Saga Macross - Doomsday

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Capitulo 7

Sus científicos terrestres son un grupo imaginativo: toda esta charla sobre el viaje en el tiempo, la relatividad, mirar a través de un telescopio y poder ver la espalda de tu propia cabeza... supongo que todo eso lucía bien en el papel.

Exedore, como se cita en Entrevistas, de Lapstein.

Al salir de la transposición por el hiperespacio una vez más, la nave capitana de Breetai se materializó al tiempo real a centenares de pársecs de la Tierra.

Si la imagen de la nave de vigilancia robotech había intimidado a Lisa, la forma y la apariencia de la fábrica satélite automatizada la aturdieron por completo. Tenía la misma apariencia vegetal que la embarcación menor, las mismas circunvoluciones externas, la armadura celular y el aspecto incomprensible, pero todas las similitudes acababan ahí. El satélite era enorme, casi orgánicamente rosáceo a la luz de las estrellas, formado casi como el cerebro de un primate, con por lo menos media docena de réplicas de sí mismo unidas a la sección media de la fábrica por medio de tubos de transporte rígidos con forma de ramas. En órbita alrededor de él había centenares de naves zentraedis: cañoneros, mecas de batalla y reconocedores Cyclops.

–Mis estimados colegas –anunció Breetai cuando un primer plano de la fábrica apareció en el campo del rayo proyector–, hemos llegado.

Lisa, Claudia y Exedore levantaron la vista de sus estaciones de trabajo.

–¡Es increíble! –Claudia exclamó sin aliento.

Lisa hizo un sonido de asombro.

–Cualquiera sea el poder que creó eso, debe estar a años luz por delante de nosotros –dijo suavemente, recordando su primer vistazo al centro de mando de Dolza y la nave de vigilancia que habían dejado atrás hace sólo unas horas–. Todavía es difícil de creer que existan tales cosas en nuestro universo.

–Bien, todo lo que puedo decir es que es mejor que lo crea, comandante –dijo Max Sterling desde el monitor de Lisa; su imagen con casco llenaba la pantalla. Los Veritechs de Max y Miriya estaban en posición en el elevador de la bahía de atraque, preparándose para el lanzamiento.

–Max, recuerda –Lisa siguió por la red de comunicación–, debes convencer a Reno de que poseemos la protocultura.

–Correcto, capitana –saludó y se desconectó.

–Exedore –dijo Breetai detrás de Lisa–. Convoca al comandante Hunter de inmediato al puente.

Lisa giró en su asiento para enfrentar al comandante mientras Exedore llevaba a cabo la orden.

–¿Qué tiene en mente, comandante? –le preguntó.

Breetai mostró una sonrisa pícara.

–Debo disculparme por no haberla informado antes, pero por supuesto usted es conciente de que se van a necesitar tácticas de distracción para que nuestro plan tenga éxito.

–Apoyo la táctica –dijo con cautela–. Pero pensé que habíamos acordado transmitir la voz de Minmei.

–Correcto –respondió él, volviéndose de repente hacia Exedore–. Sin embargo, hemos inventado una pequeña modificación.

A Lisa no le gustaba como sonaba eso, sobre todo cuando vio que Exedore devolvía la sonrisa del comandante y agregaba:

–Su excelencia, ese fue su plan desde el principio, ¿no es cierto?

Breetai soltó una risa corta. Estaba complacido de ver que su consejero no había cambiado en absoluto a causa de las costumbres micronianas; Exedore todavía se negaba a tomar el crédito por un plan, incluso cuando sus inspiraciones lo habían guiado.

–Tu modestia iguala tu inteligencia –le dijo Breetai. Después se volvió de nuevo hacia Lisa–. Capitana, hemos decidido que el beso sería un contraataque más eficaz. ¿No está de acuerdo?

Los ojos de Lisa se agrandaron y se desenfocaron; ella empezó a caer hacia su silla y su estómago se hizo nudos.

–Em... supongo... –logró decir.

–Estoy seguro de que usted recuerda el efecto insólito que se produjo cuando usted y el comandante Hunter unieron los labios –estaba diciendo Breetai.

Claudia entretanto había dejado su estación y se dirigía hacia Lisa, ya con una sonrisa furtiva formada.

–Liisaaa... –dijo festivamente, poniendo su mano en el hombro de su amiga–. ¡Vamos, capitana! ¿No ves que es un plan brillante? Nada de que preocuparse.

Lisa miraba perpleja el monitor.

¿Plan? –se preguntó. Sí, ¿pero de qué plan estaban hablando todos ellos? ¿El que iban a utilizar para engañar al zentraedi Reno, o de repente estos eventos galácticos eran menos importantes que una conspiración universal destinada a reunirlos a ella y a Rick?

–Lord Breetai –anunció una voz zentraedi–. Transmisión del comandante Reno. ¿La conecto, señor?

Breetai se levantó de la silla de mando.

–Sí. Y usa el traductor para que nuestros amigos puedan entenderlo.

La cara y los hombros de Reno tomaron forma en el campo del rayo proyector. Reno era un varón moreno con ojos grandes, cejas tupidas y oscuras, y mandíbula cuadrada; llevaba un uniforme azul con franjas rojas y una túnica de mando verde. Abrió la conversación con formalidades, aunque tanto su voz como su posición sugerían cautela.

–Bienvenido –le dijo a Breetai; la traducción inglesa salió sincronizada con los movimientos de sus labios–. Ha pasado mucho tiempo, comandante.

–Cierto –dijo Breetai rotundamente. No se habían visto desde que ese día fatal hace tiempo cuando mataron a Zor; cuando Dolza le pidió a Reno que devolviera el cuerpo del científico a los Amos; cuando zentraedis e invids lucharon a muerte... Breetai inconscientemente acarició la placa facial que ocultaba las cicatrices de aquellos tiempos menos confusos...

–¿Vienes como amigo o enemigo?

–Hemos recuperado la matriz de protocultura de la fortaleza dimensional de Zor, Reno. Nuestros poderes son ilimitados. He venido a exigir que me entregues el satélite. Únete a mí y mi amistad es tuya. Oponte a mí y perece.

–¿Así que has robado la ciencia de Zor, no es cierto? –resopló Reno–. Y por supuesto, tú y tus nuevos compañeros de juegos micronianos planean mantenerla alejada de los Amos... ¿Alguna otra anécdota entretenida que desees intentar relatar, Breetai?

El comandante sonrió a propósito.

–De hecho, yo sí tengo algo más que tú podrías disfrutar... debe estar por llegar en cualquier momento.

–Intentaré contener mi excitación ilimitada –respondió Reno con sarcasmo.

Justo en ese momento Rick llegó al puente. Saludó a Breetai desde el andador curvo.

–Justo a tiempo –dijo satisfecho el comandante. Giró hacia Reno y emitió su ultimátum–. Esta es tu última oportunidad de cumplir.

–¡Ridículo! –empezó a decir Reno–. El simple hecho de que tú hayas rechazado las costumbres de los Amos Robotech indica...

Pero su rayo proyector se había enfocado en Lisa y Rick, que estaban parados juntos en el andador. Las cejas espesas de Reno se elevaron.

–¡¿Qué?! ¡¿Una hembra hablando con un macho?!

El único ojo de Breetai chispeó.

–Sí, así es, comandante. Y ahora... –dijo como un maestro de ceremonias–, si miras más de cerca, presenciarás la extraña y gloriosa libertad que viene de la protocultura.

En el ínterin Rick quedó perplejo y le lanzó miradas desconcertadas a Breetai y a la imagen de Reno del rayo proyector. Se volvió con desesperación hacia Lisa y susurró.

–¿Qué carajo está pasando?

–Está todo bien –dijo Lisa con ternura.

Rick se puso tenso. ¡Si Lisa le decía que todo estaba bien, él estaba muy preocupado!

 

–Max –dijo Miriya por la red táctica después de escucharlo reír–, ¿hay alguna oportunidad de que Rick no esté de acuerdo con el cambio en las tácticas de distracción?

Sus Veritechs iban ala a ala en el espacio; se acercaban con rapidez a la nave de mando de Reno y los propulsores brillaban azules en la noche eterna. La red de comunicaciones estaba transmitiendo el drama que había en el puente.

–Creo que no me va a gustar esto para nada –estaba refunfuñando Rick.

Max sonrió abiertamente.

–No te preocupes por él, Miriya. Recuerda: Rick Hunter es un profesional.

Ella, por supuesto, no entendió el humor. Miriya ahora reconoció la voz de Lisa.

–¡Sí, señor, yo digo que es una orden!

–Es su trabajo acatar las órdenes –comentó Max.

Él lo dice tan en serio –pensó Miriya. Quizás había otro aspecto sobre besar que ella no conocía... algún método estratégico que Max todavía tenía que enseñarle. Como madre, estaba algo alarmada; pero como guerrera y as luchadora estaba francamente enfurecida. Esta era, después de todo, una misión peligrosa en la que estaban volando. Tal vez no hubiera otra oportunidad...

–¿Crees que tendremos alguna vez la oportunidad de volver a unir los labios, Max?

Max observó su imagen vestida de rojo en su pantalla de comunicación y sonrió.

–Te prometo que lo haremos –le aseguró.

 

–Los Veritechs ya están dentro del alcance de los sistemas de seguimiento –informó Claudia de su estación de trabajo.

–Comienza la transmisión –Breetai le dijo a Exedore, ignorando por un momento la batalla menor que estaba en marcha en el andador debajo de él.

–¡No, Lisa! –gritaba Rick–. ¡No voy a consentir al beso, órdenes o no! ¡Lo lamento, pero ya tomé la decisión!

Táctica de distracción –pensó Rick con disgusto. ¡De todos los trucos baratos que Lisa podía hacer! Simplemente algo para distraerlo de pensar en... ¡¿Minmei?!

Rick parpadeó: la canción “Stagefright” (Miedo Escénico) de Minmei estaba retumbando en el sistema de altoparlantes de puente, y él parecía ser el único sorprendido por eso.

Aunque eso no era bastante cierto: la tripulación de Reno tampoco estaba preparada para eso. Ni tuvo la oportunidad de acostumbrarse gradualmente al canto, como lo había hecho la tripulación de Breetai. Por consiguiente, reaccionó como si una combinación de gas nervioso, sonido de alta frecuencia y electricidad desenfrenada hubiera apuntado de repente contra la nave.

–¡Ajjj! ¡Destrúyanlo! –gritó Reno, poniendo sus manos en sus orejas.

–¡No puedo soportarlo! –gritaron los miembros de su tripulación, que caían como moscas de sus estaciones de trabajo.

–¡No más! –suplicó Reno–. ¡Por favor apágalo!

A Rick nunca lo dejó de sorprender que la voz de Minmei pudiera sacar semejantes respuestas contrarias de seres que supuestamente tenían antepasados en común; pero tuvo muy poco tiempo para pensar en eso. Lisa lo había agarrado por los hombros y puso todo lo que ella tenía en un ósculo ofensivo. ¡Y vaya! ¡Esta era una Lisa diferente de la que lo besó con la boca cerrada delante de Breetai hace tres años!

–Bien, Reno –dijo Breetai al mismo tiempo con una sonrisa complaciente en la cara–, quizás esto te agrade.

Reno, que había apartado la vista del rayo proyector, volvió a mirarlo ahora que Breetai había bajado esa “arma de sonido”. Pero la imagen que le dio la bienvenida a sus ojos fue aun más debilitante: Ahí había dos micronianos...

–¡¿Uniendo los labios?! –gimió Reno. Miró fijamente el campo, asqueado por la confusión y por un sentimiento aun más extraño para a su sistema. Desde la bodega de astrostática de la nave llegaron chillidos de protesta, dolor y lamento. Reno se cubrió los ojos con la mano: apenas si tuvo la fuerza suficiente para desactivar el rayo proyector, y sintió que casi se desmayó cuando logró hacerlo. A sus pies, varias de sus soldados se habían derrumbado. Pero él nunca iba a admitir la derrota.

–Breetai –dijo en el micrófono; su voz era un graznido áspero–. Ese despliegue no te hizo ganar nada.

Sin embargo, Breetai parecía regocijado, listo para mostrar su carta de triunfo en ese momento.

–Reno ha discontinuado la transmisión –informó un técnico.

Después Claudia retransmitió que los Veritechs se estaban acercando al objetivo de su misión.

–Contacto en tres segundos...

 

Reno apenas estaba recobrando su calma cuando una explosión terrible abrió una brecha en el casco de estribor de la bodega de astrostática; su fuerza arrojó a algunos de sus gigantescos tripulantes al otro lado de la inmensa cámara. Él maldijo y felicitó al mismo tiempo a Breetai por la brillante ejecución de su plan; sus tácticas de distracción –esas armas secretas micronianas– habían desarmado por completo a su tripulación. De cualquier forma, tuvo la rapidez de pensamiento para bramar:

–¡Alerta de ataque!

En la nave de Breetai, Claudia actualizó que los Veritechs habían hecho una entrada exitosa.

–La beba está con Max y Miriya – Lisa le dijo con preocupación a un Rick todavía confundido y desconcertado.

–¡¿Ah?! –tartamudeó como respuesta, prometiendo que esta era la última vez que permitiría que lo desviaran tanto de la planificación de la misión.

Cuando el humo y el fuego se disiparon de la bodega de la nave de Reno y el casco se arregló solo, dos mecas de batalla micronianos –uno rojo y otro azul– se asentaron uno al lado del otro en la cubierta, completamente rodeados por soldados zentraedis con rifles láser pulsados.

–¡Todas las unidades prepárense para destruir los cazas micronianos a mi orden! –gruñó Reno; sus soldados rugieron y apuntaron sus armas. Él se preguntó qué era lo que Breetai esperaba ganar al insertar una fuerza de ataque tan pequeña y después le dio órdenes a los pilotos de los Veritechs usando el poco conocimiento que tenía de su idioma.

–¡Micronianos! ¡Están completamente rodeados! ¡Ríndanse de inmediato y se les permitirá vivir!

Los paquetes de aumentación de los cazas se elevaron.

–Llegó el momento –dijo Miriya por la red–. Deséame suerte.

–La tienes –le contestó Max–. Todo estará bien... yo estaré aquí.

Desde la burbuja de observación de arriba de la cubierta, Reno vio como la carlinga del caza rojo se elevaba. El piloto microniano se puso de pie y se quitó su casco, agitando su larga melena verde para liberarla. Reno quedó boquiabierto cuando el microniano habló.

–Yo no soy una microniana –anunció Miriya en la propia lengua de Reno–, sino una guerrera zentraedi micronizada.

Reno no lo dudó ni por un segundo; es más, la reconoció.

–¡Eres Miriya Parino! –dijo con escepticismo–. ¡Eras la segunda al mando debajo de Azonia!

Miriya apuntó al Veritech de Max.

–Permítanme presentar al teniente Maximilian Sterling, un oficial de las Fuerzas Terrestres... y mi compañero.
Max se quitó su “gorra pensante” y se puso de pie en la cabina.

–¿Qué es eso de ‘compañero’? –preguntó Reno–. Él es un simple microniano.

–Muéstrale la beba –dijo Max lo suficientemente fuerte como para que Miriya lo escuchara.

Y Miriya así lo hizo; alzó a Dana de la cabina y la levantó para que la vieran. La bebita estaba acurrucada en sus brazos y llevaba el mismo casco y el traje EVA del Dr. Dentons.

Por un momento Reno no supo qué estaba viendo, pero igual había algo en la cosa que lo llenó de miedo. Desde su punto de vista parecía ser una clase de... ¡microniano micronizado!

–¡Pero esto es imposible!

Sus toscos soldados estaban confundidos de igual forma.

–¿Qué es esa cosa? –preguntó uno.

–Por las doce lunas... está deformado.

–Miren... ¡se mueve!

–¡Un mutante! –insistió alguien.

Al tratar de frotarse los ojos, Dana había llevado sus diminutos puños enguantados al visor del casco. Miriya siguió hablando.

–En el idioma microniano, esto es lo que se llama un “infante”... que de hecho se creó dentro de mi propio cuerpo. Creada por nosotros dos –se apuró en agregar, señalando a Max.

Max asintió modestamente y sonrió.

–El amor es la base de la protocultura –continuó Miriya. Alzó a Dana encima de su cabeza y la beba sonrió e hizo gorgoritos como respuesta–. ¡No puedes conquistar al amor!

La cara de Reno comenzó a retorcerse sin control cuando Miriya mencionó la contraseña... ¡la protocultura!

Todavía sosteniendo a Dana en alto, Miriya dio un giro de 360 grados y le predicó a todo el círculo.

–¡Observen el poder de la protocultura... el poder del amor!

–Es una mutación –gritó un soldado, quien dejó caer su arma y huyó de la bodega.

–¡Es contagioso! –dijo otro, y también huyó.

Más armas descartadas cayeron a la cubierta. Dana, inocente, seguía moviendo los brazos y sonreía.

Derrotados, los soldados empezaron a abandonar sus puestos. Reno gritaba en el micrófono, y unas cuentas de sudor manaron de su rostro.

–¡Quédense donde están, cobardes! ¡Regresen! ¡Debe ser un truco! –por último retrocedió, giró y salió corriendo de la burbuja de observación.

Traducido por Laura Geuna
www.robotech.org.ar

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