Saga Macross - Doomsday

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Capitulo 15

No sé a quién quiero estrangular más -a Lisa o a su aviador idiota. Sólo sé que si algo no acaba con este pequeño dueto que están bailando, voy a conseguir que me transfieran a la fábrica satélite, y me voy a asegurar de que Lisa Hayes venga conmigo.

Recopilación de cartas de Claudia Grant.

El problema, Lisa decidió después, era el control. No tenía nada que ver con Minmei, Kyle ni con Rick. Ella no podía soportar culparlo sin importar cuánto esfuerzo ponía en hacerlo; no podía acusarlo de engaño –él había sido honesto sobre sus sentimientos por Minmei todo el tiempo–, de falta de consideración, o de total egoísmo. Y su comportamiento tampoco era manipulador o controlador para nada. Maldito. Eso sólo la dejaba a ella a quien culpar, ¡a no ser que de algún modo pudiera achacarle todo a Khyron!

Eso la hizo reír: Aquí estaba ella, sentada en el comedor de oficiales sintiendo que el mundo estaba a punto de acabar porque ella y Rick tuvieron otra discusión, mientras Khyron andaba libre secuestrando gente, exigiendo a cambio la SDF-1, y amenazando con eliminar lo que poco que quedaba de la raza humana. Pero su preocupación por las pequeñas cosas no la sorprendió. ¿Porque qué podía hacer una persona contra las grandes cosas? Ella representó su papel, Rick representó el de él; todos ellos, Minmei incluida, tenían papeles para actuar. Sin embargo, a veces se sentía como si alguien más hubiera escrito las líneas que todos ellos entregaban con tanta fuerza y pasión. Pero al final todo se resumía en el control: en cómo ella iba a recobrar el control de sí misma.

Lisa estaba sentada ahí bebiendo a sorbos un café tibio, tan envuelta en revivir los eventos del alba que no se dio cuenta de la llegada de Claudia.

–Pensé que podía encontrarte aquí –dijo su amiga, deslizándose en el asiento opuesto al de ella–. ¿Por qué tan malhumorada, compañera?

Lisa levantó la vista, sobresaltada y sin ningún humor para la algarabía.

–Vamos –presionó Claudia–. Dime lo que Rick hizo ahora, Lisa.

–Por favor, Claudia...

–¿Sin humor para charlar, eh? Bien, dulce, eso a veces despeja el aire... hablarlo a veces ayuda.

Lisa amaba mucho a Claudia, pero desde la muerte de Roy ella pareció convertirse en la fuente absoluta de optimismo. Si esta era su manera de correr de realidad –su forma de control– Lisa no tenía idea. Sólo que en este momento no tenía ganas de “despejar el aire”; en cambio, echó su cabeza hacia atrás como para darle poca importancia a su humor oscuro y le preguntó a Claudia qué la hacía pensar que ella estaba disgustada.

Claudia casi sonrió.

–Ah, la intuición de mujer. E incluso si me equivoco, quiero que pruebes mi receta para el dolor –sacó una caja de tés mezclados del bolsillo de su chaqueta y lo deslizó por la mesa–. El té caliente puede hacer maravillas para las heridas abiertas.

Optimismo infatigable y una confianza en las pociones y panaceas de salud –pensó Lisa. Pero después de un momento se rindió.

–¿Realmente se nota tanto?

–Sólo si a alguien se le ocurre mirar en tu dirección –le dijo Claudia–. O quizá a alguien que ya pasó por eso...

Lisa sólo pudo agitar la cabeza.

Claudia se estiró para tomar la mano de Lisa.

–Yo sé cómo es... pero tienes que soltarte. Deja de tratar de controlar lo que sientes... sólo díselo.

Claudia se puso de pie.

–¿Qué se supone que tengo que decirle?

Ahora Claudia agitó la cabeza.

–Lo que sientes por él, tonta.

Lisa pensó en eso mientras Claudia se alejaba. Recogió el paquete de té y empezó a juguetear con él distraídamente.

Rick Hunter –pensó–. Esto es lo que yo siento por ti: yo... yo te amo.

De repente le dio un empujón desesperado a la caja. ¡Hasta su voz interna tartamudeaba! Esto no iba a ser fácil.

 

Reflejando el estado emocional de su piloto, el Skull Uno atracó rápido y furioso, meciéndose de lado a lado mientras hacía chillar las ruedas sobre la cubierta de vuelo del Prometheus.

Rick estaba como un nervio sensibilizado que sólo esperaba que lo tocaran. Era cierto que estuvo a toda marcha desde que dejó la base abandonada zentraedi hacía más de cuarenta y ocho horas. En las últimas ocho, el escuadrón estuvo explorando el campo en busca de señales de las fuerzas de Khyron. Empezando con el sitio del ataque sorpresa (ahora un lugar de carnicería indecible, plagado de los restos de veintenas de Battlepods y mecas de la RDF), el Escuadrón Skull había rastreado la retirada de Khyron hacia el norte hasta otra base abandonada a las apuradas. Las lecturas del sensor indicaban que desde la base había despegado una nave de guerra zentraedi poco antes de la llegada del Skull, pero no había rastro de su dirección o de cualquier forma de determinar la fuerza de lo que quedaba del ejército de Khyron. Dado el número de zentraedis que habían abandonado las ciudades, el tamaño de la nave (una clase crucero zentraedi), y que Khyron poseía una cámara de conversión útil, el estimado de las tropas oscilaba entre uno y tres mil.

Después también estaba Lisa en quien pensar –el otro frente de esta guerra sin fin. Ya era bastante malo que pasara la mayor parte de su vida ambulante siguiendo órdenes, pero tener que recibirlas de alguien que también esperaba regimentar su vida personal era más de lo que podía soportar. Ni siquiera el recuerdo del dulce abrazo de Minmei era suficiente para borrar el agrio comienzo del alba.

–¡Nosotros la guardaremos por usted, comandante! –dijo uno del personal de tierra cuando Rick levantó la carlinga.

A Rick le tomó un segundo darse cuenta de que el hombre estaba hablando del Skull Uno. Respiró hondo una bocanada de aire fresco y saltó de la cabina directamente sobre sus pies.

El jefe del personal de tierra le gritó cuando se iba.

–Discúlpeme, señor, pero la capitana Hayes quiere que se reporte ante ella lo más pronto posible.

–¿Dijo por qué? –le preguntó Rick.

–No, señor.

Rick se volvió y salió corriendo. Era tiempo de tener una discusión con la capitana Hayes.

Lisa, entretanto, estaba en su estación en la sala de control de la SDF-2. Había decidido disculparse con Rick, quizás a dar un paso más allá si su valor resistía. Tarareaba para sí misma mientras jugaba con el paquete de té y no notó la entrada enfadada de Rick. Vanessa, en la estación de trabajo adyacente, trató de susurrar una advertencia, pero Lisa se había dado vuelta y lo había visto, malinterpretando un poco su humor.

–Oh, hola, Rick –dijo con alegría.

Él le contestó prácticamente tirándole su informe escrito.

–Con mis respetos, capitana.

Los ojos de Lisa se abrieron de par en par; ella no había previsto esto.

–¿Eso es todo? –continuó él en el mismo tono sarcástico–. No quiero ocupar demasiado de su tiempo.

–Rick, yo...

–Pregunté si eso era todo, capitana.

–¿Qué es lo que te sucede? –ella levantó la voz, pero salió con tono desconcertado.

–¡¿Qué es lo que pasa conmigo?! Llego después de perseguir a Khyron por medio continente y lo primero que oigo es que se supone que tengo que reportarme ante ti... ¡¿crees que todavía no entiendo el procedimiento militar, o qué?! –él estaba parado sobre ella, enrojecido y temblando.

–Si sólo me dieras una oportunidad para explicar...

–Y otra cosa –él formó un puño–. Mi vida personal es simplemente eso... ¡personal! ¡¿Entiende, capitana?! ¡Yo hablaré con quien sea que quiera, donde y cuando quiera!

Así que era eso –pensó Lisa. Él creía que ella había manipulado la situación de esta mañana para sus propios propósitos. En otras palabras, los motivos que ella tuvo habían sido transparentes.

–Entiendo –le dijo con docilidad.

–Como Vanessa, aquí presente, por ejemplo –agregó Rick de repente, caminando hacia su estación–. ¿Tengo razón o no?

Vanessa se ajustó los anteojos, miró brevemente a Lisa y se deslizó por su asiento porque no quería ser parte de eso.

–Ah, realmente no creo que yo sea...

Pero Rick se inclinó sobre ella y puso su mano en el respaldo de su silla, lleno de falso encanto.

–¿Eh, por qué no vamos a buscar algo para comer?

Vanessa empalideció.

–Por favor –le dijo, sin querer tener que decir lo obvio–. Como puede ver, todavía estoy de servicio...

–¿Y qué? ¿Todavía puedes escaparte, no es cierto? –Rick le echó una mirada a Lisa; ella se estaba poniendo de pie dándole la espalda a ambos.

–Si me disculpan –dijo Lisa–, creo que ya tuve suficiente de esto.

Estaba herida, pero al mismo tiempo sentía compasión por Rick. Que él se rebajara a semejantes gestos transparentes para igualarse a ella; que arrastrara a su amiga en eso; que fuera un hombre...

Cuando Lisa estuvo fuera del alcance de la voz, Vanessa se dio vuelta bruscamente hacia Rick y lo regañó.

–Eso fue lo peor, Hunter. Lo digo en serio.

Él tenía una mirada arrogante en el rostro.

–¿Oh sí, por qué?

Vanessa agitó la cabeza con incredulidad.

–Estuviste confiando en instrumentos demasiado tiempo, aviador. Abre los ojos: ¿te detuviste a pensar en lo que Lisa siente por ti?

Esto no era de su incumbencia y ella sabía que no tenía derecho a hablar por Lisa, pero alguien tenía que despabilar a este tipo.

–¿Lo que siente por mí? –dijo Rick como si no pudiera creer lo que estaba oyendo–. Tienes que estar bromeando... la única cosa que le preocupa a Lisa es su trabajo.

Vanessa frunció el ceño y Rick se alejó. Ella se dio un tiempo para tranquilizarse y después fue a la estación de Kim para actualizarla en este último capítulo de la miniserie Hayes-Hunter.

–¿Cuál es el problema de Lisa? –dijo Kim después de que la informaran.

–Ella no tiene ningún problema –Sammie defendió a su comandante–. Es sólo una discusión de amantes. No es nada que nos importe.

Vanessa no estuvo de acuerdo.

–No estabas ahí. Ella lo ama, pero no tiene el valor de decírselo.

–¡Eso es absolutamente ridículo! –dijo Kim, repentinamente enfadada–. ¿Por qué él no es un hombre y le dice lo que él siente?

Vanessa la miró de forma inquisitiva.

–¿Se te ocurrió alguna vez que él no comparte los mismos sentimientos? Me invitó a salir, sabes.

–Oh, vamos –dijo Kim, dándole poca importancia–. Él sabe lo que ella siente por él y él siente lo mismo. Sólo se está portando como un idiota testarudo.

Vanessa reiteró su duda. Sammie, por otro lado, tenía una mirada soñadora en su cara.

–Bien, si yo me sintiera así por un hombre, iría directamente y se lo diría.

Kim se volvió hacia ella y se rió.

–¡Sí, pero haces eso con casi todos los hombres que conoces! –esto también hizo que Vanessa se riera. Pero no duró mucho tiempo.

–La única razón por la que nos reímos es porque no nos está pasando a nosotras –suspiró Kim.

Vanessa asintió.

–El único otro hombre que Lisa amó en la vida murió en acción.

–Esto me pone tan triste... –dijo Sammie, llorosa.

Sí –pensó Vanessa, poniendo su mano en el hombro de Sammie–. ¿Pero qué haríamos para entretenernos por aquí sin Lisa y Rick?

¿Qué había en su vida –o en la de Kim o en la de Sammie– que se aproximara a la pasión y al sueño de un nuevo comienzo? ¿Rico, Konda y Bron? Ese era un callejón sin salida en varios puntos. Ella también se entristeció por todos ellos. Por el vacío en el centro de este nuevo mundo bravío al que los habían arrojado.

 

A pesar de los cielos amenazantes, Lisa había decidido caminar a casa desde la base. Las nubes se descargaron antes de que ella hubiera hecho la mitad de camino hacia las afueras de Nueva Macross, mojándola al instante y enfriándola hasta los huesos. Un largo invierno estaba en marcha.

Cuando el mundo está fuera de sincronización con tu vida interna llegas a pensar en él como un reino ateo y sin corazón; y cuando refleja esos pensamientos y sentimientos, lo dejas de lado como una falacia patética.

Ella estaba parada pensando esto delante de la casa de Rick. Había luces adentro, y una vez vio que su silueta pasaba brevemente detrás del blindex de la ventana. No fue un vagabundear sin sentido lo que la había traído aquí, pero ella no pudo reunir el coraje para subir hasta la puerta. Más bien tenía una ofrenda de paz en mente: iba a dejar el té de Claudia en el buzón de Rick, se iba a ir a casa y lo iba a llamar por teléfono, y...

–¿Planeando beber ese té en la lluvia?

De repente apareció un paraguas sobre su cabeza y Claudia se puso a su lado sonriendo.

–¿Por qué no subes y golpeas?

–Él no quiere verme –le dijo Lisa, levantando su voz sobre el sonido de la lluvia.

–¿Has tomado la decisión por él, eh? Bien, escucha, si no estás lista para hablar ahora mismo con él, ¿por qué no vienes a mi casa? Nos secaremos y hablaremos un poco... ¿qué dices?

Lisa dudó y Claudia le puso el paraguas en la mano.

–Bien, mientras te quedas pensando en eso...

–Claudia, yo... –empezó Lisa, pero su amiga ya se alejaba al trote. Lisa echó otra mirada desesperada hacia la ventana de Rick y salió detrás de ella.

 

–Preparé un poco de buen té caliente –dijo Claudia desde la cocina.

Lisa estaba en el sofá de la sala secándose el pelo con una toalla. El té sonaba bien, pero el frío que sentía le atravesaba el corazón.

–Aunque parezca una invitada agresiva –dijo cuando Claudia entró con el servicio de té–, ¿por casualidad no tendrías algo más fuerte por ahí, no?

–¿Cómo qué? –las cejas de Claudia se elevaron.

–¿Escondes algo de vino en la casa?

Una gran sonrisa apareció en el rostro atractivo de su amiga.

–Claro que sí.

–¡Bien, ve a traerlo! –dijo Lisa de buen humor. Tenía poca tolerancia por el alcohol y las drogas de cualquier clase, lo que era algo bueno y malo al mismo tiempo: por un lado, su cuerpo simplemente se rebelaba ante el desenfreno, un hecho que evitaba que se volcara a las drogas para escapar en tiempos de tensión; mientras que por el otro lado, podía confiar en ir un poco más lejos –una o dos bebidas y la inhibición era una cosa del pasado.

Una clásica “cita barata” –se recordó.

–¿Borgoña está bien?

–En este momento me conformaría con el zinfandel zentraedi.

Claudia volvió con dos copas de vino y se sentó enfrentando a Lisa en el sillón correspondiente. Una fotografía enmarcada de Roy era el centro de atención en la mesa baja que estaba entre ellas. Ella tiró del corcho de la botella y sirvió dos vasos llenos. Lisa ofreció un brindis silencioso y vació todo el vaso, sintiendo que una calidez casi instantánea le llenaba el cuerpo. Se recostó contra el sofá y le sonrió a Claudia.

–¿Así que cuánto tiempo toma para que el dolor se detenga? –le preguntó.

–Suenas como si te estuvieras rindiendo.

–Yo realmente quería disculparme cuando él entró con su informe esta mañana, pero entonces, antes de que pudiera hacerlo, él comenzó a increparme.

Claudia volvió a llenar el vaso de Lisa.

–¿Qué dijo?

–Sólo que su vida personal era su propio problema y que yo debo quedarme fuera de ella –otra vez Lisa vació el vaso.

–¿Qué esperabas? –dijo Claudia–. Él no sabe lo que sientes por él. Ustedes dos compartieron algunos tormentos y alguna conversación profunda, pero hasta donde él sabe, tú eres sólo su colega oficial y su amiga de vez en cuando.

–Lo sé... traté de ser honesta sobre eso... pero de todas formas no creo que importe.

Claudia nunca había visto a su amiga tan distendida. Lisa estaba sosteniendo su vaso para que lo volvieran a llenar, pero ya parecía bastante soñolienta. Claudia no quería que se enfermara o desmayara, pero igual vertió un poco más de borgoñona.

–No sabes si eso no le va a importar. Deja de tratar de suponer por él todo el tiempo. Sólo hazlo, Lisa.

Lisa parpadeó y sacudió la cabeza.

–De acuerdo, échale la culpa al vino.

–Bien. Pero no estabas bebiendo allá afuera en la lluvia hace veinte minutos cuando decidiste que él no quería verte... La situación no tan desesperada como tú piensas... al menos el hombre que amas todavía está vivo...

Claro, ya sé que también pasaste por esa experiencia –se apuró a agregar.

Ambas mujeres se volvieron hacia la fotografía de Roy. Claudia continuó.

–Cuando Roy falleció, esto –dijo levantando su vino–, se volvió una muleta muy necesaria para mí... Ahora ya nada parece ser importante.

Lisa quedó aturdida y eso casi la devolvió al borde de la sobriedad. Quiso preguntar qué pasaba con todo ese optimismo... con todos esos tés. Pero en cambio, dijo:

–Sin embargo hay una diferencia... Tú y Roy se hicieron buenos amigos desde el principio... Rick y yo éramos... emenigos, quiero decir, enemigos –Lisa se detuvo y respiró–. Enemigos.

Claudia se rió entre dientes y después se puso seria.

–No fue así para nada... Roy y yo nos la pasábamos discutiendo todo el tiempo. Él casi me volvió loca.

¡Una segunda revelación! –pensó Lisa.

–¿Quieres reírte? –Claudia tomó la fotografía de Roy–. ¡Yo te contaré de él!

Lisa se rió francamente.

–Déjame decirte algo... ¡en este mismo momento aceptaré toda la risa que pueda conseguir!

 

Rick también estaba demasiado agotado para dormir; era como si hubiera pasado más allá de la necesidad de descansar. Y esa fría lluvia preinvernal que pegaba en el tejado plano de su pequeña casa de la residencia modular parecía igualar el ritmo de su corazón apresurado.

Había intentado enfocar sus pensamientos en el paradero de Khyron; los últimos informes de Inteligencia apuntaban a una ruta de retirada hacia el sur. Pero Rick se preguntó hacia dónde mientras repasaba los informes y revisaba mapas –¿en algún lugar de lo que solía ser México, o el diezmado puente terrestre panameño, las selvas amazónicas aunque no fueran muy buenas? ¿Dónde se escondía y cual sería su próximo movimiento? Ni siquiera Breetai tenía una pista.

Perdió el interés en esto después de un rato y se echó de espaldas sobre la cama, todavía con su uniforme, con las manos entrelazadas debajo de la cabeza.

¿Por qué tuve que ir y abrir así mi bocota? –se preguntó, llegando por fin al centro de su confusión–. ¡Lo menos que pude haber hecho era escuchar lo que ella tenía que decir!

 

Que ese alto, rubio, elocuente y guitarrista Roy Fokker había sido un casanova no era ninguna sorpresa para Lisa; pero según decía Claudia, él también había sido algo sinvergüenza y mujeriego. Lisa siempre había conocido a Claudia y a Roy como la pareja feliz –eso se remontaba a los primeros tiempos en Isla Macross cuando estaban reconstruyendo la SDF-1. Pero las historias que Claudia le había regalado durante las últimas dos horas pintaron un retrato muy diferente que el que Lisa había imaginado.

Claudia conoció a Roy en 1996 durante el período inicial de lo que llegarían a llamar Guerra Civil Global, cuando ellos dos quedaron estacionados en una base ultra secreta en Wyoming; Roy era el ávido joven piloto de caza, medio enamorado de la muerte y la destrucción, y Claudia era la recluta ingenua, fácilmente impresionable y a menudo manipulada. Claudia le describió un Roy arrogante a Lisa: un aviador delirante que una semana la acosaba con regalos, y a la siguiente se presentaba a una cita con tres mujeres adorables a la rastra. Un Roy que bajaba cazas enemigos en su honor pero que raras veces llamaba por adelantado para cancelar una cita.

–Hablando de una personalidad compleja –dijo Claudia–. Al principio yo no quería tener nada que ver con él, y lo evité lo más posible. Hasta se lo dije de frente. Pero... no funcionó... Roy Fokker era muy persistente. Pero lo que trato de decirte es que nuestras primeras impresiones pueden ser equivocadas. Roy y yo en realidad nunca hablamos o dijimos lo que realmente sentíamos el uno por el otro hasta que fue demasiado tarde... Y después se fue.

Lisa quedó desconcertada por un momento; después comprendió que Claudia no se refería a la muerte de Roy sino a su traslado al exterior durante la Guerra Civil Global.

Durante más de un año Claudia no tuvo noticias de Roy; pero finalmente los dos terminaron en Isla Macross poco después de que “La Visitante” se estrellara. Aún así fue algo áspero. Roy ahora tenía un nuevo amor: la robotecnología. Más específicamente, los cazas Veritech que estaban desarrollando los equipos de científicos del Dr. Lang.

–Él solía mirar esos aviones experimentales de la forma en que yo deseaba que me mirara a mí –explicó Claudia.

Ella había dejado sin abrir todos los regalos que Roy le había dado en los viejos tiempos y se los devolvió años después con la esperanza de que él le confesara lo que sentía. ¡Pero Roy simplemente se lo achacó al destino y le dijo con un encogimiento de hombros que no se podía ganarlas todas! Y fue Claudia quien terminó herida. En otra ocasión lo vio bailando y tonteando con tres mujeres en una forma que sugería que ellas lo conocían mucho más íntimamente que ella.

Pero finalmente, en una noche lluviosa muy parecida a esta noche, Roy reconoció su amor por ella. Él estaba tan obsesionado con volar y combatir como lo estaba con la muerte; estaba seguro de que iba a morir en un caza y sólo con Claudia podía hablar sobre sus miedos ocultos.

–Fue una gran revelación para mí comprender que debajo de toda esa valentía mecamorfa había un ser humano sensible, lleno de sueños y temores reales –dijo Claudia–. Muy en lo profundo yo ya lo sabía. Pero mira toda la felicidad que perdí con él sólo porque no pude decir lo que había en mi corazón. Yo sólo espero que tú no permitas que te pase lo mismo, Lisa.

Lisa terminó el último sorbo de vino, puso su vaso en la mesa y lo miró fijamente de forma ausente. Rick nunca hizo ni la mitad las cosas tontas que Roy había hecho; ella por lo menos tenía eso para estar agradecida. Pero de una forma u otra sus problemas con Rick eran aun más profundos que los de Claudia y Roy: Sus discusiones se centraban en temas como... competición y control... ¡y Minmei! Roy había salido de atrás de su máscara, pero Rick Hunter no usaba máscara.

La pelota permanecía en el campo de Lisa, y aun ahora, después de todas estas horas de vino y conversación honesta, ella todavía no sabía como jugarla.

 

Mientras Lisa visitaba el pasado de Claudia, Rick examinaba el suyo. Recordó su primera conversación con Lisa, cuando él la llamó “vieja amargada”, y su primer encuentro después de que él pasó vergüenza en una tienda de ropa interior. Después hubo discusiones innumerables, la mayoría de ellas por la red de comunicaciones relacionadas con el procedimiento y cosas así. Su captura e interrogación en la nave capitana de Breetai. Ese primer beso... La condecoración que siguió a su escape, las complejas contracorrientes que se desarrollaron después de que Lynn Kyle entrara en escena. La vez que Lisa lo visitó en el hospital después de que lo derribara sin querer. La muerte de Roy y cómo ella había tratado de consolarlo... La muerte de Ben en esa horrible tarde sobre Ontario... La batalla final que los reunió, la forma en que corrieron el uno hacia los brazos del otro después de que él se asentara cerca de la Base Alaska, pensando que eran los últimos sobrevivientes de su raza. Y los dos largos años de la Reconstrucción que siguieron a ese día fatal. Él y Lisa como un equipo: planeando, supervisando, reconstruyendo. Ella venía a su casa para una cena tardía a la noche o simplemente para pasar el tiempo y leer mientras él patrullaba en alguna parte –a menudo venía a limpiar el desastre que él siempre dejaba. Y ese día no muy lejano cuando se le presentó con una foto de ella para que la agregara a su álbum...

Por primera vez sintió que veía con claridad toda la progresión de su amistad. Y separada de sus varios entretelones –Minmei, Kyle, la guerra sin fin, la tristeza de la Reconstrucción–, su relación de pronto sobresalió como la más importante de su vida. ¡Otra cosa que sobresalió con igual claridad fue que él había sido un absoluto estúpido!

–¡¿Cómo pude ejecutar ese número poco convincente con Vanessa... sólo para herir a Lisa?! –se preguntó.

Comprendió que su terca negativa a creer que Lisa estaba enamorada de él estaba envuelta en los sueños de Minmei que él perpetuaba. Lisa representaba una amenaza para esos sueños, así como Minmei era una amenaza para los sueños de Lisa. Las palabras ásperas del alba eran clarísimas, y también lo eran los pensamientos de Rick. Saltó fuera de la cama sintiendo como si hubiera dormido durante un mes, recargado y revitalizado, con un propósito en mente –encontrar a Lisa.

Agarró un paraguas y corrió a través de la lluvia hasta su casa, pero ella no estaba ahí. Probó a ir a un lugar en el pueblo que ella frecuentaba; nadie la había visto. Telefoneó al cuartel general y el jefe de guardia de la SDF-2 le dijo que Lisa había salido hace horas... Eso dejaba sólo una posibilidad más.

Depositó otra ficha en el teléfono público y marcó los números lo más rápido que pudo.

 

–Estás bromeando –balbuceó Lisa cuando Claudia la informó que Rick estuvo al teléfono.

–Llamó desde el otro lado de la calle –Claudia sonrió, volviendo a colgar el auricular.

–Lo dices en serio.

–Puedes apostar que sí –Claudia recogió la foto de Fokker y la observó–. Ahora quiero tomarme un trago con este tipo. Así que no planees quedarte aquí con tu amigo.

Lisa de repente se agitó.

–¿Qué diré?

–¿Qué dirás? Si todavía no lo sabes, entonces nosotras desperdiciamos toda la tarde.

Enseguida Rick golpeó en la puerta y Claudia le dio otra caja de té a Lisa.

–Tu Príncipe Azul está aquí. Ahora vete y lleva esto contigo... es un pequeño rompehielos fenomenal.

Ellos caminaban en silencio hombro con hombro debajo del paraguas de Rick. Lisa persistía en un diálogo continuo consigo misma, y por lo que parecía, Rick también. Después de todo lo que habían pasado juntos, esta noche tenía toda la incomodidad de una primera cita. Algo que hasta ahora no se dijo había alterado la forma en que ellos se respondían el uno al otro.

–¿Eh, no vas a tener mucho frío, no es cierto? –le preguntó Rick.

–Oh, no... ¿y tú?

Rick sugirió que llamaran a un taxi, aunque había sólo unas cuadras hasta la casa de cualquiera de ellos –¿y esa era la idea general, no? Ella sonrió y dijo que le gustaba caminar.

Rick estuvo de acuerdo: Sí, caminar se sentía bien.

–Yo camino mucho por la noche –dijo Lisa.

–Eso es genial... es un ejercicio maravilloso.

Finalmente, cuando ella ya no pudo resistir la charla vacía, dijo:

–Rick. Tenemos que hablar.

Estaban en la esquina más cercana a la casa de él. Rick hizo una seña.

–Podríamos ir a mi casa, pero no tengo nada que ofrecerte... eh, vino o...

Ella sacó el paquete de té.

–Yo tengo lo necesario.

Rick sonrió.

–Eres una salvadora –le dijo.

Traducido por Laura Geuna
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