Saga Macross - Doomsday1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 Capitulo 9La transferencia de la fábrica satélite robotech al espacio terrestre fue otro de los milagros malignos que cayó sobre nosotros. Ciertamente Gloval y Breetai tenían sólo nuestros mejores intereses en mente, ¿pero no se les debió ocurrir que si los Amos Robotech habían podido rastrear la fortaleza dimensional de Zor hasta aquí, seguro podían hacer lo mismo con el satélite? Como Zor antes que él, Breetai pensó que le estaba haciendo un favor la Tierra... Esto hizo que su comentario (tras aparecer en el espacio terrestre con la fábrica) fuera doblemente irónico: Dr. Lazlo Zand, Así en la Tierra como en el infierno: Recuerdos de la Guerra Robotech. El Armagedón apareció con todos los colores en una pantalla ovalada del ministerio central de Tirol, una habitación orgánica como las que había en las fortalezas espaciales de los Amos, a la que unas columnas que podrían haber sido ligaduras vivientes y neuronas recubiertas le daban un aspecto catedralicio. Los representantes del Consejo de los Ancianos, los Amos Robotech, los Jóvenes Lores y los Científicos estaban presentes –los Ancianos y los Amos estaban en sus cápsulas de protocultura en invariables grupos de tres. Los Jóvenes Lores, un trío barbudo y calvo a pesar de su relativa juventud, eran los intermediarios entre los Amos y los clones del Imperio. El tres era sagrado, el tres era eterno, la trinidad irreligiosa regía lo que quedaba de la estructura social de Tirol –lo que quedaba de una raza hacía mucho tiempo decadente. Tal había sido la influencia de la flor invid tripartita, la Flor de la Vida... Uno de los Amos tomó la palabra: con la derrota de Reno a manos del traidor Breetai, sus esperanzas de recuperar la fortaleza de Zor se habían frustrado. –Yo pienso que el mejor plan es educar por completo otro tejido del tanque de suspensión para que cuando lleguemos a la Tierra parezca humano. Uno de los Científicos se arriesgó a hacer una pregunta y se acercó con arrogancia a la estación de los Amos, dejando a sus compañeros del Triunvirato para que trabajaran en los cálculos del espacio tiempo. –¿Qué lo hace pensar que este clon será diferente de los otros que se generaron y fallaron? –¡¿Mmm?! Un segundo Amo tomó el desafío y observó al Científico con disgusto. Era un clon de aspecto exótico, labios azulados y cabello escarlata. ¿Qué hemos logrado –se preguntó el Amo antes de contestar– al crear esta generación joven de seres melenudos vestidos con togas que caminan sobre una línea delgada entre la vida y muerte? –¡Qué insolencia! ¿Te has olvidado que esos esfuerzos previos se emprendieron sin la atención apropiada al proceso básico de generación de matriz? Este clon tendrá mucho tiempo para madurar, pero debemos empezar a programar el tejido de inmediato. De los catorce que permanecen en el tanque, uno asumirá, seguramente, toda la semejanza psíquica de Zor. –Una cosa más, Amo: ¿Por qué no revisamos las gráficas de la matriz en lo que queda de protocultura? Quizás un viaje de tal magnitud es innecesario. –Las gráficas se verificaron y se volvieron a verificar. Ni siquiera tenemos lo suficiente para hacer la transposición por el hiperespacio hasta el sistema de la Tierra. El miembro femenino del Triunvirato le dio la espalda a sus cálculos. –Entiendo, Amo. –¡Pues! Comenzaremos el viaje con la potencia reflex y confiaremos en el tejido celular matriz de los clones que quedan para completar nuestra misión. –Veinte largos años según su cuenta... ¿Y cuántos de nosotros sobrevivirán semejante viaje? –Si sólo tres de nosotros sobreviven, será suficiente. Esta es nuestra única oportunidad de recobrar el control de la protocultura. Uno de los Amos señaló la pantalla ovalada –una vista del espacio captada por su embarcación de vigilancia: los restos de los mecas y la basura que una vez fueron la flota de Reno. –Después de todo, miren lo que queda de su cultura; observen y estudien los remanentes de lo que una vez fue su gran armada. ¡Nosotros debemos tener esa matriz de protocultura! ¡Aun cuando tome veinte años y el último clon en vías de desarrollo de nuestro tanque! No tenemos alternativa más que proceder. Yo no puedo ver ninguna otra solución. ¡Pues! Si no hay nada más... Un miembro del Triunvirato de Ancianos habló a través de unos labios tan resquebrajados como la arcilla cocida, una cara tan arrugada como la historia misma. –El Consejo de los Ancianos está con ustedes. El portavoz central de los Amos inclinó su cabeza en una reverencia. –Nosotros reconocemos su sabiduría y apreciamos la generosidad de su apoyo, Anciano. Es por la lealtad hacia ustedes y a nuestros antepasados que hemos tomado esta decisión. –Nosotros entendemos la importancia de esta misión, no sólo para nuestra raza, sino para toda la vida inteligente del cuadrante. Un segundo Anciano dio sus bendiciones para el viaje. –Procedan con su plan, entonces; pero sepan que no puede haber margen para el error sin graves consecuencias. –El futuro de todas las culturas está en sus manos. Un viaje veinteñal a través del universo –pensaron los Amos al unísono. Veinte años para recobrar un premio que les robó un científico renegado. ¿Ellos iban a vencer? ¿No quedaba ningún zentraedi leal?... Sí, había. ¿Pero podría él tener éxito dónde tantos habían fallado? ¡Khyron! ¡Khyron era su última esperanza! Los equipos de humanos y zentraedis trabajaron largo y tendido para preparar la fábrica para un salto al hiperespacio. En menos de una semana salió de la transposición en la órbita lunar, parpadeando sin incidentes en el tiempo real; el cañonero de Breetai, su tripulación humana y zentraedi, y miles de guerreros convertidos estaban dentro de las entrañas del satélite. La principal preocupación del comandante había sido la remoción de la fábrica del reino de los Amos Robotech; el alcance de estos, sin embargo, iba a demostrar ser mayor de lo que hasta él había anticipado. El escuadrón Veritech, así como Lisa y Claudia, regresaron a Nueva Macross y en su lugar llegaron veintenas de los robotécnicos de Lang, quienes se dispersaron por la fábrica como niños en una cacería. Finalmente, transportaron al propio almirante Gloval hacia el nuevo satélite de la Tierra. Él viajó con sus dedos cruzados, bien consciente de que la fábrica era ahora la única esperanza de la Tierra contra un potencial ataque ulterior de los Amos Robotech. Claudia Grant era su escolta. El Dr. Lang y varios de sus técnicos estaban ahí para recibirlos. Se dejaron de lado las cortesías y llevaron a Gloval de inmediato hacia una de las líneas de ensamble automatizadas de la fábrica donde los aparatos extraterrestres –que Lang todavía entendía sólo a medias–, producían caparazones de Battlepods y cañones de artillería. Gloval se maravilló ante la vista de estas máquinas trabajando: se fabricaban pods como si fueran coberturas de chocolate. Pasaban en minutos de un tanque de sedimento básico de metales en bruto al producto terminado; los servos, los soldadores de arco, las prensas y los moldes hacían el trabajo de miles de hombres. Los pods sin pilotos, controlados por computadoras que hasta Lang se negaba a alterar, marchaban uno tras otro en filas sobre las cintas de transporte impulsadas, haciendo una pausa en cada estación de trabajo para sufrir otro milagro automatizado. Una voz zentraedi sintetizada hablaba todo el tiempo con los dispositivos, dirigiéndolos en sus tareas. Exedore la había sustituido con una traducción, la cual se estaba transmitiendo mientras Gloval permanecía de pie fascinado. –Preparen las unidades uno cincuenta y dos hasta la uno cincuenta y ocho para los ajustes de protorayo y los procesos de conexión láser. Las unidades uno cincuenta y nueve hasta la uno sesenta y cinco se dirigen hacia el equipo de codificación radio-criptográfico... –¿Pero qué significa? –Gloval le preguntó a Lang. El científico sacudió la cabeza y los ojos marmóreos penetraron en los de Gloval. –No lo sabemos, almirante. Pero no se deje engañar por lo que ve. Todo este complejo es apenas un fantasma de su antiguo ser... nada llega a concluirse –Lang hizo un gesto extensivo–. Sea lo que fuera que alimenta este lugar (y no veo ninguna razón para suponer que es distinto a lo que controla a la SDF-1) ha per-dido su potencia original. –La protocultura –dijo Gloval llanamente. Lang asintió con los labios apretados y apuntó hacia la línea de pods a medio acabar a lo largo de la banda transportadora. –Observe... Gloval estrechó los ojos, inseguro de lo que se suponía que tenía que mirar. Pero en breve lo que el doctor quiso decir se hizo obvio. –¡Advertencia! ¡Apagón! ¡Advertencia! ¡Avería!... –empezó a repetir la voz sintetizada. De repente uno de los pods quedó envuelto en una telaraña de energía eléctrica furiosa. Los servo-soldadores y los brazos agarraderas se removieron en el fuego y quedaron flácidos cuando el pod explotó en pedazos y las grandes máquinas se detuvieron lentamente. –El informe de estado está en camino –le dijo a Gloval uno de los técnicos de Lang. El almirante se frotó la barbilla y escondió una mirada de desilusión. Nadie habló por un momento, salvo por una voz humana desde los altoparlantes que llamaba al personal de mantenimiento al centro de procesamiento. Después Exedore llegó a la escena. Gloval no lo había visto desde la tarde que se discutió la misión del satélite por primera vez. –¿Cómo está, señor? –preguntó interesado Exedore, pero ya había adivinado la respuesta de Gloval. –No tan bien como yo esperaba –confesó Gloval–. ¿Cuándo podrán empezar a operar de nuevo? –Me temo que la situación es peor de lo que pensamos –como persona que nunca midió las palabras, Exedore agregó–. Podríamos quedar fuera de servicio permanentemente. –¿Está seguro? El consejero zentraedi asintió secamente. –¡Pero nuestra defensa depende del funcionamiento continuado! –Claudia quedó boquiabierta. Gloval apretó las manos detrás de su espalda, negándose a aceptar el pronóstico. –Continúe –le dijo a Exedore–. Haga lo que pueda para conseguir que las cosas funcionen de nuevo. Haga algo... ¡cualquier cosa!
–Líder del escuadrón Veritech –dijo la voz femenina en la de la red de comunicación de Rick–. Tenemos una perturbación en la ciudad de Nueva Detroit. ¿Puede responder? Rick accedió al mapa pertinente mientras seguía en la red. –Entendido, control –clavó la vista en el monitor: su equipo estaba sobre la punta sur del lago Michigan, cerca de lo que una vez fue la ciudad de Chicago–. Estamos aproximadamente a unos tres minutos de llegada de la ciudad de Nueva Detroit. ¿Qué pasa? –Trabajadores zentraedis han irrumpido en el Fuerte Breetai. Tomaron la cámara de conversión y están intentando sacarla de la ciudad. Rick rechinó sus dientes y exhaló bruscamente. –Escuchen –le dijo a sus escoltas–. Estamos en alerta. Enciendan sus toberas y síganme. Nueva Detroit estaba erigida alrededor de un buque de guerra zentraedi que se había estrellado allí durante el ataque apocalíptico de Dolza; su casco de un kilómetro y medio de alto todavía dominaba la ciudad y los eriales llenos de cráteres lo rodeaban como una torre inclinada de malicia. La población de la ciudad era en su mayoría zentraedi, muchos micronizados por orden del Nuevo Consejo, y centenares más que eran obreros en su tamaño original en las acerías cercanas. Además había un contingente regular de fuerzas de defensa civil estacionadas ahí para vigilar una cámara de conversión que habían sacado de la nave abandonada, pero que todavía había que transportar a Nueva Macross, donde estaban guardadas unas similares. Rick divisó la cámara en su primera pasada sobre el fuerte de alta tecnología. Una hilera de vehículos corría sobre el terraplén que llevaba hacia las bodegas de almacenamiento subterráneo. Los informes actualizados que dio el control indicaban que por lo menos doce humanos y tres gigantes zentraedis habían muerto adentro. Un poderoso remolcador con neumáticos parecidos a rodillos inmensos arrastraba el artefacto azul claro de nariz cónica que habían puesto en una plataforma enorme; dos extraterrestres micronizados iban en los asientos del chofer y tres más arriba, junto con tres gigantes de uniforme azul, dos de los cuales intentaban estabilizar la cámara atada a las apuradas y enredada. Detrás de la plataforma había dos enormes transportes más de ocho ruedas, cada uno de ellos llevando malcontentos armados con cañones automáticos. Rick los vio disparar hacia los puestos de centinela láser. Al nivel de la calle, desplazaban sus cañones sobre todo lo que se movía, haciendo correr a trabajadores y peatones por igual. –Ahora estamos sobre la perturbación –informó Rick–. Ala izquierda, espera hasta que ellos hayan alcanzado las afueras, después entra bajo y dales una advertencia. Los renegados zentraedis vieron los Veritechs y abrieron fuego con disparos indiscriminados cuando los cazas cayeron desde el cielo. Rick y su escuadrón hicieron un rizo para esquivar las balas de los cañones automáticos, y dispararon sus gatlings mientras rompían la formación. Este es el fin de las tácticas de intimidación –pensó Rick; el Skull Uno volaba invertido y bajo sobre el paisaje retorcido fuera de los límites de la ciudad. –¡Ala izquierda, elimina a uno de los gigantes de la primera unidad de inmediato! Rick completó su rizo mientras su escolta se abría, reconfigurando el Veritech a modo Guardián y arremetiendo contra la caravana. Los zentraedis soltaban disparos continuos, pero Rick pudo discernir las primeras etapas de pánico en su vuelo. Ahí la carretera estaba llena de curvas y contracurvas, y el conversor había vuelto peligrosamente inestable a la plataforma. El extraterrestre armado de la plataforma soltó un último tiro antes de que el escolta de Rick, ahora en modo Battloid, lo sacara del vehículo. El camino también estaba demostrando ser demasiado para los chóferes; Rick vio que el vehículo hacia chillar las ruedas en un giro en S cerrado, dejaba el camino manteniéndose en el curso de una loma elevada, y después retomaba el pavimento donde los cómplices micronizados del gigante decidieron arrojar la toalla. Mientras tanto, el resto del grupo Veritech había reconfigurado a modo Battloid y se asentó delante del convoy detenido. Rick completó su descenso e hizo avanzar corriendo a su meca con la ametralladora empuñada en la mano derecha metálica y apuntando contra los gigantes de la plataforma. Un zentraedi estaba muerto en el camino. Los otros empezaron a bajar sus armas cuando Rick habló. –¡No se muevan o serán destruidos! –exclamó por los parlantes externos. Los Battloids se detuvieron y se separaron–. Es inútil resistirse. Están completamente rodeados. Deben entender que lo que hicieron es una conducta inaceptable según las normas humanas y que serán castigados. Rick hizo caminar hacia delante a su meca. –Ahora, devolveremos la cámara de protocultura al fuerte.
A cuatrocientos ochenta kilómetros al nordeste de Nueva Detroit
una manta espesa de nieve recientemente caída cubrió el
terreno que asoló la guerra. La nave de Khyron había aterrizado
aquí después de haber agotado casi todas las reservas
de protocultura que impulsaban sus motores reflex para librarse del
asimiento glacial de Alaska. Khyron había seguido el rastro de tales naves a través de los eriales norteños para salvar lo que podía en lo que se refería a armas y comestibles, y se maravilló por la resistencia de la Flor de la Vida invid, que se sembró y floreció cuando se desintegró la protocultura de las toberas de la nave. En el centro de mando de su nave, recibió la noticia de que su plan para robar el conversor de tamaño había fallado. –¡Idiota! –Khyron le dijo a su segundo, Grel, que estaba parado en una postura tensa ante el Traicionero. Azonia estaba sentada en la silla de mando con las piernas cruzadas y una mirada macabra en su rostro–. ¡Tu débil plan nos ha fallado otra vez! Grel frunció el entrecejo. –Lo siento, señor, pero nuestros agentes no eliminaron el centro de comunicaciones y los Veritechs... –¡Suficiente! –lo interrumpió Khyron, levantando su puño–. ¡Nuestros soldados ni siquiera pudieron defenderse! –Pero señor, si usted sólo hubiera escuchado a... –empezó a decir Grel, y se arrepintió enseguida. El plan había sido de Azonia, no de él; pero había pocas oportunidades de que Khyron la culpara a ella –no ahora que se había forjado una relación especial... Y menos desde que su comandante había empezado a usar las hojas secas invids otra vez. Como si eso no fuera suficiente, todas las tropas vieron aparecer el satélite robotech en los cielos de la Tierra, y eso sólo significaba una cosa: ¡De algún modo los micronianos habían derrotado a Reno! –¡Cállate, Grel! –le ladró Azonia–. ¡Bajo tu dirección es imposible que ellos pudieran tener éxito! –Bien, yo no diría exactamente... –No interrumpas –continuó ella, cruzando los brazos y dándole la espalda. Khyron también se burló de él con una risa corta y Grel sintió que la furia subía dentro de él a pesar de sus mejores esfuerzos para mantener sus emociones a raya. Ya era bastante malo que él y las tropas se vieran obligados a vivir estos últimos dos años con una hembra entre medio, pero ahora ser humillado así... –No tendrías que haber tenido ningún problema en capturar la cámara de conversión –estaba diciendo Azonia cuando él por fin explotó; el asesinato estaba en sus ojos cuando se inclinó hacia ella. –Puede que todo esto parezca que es mi culpa, pero la verdad es que tú... –¡Basta! –gritó Azonia, poniéndose de pie casi histérica–. ¡No quiero escuchar ninguna excusa de ti! Khyron se puso entre ellos, más enfadado y más gritón que los dos combinados. –¡Deja de discutir, Azonia! Y Grel, quiero que escuches, ¡¿me entiendes?! ¡No tengo que decirte que con la aparición de esas señales de satélite, la última esperanza para los Amos yace en nosotros! –Señor, estoy escuchando –dijo Grel, cansado y rendido. Khyron, al que se le estaba acumulando saliva en los bordes de su sonrisa maniática, movió un puño frente a la cara de Grel. –Excelente... porque mi reputación está en juego y necesito esa cámara de conversión para salvar el honor, y si yo no la consigo... ¡Yo no tendré piedad de ti! ¡Ahora, sal de aquí! Grel se puso tieso y después empezó a escabullirse como un perro apaleado. Cuando dejó el cuarto, Azonia se puso al lado de Khyron, presionándose sugestivamente contra él; su voz era moderada y juguetona. –Dime con confianza, Khyron, ¿realmente piensas que él puede manejarlo? –Por su bien, espero que sí –dijo Khyron a través de los dientes apretados, aparentemente sin darse cuenta de la cercanía de Azonia hasta que ella se arriesgó a poner una mano en su hombro. –Tú sabes como manejar a tus tropas, Khyron –le ronroneó en la oreja. La empujó con la fuerza apenas suficiente para sugerir su seriedad, sin querer enfrentar la mirada herida que él estaba seguro de encontrar en el rostro de ella. No tenía sentido negar la atracción desconcertante que él había llegado a sentir por ella en su exilio compartido... estos nuevos placeres de la carne que ellos habían descubierto; pero ella tenía que entender que había un tiempo y un lugar para tales cosas, y que la guerra y la victoria todavía estaban primeras –¡qué siempre estarían primeras! Ningún otro zentraedi tenía más derecho a estos regalos sensuales que él, pero sus tropas merecían más que un comandante que estaba menos comprometido con ellos de lo que ellos lo estaban con él. Él había prometido devolver a los desertores a su tamaño original, y tenía la intención de hacerlo... con o sin Grel. Y, si hablamos claro, con o sin Azonia. –Ahora, escucha –le confió–. Hay algo que no le puedo decir a Grel pero que voy a decírtelo a ti... Yo mismo voy a ir tras esa cámara de conversión... no puedo contar con él para que lo haga. Quiero que tú te quedes aquí y tomes el mando mientras no estoy. Se dio vuelta y se alejó de ella sin otra palabra, sin darse cuenta de la sonrisa que había aparecido en el rostro de ella. Azonia saboreó el pensamiento de comandar a las tropas de Khyron en su ausencia. –Esto está empezando a ponerse bueno –dijo en voz alta después de un momento. Traducido por Laura Geuna |