Rick, con los ojos alertas por si arrojaban botellas o piedras. –Ellos hablan en serio –dijo con cautela. –¡Ya oí suficiente! –Rick empezó a contestarles gritando–. ¡Esto es propiedad militar! ¡Se me ordenó que la asegurara, y yo pienso llevar a cabo esas órdenes! –¡Eso ya lo veremos! –amenazó uno de los gigantes. Rick le hizo señas al teniente de su escuadrón. Dos
de los Battloids levantaron sus gatlings y se adelantaron. –¡Salgan de aquí ahora! ¡Salgan de aquí ahora! –marcaba su grito con gestos de brazos levantados. La muchedumbre se unió a él y se mantuvo en su sitio. –Por favor, comandante –dijo el alcalde–. Tiene que irse. Rick estrechó los ojos y le echó a Kyle una mirada mortal. Estudió a la multitud –caras enojadas y zentraedis muy altos. Si los Battloids abrieran fuego, todo sería un gran problema; y si no lo hacían... si sólo dejaran la cámara asentada... ¡No hay salida! –Rick gritó para sí mismo, enviando una mirada atormentada en dirección de Minmei antes de darle la espalda a todos ellos y alejarse.
En los campos nevados al borde de civilización, Khyron recibió la noticia de la revuelta en Nueva Detroit. Él no podía haber estado más contento. Estaba parado a la cabeza de una columna de dos hileras compuesta de doce de sus mejores soldados, cada uno, como él, vestido con la armadura propulsada zentraedi. –Escúchenme –los instruyó–. ¡Nosotros somos los últimos zentraedis verdaderos! ¡Debemos tomar esa cámara de conversión! ¡Ningún sacrificio es demasiado grande! Dicho esto, encendió los propulsores autónomos del traje corporal y despegó, y su escuadra de elite lo siguió en los cielos.
Tras haber dejado a dos de sus cabos Veritechs para que vigilaran la cámara, Rick y el resto de su equipo regresaron a Nueva Macross. Bill “Willy” Mammoth, uno de los escoltas del Skull Uno, se había comunicado con Rick por la red táctica. –Prosigue, Willy, te escucho –le dijo Rick. –Es sólo que es molesto, señor. Dejar ahí todo ese poder, y... bien, olvídelo... –Dilo, Willy. Te lo dije, te estoy escuchando. –Bien... es sólo que odiaría ver que un manojo de personas inocentes saliera herida debido a un alborotador trastornado. Una imagen de los ojos furiosos de Kyle se presentó en la memoria de Rick. Esa lucha hace tiempo en el Dragón Blanco, los discursos pacifistas de Kyle, su temperamento violento... –Sí, yo también –dijo agriamente.
El alcalde Harding tenía recelos. Dos de los Battloids de Hunter junto con uno de los Gladiators de la defensa civil de Nueva Detroit estaban supervisando el traslado de la cámara de conversión desde el Fuerte Breetai hasta su nuevo lugar de descanso dentro del centro de exposiciones de la ciudad, un amplio complejo de pabellones y teatros construido al estilo “Hollywood” –un edificio de varios pisos con forma de pagoda aquí, un templo mesoamericano allá. –¿Pero estará segura? –se preguntó en voz alta el alcalde. Lynn Kyle y Minmei estaban con él en la inmensa rotonda del centro observando el procedimiento del traslado. –¿Algo lo está molestando, señor alcalde? –Minmei se apresuró a preguntar, esperando que Harding hubiera cambiado de opinión y volviera a llamar a Rick y a su escuadrón. El alcalde se mordió los extremos del bigote. –Para ser honestos, estaba pensando en las consecuencias de tener la cámara de conversión aquí en caso de que nos atacaran... sólo espero haber tomado la decisión correcta. –¿Atacado por quién? –dijo Kyle con rudeza–. La guerra terminó. –No escuchó lo que dijo el comandante Hunter –Harding se encogió de hombros–. Todos estos zentraedis renegados que estuvieron dejando las ciudades y levantando campamentos allá afuera... Kyle hizo un gesto de indiferencia. –Olvídese de eso... todo eso es sólo desinformación. Ellos dirán cualquier cosa para convencernos de que todavía necesitamos su protección. Además, aquí hay muchos ciudadanos zentraedis pacíficos. Ellos nos ayudarán si las cosas se ponen malas. –Espero que tengas razón. –No se preocupe. Hicimos lo correcto y las personas lo aprecian. Esta cámara pertenece legítimamente a la gente zentraedi, y eso es todo lo que realmente importa. El alcalde se aclaró la garganta. –Confíe en mí –dijo Kyle. Harding, sin embargo, seguía sin convencerse. Kyle notó que Minmei parecía preocupada e intranquila, y que su cara estaba muy pálida. El alcalde había insistido en llevarlos en una gira por el nuevo teatro del centro, y fue aquí donde Kyle decidió cambiar las estrategias. –Tengo una idea –les dijo con un tono más ligero de voz–. ¿Qué tal un concierto de buena voluntad para promover la hermandad entre los ciudadanos humanos y zentraedis de Nueva Detroit? –¡Vaya, eso sería genial! –Harding se animó de repente–. Es decir, si Minmei consintiera... en un aviso tan corto y todo... –Claro que lo hará –continuó Kyle, aunque Minmei no había demostrado aceptar la idea ni con palabra ni movimiento. –Toda la ciudad se paralizará –dijo Harding, haciendo girar las ruedas. Comenzó a llevarlos hacia uno de los pasillos del teatro en dirección del gran escenario. –Podemos sentar a casi tres mil aquí dentro, y esperen que vean nuestro sistema de iluminación –rodeó su boca con las manos y gritó hacia el balcón–. ¡Pops! ¡Abre la cortina principal y enciende los reflectores! –Seguro, señor alcalde –contestó un anciano escondido y la cortina empezó a subir. Kyle aprovechó el momento para girar hacia Minmei y susurrar: –¿Cuál es tu problema hoy, Minmei? Vas a ofender al alcalde. –Sólo que no tengo ganas de cantar –dijo firmemente. –¿Y por qué no? –Kyle levantó la voz. –Porque no creo que este lugar sea seguro con esa cámara de protocultura aquí, y debido a lo que le hiciste al comandante Hunter –contestó sin mirarlo–. Él es mi gran amigo, sabes. Él me salvó la vida. –Lo haces sonar como si fuera mucho más que una amistad, Minmei –Kyle sonrió afectadamente. –Me preguntaste, así que te lo dije. –Cálmate –le contestó–. En primer lugar, nosotros no estamos en peligro. Y segundo, eso no hirió a tu aviador como para que se le erizaran las plumas. Eso lo mantiene en guardia. Minmei apretó los dientes. –¡Ahí van, señor alcalde! –gritó el escenográfo veterano. Dos reflectores intensos convergieron en el centro del escenario y el alcalde Harding se volvió orgulloso hacia Minmei. –¿Qué tal eso? Kyle fingió su mejor sonrisa y dio un paso adelante. –Creo que todo el lugar luce genial, señor. –Gracias –empezó a decir el alcalde y sonrió cuando un golpe fuerte sacudió el teatro. Una segunda y tercera explosión siguieron en una rápida sucesión, lo bastante violentas para hacer que todos rodaran por el pasillo. –Pero qué... –¡Rápido! ¡Afuera! –ordenó Kyle. Sin duda un concierto de Minmei habría funcionado de maravillas en Nueva Detroit, ¿pero cómo podía saber Kyle que Khyron había hecho una reservación previa?
Inmediatamente después de su retorno a Nueva Macross, a Rick se le ordenó que se reportara ante el almirante Gloval en el cuarto de información de la SDF-1. Allí encontró al almirante, a Exedore, Lisa, Claudia, Max, Miriya y el infame Trío Terrible –Sammie, Vanessa y Kim–, sentados en la mesa redonda del cuarto. Rick le dio su informe directamente a Gloval, resumiendo los eventos que sucedieron en Nueva Detroit. Gloval tenía un aspecto de desesperación. –Quiero felicitarlo por ejercer el buen juicio, capitán –le dijo a Rick después de un momento. Después señaló hacia la mesa–. Yo quería que usted estuviera incluido en esto. Exedore... Dijo eso y se recostó en la silla para escuchar. El enigmático zentraedi inclinó la cabeza. –He finalizado mi investigación sobre la relación entre la protocultura y los zentraedis –comenzó con un poco de soberbia–. Mi raza... La cara de Exedore pareció blanquearse. –Los Amos Robotech diseñaron biogenéticamente a mi raza con el solo propósito de luchar. La protocultura, el descubrimiento del científico tiroliano Zor, se utilizó tanto en el proceso inicial de clonación, como en el agrandamiento de nuestro ser físico. –¿Está diciendo que los Amos nos crearon? –Miriya estaba boquiabierta–. No puede ser verdad, Exedore. Yo tengo recuerdos de mi juventud, mi educación, mi entrenamiento... Exedore cerró los ojos y sacudió la cabeza con tristeza. –Implantes, amplificadores... Los Amos fueron astutos al equiparnos con recuerdos raciales e individuales. Pero descuidaron lo que es más importante... Gloval se aclaró la garganta. –Exedore, si me permite... Exedore gesticuló su asentimiento y Gloval le habló a la mesa. –Estas personas que ustedes llaman Amos Robotech estaban sumamente orgullosas de su civilización avanzada y poderosa. Los viajes al hiperespacio y el armamento avanzado ya eran parte de su cultura, pero poco después del descubrimiento de la protocultura y de la ciencia de la robotecnología, soñaron con regir un imperio galáctico. Y decidieron desarrollar una fuerza de policía que protegiera sus adquisiciones... a los zentraedis. La mesa se quedó callada. –Durante centenares de años –continuó el almirante mientras sus ojos encontraban a Miriya y a Exedore–, ustedes ganaron mundos para ellos... para estos Amos a los que estaban programados para obedecer. Pero este científico, Zor, el mismo genio que diseñó y construyó esta nave, estaba trabajando en silencio para destruir lo que sus descubrimientos destacados liberaron. Se creía que él escondió sus secretos en alguna parte de esta nave e intentó enviarlos lejos de las garras de los Amos. Y a usted, Exedore, y a Miriya, a Breetai, al viejo que llamaban Dolza, hasta a Khyron, se les ordenó que recobraran esta nave a toda costa... porque sin los secretos de Zor los Amos Robotech no podrán cumplir sus sueños de imperio. Sin la protocultura, ellos caerán, tan seguro como cayó su raza de guerreros gigantes. Al enfrentarse por primera vez con las emociones y los sentimientos, los zentraedis quedaron indefensos. De seguro que a esa raza de genios pervertidos no le queda nada de amor en sus corazones. Y serán derrotados por las mismas razones. Exedore levantó la vista. –No los subestime, almirante –aconsejó. Estaba impresionado por el resumen y la evaluación de Gloval, pero el almirante habló como si todo eso hubiera quedado atrás, cuando de hecho sólo estaba comenzando–. Nosotros los zentraedis ya no representamos una amenaza para ustedes, es cierto. Pero créanme cuando les digo esto: los Amos están allá afuera esperando, y no descansarán hasta que esa matriz de protocultura sea suya. Su poder ya llevó una vez a la Tierra al borde de la extinción. No se confundan pensando que eso nunca más podrá pasar. Gloval absorbió esto en silencio. –¿Hay alguna pregunta? –Las personas de la Tierra... ¿son la protocultura? –preguntó Miriya, llena de preocupación mientras miraba a Max. Estaba Dana... ¡cómo podían explicar a Dana! –Yo sé lo que estás pensando, Miriya –dijo Gloval–. Pero no. Verás, nosotros nos remontamos a millones de años. Y los zentraedis... –¿Pero cómo pueden explicar que nuestras estructuras genéticas sean casi idénticas? –quiso saber Max. –Casi idénticas. Casi idénticas –contestó Exedore–. Lo que es más plausible es que nuestro... material genético sea una clonación del de los Amos. Ellos son, después de todo, eh... micronianos como ustedes. Busque una similitud allí, teniente Sterling, no entre los zentraedis. Max sacudió la cabeza de una forma desconcertada. –¡Pero yo no veo que eso importe mucho! –No lo hace –dijo Miriya, poniendo su mano encima de la de él. –Entonces es de suponerse –señaló Lisa–, que la gente de la Tierra y la gente de Tirol tenían un origen en común. –Yo ya no creo que eso sea así –dijo Exedore–. Me temo que es una coincidencia. Las cejas de Rick se levantaron. –¡¿Una coincidencia?! Pero Exedore, las probabilidades de eso tienen que ser nada menos que... –Astronómicas –terminó Lisa. –¿Y las probabilidades contra nuestra coexistencia?... –Gloval resopló– Podrían ser aun mayores. –Así que la verdad es –concluyó Exedore–, que aunque nuestras razas son similares, no son idénticas. Mi raza, la zentraedi, estaba protoculturalmente desprovista de todo, salvo por el deseo de luchar diseñado con la biogenética. Nosotros éramos sólo unos juguetes para nuestros creadores... juguetes de destrucción. Traducido por Laura Geuna |