Saga Macross - Doomsday1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 Capitulo 16Por encima de todo, debemos aceptar lo que somos; sólo entonces podremos obtener una vista clara de nuestros motivos. Yo recuerdo muy bien cuando fui de la gente importante, y recuerdo muy bien el efecto que tuvo esa personalidad ilusoria en mis decisiones y motivaciones. Al caer en desgracia, me rescataron de lo que de otro modo podría haber sido una existencia transparente. Al no tener importancia, aprendí a conocerme. Esto forma la base para la siguiente lección. Jan Morris, Semillas solares, guardianes galácticos. El mes de noviembre de 2014 vino y se fue, y también Acción de Gracias para aquellos que la recordaban –no en conmemoración de los peregrinos, sino en memoria del banquete que tuvieron dos años antes cuando la SDF-1 regresó a su mundo devastado y se fundó Nueva Macross. Las flores salvajes cubrían las cuestas occidentales de las Rocallosas y los cielos azules se convirtieron en un evento cotidiano. Las ciudades estuvieron pacíficas y no hubo más señales de Khyron. Minmei estaba de vuelta en gira. Rick y Lisa se habían estado viendo mucho. Esta mañana ella estaba tarareando en la pequeña cocina de su casa mientras preparaba emparedados y bocados para el picnic que habían planeado con Rick. Hace sólo unos días, durante una patrulla de rutina, él había descubierto un punto ideal en el bosque cercano. Lisa estaba contenta. Tenía un mapa del área extendido sobre la mesa. Parecía que habían pasado meses desde que se había tomado una licencia personal y años desde que había hecho algo así. Y le debía por lo menos algo de su felicidad a Claudia por conseguir que fuera más honesta con Rick; ella le había dicho lo especial que él era, y sorpresa de sorpresas, él había dicho que sentía lo mismo por ella. En su propia casa a unas cuadras de distancia, Rick se estaba preparando. Lisa había dicho que quería hacerse cargo de la comida; todo lo que él tenía que hacer era llegar a tiempo. Él estaba seguro de que podía lograrlo. Era extraño estar sin el uniforme, era casi aterrador pensar en un retorno a la normalidad, en días y días de paz sostenida. Y esa misma sensación de incomodidad lo hizo preguntarse sobre lo similares que las razas humana y zentraedi se habían vuelto: a su manera se habían hecho dependientes de la guerra. El teléfono sonó mientras él se estaba afeitando. Apagó la afeitadora y fue a contestar, figurándose que era Lisa que intentaba apurarlo. –Estoy casi listo –dijo en el auricular sin molestarse en preguntar quién estaba en la línea–. Estaré allí... –¡Hola, soy yo! Rick miró el teléfono, repentinamente inseguro. –¡Soy Minmei! –¡Oh, Minmei! –contestó él, alegrándose–. ¿Dónde has estado? –Por ahí –dijo como al pasar–. ¿Dónde estás ahora? Rick volvió a mirar el teléfono. –En casa. Minmei se rió. –¡Uy, me olvidé por completo! Te llamé para agradecerte... por salvarme y... a Kyle. Lo digo en serio. –No tienes que agradecerme, Minmei –dijo Rick. Después de un momento ella le preguntó si él estaba libre durante el día. Rick dudó pero no mencionó el picnic. Ella esperaba que él pudiera llegarse hasta Ciudad Monumento... tenía unas horas libres antes del concierto de esta noche. –Es que ya hice planes. –Oh, por favor, Rick –ronroneó–. Estoy aquí sólo por hoy, y estoy segura de que a la persona con la que vas a encontrarte no le importará. Rick recordó su conversación con Lisa, cómo él le había pedido que cancelara cualquier plan que ella hubiera hecho de manera que pudieran ir juntos al picnic. Él miró su reloj y se preguntó qué clase de excusa de último momento podría inventar. ¿Enfermedad? ¿Una nueva guerra? –Por favoor... –repitió ella. –Ah, supongo que está bien –cedió–. No todos los días consigo compartir el tiempo contigo. –Será divertido –dijo Minmei con agitación–. ¿Puedes ver a tu amigo en cualquier momento, correcto? –Sí... –¡Genial! Te estaré esperando en el aeropuerto. Y vístete bien –le dijo. Un antiguo compañero de la escuela se presentó –pensó Rick mientras volvía a ubicar el auricular. Alguien que acababa de llegar de los eriales. Rápidamente marcó el número de Lisa, pero por supuesto que ella ya había salido; era más que probable que ya estuviera esperándolo en el café Seciele. Será mejor no decir nada –decidió por fin–. Simplemente no aparezcas.
Hay cien razones por la que esta es una idea buena –pensó Rick cuando bajó su turbohélice para aterrizar en la nueva pista de Monumento, y la ocasión de mover su pequeña nave no era la menor de ellas. Habían pasado meses desde que la había sacado. Y sin duda, era bueno para su relación con Lisa: iba a eliminar sus sentimientos por Minmei y cosas por el estilo. Pero “tuve diligencias repentinas en Ciudad Monumento” era lo que planeaba decirle a Lisa; él se prometió que la iba a llevar a dos picnics como compensación por esto. Lucía muy elegante con su nuevo traje de vuelo gris cuando saltó de la cabina. Había cambiado sus jeans y franelas por su único traje, y lo usaba debajo con una corbata negra atada alrededor del cuello. –¡Aquí estoy, Rick! –Minmei saludó desde atrás del alambrado–. ¿Cómo has estado, aviador? Él se le acercó sonriendo. Ella tenía un suéter ajustado y pollera, tacos, un sombrero rojo grande que hacía juego con su cinturón y unos anteojos ahumados redondos enormes. –Creo que no te habría reconocido –le confesó. –Esa es la idea, tonto –ella se rió. Rick se sacó el traje de vuelo y lo guardó en su maletín mientras ella corría hacia la verja para pasar al otro lado del cerco. Enseguida comenzaron a caminar del brazo sin decirse gran cosa. Rick se sentía incómodo con su camisa abotonada y su corbata, pero trató de no comunicarlo. –Escucha, Rick –Minmei dijo por fin, mordiéndose el labio inferior–. Lamento haberte sacado de tu cita. Espero que él no se haya enojado contigo, quienquiera que sea. Rick se aclaró la garganta. –Eh, no, él no estaba enfadado... pospuse mi cita con él... –Minmei se apretó contra él y su mano le acarició el brazo. La gente los observaba mientras paseaban–. No te preocupa que alguien pueda reconocerte... y a mí, y, eh... –Yo nunca estoy preocupada contigo –suspiró Minmei. Ella lo hizo dar vuelta y tomó el nudo de su corbata para ajustarlo–. Nunca antes te vi con traje. Eres muy apuesto... pareces importante. ¿Importante? –se preguntó. Recordó lo bien que se sentía vestir jeans y franelas –extraño pero bueno. Y aquí estaba él con un traje, dando vueltas por Ciudad Monumento con una estrella del brazo, luciendo importante y recibiendo cumplidos a diestra y siniestra. Se preguntó qué tenía en mente Minmei. Lisa había querido ir de picnic y hacer una caminata. Minmei había alquilado un vehículo para que ellos usaran. Rick subió detrás del volante y siguió las direcciones que ella le daba en la ciudad. Monumento era casi lo más cercano que Macross tenía a una ciudad hermana. La fundaron zentraedis que una vez estuvieron bajo el mando de Breetai, los que se reunieron alrededor del buque de guerra estrellado que sobresalía de su lago de la misma forma en que los humanos se reunieron alrededor de la SDF-1, situada de igual forma en el Lago Gloval. Monumento había liderado el movimiento separatista y recientemente fue la primera a la que le concedieron la autonomía del Consejo de Macross. Ella presintió que había hecho algo mal, pero sólo había tratado de mostrarle lo que ella sentía por él. Si la lisonja no iba a funcionar, tenía la esperanza de que el restaurante al que lo llevaba lo hiciera: hermosa vista, gran comida, música suave... Probablemente era más adecuado para cenas tranquilas que para almuerzos tempranos, pero había sido bastante difícil liberar unas pocas horas a media mañana de su ocupada agenda. Y había tan pocas excusas que podía inventar para convencer a Kyle de que necesitaba tiempo privado. Chez Mann era un anacronismo, un teatro restaurante lujosamente decorado con ventanales, candelabros de cristal y mozos con frac, que, por todas sus pretensiones, terminó pareciéndose a una cafetería de aeropuerto. Un maître arrogante no los llevó a la mesa apartada que Minmei pidió, sino hacia una de aspecto abandonado junto al ventanal, mientras que un pianista aburrido marcaba su ritmo de forma desanimada a través de un viejo modelo. –¿Te gusta? –dijo Minmei cuando se sentaron–. Mi productor tiene un amigo que es el dueño de una parte. Las estrellas de cine vienen aquí todo el tiempo. Ella seguía haciendo hincapié en su punto. Rick la observó perplejo. Minmei parecía incapaz de aceptar el estado actual del mundo. Estrellas de cine: ¡no quedaba más que un puñado de artistas en todo el planeta, y mucho menos en Ciudad Monumento! De hecho, en todo caso, la noción de espectáculo se estaba revirtiendo a formas de narración mucho más antiguas y a lo que se sumaba a la actuación y recreación religiosa. –¿A quién le importa las estrellas de cine? –dijo Rick con dureza. –Bueno, yo soy una estrella de cine, y a ti te gusto –Minmei le sonrió. –Me gustaste antes de ser una estrella, Minmei. Su primera reacción fue decirle: yo siempre he sido una estrella. –¿Quieres decir que no te gusto sólo porque me hice famosa? –dijo ofendida. –Me gustas –la tranquilizó, pero ella ya había vuelto su atención hacia algo más. Rick bajó la vista hacia su reloj y volvió a pensar en Lisa. Cuando levantó la vista, Minmei estaba deslizando un regalo hacia él. –Es sólo mi forma de decirte gracias, Rick. Él no quiso aceptarlo. Después de todo no era que él le hubiera hecho alguna clase de favor. Pero ella insistió, alegando que buscó por todos lados algo especial. Al final él se encogió de hombros y abrió la envoltura; adentro había un echarpe invernal de lana de alpaca tejida a mano, algo tan raro como los dientes de gallina en estos días. La puso alrededor de su cuello y le agradeció. –Pensaré en ti cada vez que la use. –Luce bien con ese traje –comentó ella, esperando que el nerviosismo que sentía no fuera visible. Era tan importante para ella que él entendiera lo que ella sentía. –Me hace sentir como Errol Flynn –bromeó Rick, poniéndose en pose. –Todo lo que necesitas es una espada –ella se rió. Minmei quiso estirarse y tomar su mano, pero justo en ese momento el mozo apareció con los cócteles y los puso sobre la mesa. El momento se arruinó; miró a Rick y dijo: –¿Por qué los mozos siempre parecen servir a la gente precisamente en el momento equivocado? –¿Y por qué será que las estrellas de cine siempre parecen encontrar algo de qué quejarse? –respondió el mozo, un supuesto actor melenudo de bigote delgado que había tenido una mala mañana. Rick ahogó una risa, feliz de ver que regañaran a Minmei. Pero eso apenas la intimidó. Él se unió a ella en un brindis “por tiempos mejores” y empezó a sentirse repentinamente a gusto. Empezaron a hablar de los viejos tiempos –para ambos, un período de escasos cuatro años. Para Rick parecía como ayer, pero Minmei parecía pensar en aquellos tiempos como hace un millón de años. –El tiempo no puede cambiar algunas cosas –dijo Rick misteriosamente. –Lo sé –asintió–. A veces creo que mis sentimientos no han cambiado en absoluto. Era una clase de contestación igualmente vaga, y Rick, recordando los sentimientos de Minmei, no estaba seguro si quería que las cosas volvieran a antaño. Él decidió ser sincero –así como Lisa lo fue con él recientemente–, sólo para ver a dónde llevaría. –Todavía pienso en ti, Minmei –empezó–. A veces por la noche, yo... Hubo una clase de tumulto en la puerta; el maître estaba gritando; insistía que el hombre que lo pasó a empujones necesitaba ponerse una corbata antes de entrar. El hombre melenudo resultó ser Lynn Kyle. Tanto Rick como Minmei habían vuelto su atención hacia la escena; ahora se miraban confundidos. Minmei tomó la mano de Rick; la apretó y sus ojos se llenaron de lágrimas. –Por favor Rick, tienes que prometérmelo: no importa lo que él haga o lo que diga, no interferirás. –Pero... –comenzó a protestar. –¡Prométemelo! Los labios de Rick se convirtieron en una línea delgada, y él asintió en silencio. En un segundo Kyle se paró junto a Minmei. –Te estuve buscando por todos lados –le dijo, controlado pero obviamente enfurecido–. Sabías que yo fijé una conferencia de prensa. Ven, nos vamos. Él hizo un movimiento hacia ella, pero ella se negó a moverse. –¡No seas obstinada, Minmei! ¡¿Te das cuenta de los hilos que tuve que mover para conseguir que esos periodistas estuvieran aquí hoy?! Rick se mantuvo contenido con el echarpe todavía alrededor del cuello; Kyle no se había molestado en saludarlo. Rick supuso que todavía estaba molesto porque tuvieron que rescatarlo. Bolsa de basura. Aun así, esto era serio, y quizá Kyle tenía derecho a estar enfadado. Decidió ayudar a Minmei ofreciéndose a salir. Pero por el contrario, ella lo puso justo en el medio de las cosas. –Nosotros no tenemos que irnos... ¡yo no me voy! Ahora Kyle la agarró por la muñeca. –¡Oh sí que lo harás! –¡Quita tus manos! –reaccionó–. ¡Estás lastimándome, bravucón! ¡¿Quién te crees que eres?! Por muy sorprendente que fuera, Kyle se retiró y Rick le dio gracias en silencio a los cielos porque si eso hubiera seguido otro segundo, él habría saltado sobre Kyle, promesa o no, artes marciales o no. El pianista había detenido su golpeteo ya que los clientes del restaurante encontraron un entretenimiento más claro. Kyle sonrió intencionalmente y se volvió hacia Rick. –Así es como actúa un profesional... ¿Atractivo, no es cierto? –giró hacia Minmei, levantando la voz paternalmente–. ¡Ya basta de gimotear! ¿Por qué no tratas de actuar como de tu edad por una vez? ¡La gente te está esperando! Minmei se mantenía en su lugar con los puños apretados. Agarró su cóctel y lo tragó con insolencia, temblando e intentando afrontarlo. Rick miró hacia fuera de la ventana. –Estoy ebria... –la oyó decir–. No puedo hablar con ningún periodista en este momento. Kyle emitió un gruñido gutural bajo, una señal peligrosa de que Minmei había sobrepasado su parte. Con la velocidad de un rayo él tomó el vaso de agua y se lo tiró en la cara. –Eso tiene que despejarte. Rick se levantó a medias de su silla mostrando los dientes en espera del próximo movimiento. Minmei había empezado a sollozar, y otra vez Kyle la tenía por la muñeca. –Ahora deja de hacer la tonta y vamos. Kyle la arrastró y ella lo siguió; después se volvió de repente y gritó por Rick. –¡Kyle! –gritó él, esperando que la dejara ir y viniera tras él. Kyle, sin embargo, escogió una forma más sutil de desarmarlo. –¿No entiendes, Hunter? –le dijo con sensatez y en completa posesión de sí–. Ella tiene demasiadas cosas que hay que cuidar. Eso viene con el territorio. Cuando vio que Rick se relajaba, agregó: –Oh, y no te preocupes por el almuerzo: nosotros lo cubriremos... para eso son las cuentas de gastos. Tal vez debas volver a reportarte a tu base, ¿eh? Métete en tu uniforme o algo... Rick vio que Minmei asentía, sollozando pero gesticulando que él debía hacer lo que Kyle decía. Kyle la volvió a arrastrar, riñéndola porque él había dejado todo, porque a ella ya no le preocupaba su carrera. La mayoría de los clientes ya estaban aburridos a estas alturas; muchos se levantaron y dejaron el restaurante. Rick evitó sus miradas y estiró la mano hacia su bebida, tocando el echarpe nuevo. Algo fanfarrón –pensó.
Era casi mediodía y el café Seciele empezaba a prepararse para el almuerzo, aunque la mayoría de sus mesas al aire libre permanecían vacías. El clima había dado un giro súbito y la mayoría de la gente elegía sentarse adentro. Lisa, sin embargo, todavía estaba en la mesa que había ocupado desde las nueve en punto. Ya había bajado cuatro tazas de café y sudaba a pesar del frío repentino en el aire. No tuvo noticias de Rick, pero decidió quedarse en caso de que él intentara mandar un mensaje. Obviamente lo habían llamado, pero nadie de la base sabía algo sobre eso ni sabía dónde podía estar. De haber habido una alerta a ella también la habrían notificado, pero no habían dado ninguna orden al respecto. Aun así, la única explicación posible era que hubieran llamado a Rick. El buen humor que ella había disfrutado unas horas antes la había abandonado hacía mucho junto con la calidez antinatural de la mañana. Se preguntó si estos giros repentinos eran una señal de los tiempos –los cambios de humor, los reveses, la confusión. Sólo un momento antes había presenciado un pequeño malentendido entre un peatón y un motorista que escaló hasta una violenta discusión. Eso la hizo preguntarse si Rick había quedado envuelto en un accidente, ¡quizás lo habían atropellado! Con ansiedad revisó la hora y corrió hacia el video-teléfono. En la casa de Rick no respondían, por lo que volvió a conectarse con la base contemplando una hoja caída que había volado en su dirección –lo más cerca que había estado de la naturaleza en todo el día. –Comunicaciones. Soy el teniente Mitchell. Lisa se identificó, pero antes de que tuviera oportunidad de preguntar por una posible alerta, Nikki Mitchell dijo: –Capitana Hayes, pensé que usted estaba con el comandante Hunter. Lisa enseguida lamentó haberlos telefoneado. Su vida se había vuelto prácticamente un libro abierto para la tripulación del cuarto de control de la SDF-2, para Vanessa, Sammie, y el resto. Era una de esas situaciones en que no puedes ganar: cuando ella era fría, calma y serena, cuando era Lisa Hayes “la vieja amargada”, nadie se molestaba en interferir con su vida privada; pero ahora que había aceptado algunos consejos de Claudia y decía lo que pensaba, todos rastreaban sus movimientos como si ella fuera una entrada regular en alguna clase de concurso de columna de chismografía. –¿No se supone que debe estar en un picnic? –preguntó Mitchell. De fondo, Lisa pudo oír que Kim decía: –Apuesto a que ese cretino la dejó plantada. –Vieron, yo les dije que él no estaba interesado en ella –reforzó Vanessa. –¡Cállense! –gritó Nikki, y Lisa alejó el teléfono de su oreja–. ¡Ustedes dos suenan como un par de gallinas viejas! –¿Y eso en qué te convierte... en el gallo? –contestó Sammie. Lisa estaba furiosa. ¡No sólo era su vida privada lo que estaban debatiendo a sus espaldas, sino que estaban apostando y discutiendo sobre ella! –¡Oh, no importa! –gritó Lisa y colgó. Después murmuró en voz baja–. Entrometidos.
Después de que el barman Chez Mann lo interrumpiera tras innumerables bebidas, Rick flotó de vuelta al vehículo alquilado de volante a la derecha y se dirigió hacia el aeropuerto. La escena que había tenido lugar entre Minmei y Kyle ahora parecía sólo eso: un acto orquestado realizado para el público con un pequeño papel para Rick Hunter, el héroe ocasional. En el final Minmei escogió correr junto a Kyle, y eso era todo lo que en verdad importaba: Ella no había cambiado, y Rick fue un tonto al pensar que ella pudo hacerlo. Los regalos, los paseos nostálgicos por la senda del recuerdo, los abrazos post-rescate: todo era parte de su repertorio. Y ahora la había perdido por enésima vez y además había dejado plantada a Lisa. Adelante de él en la carretera de dos carriles del aeropuerto había una barricada a cargo de un cabo de DC que usaba una boina blanca. A Rick le informaron que el camino estaba cerrado. –¿Hay una ruta alternativa al aeropuerto? –preguntó, inclinándose fuera de la ventana del chofer. –El aeropuerto está cerrado –dijo el cabo–. Tenemos problemas con zentraedis. –¡Mi avión está ahí! –gritó Rick, no lo bastante lúcido como para mostrar su identificación. La mano del cabo se acercó hacia su arma de cintura. –Se lo dije, compañero, el camino está cerrado. Rick lo maldijo y pisó el acelerador. La mini camioneta salió disparada hacia delante, rodeando la barricada, mientras el centinela sacaba su arma. Cuando lo pensó más tarde, Rick se preguntó por qué había hecho eso, sin saber si culpar a Minmei o al alcohol. Pero al final del análisis comprendió que lo había hecho por Lisa: ¡él iba a tener que decirle algo! –¡Maldito idiota! –gritó el centinela, pensando dos veces en disparar un tiro de advertencia y corriendo hacia su radioteléfono.
Un Battlepod caminaba por la pista de aterrizaje destruyendo Veritechs asentados con los disparos del cañón de su plastrón, mientras que cerca de ahí, un gigante zentraedi armado con un cañón automático disparaba, y los vehículos de rescate corrían por la pista en dirección a los puntos de crisis. –¡Estos micronianos no son ningún desafío en absoluto! –gritó en su propia lengua; la lujuria de la batalla borró todos los recuerdos de sus dos años pacíficos en la Tierra. Un segundo gigante con la armadura impulsada Botoru alzó un caza del campo, lo levantó sobre su cabeza y lo tiró hacia un camión de transporte que se alejaba a varios cientos de metros. El Veritech cayó directamente sobre el vehículo y explotó, destruyendo a ambos. Los Veritechs aparecieron en los cielos justo cuando Rick llegaba en la mini camioneta. Llegó hasta el hangar de DC esquivando las balas de la gatling, mostró su identificación, se preparó y requisó un Excalibur. Había contado cinco gigantes –todos armados con cañones automáticos–, un sexto con la armadura propulsada, y por lo menos dos Battlepods. Era irrelevante si estos eran malcontentos o miembros de la banda vencida de Khyron: La unidad de DC estaba sobrepasada. ¡Y todavía el comandante de la base lo criticaba sobre la autorización y le advertía que no dañara el meca! Rick comprendió que la autonomía que recientemente ganó Monumento era la respuesta a esto, pero sin un poco de ayuda no iba a quedar mucho de Monumento; por eso complació al comandante y se sacó lo último de su estupor alcohólico. Entretanto, un Battlepod estaba agujereando la terminal de pasajeros con balas de fuego. Su aliado del cañón se cansó de disparar sobre las naves privadas y ahora puso su atención en la terminal. Asomándose a través de una fila horizontal de ventanas de blindex, vio a varios micronianos agrupados detrás de los escritorios de una oficina espaciosa –la vista más risible que había visto en todo el día. Era demasiado fácil hacerlos volar en grupo, por eso primero metió la boca del cañón automático a través de la placa de vidrio para esparcirlos a todos. Sólo entonces apuntó el arma sobre ellos y los disparos de energía blanca lanzaron los cuerpos a muertes repugnantes. Uno de sus camaradas menos exigente vació su cañón contra el edificio en un esfuerzo de hacer caer toda la pared. Rick hizo salir a su meca del hangar a tiempo para ver un pod con su pie izquierdo ubicado sobre su pequeño turbohélice, preparado para eliminarlo a pisotones. Soltó un tiro sin pensar y logró arrancar la pierna del pod en la rodilla, haciendo que el meca cayera de espaldas sobre el campo. Esto llamó la atención de los zentraedis restantes que se dieron vuelta para encontrarse cara a cara con dos Excaliburs y un Battloid. –¡Rebeldes zentraedis! –gritó Rick a través de la red externa–. ¡Arrojen sus armas de inmediato o nos veremos obligados a tomar acción inmediata! Al mismo tiempo que lo repetía los soldados y los mecas alzaron sus armas contra él. –¡Demuéstralo! –dijo uno de los gigantes, un clon de rostro púrpura, cabello azul y rasgos de gorila. Hizo una señal a su compañero guerrero y abrió fuego; las balas del cañón automático cayeron en vano contra las piernas blindadas del Excalibur de Rick. –¡Están bromeando! –gritó cuando su arma gastó su carga. Rick sonrió locamente dentro de la cabina. –Denles una demostración –ordenó. De repente un Spartan armado con tambores apareció del otro lado de la terminal del aeropuerto. Rick dio la orden y veintenas de proyectiles salieron rápidamente hacia el cielo desde los tubos de lanzamiento de los mecas. Los tres gigantes zentraedis siguieron sus cursos con ojos asustados y gritaron cuando los proyectiles se zambulleron hacia ellos, explotando como una serie de fuegos artificiales a los pies de los gigantes. Los tres salieron volando de la zona de impacto; uno alcanzó la muerte contra una cañería maciza y los otros abrieron la boca en busca de aire cuando el gas paralizante que salió de los proyectiles empezó a envolverlos. –¡Ataquen! –dijo Rick por la red táctica. El Battloid salió tras el Battlepod que quedaba reconfigurando a modo Guardián; pero el meca zentraedi saltó y esquivó, enfrentándose en cambio con el Excalibur de Rick. Rick hizo agachar a su meca y tomó al pod, amputando una de sus piernas cuando le pasó por encima. El meca anulado golpeó el campo con una caída que hizo temblar la tierra y su pierna desmembrada saltó junto con él. El segundo Excalibur despachó fácilmente al gigante que había sobrevivido al gas, mientras que el Veritech bajó con igual facilidad al extraterrestre de la armadura impulsada. Rick ordenó que las unidades de defensa civil reunieran los cuerpos, separan a los muertos de los vivos y que a estos los encerraran para interrogarlos. –Y llamen por radio a la SDF-2 por mí –agregó Rick como corolario–. Asegúrense de mencionar que yo estuve aquí. Con un poco de suerte, Lisa recibiría la noticia del levantamiento antes de que él regresara a Nueva Macross.
Lisa había pasado a los cócteles, y para cuando el robo-mozo se apuró a informarle que iban a suspender el servicio al aire libre, había tomado tantos Bloody Marys que ya veía rojo. El juego de la espera se había convertido en una clase de ejercicio demente de autocontrol. Tuvo visiones de Rick encontrando sus restos óseos aquí, con su mano marchita pegada permanentemente al termo o a la cesta de picnic. La temperatura había caído unos quince grados más desde el mediodía y se había levantado un viento que hacía volar las hojas de otoño que se arremolinaban alrededor de sus pies. Una vez, un cachorro pasó por ahí y ella lo alimentó con los bocados de la cesta de mimbre. Más de un piloto Veritech y de un poeta de cafetería la había mirado. Pero ahora estaba lista para tirar la toalla. La única excusa que estaba lista para aceptar era que Rick Hunter hubiera muerto. Pero tan pronto como escuchó la voz de Rick, se retractó. Él venía corriendo hacia ella por la calle, vestido, por extraño que fuera, con su único traje y usando un largo echarpe alrededor del cuello. No era la vestimenta para el picnic y la caminata que ella había esperado, pero decidió darle por lo menos una oportunidad de explicarse. –Oigámoslo, Rick –dijo fríamente desde su silla. Rick estaba jadeando. –Pensé que ya no estarías aquí... primero intenté en tu casa... Verás, hubo un levantamiento zentraedi en Monumento y... –¡¿Un levantamiento?! –dijo Lisa, sorprendida–. ¿Está todo bien? –Sí, ahora lo está. Pero hubo varios muertos y... –Espera un minuto –lo interrumpió–. Nosotros no tenemos jurisdicción en Monumento. ¿Qué estabas haciendo ahí? –Bien, yo... tuve algunas diligencias oficiales... –Y por esa razón estás usando tu traje, claro. Rick se miró de arriba abajo como si notara el traje por primera vez. –Esto era para nuestra cita. Lisa se rió. –Se suponía que era un picnic, recuerda... no una fiesta de cócteles. –Mira... Ella hizo un gesto de indiferencia y se puso de pie, tomando la cesta y el termo. –Ahora es demasiado tarde para un picnic. Y es una lástima, en verdad, porque me pasé toda la mañana cocinando. Es la primera vez que tuve oportunidad de hacerlo en años. Rick tartamudeó una disculpa. –Debiste haberme llamado –le dijo ella–. Te estuve esperando aquí todo el día, preocupada porque algo te hubiera pasado y figurándome que intentarías mandarme un mensaje de algún modo. Ahora cuéntame esta historia sobre un levantamiento y una misteriosa diligencia... –¡Hubo un levantamiento! Verifica con la base si no me crees. Además, intenté llamarte... Ella le echó una mirada sospechosa. –Ya estás aquí. Por lo menos podemos dar un paseo. Lisa no oyó el suspiro de alivio de Rick. Estaba demasiado ocupada concentrándose en el hecho de que él la estaba cortejando envolviéndole uno de los extremos de ese echarpe alrededor de los hombros. La temperatura seguía bajando y había una humedad invernal en el aire. Ella lo levantó para sentir la textura; era tan suave que rozó la tela en su mejilla. Y de repente se detuvo en seco. Ella podría haber tenido una memoria pobre para las caras, dos pies izquierdos cuando se trataba de bailar y el hábito de escoger a vagos como novios, pero de lo único que se vanagloriaba era de su talento de recordar aromas y sabores. Y por supuesto que reconoció el perfume de ese echarpe: Inocente –¡el favorito de Lynn Minmei! –¡Sácame eso de encima, Hunter! –exclamó–. ¡Parece que lo has envuelto alrededor de la persona equivocada! –¡Lisa, yo puedo explicar todo! ¡No es lo que piensas! –dijo Rick, cuando ella le tiró el extremo del echarpe sobre el hombro. –¡Reconozco la fragancia, idiota! ¿Así que esa era tu diligencia oficial, eh? –empezó a alejarse–. ¡Y no te molestes en llamarme! Lo gritó sin darse vuelta porque no quería que él viera las lágrimas en sus ojos. Los copos de nieve habían empezado a caer.
–Buenas noches, damas y caballeros de Ciudad Monumento –anunció Lynn Kyle desde el anfiteatro de esa ciudad junto al lago–. Felicitaciones por su autonomía del gobierno central. Esta noche, para celebrar ese evento, les tenemos reservado un obsequio especial. Minmei cortésmente accedió a venir y cantar para ustedes. Pongamos todas nuestras esperanzas por un futuro brillante en sus canciones... Y así, démosle una calurosa bienvenida... a un gran talento... ¡Lynn Minmei! El público formado principalmente de gigantes zentraedis aplaudió y aclamó cuando la orquesta comenzó las piezas de apertura de “Stagefright”. El anfiteatro se oscureció y Kyle se marchó hacia los laterales. En la grada superior del escenario, un gran reflector encontró a Minmei; ella se quedó inmóvil con los brazos a los costados y el micrófono colgando de una mano. Incluso después de la introducción a la canción. Kyle levantó la vista lleno de preocupación. La banda había comenzado un acorde de volumen bajo, esperando que ella entrara. –¡Minmei, ese era tu pie! –susurró Kyle. Cuando ella no respondió, él probó otra táctica–. ¡Deja de bromear! ¡¿Estás bien?! –Sí –dijo con una sonrisa triste. La banda ya se había detenido por completo y los murmullos corrían entre el público. Algunos pensaban que era parte del acto –una nueva forma de efecto dramático o algo–, y un aplauso rítmico empezó, marcado con los gritos de ¡Minmei! ¡Minmei! ¡Minmei! –¡¿Cuál es el problema?! –susurró Kyle–. ¡Canta! Ella puso un brazo cruzado sobre su pecho para autoprotegerse y desvió sus ojos del público. Kyle la oyó suspirar y después, de repente, giró hacia ellos. –¡Lo siento... no puedo actuar! El aplauso se apagó. –Yo no cantaré –continuó, al borde de las lágrimas–. ¡No puedo actuar cuando mi corazón se está rompiendo! Cuando dijo eso dejó caer el micrófono, se volvió y huyó. El público corrió hacia delante, negándose a creerlo, y Kyle de repente quedó aturdido y preocupado por un motín. Rápidamente le hizo señas al director de escena para que bajara la cortina con forma de párpado del anfiteatro. El público se retiró para mirar su descenso. Y el momento llevó con él una incómoda nota de determinación; la nave zentraedi en el lago aparecía detrás del anfiteatro cerrado como una púa metida en el ojo que todo lo ve.
Kyle la encontró en la sucia playa detrás del anfiteatro. Estaba sola abrazando sus rodillas y mirando fijamente la nave zentraedi arruinada. Él no estaba seguro de que lo que dijera fuera a dar vuelta la decepción. Y por primera vez no le importó. Ella se había distanciado de él, había abandonado las grandes metas que los dos se habían puesto. Como era inalcanzable, ella ya había dejado de interesarle; ella estaba fuera de su control. –Todo esto es tu culpa –dijo Minmei al darse cuenta de que él estaba parado detrás de ella–. Desde que estoy contigo perdí el contacto con las cosas que son realmente importantes para mí. Kyle se rió brevemente. –No has cambiado nada, ¿no es cierto? ¡Todavía eres la mocosa egoísta! Sabes, sólo piensas en lo que quieres como lo has hecho desde que eras una niña. Bien, ya es hora de que crezcas. ¿Tienes alguna idea de cómo se sintieron esas personas cuando te negaste a cantar esta noche para ellos? Debiste haber visto sus caras... Ellos son tus admiradores y te aman. ¿Y qué haces tú? Vas y los decepcionas. ¡Eso es tan típico de ti! Minmei peleó contra las palabras de él, determinada a no permitir que Kyle la alcanzara. Sabía lo que él se proponía: hacer el mayor esfuerzo posible para convencerla de que cambiara de opinión. Y sabía que se iba a poner peor –más feo. –Yo ya no puedo hacerlo –dijo con firmeza. Kyle cambió su tono. –Si sólo abrieras tu corazón y dejaras que el amor fluyera a través de ti, podrías ser el mayor talento. A través de tu música podríamos trascender todo el mal del universo y podríamos reunir a la gente... Ese es un regalo precioso, Minmei, pero hay que presentarlo apropiadamente. Por eso es que trabajé tan duro durante tres años... Pero ahora, esto es el fin. Voy a hacer un viaje largo y probablemente no te vuelva a ver de nuevo... al menos durante un tiempo... Un ferry estaba cruzando el lago haciendo sonar su bocina fúnebre. Minmei apretó los dientes, odiando a Kyle por su hipocresía, por sus años de abuso. Casi había tenido éxito en arrastrarla a ese plano de miseria y cinismo en el que él vivía –a pesar del noble sonido de sus palabras, del poder pacífico de sus discursos. Y ahora él sólo se iba a alejar de ella –ese su acercamiento normal al desafío interpersonal cuando las artes marciales no lo lograban. Así que naturalmente que era importante para él hacerle comprender que ella había sido terrible desde el principio, que él no podía hacer nada con algo tan frívolo, que ella ya no valía el esfuerzo. Él había hecho lo mismo con sus padres. Él le había puesto su chaqueta encima de los hombros como preparativo para una salida teatral. –Espero que algún día puedas encontrar la felicidad –le dijo–. Yo siempre te amaré... ¡Cretino! –gritó para sí misma–. ¡Rata! ¡Tonto! Pero al mismo tiempo pareció tener una visión de él allá afuera en algún lugar de los eriales, probablemente viviendo entre los renegados zentraedis organizando un nuevo movimiento... viendo quizás que él podía conseguir que lo agrandaran a su tamaño –un sueño cumplido por fin. Surgió una brisa repentina que levantó crestas acuosas de brillo lunar en las olas. Ella sintió que un frío la atravesaba, y cuando se dio vuelta, él había desaparecido en la noche. Traducido por Laura Geuna |