Saga Macross - Doomsday

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Capitulo 12

Los zentraedis no son seres inferiores, ni deberían ser tratados como ciudadanos de segunda clase. Ellos deberían disfrutar de las mismas li-bertades que el resto de nosotros disfrutamos -¡la vida, la libertad y la persecución de la felicidad! Nadie puede decir con seguridad que algunos de ellos no se lanzarán al crimen o a los malos propósitos, pero por lo menos nosotros no habremos reprimido su derecho a expresarse -¡nosotros no habremos actuado como fascistas!

De los folletos de Lynn Kyle sobre el pacifismo.

–¡La fila se forma a la derecha! –bramó uno de los soldados de Khyron, señalando con su enorme mano.

A doce metros por debajo de la cara enfadada del gigante, un zentraedi micronizado que recientemente había vuelto al rebaño, se preguntó si había tomado la decisión correcta al unirse al batallón del Traicionero. Había sido un viaje arduo desde Nueva Detroit para alcanzar estos eriales rodeados de nieve, y ahora había cierta hostilidad en el aire frío...

Pero de repente el soldado sonrió abiertamente; después se rió y se palmeó la rodilla. Otros soldados también lo hicieron y la risa se extendió en toda la línea de zentraedis micronizados.

–Bien, ¿eso es lo que los micronianos siempre están diciendo, no? –le preguntó el soldado a su homólogo diminuto–. “La línea se forma a la derecha”, “prohibido estacionar”, “prohibido fumar”... quiero decir, nosotros los guerreros zentraedis aprendimos algo de los micronianos, ¿no es cierto? De ahora en adelante queremos hacer las cosas en orden... ¡pacíficamente!

–¡Sí, estamos a favor de la paz! –dijo un segundo soldado blandiendo su rifle láser.

–¡Nosotros amamos tanto su mundo que simplemente vamos a quitárselo! –agregó un tercero.

Y todos se rieron y agregaron comentarios propios, gigantes y zentraedis micronizados por igual.

La fila llegaba hasta la cámara de conversión, que estaba de vuelta donde pertenecía en la nave de mando de Khyron, donde uno por uno los zentraedis se despojaban de sus ropas micronianas y se los volvía a su tamaño normal en el tanque de conversión. Era un proceso lento y tedioso, pero a nadie parecía molestarle la espera.

A Khyron menos que a nadie.

Él y Azonia estaban sentados a cierta distancia del tanque, sorbiendo de vasos altos una bebida embriagadora que uno de los antiguos zentraedis micronizados había introducido en el creciente batallón de bandidos. A Khyron le había empezado a gustar beber con sorbetes, y su consorte lo complació poniendo uno en su vaso también. Cerca de ahí, Grel los miraba nervioso.

La noticia de que Khyron había capturado la cámara de conversión y que estaba listo para cumplir su promesa de volver a tamaño normal a cualquiera que se uniera a su ejército se extendió rápidamente por los eriales. Cada día las filas de hombres y mujeres zentraedis micronizados se hacían más largas, y Khyron se regodeaba con su victoria. Le había notificado a sus espías en los centros poblacionales que hicieran saber quién había tomado la cámara.

¡Dejen que sepan que Khyron ha vuelto!

Riéndose histéricamente, el adalid alzó el vaso como brindis hacia un soldado que salió de la cámara, desnudo y poderoso otra vez.

–¡Ahora que Khyron tiene la cámara en su poder, reconstruirá su ejército y aplastará a los micronianos! ¡Este mundo miserable habrá conocido días mejores!

Dicho eso, levantó su vaso hacia la fila y lo estrelló contra el casco interior de la nave, haciendo que llovieran vidrios y líquido sobre aquellos que esperaban.

Azonia miró a su señor y sonrió con orgullo. Estaba medio enamorada de su locura, aunque “amor” difícilmente era la palabra que ella habría usado.

Pero de pronto Khyron dejó de sonreír.

Hizo un sonido gutural, se puso de pie y empezó a caminar de un lado a otro delante de ella; los puños fijos en sus caderas mantenían la capa de campaña lejos de su uniforme color escarlata.

–No es suficiente –dijo por fin–. ¡No es suficiente!

Giró hacia ella sin aviso y un fuego diabólico brilló en sus ojos.

–Nosotros debemos poseer la mismísima matriz de protocultura... la fábrica de Zor. ¡Todavía está en algún lugar de esa fortaleza en decadencia, y nosotros la tendremos!

–Pero milord, de seguro los micronianos... –empezó a decir Azonia.

–¡Bah! –la interrumpió–. ¡¿Piensas que ellos se molestarían en vigilar esta cámara si tuvieran la fábrica en su poder?! No, yo creo que todavía no la encontraron.

–Sí, pero...

Khyron golpeó un puño en su palma abierta.

–Haremos lo que debimos haber hecho desde el principio. Tomaremos algo de ellos... algo que estiman precioso. Y lo guardaremos a cambio de la fortaleza dimensional. Hay una palabra microniana para eso... –se volvió hacia Grel y dijo–. La palabra, Grel... ¿cuál es?

–“Rescate”, milord –fue la rápida contestación.

–Rescate, sí... –repitió suavemente Khyron. Señaló la cámara de conversión e instruyó a Grel para que acelerara las cosas.

–Vamos a salir de aquí en breve –le dijo–. Pero no debemos olvidarnos de dejar una pequeña sorpresa para nuestros amigos micronianos...

 

Nueva Detroit había quedado bajo la ley marcial. Había pocas razones para esperar un nuevo ataque, pero el robo de la cámara puso furiosos a los residentes zentraedis. Algunos de ellos creían que las Fuerzas Terrestres habían organizado una incursión de zentraedis para ganar posesión de la cámara. Los equipos de reconstrucción y los refuerzos de la defensa civil llegaron en avión desde Nueva Macross, y se estableció un cuartel general de campo (con Lisa Hayes al mando) fuera de los límites de la ciudad.

Todavía había que confirmar si la responsable del ataque fue una banda de malcontentos de los eriales, pero los vuelos de reconocimiento al norte de la ciudad revelaron la existencia de una clase de base, construida a las apuradas alrededor de los restos de una nave de guerra estrellada cuya altísima presencia dominaba esa región nevada. Un escuadrón de Veritechs bajo el mando de Rick Hunter ya estaba en camino hacia ese sitio, y Lisa Hayes supervisaba su progreso desde el CG de campo.

Su pantalla no había indicado ninguna actividad en la base, pero cuando los reconocedores Ojo de Gato bajaron para una pasada más cercana, los periféricos se iluminaron: al grupo de cazas que se acercaba le habían lanzado misiles enemigos. Lisa siguió en la red de comunicaciones para advertirlos.

–Eh, entendido, control –dijo uno de los escoltas de Rick–. Los misiles enemigos mantienen el estado de seguimiento. Las computadoras de a bordo calculan el impacto en veintitrés segundos.

–¡Evasivas! –Lisa oyó que Rick decía por la red.

Lisa miró su pantalla: los misiles alteraban el curso junto con los cazas.

–Todavía están en su retaguardia, capitán Hunter.

Un recluta que estaba en la estación de trabajo adyacente giró hacia ella de repente.

–Captamos una emisión de calor súbita.

Lisa ya estaba de vuelta en la red.

–Los misiles activaron protopropulsores.

–Todas las unidades –dijo Rick–. Lancen fantasmas.

Lisa estudió una vez más la pantalla. Los misiles habían alcanzado al grupo, pero las imágenes falsas de radar los habían confundido. Aunque sólo por el momento.

–Ellos dieron la vuelta, comandante.

–Entendido, control –le contestó Rick –. Los tenemos en nuestros monitores de seguimiento. Estamos planeando una sorpresa de nuestra parte.

El Skull Uno guió al grupo en una escalada en formación y un rizo exterior que los puso nariz con nariz con los misiles que se acercaban. Aunque los ojos veían sólo cielo azul delante de ellos, las pantallas Veritechs captaban la muerte.

–Impacto en siete segundos –dijo el escolta de Rick.

–Hammerheads a mi señal... ¡ahora!

Los misiles se separaron de los tubos de lanzamiento cuando el grupo soltó un poco de su propia muerte; los proyectiles encontraron a sus contrapartes enfrente, aniquilándose entre sí en una serie de explosiones que se fundieron en una esfera en expansión de fuego. Los Veritechs lo atravesaron rápidamente, chamuscándose pero resistiendo; la ruta hacia la base enemiga estaba tan despejada como el día.

Ellos entraron siguiendo el terreno yermo y la sección de cola del casco inclinado que se veía sobre el horizonte. Rick ordenó la reconfiguración a modo Guardián cuando llegaron al borde de la zona designada y liberó una veintena de buscadores de calor para anunciar su llegada.

La tierra en la base del buque de guerra zentraedi se rompió al instante. La nieve y el polvo del área salieron volando, y cuando el humo se despejó, había un cráter nuevo que circundaba por completo a la nave de guerra arruinada. Pero no hubo ninguna devolución del disparo o señales de actividad. Rick adivinó lo que los indicadores del Ojo de Gato iban a revelar.

–Los escáneres indican que no hay señales de vida –dijo después de un momento el piloto del avión de reconocimiento.

Rick ordenó que la mitad del grupo se asentara y reconfigurara a modo Battloid para entrar en la propia nave de guerra.

El hecho de que el casco pudiera contener trampas desconocidas estaba en la mente de todos, por eso tenían que proceder lenta y metódicamente, compartimiento tras compartimiento, revisando en busca de dispositivos de tiempo o trampas infrarrojas.

Tres horas después llegaron a una bodega central llena de artillería y suministros zentraedis. Todavía no había ninguna señal de ocupación.

–Parece que abandonaron el lugar cuando nosotros llegamos –propuso Rick–. Debieron haber controlado los misiles desde un fortín remoto.

El escolta de Rick hizo un gesto con el brazo de su Battloid hacia el arsenal de armas.

–Mire todo este material.

Rick así lo hizo: si las personas que estuvieron aquí podían darse el lujo de dejar atrás todo esto, él no quería pensar en lo que empacaron cuando se fueron.

Acercó su meca a una de las canastas de suministros y, sin darse cuenta, limpió la suciedad de la tapa. Cuando lo hizo, la insignia del Batallón Botoru empezó a tomar forma.

¡El batallón de Khyron!

 

A mil seiscientos kilómetros al oeste de Nueva Detroit, a través de la tierra que una vez fue hogar de dinosaurios y búfalos, corría el grupo más extraño de criaturas que apareció en mucho tiempo: una banda pequeña de gigantes humanoides y máquinas con forma de avestruz –en algunos casos una mezcla de los dos–, con gigantes a horcajadas sobre los pods y las manos sujetadas fuertemente en las armas del plastrón, las piernas envueltas alrededor de los cuerpos esféricos. Dentro del Officer’s Pod que iba a la cabeza del montón estaba sentado el Traicionero y puso una sonrisa de loco en su cara cuando le habló a las imágenes de Azonia y Grel en las pantallas redondas del meca.

–Todo está saliendo como lo planeé –se felicitó–. A estos micronianos se los engaña tan fácilmente.

–Los Battlepods ya se están acercando al objetivo –informó su consorte.

–Ninguna señal de resistencia –dijo Grel.

–¡Ellos caerán en esto! –cacareó Khyron.

Como un vaquero lo haría con el anca de un caballo, palmeó la consola del pod para apurarlo. Pudo oír que los gigantes sin mecas soltaron un grito de guerra cuando llegaron a la cima de una elevación del terreno y avanzaron sobre la ciudad.

 

A Denver, Colorado, como una vez se la conoció, la habían reconstruido muy a menudo desde la Guerra Civil Global y sufrió tantos cambios de nombre que las personas ahora se referían a ella simplemente como “la Ciudad”. Un enorme hangar que décadas antes usó el NORAD de Estados Unidos se había convertido en una sala de conciertos lo suficientemente grande para albergar a varios miles de humanos y cerca de cien gigantes. Esta noche había una pequeña multitud, pero Minmei cantaba con todo su corazón; los recuerdos de la incursión a Nueva Detroit estaban frescos en su mente, y la necesidad de consolidar las relaciones entre humanos y zentraedis imperaba en sus pensamientos.

Ella tenía a la multitud, por pequeña que fuera; la banda era firme y había momentos de perfección en su actuación. Por un tiempo pudo sacar a Kyle de su lista de preocupaciones; Él no le había dicho ni diez palabras en su viaje a campo traviesa desde Nueva Detroit y estaba segura de que ahora él la estaba mirando desde bastidores.

Minmei, vestida con ese mismo vestido con volados que había lucido en Nueva Macross, iba en el segundo verso de “Touch and Go” cuando el verdadero problema empezó. El gigante zentraedi sentado en las gradas superiores fue el primero en notarlo: una corriente rítmica de articulación mecánica, el golpe de cascos metálicos en las calles, un sonido como truenos distantes.

La propia cantante se dio cuenta del ruido un momento después y se detuvo en medio de la canción. La mayor parte del público se puso de pie mirando el techo curvo del hangar: algo se movía ahí arriba...

Cuando el edificio empezó a temblar, todos corrieron hacia las salidas, pero lo hicieron un poco tarde: el techo pareció rasgarse y enseguida llovieron Battlepods. Varios más atravesaron las paredes del hangar, seguidos por soldados zentraedis armados con rifles láser y cañones automáticos. La sala era un pandemónium, aunque no se había disparado ni un solo tiro.

Minmei se quedó paralizada en medio del escenario; los Battlepods estaban lo bastante cerca como para reflejarse en sus ojos añiles. Se dio cuenta de la presencia de Kyle a su lado, pero no fue capaz de moverse a su libre albedrío.

–¡Minmei –le gritaba–, ellos se dirigen directo hacia nosotros! ¡Tienes que despabilarte!

Un pod de aspecto raro se había ubicado delante del escenario; tenía hocico rojo, un cañón montado y dos manos con forma de derringer –una de las cuales azotó de golpe contra el escenario cuando Kyle la guió para salir.

Ella sintió que la violencia de la fuerza la hizo caer, pero ni siquiera eso fue suficiente para devolverle su voluntad.

Por eso ella se entregó a Kyle, dejando que él la levantara de un tirón y la llevara a los escalones del escenario, abajo hacia el foso de la orquesta, abajo hacia ese grupo de pods que avanzaban sobre ellos...

–Bien, miren lo que tenemos aquí... –una voz afectada retumbó bien arriba de ella.

Minmei levantó la vista hacia el rostro guapo y bien afeitado rodeado de un atractivo cabello azul. El gigante zentraedi que bajó del pod de aspecto inusual llevaba un uniforme de color escarlata con rayas amarillas y una capa de campaña color oliva que se ataba a sí misma sobre un hombro. Él extendió la mano y la tomó a ella y a Kyle, aplastándolos en su puño mientras los alzaba mucho más arriba del escenario.

–¡Déjanos ir! –pudo gritar Kyle–. ¡Vas a matarnos!

El titán guerrero los sostuvo delante de su cara; Minmei vio la maldad en sus ojos grises acero.

–Yo ni lo soñaría –dijo él con algún propósito tácito en la mente.

–¡No hay que dañar a Minmei, comandante! –ella oyó que insistía uno de los otros gigantes. Ella estiró el cuello para ver más allá del pulgar del guerrero, peleando por respirar y por llegar a ver al que había hablado en su defensa.

Khyron señaló a uno de sus Battlepods, y sin aviso, el meca le dio una patada en la ingle al zentraedi amable, haciéndolo rodar en agonía contra la pared del hangar.

–¡No toleraré la desobediencia! –bramó Khyron, levantando su otro puño.

Le echó una mirada a Minmei que le enfrió el corazón; después echó atrás la cabeza y rugió por la risa.

 

En las calles de Nueva Pórtland, Nueva Detroit y varias otras ciudades que sufrieron incidentes de levantamiento de zentraedis se estaba gritando el nombre de Khyron. Lisa Hayes lo había oído en el cuartel general de campo y fue la que primero informó al almirante Gloval de los rumores. Pero Gloval seguía escéptico: si la historia le había enseñado algo, era que los héroes, sin tener en cuenta su orientación hacia el bien o el mal, a menudo se resucitaban en tiempos de tensión cultural. Los zentraedis no eran la excepción, así que era natural que ellos creyeran que Khyron, su señor malvado, no había perecido junto con Dolza y los comandantes de la armada, sino que había escapado de alguna forma y que había estado esperando estos dos años, listo para reaccionar contra la Tierra con un batallón igualmente fantasmal de guerreros cuando fuera el momento correcto.

Claro que no había ninguna prueba real de que Khyron hubiera encontrado su fin en batalla, y el ataque más reciente en Nueva Detroit y el robo de la cámara de conversión sugerían su estilo. También estaba el descubrimiento que hizo el comandante Hunter de un arsenal que llevaba la insignia del Batallón Botoru...

El almirante pensó en todo eso una vez más mientras caminaba delante de la gran pantalla de pared en la sala de situación de la SDF-2. Estaba a punto de poner un fósforo en su pipa de brezo favorita cuando Claudia lo llamó desde su estación de trabajo.

–Estamos recibiendo una transmisión de alguien que clama ser Khyron –le dijo–. ¿Lo pongo en la pantalla?

–Sí, por supuesto –contestó, atizando la pipa–. Y asegúrate de conseguir una fijación de la fuente de la transmisión.

Gloval de verdad esperaba encontrar la imagen de un impostor. Después de todo, nadie en las Fuerzas Terrestres se había encontrado cara a cara con el llamado Traicionero (aunque Dios sabía cuántos lo encontraron meca a meca y lo lamentaron). De todas formas, el almirante había visto las transmisiones de video de Khyron que Breetai y Exedore proporcionaron durante las largas sesiones de información que siguieron a la derrota de la armada zentraedi.

...Lo que explicó la repentina conmoción de Gloval cuando el rostro diabólicamente atractivo de Khyron apareció en la pantalla de pared. Una gemido colectivo subió desde el personal del centro de mando; incluso aquellos que no habían sido informados de las trans-vids reconocieron el artículo real cuando lo vieron.

Khyron sonrió con desprecio.

–Qué placer es interrumpirlo, almirante Gloval.

–Suena como un actor de los años sesenta –comentó alguien en el cuarto de control–. James Mason.

Gloval decidió que no iba a permitir que lo pusieran nervioso. Se aclaró la garganta y masticó la boquilla de la pipa.

–Al contrario –dijo con el sarcasmo apropiado–, el disgusto es todo mío, se lo aseguro.

A Khyron pareció gustarle eso y así lo dijo. Hizo un gesto con su mano para señalar hacia su izquierda, y la cámara giró ligeramente para encontrar a un segundo oficial zentraedi –una mujer. Ella no era fea; tenía pelo corto azul grisáceo, rasgos finos y una barbilla puntiaguda, pero tenía la misma mirada malévola en su rostro pálido como la que tenía su comandante. Gloval no tuvo que adivinar: esa tenía que ser Azonia, quien también se creía muerta, la temida líder Quadrono que fue la superior de Miriya Parino.

–Tengo unos amigos suyos aquí –estaba diciendo Khyron con mucho sarcasmo.

Gloval no tuvo tiempo de preguntarse de quién o qué estaba hablando Khyron. Azonia había levantado a Lynn Kyle a la vista, pellizcado por el pescuezo entre su dedo pulgar e índice. Khyron también levantó su puño, empujando a Minmei hacia la cámara. La cantante parecía pálida y asustada.

–¡Minmei! –dijo Claudia con sorpresa.

–¡Esto no puede estar pasando! –estalló uno de los técnicos.

Dejando su acto de indiferencia fingida, Gloval se sacó la pipa de la boca.

–¡Cerdo mugriento! –le dijo a la imagen de la pantalla.

–¡Estás loco! –agregó alguien.

Khyron reaccionó ciñendo el puño alrededor de su cautiva desvalida y su cara se retorció por el enojo.

–No pruebes mi paciencia, microniano... ¡se me conoce por tener un temperamento violento!

La insinuación era obvia y Gloval le hizo señas a todos para que permanecieran tranquilos.

–Lo sentimos –le dijo a Khyron.

El zentraedi se rió brevemente.

–Bien, entonces, sus disculpas se aceptan humildemente. Pero escúcheme con cuidado: quiero que sepa que hablo en serio, almirante.

–Entendemos. ¿Qué quiere?

–¡No la lastimes... te lo suplico! –gritó un técnico.

Khyron sonrió con afectación.

–Entonces entréguenme la fortaleza dimensional mañana a las mil doscientas horas.

Nadie había esperado eso, y menos el almirante.

–¡Eso es imposible! La fortaleza ya no puede salir al espacio.

–No me mienta, almirante. Se lo advierto...

–No estoy mintiendo –le dijo Gloval con firmemeza–. Escúcheme un momento... La guerra terminó, Khyron. Dolza y su armada...

–¡La guerra no se terminó, almirante! –espetó Khyron en la pantalla–. ¡No hasta que yo tenga esa fortaleza en mi poder!

Gloval sabía lo que había en la mente de su antagonista.

–La matriz de protocultura no existe –intentó con serenidad–. Pregúntele a Exedore y a Breetai si...

Khyron se puso lívido.

–¡¿Esos traidores están vivos?! –de repente se rió como maniático–. Sólo entréguenme la fortaleza, almirante... si valora a su pequeña... ave cantora.

–¡Estás loco! –dijo Gloval.

–Ah, pero hay método para mi locura –Khyron respondió con una sonrisa–. Primero, la fortaleza por Minmei. Después, la fábrica satélite robotech por este segundo rehén.

Señaló a Kyle, que colgaba en el aire por sus faldones desde los dedos de Azonia.

–¡No lo haga! –explotó Kyle–. ¡No los escuche, almirante!

–Cuida tus modales –dijo Azonia juguetonamente, meneándolo con rudeza.

–Es demasiado peligroso –pudo decir Kyle, con obvio dolor–. No puede... usted no puede ceder ante este tipo...

–¡Lo estás lastimando! –gritó Minmei.

Khyron le hizo señas a su consorte para que se calmara.

–Por supuesto que yo preferiría evitar la violencia, almirante. Pero créame; estoy más que ansioso por llevar a cabo mis amenazas.

–Estoy seguro de que podremos arreglar algo –le contestó Gloval. De hecho, no estaba para nada seguro de lo que podría arreglarse, pero era esencial empezar a comprar tiempo.

–Eso está mejor –Khyron sonrió con desprecio.

En ese momento un tercer oficial entró en el campo de visión de la pantalla, un hombre grandote de quijada cuadrada que respetuosamente golpeó a su comandante en el hombro.

–Eh... discúlpeme... –dijo Grel.

Khyron se volvió brevemente hacia él y después volvió a Gloval.

–Debo irme ahora, almirante. Pero recuerde: mañana a las mil doscientas horas.

Mostró una sonrisa, formó una V con los dedos y cortó la transmisión.

Gloval bajó la cabeza y se regañó en silencio por creer que se podía enterrar a ese malvado así de fácil.

Traducido por Laura Geuna
www.robotech.org.ar

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