Saga Macross - Doomsday

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Capitulo 5

[La junta de exploración terrestre-zentraedi de la SDF-1] fue la única ocasión en que Breetai se permitió sufrir el proceso de micronización [previa a la misión expedicionaria a Tirol de la SDF-3]. En cuanto se hizo obvio que el botín de Zor [es decir, la matriz de protocultura] tendía a perma-necer escondida durante algún tiempo más, Breetai de inmediato hizo que lo volvieran a su estatura normal. Él tenía menos curiosidad por las costum-bres micronianas que Exedore; ni compartía esa misma fascinación por Minmei que fue responsable de tantas otras desviaciones del camino de los zen-traedis. A Breetai le gustaba que levantaran la vista para mirarlo...

Rawlins, El triunvirato zentraedi: Dolza, Breetai, Khyron.

La niebla del suelo se extendía como copos de azúcar sobre el lago Gloval y se arremolinaba por las calles madrugadoras de Nueva Macross como fantasmas de otoño. En la sombra de la gigantesca fortaleza dimensional –que parecía un tecno-Neptuno protector–, un cohete de tres motores agregó su humo del LOX a la neblina. Un trasbordador de la RDF (el mismo que hace dos años había llevado a Lisa Hayes desde la SDF-1 a la Base Alaska) estaba unido al grupo principal de propulsores del cohete.

En otra parte del campo, nueve Veritechs también estaban metidos en estado de prevuelo. Cada nave estaba equipada con cápsulas de refuerzo para el espacio y ubicada encima de los transportes individuales de escudos de descarga.

El Shiva estaba totalmente listo para el lanzamiento; ya se habían retirado las plataformas y los vehículos de asistencia, y el sonido de las sirenas de conteo le dieron una espantosa banda de sonido a la escena.

En la torre de control, los técnicos ejecutaron revisiones cruciales de último minuto en los sistemas de propulsión y de guía del trasbordador. Las lecturas brillaban en miríadas de pantallas, demasiado rápidas para que los ojos inexpertos las entendieran, y dos docenas de voces hablaban al mismo tiempo, pero nunca se confundían. La robotecnología había simplificado substancialmente las cosas desde los primeros días de viaje espacial, pero ciertas tradiciones y rutinas se habían mantenido.

–Se recibieron los cálculos para las fluctuaciones orbitales –dijo un tripulante del trasbordador a través del enlace de comunicación–. Tenemos el curso y la señal, control.

–Escolta del trasbordador –un controlador masculino se dirigió hacia uno de los Veritechs–, estamos a T menos cincuenta y contando. Su despegue es en T tres.

Una técnica estaba indagando a un segundo piloto Veritech.

–Escolta V-cero-uno-uno-dos, ¿cuál es su estado de seguimiento gravitatorio? Por favor clarifique.

–Control de torre –respondió el piloto–. Ah, lamento eso. Un pequeño desliz con la tecla de guía, si sabe a lo que me refiero...

–Tenga cuidado la próxima vez, señor –lo riñó la técnica.

En el campo, Max y Miriya, ceñidos en sus respectivos Veritechs azul y rojo, pasaron por las últimas revisiones de los sistemas. Max le mostró los pulgares a su esposa desde la cabina mientras bajaba el visor oscuro de su casco.
A través de los altoparlantes del campo se estaban transmitiendo las advertencias de evacuación.

–Todos los vehículos de apoyo de tierra evacuen el área de lanzamiento de inmediato... Todos los Veritechs completen las revisiones finales de los sistemas... tenemos luz verde para el despegue. Repito... tenemos luz verde para el despegue... comienza la cuenta regresiva... T menos treinta segundos...

En el Skull Uno, Rick inspeccionó el campo mientras las enormes grúas hidráulicas del transporte levantaban al Veritech hasta un ángulo de lanzamiento de setenta y dos grados. A la vez, un espeso escudo de descarga se ubicó en posición detrás de los cohetes de popa del Veritech. Una ola de nostalgia lo dominó al pensar en la importancia de la misión, una curiosa sensación de nostalgia por el espacio. Comprendió de repente lo desilusionado que se habría sentido si el almirante lo dejaba fuera de esta...

–Van a encontrarse con la nave capitana zentraedi –había explicado Gloval en la sesión de información–. Sólo en ese momento recibirán sus últimas instrucciones. Puse al comandante Breetai a cargo de esta misión por razones que después se les aclararán.

Rick echó una mirada sobre su hombro al Shiva y al trasbordador que estaba montado sobre su casco brillante. Concluyó que era sorprendente: partir para encontrarse con Breetai, el zentraedi que una vez había destrozado su Veritech Vermilion parte por parte. Se preguntó si Lisa recordaba aquella vez, aquel beso...

–Trasbordador a control de torre... todos los sistemas en línea y esperando la luz verde.

–Entendido, trasbordador –el controlador le transmitió por radio a la tripulación–. En espera...

Dentro del trasbordador, Lisa se inclinó hacia la tronera de blindex más cercana a su asiento. No era una maniobra fácil, pero esperaba poder ver el despegue de Rick. Uno por uno los Veritechs se estaban movilizando... el de Max, el de Miriya... el de Rick... Ella se alejó de la vista y suspiró, lo bastante alto como para que Claudia y Exedore la oyeran y preguntaran si ella estaba bien. Lo que arrastraba a sus pensamientos era una extraña mezcla de emociones: los recuerdos del tiempo que había pasado en la nave de Breetai y los recientes eventos que seguían confundiendo sus sentimientos. De alguna manera este retorno a las estrellas era más un asueto que una misión.

–Escolta del trasbordador, lanzamiento a la señal cero... ¡ahora!

Los Veritechs despegaron y el sonido de sus fogonazos fue como una descarga de truenos que hizo eco alrededor del lago. Después, con un rugido más continuo, el Shiva se elevó de su sitio, una ardiente estrella matutina en los cielos nublados de Nueva Macross.

 

La nave de Breetai, antigua Némesis y posterior aliada de la SDF-1, estaba esperando en el punto Lagrange dentro de la órbita lunar. La nave de más de diez kilómetros de longitud, blindada y llena de armas como un leviatán de pesadilla, nunca se había asentado en la Tierra. Pero los equipos de robotécnicos de Lang, que trabajaban codo a codo con los gigantes zentraedis, reacondicionaron la nave para que albergara tripulaciones humanas. Se incorporaron ascensores y esclusas de aire al casco, se dividieron las bodegas en cuartos y espacios de trabajo de tamaño humano, se instalaron andadores automatizados y la bodega de astrostática ahora contenía las consolas de control y las últimas innovaciones de los laboratorios de proyecto-desarrollo de Lang. Todo esto había sido un juego de niños para los técnicos de la Tierra –muchos de los mismos hombres y mujeres que habían supervisado la conversión original de la SDF-1, que después fabricaron una ciudad para 60,000 dentro de la propia fortaleza, y que actualmente estaban involucrados en la construcción de la SDF-2–, pero sacudió a los zentraedis (quienes no entendían nada de la robotecnología que los Amos les dejaron) como si fuera casi un milagro.

Ahora, mientras el trasbordador que llevaba a Exedore, a Lisa y a Claudia entraba a una de las bahías de atraque de la nave capitana, los nueve Veritechs bajo el mando de Rick reconfiguraron a modo Guardián y se asentaron en formación sobre un ascensor externo. En la bahía una voz humana anunció en inglés la llegada del trasbordador.
–Todo el personal de las zonas de atraque D-veinticuatro y D-veinticinco, atención: trasbordador microniano comienza en este momento los procedimientos finales de atraque en la bahía de desembarco superior.

El uso del término “microniano” ya no se consideraba peyorativo, a pesar de su origen; simplemente había llegado a significar “de tamaño humano”, como opuesto a “como microbio”. Por eso Lisa y Claudia no se intimidaron; ni lo hizo Rick cuando un soldado zentraedi le dio la bienvenida a bordo de igual forma a los Veritechs.

El soldado zentraedi medía sus buenos dieciocho metros de alto, pero el hecho de que usaba armadura y un casco sugería que podía ser de la clase inferior de guerreros, incapaz de resistir los peligros del vacío del espacio a menos que estuviera propiamente equipado.

–Ah, gracias –le dijo Rick a través de la red de comunicaciones–. Es bueno estar aquí.

El soldado le mostró una amplia sonrisa y los pulgares.

–Si estás listo, bajémosla –agregó Rick.

El gigante mostró con orgullo un dispositivo en su mano enguantada. Tecleó un código simple y el ascensor empezó a bajar hacia el interior de la nave.

En otra parte, Lisa, Claudia y Exedore salieron de la puerta circular del trasbordador y descendieron la escalera hasta el suelo de la bodega. Breetai los esperaba ahí; su uniforme azul y la túnica marrón parecían nuevos.

–Mis amigos micronianos... bienvenidos –su voz retumbó.

Lisa levantó la vista hacia él, que estaba parado con los brazos en jarras, y sonrió. Estos últimos dos años habían obrado una magia sutil en el comandante. Era bien sabido que él se negaba a micronizarse, pero el simple trabajo con los humanos había sido suficiente para cambiarlo un poco; lo había ablandado, pensó Lisa. La placa brillante que cubría un lado de su cara ahora parecía más un adorno que otra cosa.

Entretanto, Exedore había dado un paso adelante y había ofrecido un firme saludo humano.

–Saludos y parabienes, su excelencia. Estamos a su disposición.

Breetai se inclinó; una mirada de afecto contorsionó su cara.

–Es bueno verte, Exedore... Es agradable tenerte de vuelta en la nave.

Exedore también debió haber notado el cambio, porque pareció auténticamente conmovido.

–Bueno, ah, gracias, señor –tartamudeó.

Breetai se volvió hacia Claudia y Lisa; sus rostros demostraron una leve diversión.

–Y especialmente deseo extender una bienvenida a ustedes –les dijo, e hizo un gesto galante con su mano–. Estoy profundamente honrado de tenerlas bajo mi mando.

Lisa, versada en el protocolo zentraedi, contestó.

–Es un gran honor, señor, tener esta oportunidad.

Breetai se arrodilló para agradecerle.

–Como usted sabe, mi gente no está acostumbrada al contacto con una belleza como la de ustedes –dijo de forma halagadora–. Así que no se ofendan por cualquier reacción extraña que puedan encontrar.

Lisa y Claudia se miraron entre sí y se rieron abiertamente mientras Breetai se volvía a poner de pie.

–Ahora bien... si me lo permiten, las llevaré a sus habitaciones.

 

En el espacio del hangar debajo del elevador de atraque, Max estaba de pie bajo el Guardián escarlata de Miriya y gritó hacia la carlinga abierta de la cabina.

–De acuerdo, eso es –le hizo una seña con la mano–. Ahora baja la cápsula de la cuna.

Miriya activó el dispositivo recientemente instalado en su Veritech.

–Ahí va –le dijo.

Unos servomotores gimieron y una cápsula cilíndrica púrpura –que podría haber pasado como una bomba de fines de siglo– empezó a bajar del asiento trasero, montada sobre un eje extensible por debajo de las piernas del caza.

Una entrega robotech –pensó Max cuando se acercó a la cápsula. Se puso a trabajar para desatar los seguros y en un minuto la nariz curva de la cápsula se abrió. Max se asomó dentro del interior muy acolchonado y sonrió.

–Listo... –se estiró y puso a Dana en sus brazos, una diminuta astronauta inquieta de casco blanco con visor oscuro y traje rosa y blanco que le quedaba como los del Dr. Dentons. Dana hizo gorgoritos y Max la abrazó.

Miriya lo vio caminar debajo el Veritech con Dana acunada en sus brazos. Max ayudó a Dana a saludar; Miriya sonrió y sintió que su corazón se saltaba un latido.

 

Breetai iba y venía con ansiedad en la burbuja de la cubierta de observación. Los técnicos terrestres también habían efectuado cambios aquí. Habían desmantelado el escudo de la burbuja y en su lugar instalaron una pasarela semicircular para trabajo abierto; las consolas de tamaño humano ocupaban una plataforma del en el centro del arco. Además, la pantalla del monitor redondo a través de cual Max Sterling había pilotado un Veritech una vez, estaba de nuevo en una sola pieza.

–¿Alguna fluctuación de la fábrica satélite? –preguntó Breetai en uno de los micrófonos con forma de binocular.

–Negativo –contestó una voz sintetizada–. Se mantiene la estabilidad solar.

–Notifícame de inmediato cualquier cambio –ordenó.

–Sí, señor –respondió la computadora.

Breetai se sentó en la silla de mando y tamborileó los dedos.

–Piensa, Breetai... piensa en un plan –dijo en voz alta, exigiéndose a sí mismo como lo hacia con sus tropas–. Si podemos convencer a Reno de que tenemos la protocultura, tendremos pocas dificultades para asegurarnos de su completa cooperación... De otra forma, vamos a tener una buena lucha en nuestras manos. Nuestras fuerzas estarán muy superadas en número.

Claudia le dio la espalda a su estación de consola y monitor en la pasarela.

–Pero nosotros no poseemos nada de protocultura –ella creyó correcto recordárselo; el micrófono de la consola le llevó sus palabras al comandante. Aquí se aclaró la garganta y sus ojos se abrieron mucho por un momento–. ¿Cómo haremos para convencerlo de que sí... eehh... asumiendo que tengamos la oportunidad?

Breetai sonrió abiertamente.

–Tendremos nuestra oportunidad –aseguró–. Pero por ahora, entrar al hiperespacio es nuestra preocupación inmediata, ¿no cree?

Claudia intercambió miradas con Lisa, sentada en la estación adyacente. Ahora era obvio que las meditaciones de Breetai en realidad no iban dirigidas a sus oídos en absoluto. Cualquiera sea el plan, posiblemente ellos serían los últimos en saberlo.

 

Max y Rick estaban juntos en uno de los andadores móviles, maravillándose de los cambios que había sufrido la nave y disfrutando de recuerdos que el tiempo había hecho menos duros.

–¿Eh, recuerdas la última vez que estuvimos en esta nave? –preguntó Max.

–¡Ja! Ser un prisionero no fue muy divertido, ¿no es cierto? –dijo Rick, vengándose de la pregunta evidentemente retórica de su amigo–. Claro que estoy contento de que las cosas hayan cambiado. ¡Nunca más quiero ver a Breetai del otro lado de un cañón automático!

–Sí, después de servir bajo el almirante Gloval, será interesante ver cómo es su ex-enemigo.

–Sólo desearía que supiéramos más sobre esta misión.

–Gloval me pidió que trajera a toda mi familia y dejó las cosas así.

Rick agitó perplejo su cabeza.

–¿Por qué diablos el viejo querría que trajeras a Dana?

Max se encogió de hombros.

–No lo sé, Rick, pero quiero que entiendas algo: yo no la pondré en peligro, misión o no.

–Yo no te lo permitiré –le contestó, mirándolo de frente.

–Todas las polaridades dentro de los hornos reflex se han estabilizado, comandante –Claudia le dijo a Breetai desde su estación.

Una confusa serie de datos se desplazó por las pantallas del monitor, una mezcla de inglés, ideogramas zentraedis y la recientemente inventada equivalencia –caracteres de trascripción– de la fonética zentraedi.

Un técnico zentraedi le informó a Claudia que los cómputos de la transposición estaban completos, y ella le transmitió a Breetai que todos los sistemas estaban en verde.

–Podemos transponer cuando usted quiera, señor.

Él le agradeció y después levantó su voz hasta un rugido.

–¡Comiencen la operación de transposición de inmediato!

Cuando los generadores de transposición se encendieron, la protocultura comenzó su funcionamiento mágico en el entretejido del mundo real, invocando desde dimensiones desconocidas una energía radiante que empezó a formarse alrededor de la nave como un aura amorfa iridiscente, aparentemente envolviéndola por completo. La enorme nave se lanzó hacia una amplia pileta de luz blanca; después sólo desapareció de su punto Lagrange y por un breve momento dejó detrás los remansos globulares y las masas animadas de luz suave, momentos perdidos en el tiempo de alguna otra parte.

Traducido por Laura Geuna
www.robotech.org.ar

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