Saga Macross - Doomsday1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 Capitulo 17El simbolismo de la SDF-1 como el Arca de la Nueva Era no pasó desapercibido para los residentes y tripulantes de esa fortaleza -Macross, ciudad de las estrellas nacida tres veces. Pero a diferencia del Arca del Viejo Testamento, que en realidad era el Arca de Noé, algunos pensaron que la fortaleza dimensional era de por sí el Salvador: era la reaparición del héroe cultural, la segunda venida vestida con la apariencia de tecnología -la robotecnología- conveniente a los tiempos, al igual que el Nazareno lo hizo en su propio mundo. Este, sin embargo, siguió siendo material de los cultos esotéricos; debajo de todo eso, las antiguas religiones continuaron creciendo. Universalmente se enfatizó un retorno a los fundamentos: las versiones originales inalteradas de la creación y la regeneración. E incluso los zentraedis encontraron su camino hacia estos. Historia de la Primera Guerra Robotech, Vol. CCXIII Aunque Dolza había hecho llover muerte sobre las costas orientales y occidentales del continente sudamericano, su tormenta mortal dejó relativamente intacta la cuenca amazónica, con sus complejos sistemas de ríos y millones de millones de acres de bosque virgen. Irónicamente, muchos de los aborígenes que una vez abandonaron sus moradas en las orillas selváticas de esos muchos afluentes lentos para ir a las ciudades costeras, se volvieron hacia ese desierto verde después del devastador ataque zentraedi. Infierno verde o mansión verde, su indómito desorden prehistórico en la actualidad era hogar para más sobrevivientes de lo que alguna vez lo fue. Y entre los arribos más recientes estaba Khyron. Tan diferente de esas yermas campiñas heladas que él había llegado a odiar, este paisaje de perpetuo asesinato –donde uno peleaba una batalla diaria por la supervivencia, y donde el dolor, la miseria y la muerte tenían el control supremo–, difícilmente era su mundo, pero sin duda era más su elemento. Khyron se vio obligado a asentarse aquí ya que lo perseguían los tenaces escuadrones de mecas de las Fuerzas Terrestres; sus propias tropas quedaron reducidas a un puñado no más, y su crucero quedó casi vacío de sus suministros de combustible de protocultura. Las pequeñas cantidades del precioso combustible que habían goteado de las líneas de protocultura rotas encontraron raíces compasivas en el bosque y obraron milagros vegetales en el delgado suelo de la superficie –la nave de Khyron, envuelta en enredaderas, pámpanos, orquídeas y vides, parecía que había aterrizado ahí hace eones. Pero había cosas para estar agradecido: algunos de sus soldados habían servido durante muchos meses en las fábricas de los centros poblacionales micronianos aprendiendo sobre esa extraña costumbre llamada “trabajo”, y sobre ese proceso más importante conocido como “reparación”; es más, sus agentes todavía trabajaban en las llamadas ciudades del norte, informándole sobre las cuestiones de despliegue de mecas, de almacenamiento de protocultura y del creciente movimiento separatista en las ciudades zentraedis como Nueva Detroit y Monumento. Pronto llegaría el momento de su reaparición... Khyron también descubrió que veintenas de naves zentraedis se habían estrellado en la selva y los sobrevivientes de esas naves naufragadas ya se estaban dirigiendo hacia su nueva fortaleza. Durante varias semanas los tripulantes técnicos trabajaron febrilmente para efectuar reparaciones en los sistemas de armas y de navegación del crucero, mientras que las escuadras de gigantes registraron los espesos bosques en busca de comida y suministros, a menudo saqueando los humildes asentamientos micronianos con los que se tropezaban. La selva cálida y húmeda logró arrastrarlos a sus propios niveles primitivos, humanizándolos de una manera que ni siquiera Khyron notó. La disciplina se había soltado un poco, sobre todo con respecto a la fraternización entre varones y mujeres, y el uso de uniformes. Los hombres, a veces desnudos hasta la cintura o con camisetas, se acostumbraron a sudar –algo nuevo para sus cuerpos a pesar de haber trabajado en mundos infernales como Fantoma. Y Khyron se acostumbró a que sus tropas lo llamaran por su nombre. –Comandante –gritó uno de los técnicos–. Puedo darle potencia auxiliar. –Entonces hazlo –le dijo Khyron. Había cuatro de ellos en el centro de mando del crucero, todos en camisetas sin mangas, debilitados por el calor de la tarde. El hombre que se había dirigido a Khyron estaba sentado en una de las muchas consolas de las estaciones de trabajo; conectó una serie de interruptores y la iluminación volvió al puente. –Bien –lo felicitó Khyron. Tomó su comunicador y preguntó por los hornos reflex. Un técnico que lleva un audífono, un micrófono comunicador flexible y un amplificador monocular respondió desde otra parte de la nave. Era uno de esos que habían pasado más de un año en las fábricas de mecas de Nuevas Detroit. –Todavía no, Khyron. Y probablemente nunca a no ser que consigamos algo de protocultura pronto. –¿Cuál es el estado de los reactores principales? –preguntó Khyron. –Escasamente funcionales. El despegue todavía es imposible. –¡Qué desgracia! ¿Hay alguna forma de desviar la potencia primaria a una de las naves menores? –Sí... –dijo con vacilación el técnico del cuarto de máquinas–. Pero su alcance sería muy limitado. –¿Lo suficiente para llevarnos a Nueva Macross y volver? –Sí, pero... –Eso es todo –dijo Khyron, cortando la transmisión. Adoptó una pose pensativa por un momento; después, limpiándose el sudor de la frente, giró hacia Grel, quien estaba jugando con un monitor del lado opuesto del cuarto de control. –¿Grel, los espías tuyos que están en las ciudades micronianas son de confianza? –Eso creo, milord –dijo Grel por sobre su hombro. Khyron caminó hacia él, agachándose para repetir su pregunta. Otra vez Grel declaró que se podía confiar en los agentes. –Tengo un plan... –comenzó Khyron–. Este “día de vacante” que se acerca... –“Vacaciones”, milord. Un día de fiesta de mala muerte. –“Vacaciones” –repitió Khyron, practicando la palabra–. Sí... la llamaste “Navidad”. Los micronianos tendrán sus mentes en la celebración. –Entiendo, comandante –Grel sonrió–. Sería una ocasión ideal para atacar. –¿Y estás seguro sobre el paradero de la matriz de protocultura, Grel? Porque te lo advierto... si no lo estás... –Seguro, milord –Grel tragó con dificultad. Khyron le ordenó que abriera todos los canales de comunicación dentro del crucero. Cuando Grel asintió, Khyron recogió el micrófono del enlace de comunicación. –Ahora escuchen esto –anunció–. Vamos a montar una incursión a un centro poblacional microniano. Nuestro objetivo: la matriz de protocultura alojada en los almacenes de Nueva Macross. Quiero que todos ustedes se pongan en alerta de espera. Khyron se desconectó. –¿Qué es esta ‘Navidad’, Grel? Grel levantó las cejas. –Una fiesta en que se celebra la creación de uno de los héroes culturales micronianos, creo. –¡¿Héroe cultural?! –soltó Khyron–. ¡Del nombre ‘Khyron’ hablarán después de nuestra incursión! ¡Khyron el destructor de mundos! Tiró su cabeza hacia atrás para reírse como loco y aplastó el comunicador en su mano. –¡Khyron, el héroe protocultural!
–A veces pienso que la vida era más fácil cuando éramos zentraedis –dijo Konda con tristeza. Bron y Rico respondieron al mismo tiempo: –¡No lo dices en serio! –¡Nosotros todavía somos zentraedis, Konda! Konda empujó su largo pelo lavanda fuera de su cara y miró a sus camaradas. –Ya lo sé. Pero me refiero a cuando éramos soldados –se volvió y señaló los estantes de juguetes de Navidad que formaban la parte de atrás de su pequeño puesto en la calle Parque–. ¡No tendríamos que preocuparnos por vender todo este material! La nieve había empezado a caer hacía dos horas en Nueva Macross, dándole un encanto extra a una Nochebuena alegre y mágica. Era la primera nevada en varias semanas, la primera nieve de Navidad que muchos de los residentes de Ciudad Macross habían visto en una década. Los compradores y los peatones se movían por las aceras con algo de admiración, como si dudaran de lo que los rodeaba: ¿era posible que después de cuatro largos años de guerra y sufrimiento esa alegría regresara por fin a sus corazones? Casi se podía sentir la radiante calidez de su brillo colectivo. Es decir, todos excepto Rico, Konda y Bron. Sus trabajos en la lavandería habían terminado abruptamente hace unos meses, cuando volvieron de una recolección de rutina con una pila de costosas sábanas de lino, cada una luciendo el autógrafo en tinta indeleble de Lynn Minmei. Desde entonces había seguido una sucesión de trabajos aburridos, culminando con este puesto en la calle Parque lleno de juguetes –robots transformables, muñecas que parecían vivas y cachorros de felpa, todos los cuales habían alcanzado su pico tres años antes y ahora eran poco menos que recuerdos. Habían logrado vender dos artículos durante la última semana –y eso fue sólo porque redujeron los precios a menos de lo que ellos pagaron. –Tenemos que aprender a ser más agresivos –dijo Rico con elocuencia. –¿Qué quieres decir? –dijo Konda. Rico pensó por un momento. –Ah, ya sabes: persuasivos. –¿Te permiten hacer eso? –Bron parecía desconcertado. –Eso es lo que alguien me dijo –Rico se encogió de hombros. –Bien, de acuerdo –confirmó Bron, empezando a enrollarse las mangas para exponer sus brazos musculosos–. Pero no veo cómo podemos hacer eso desde adentro de este puesto. –Él tiene razón –Konda de repente estuvo de acuerdo–. Deberíamos poner todos estos juguetes en las bolsas... –Como Papá Noel –interrumpió Bron con orgullo. –Correcto. Y llevarlos al centro comercial. Ahí tendremos más espacio para estirar las piernas. Rico los miró fijamente. –Para estirar los codos, idiota. –Como sea –Konda sonrió avergonzado. –¡Yo digo que lo hagamos! –dijo con decisión Bron, palmeando a sus amigos en la espalda–. ¡Seremos los vendedores más agresivos del pueblo!
En el parque infantil desierto enfrente del centro comercial, donde la calle Parque desembocaba en el bulevar Macross, Minmei se mecía de lado a lado en uno de los columpios. Las columnas de chismografía de los periódicos estaban llenas de rumores relacionados con su repentina desaparición de Ciudad Monumento casi tres semanas atrás, y esta era la primera vez que ella se aventuraba a salir del Dragón Blanco desde que regresó a Macross. A pesar de eso, no estaba disfrazada; estaba vestida con un simple vestido color borgoña y un suéter negro apenas lo bastante grueso como para mantenerla caliente. Ella pensó –con justa razón– que la gente no iba a reconocer a esta nueva Lynn Minmei que estaba tan lejos de ser esa estrella eternamente optimista del teatro y la televisión como cualquier otra persona. El cantar era parte de su pasado. Al igual que Kyle y todos los demás conectados con su carrera. Ella había pasado unos días con su agente, Vance Hasslewood, después de la escena con Kyle, pero él ya no quería ser más que un amigo para ella. Por eso volvió al tío Max y a la tía Lena; ellos la aceptaron con los brazos abiertos y la ayudaron a obtener unos momentos de paz. Pero sabía que no iba a poder permanecer con ellos: algún día Kyle iba a entrar y ella no quería estar cerca cuando lo hiciera. Si sólo no fuera Navidad –se decía una y otra vez–. Si sólo fuera verano, si sólo todos los otros no parecieran tan felices y satisfechos de sí mismos, si sólo... Ella estiró su mano para recolectar algo de nieve, y cuando los copos se fundieron contra su piel calurosa, pensó en Rick. ¿Adónde estaba ahora? ¿Iba a desear hablar con ella alguna vez después de lo que pasó en el restaurante? Probablemente estaba de licencia celebrando una maravillosa cena de Nochebuena con alguien –con esa muchacha Lisa, quizás. Todos tenían a alguien en quien apoyarse. De repente alguien gritó su nombre. Ella levantó la vista y vio a tres hombres que corrían hacia ella desde la entrada al parque desde el bulevar. Uno de ellos, el más bajo de los tres, empujaba una clase de carreta delante de él; los otros llevaban mochilas y bolsas de dormir enormes. Los tres tenían puestas gorras de béisbol y chaquetas naranjas, y había algo familiar en ellos... –¡Minmei! –volvió a gritar uno de ellos. Y ella lo supo en ese momento. ¡Con disfraz o no, nueva Minmei o vieja, esos tres siempre la reconocerían! Se levantó de un salto del asiento del columpio y empezó a correr hacia la calle. Rico, Konda y Bron la persiguieron, pero no pudieron alcanzarla porque les estorbaban las bolsas de juguetes, las mochilas y cosas por el estilo. –¡Minmei! –volvió a gritar Rico sin aliento. La táctica de venta agresiva había conseguido que los echaran del centro comercial –en realidad habían agarrado a los niños y los forzaban a comprar los juguetes–, y por eso habían vagado hasta el parque en busca de nuevas víctimas. –Quizá no nos oyó –sugirió Konda con calma. –Quizá no era ella –dijo Bron. Rico asintió. –No pudo haber sido. Nosotros somos sus mayores admiradores.
Rick estaba en la cocina de su casa esperando que hirviera el agua cuando oyó el anuncio de la televisión. –Anoche informamos que la afamada cantante y estrella de cine Lynn Minmei se había enfermado. Pero desde entonces descubrimos que está registrada oficialmente como desaparecida después de su salida apresurada de Ciudad Monumento hace tres semanas. Las fuentes oficiales creen que esto tiene algo que ver con la desaparición del antiguo amigo y representante de la señorita Minmei, Lynn Kyle. Sin embargo, no se mencionó ninguna acción criminal... Rick escuchó por un momento más. Estaba seguro de que ellos dos se habían ido juntos a alguna parte. Después de lo que había presenciado en Chez Mann, era obvio que Minmei estaba completamente bajo el hechizo de Kyle. Aunque Rick no perdió mucho tiempo pensando en eso; la gente hacía sus propias elecciones en la vida. Además, tenía que pensar en sus propios problemas: Lisa sólo hablaba con él por la red de comunicación, y ni siquiera en ese momento su tono dejaba alguna duda sobre lo que ella sentía hacia él. Ella se negaba a hablar de eso, y ni hablar de tomar una taza de café con él. El locutor estaba diciendo algo sobre un descubrimiento en la región del Amazonas cuando Rick oyó que sonaba el timbre de la puerta. Se sacó su delantal de trabajo y fue a contestar. Era Minmei, aunque él casi no la reconoció. Ella tenía una mirada triste y deprimida, y los copos de nieve formaban una red de estrellas que desaparecían en su pelo oscuro. Ella pidió entrar, sin querer imponerse, disculpándose por no haber llamado primero. –Mis amigos no tienen que llamar –dijo Rick, compensando su tartamudeo inicial. Ella empezó a llorar y él la abrazó. Adentro, él le puso su chaqueta de oficial de lana sobre los hombros y preparó un poco de café. Ella se sentó en el borde de su cama y bebió a sorbos de su taza, más feliz por el momento. –Me siento tan cansada de todo –le dijo después de explicar su pelea con Kyle y su huida de Monumento–. Estoy harta de que estén sobre mí todo el tiempo... Ahora, cuando pienso en mi vida, recuerdo las cosas que perdí en vez de estar agradecida por lo que tengo. Ya no tengo a nadie en quien confiar para que me dé apoyo. Ahora estaba parada junto a la ventana, dándole la espalda y mirando fijo la nevada. Rick, por otra parte, miraba sus largas piernas desnudas; incluso mientras intentaba escuchar sus quejas, él se preguntaba si ella iba a quedarse toda la noche. –Todavía tienes tu música –dijo él después de un momento, sin estar seguro de lo que quiso decir. –Si eso es todo lo que tengo, entonces yo ya no quiero cantar. –Tus canciones son tu vida, Minmei. –Mi vida es una canción –insistió; su labio inferior estaba temblando. –No puedes decirlo en serio –Rick hizo un gesto. –Yo ya no puedo actuar, Rick. –¿Es Kyle, no es cierto? Ella le frunció el entrecejo. –¡No es eso! ¡No me importa si lo vuelvo a ver alguna vez! Pasábamos juntos todo nuestro tiempo, estuviéramos trabajando o no. Me sofocaba con sus estúpidos intentos de afecto, después me gritaba cuando no podía controlarme –Minmei miró duro a Rick–. No tengo a nadie que entienda, a nadie que se tome el tiempo para escucharme. Rick resistió un impulso repentino de correr. Era consciente de a dónde lo estaba llevando, y aunque había imaginado esta escena cientos de veces antes, él no quería ganarla desde la debilidad. Por más que la deseara, él no quería conseguirla como rebote de Kyle.
Casi al mismo tiempo que Minmei se presentó en la puerta de Rick, Lisa disfrutaba de un brindis de fiestas con Claudia, Max y Miriya en el Setup, una taberna y spa de salud en el bulevar. Después fue en taxi hasta lo de Rick, le dijo al chofer que no esperara y se dirigió hacia la casa de él, dejando huellas en la delgada capa de nieve. Tenía un regalo para él –una camisa que había comprado hacía tiempo para otra ofrenda de paz en la aparentemente constante guerra que ellos emprendieron entre sí. Ella había pensado en empaparla con su propia esencia favorita (“SDF No 5”, la llamó Claudia), pero pensó que Rick no iba a apreciar el chiste. Él la había llamado cada día por medio con una sugerencia u otra –café, una película, ¡un picnic!– y ella siempre lo había rechazado. Pero como había tomado un poco de distancia del campo de batalla (había olvidado sus horas en la mesa al aire libre), y este era tiempo de fiestas, ella decidió que era el momento justo para perdonar. Rick fue desconsiderado y todo lo demás, pero probablemente no iba a ser la última vez; y si ella iba a hacer que esta cosa funcionara, tendría que aprender a no aferrarse a su enojo. Cuando se acercó a la casa notó que la puerta delantera estaba entreabierta. Se acercó a ella justo cuando Minmei decía: –No tengo a nadie que entienda, a nadie que se tome el tiempo para escucharme. La voz era tan reconocible como el perfume. –Ninguno de mis amigos en el negocio sabe quién soy en realidad –continuó Minmei–. Verás, Rick, eres el único al que le importa. Por eso es que vine: me preguntaba si podría quedarme aquí durante un tiempo. Lisa inspiró y casi se metió el puño en la boca. Sabía que no tenía derecho a escuchar detrás de las puertas, pero sus piernas se negaban a ponerla en movimiento. Minmei le estaba suplicando a Rick: –¡No tengo a nadie más en quien confiar! La vida de Lisa pareció estar colgando en la balanza. Después oyó que Rick daba su conformidad, y sintió que sobrepasaba el límite. En silencio cerró la puerta y empezó a correr, llorando más fuerte con cada paso. A poca distancia en la cuadra un hombre se detuvo para preguntar si ella estaba bien. Ella lo enfrentó como una arpía y le dijo que se metiera en sus propios asuntos.
Claudia, entretanto, había saltado de bar en bar, de fiesta en fiesta. Su hermano, Vince, y su esposa, la doctora Jean Grant, la habían invitado a tomar algunos tragos de Navidad, pero ella no había aceptado. Igualmente, no tenía deseos de volver a su casa y afrontar la intensa soledad que la plagaba en cada fiesta. A pesar de todo, su valiente Roy había tenido un lado tradicional que se revelaba en las fiestas, y ellos habían pasado muchos momentos maravillosos juntos: las cenas tranquilas, caminatas por la nieve en las noches de luna, intercambios de regalos y afecto a la media noche. Ella veía esta misma magia compartida en los ojos de cada pareja que la pasaba en la calle, y no mucho después terminó de vuelta en el Setup, esperando poder encontrar una o dos caras amistosas. La última persona que esperaba encontrar era Lisa, pero ahí estaba, colgada de la barra y con una botella de vino casi vacía enfrente. Estaba cantando –tratando al menos– una de las canciones de Minmei. A Claudia le pareció que era “Stagefright”. La cara de Claudia se alargó, después se encogió un poco de hombros y se sentó en el taburete adyacente. –La tristeza ama la compañía –dijo Lisa y sonrió. Varias horas e innumerables bebidas después, tras brindar por todos los que conocían o habían conocido, y resolver los problemas de todo el mundo, ellas se dieron un beso de despedida justo cuando el sol asomaba sobre el Lago Gloval. Claudia tenía el día libre, pero Lisa había pedido el turno de la mañana. Un joven oficial del personal que había sido un visitante frecuente a su fiesta privada llevó a Lisa a la SDF-2 en su jeep abierto. Sorprendida por lo sobria que estaba –figurándose que de una forma u otra había traspasado la envoltura de la resaca–, ella intentó permitirse disfrutar del paseo y el aire frío que le golpeaba la cara. Pero todo lo que eso parecía hacer era serenarla hasta el punto donde los problemas de anoche no tenían obstáculos para arrastrarse una vez más en su conciencia. Es tiempo de rendirme –pensó–, rendirme y permitir que Minmei tenga a Rick de una vez por todas. Cuando Lisa se estaba acercando al centro de mando, oyó que Kim y Sammie discutían sobre ella –un evento bastante común estos días–, por lo que esperó fuera de la puerta hasta que terminaran, preguntándose cuánto más de esto iba a poder soportar. Al parecer, la noticia de que ella estuvo toda la noche en el Setup se había extendido con rapidez. –Bien, no deberías creer todo lo que oyes –estaba diciendo Sammie. –Tú harías lo mismo si quisieras olvidarte de él –dijo Kim, haciendo que Lisa volviera a pensar en la noche para determinar si ella realmente había hecho algo de qué avergonzarse. Si sólo hubiera llegado un poco más temprano... –¡Lisa es una persona demasiado buena para hacer algo así! –Por supuesto... ella no es tan perfecta como tú –la atormentó Kim. Eso pareció llevar la conversación en una dirección completamente diferente y un minuto más tarde Lisa se sintió segura para entrar. Kim, Sammie y Vanessa eran, por supuesto, una sola sonrisa, pero Lisa no tenía nada contra ellas. Vanessa mencionó una fiesta de Navidad, la primera de la que Lisa había oído hablar. –¿Quieres decir que nadie te dijo? Es para el puente. Por qué no invitas a Rick... estoy segura de que a él le encantaría venir. Lisa se preguntó si Vanessa la estaba provocando. –Ah, no creo que él pueda asistir. –Pero él hoy está de licencia. –Sí, pero está en su casa con una pequeña miserable... –Oh –dijo Vanessa–. ¿Enfermo, eh? Qué mal. Justo en ese momento el altoparlante del puente cobró vida. Una voz femenina dijo: –¡Soy de seguridad de la base terrestre! ¡Fuerzas zentraedis están atacando la sección industrial! ¡Comunicado de emergencia a todos los sectores!
El Officer’s Pod de Khyron corría por las calles de Nueva Macross con cinco pods tácticos junto a él. Habían entrado en la ciudad antes del alba sumergiéndose en las frías aguas del lago antes del ataque sorpresa matutino. El Battlepod de Grel había tomado la delantera, pero algo andaba mal: ya los había hecho pasar por los mismos tanques de almacenamiento tres veces. –¡¿Qué estás haciendo?! –gritó Khyron en su comunicador–. ¡Nos estás llevando en círculos! –La protocultura tiene que estar aquí en alguna parte –Grel contestó–. Mis agentes... –¡Tus agentes son idiotas! Ahora escúchame: ¡tu incompetencia puede terminar costándote la vida! ¡Ahora, encuéntrala!
Los jeeps y los vehículos de DC corrieron a través de la ciudad anunciando el ataque e instruyendo a las personas madrugadoras para que buscaran refugio de inmediato. Hasta ahora los zentraedis se estaban restringiendo a los almacenes y fábricas junto al lago, pero no había forma de decir hacia dónde los iba a llevar su sed de sangre y su hambre de destrucción. Max y Miriya estaban abriendo los regalos para Dana cuando sonó la alerta. Dejaron a la beba con sus vecinos, los Emerson, y se dirigieron a la base para esperar instrucciones adicionales del cuartel general del almirante Gloval. Era como en los viejos tiempos, después de todo. Habían despertado a Gloval de su sueño y ahora le daba una apariencia rara al puente de la SDF-2. Exedore, que recientemente volvió del satélite robotech para continuar su estudio sobre las costumbres micronianas, estaba junto al almirante. Las cámaras de vigilancia localizadas a lo largo del sector industrial habían capturado los curiosos movimientos de los zentraedis. Tanto Gloval como Exedore estaban de acuerdo en que Khyron tripulaba el Officer’s Pod. –Parecen estar buscando algo –comentó Gloval–. Hubo muy poca destrucción. Mataron a varios centinelas cuando los pods hicieron su primera aparición, pero nada desde entonces. El consejero zentraedi micronizado asintió solemnemente con la cabeza. –Correcto, almirante. Si esto fuera un ataque, él se concentraría en blancos militares. O en lo que le plazca, como dicen ustedes. Mi suposición es que está aquí para obtener la protocultura que necesita para su crucero de batalla. –Entonces concentraremos nuestra defensa en el sector industrial. Exedore estuvo de acuerdo. Después miró en derredor y agregó en un tono conspirador: –¿Se me permite hacer una sugerencia, almirante? La frente de Gloval se llenó de surcos. –Por supuesto, Exedore. –Permítanle encontrar lo que está buscando –dijo el zentraedi.
Frustrado por el fracaso de Grel en ubicar el almacén, Khyron dejó atrás su meca y entró a pie en las calles para explorar. Estaba armado con un solo cañón automático y su propia marca de abandono temerario. Se mantuvo en su lugar con calma cuando los Veritechs picaron para pasar ametrallando, y los recolectó de los cielos con apenas un paso en falso. Del otro lado del lago, Azonia encabezaba una fuerza de distracción que consistía en unidades de armadura propulsadas y naves de reconocimiento invid del Batallón Quadrono. Algún día la Tierra vería muchos más de estos en los cielos... Ella dirigió sus escuadrones contra la ciudad, distrayendo con éxito a los equipos Veritechs que iban tras Khyron. Las fuerzas contrarias se encontraron sobre el lago, llenando el aire helado de furiosos intercambios de calor, de relámpagos controlados y de muerte veloz. Max quedó en el centro de una súbita tormenta infernal; su Veritech azul reconfiguró a modo Battloid, saltando y esquivando salvas de mísiles enemigos mientras su gatling devolvía el fuego descargando balas transuránicas contra los invasores. Miriya se puso junto a él, derribó a una, dos y después tres naves scout, y se preguntó cuál de los mecas que quedaban podía contener a Azonia, su antigua comandante, ¡y ahora consorte de Khyron!
Rick, siempre un caballero, tomó el sofá. Había notado que Minmei se paró a su lado en medio de la noche mientras él fingía dormir; ella había arreglado sus mantas y le sonrió en la oscuridad. Pero él no había dormido bien en absoluto; su cuello estaba acalambrado, su brazo izquierdo estaba entumecido y alguna clase de pirotecnia lo había despertado mucho más temprano de lo que quería levantarse –siempre en el caso en un día libre. Fue hasta la ventana y vio espesas columnas de humo en los claros cielos sobre el lago. Rápidamente encendió la televisión, consciente de los ruidos que hacía Minmei en la cocina. Rick ya se estaba poniendo la ropa cuando escuchó el anuncio del locutor de MBS, Van Fortespiel, “El Cuco”. –Este boletín especial acaba de llegar: se cree que la fuerza de ataque zentraedi está concentrada en la sección industrial de la ciudad. Los informes de víctimas se esperan de un momento a otro... Rick estaba aturdido. –¡¿Por qué no me notificaron?! –le gritó a la pantalla, sacándose su suéter escote en V y tomando su uniforme–. Lisa está en la guardia de mando... ¡ella sabía dónde encontrarme! Minmei esperaba nerviosa junto a la puerta del frente. Rick vio su mirada preocupada e intentó tranquilizarla. –No te preocupes... esto es rutinario. Los ojos de ella se agrandaron con un miedo repentino. –¡Si algo te pasara, yo no sé lo que haría! –lo abrazó–. ¡Por favor, no dejes que te pierda ahora que finalmente te encontré! Rick tomó su cara entre sus manos y la besó levemente. –Regresaré pronto –fue todo lo que dijo.
La familiaridad de años que Khyron tenía con la Flor de la Vida invid lo había imbuido con sentidos por encima de lo ordinario, sobre todo en lo se refería a reconocer a la flor en sí, o en este caso su matriz contenida –la protocultura. Desgarró la cobertura metálica alquitranada de la cámara y sonrió para sí mismo; su corazón golpeteaba y la sangre corría a través de su sistema. –La matriz de almacenamiento –murmuró en voz alta. El cilindro tenía fácilmente la mitad de su altura y quizás dos veces su peso, pero pese a eso lo subió sin problemas sobre su espalda. Después de volver a su meca, ató las servo-agarraderas a la cámara y la ajustó firme contra la parte inferior del pod. Una batalla salvaje se estaba llevando a cabo en todo el sector entre Battloids y gigantes, pero él le puso fin emitiendo una orden de retirada para sus tropas. Ellas se reagruparon y salieron en formación hacia el sudoeste. Rick recibió una actualización de Max mientras volaba en el Skull Uno y le indicó a su grupo de Veritechs que lo siguieran. –¡Prepárense para bloquear su ruta de escape en el sector noviembre! ¡No podemos dejarlos escapar con esa protocultura! Max se abrió para unirse al Skull, dejando el resto de las naves scout a Miriya y su grupo de cazas. –Se está poniendo feo allá –le estaba diciendo a ella. Pero en ese momento sus ojos se fijaron en el periférico topográfico del Veritech. Algo enorme se estaba asentando en el sector N... –Una nave escolta zentraedi –gritó. Rick la vio aterrizar, vio las cuatro piernas en forma de poste de la escolta que atravesaban los tejados de los edificios y se asentaban profundamente en los caminos asfaltados. Era una nave de aspecto raro, formada como el cuerpo de una morsa hinchada, con piernas que podrían haber sido el compás de un arquitecto y un enorme propulsor trasero con la forma de un megáfono enorme. Los Battlepods y los mecas de ataque de Khyron ascendían hacia su barriga de acero abierta, mientras que los Battloids y los Excaliburs enviaban tiros ineficaces contra su casco blindado. –¡Atención, micronianos! –anunció de repente la voz de Khyron cuando la nave comenzó a despegar–. Khyron el Destructor quiere desearles una Feliz Navidad, y les envío un saludo especial de Papá Noel. ¡Qué todos sus tontos días de vacantes sean tan brillantes como este...
Nueva Macross no supo qué la golpeó, sólo que toda la ciudad pareció arder en llamas. Más tarde, tras unir las piezas de lo que resultó ser cierto –los comentarios crípticos de Khyron y lo que la gente observó en la calle–, la evidencia apuntó un cierto Papá Noel callejero, un Papá Noel inusual con ojos vacíos y piel de aspecto al de la arcilla contaminada, un zentraedi que podía haber estado en contacto radial con “El Destructor” y que habría detonado miríadas de bombas que sus agentes plantaron por toda la ciudad... Los Veritechs abandonaron su persecución de la nave escolta y volvieron a Macross para combatir el fuego; picaban una y otra vez hacia el infierno que se esparcía por toda la ciudad con bombas extintoras. Hacia finales del día, los incendios ya estaban bajo control y la ciudad empezó a contar sus muertos. Los hospitales estaban sobrepasados y cualquier espíritu navideño que quedara era más fúnebre que festivo. Aun así, hacia el anochecer, la mayoría de las familias se habían reunido y prevalecía una extraña calma post-holocausto. Tantas veces destruidas, tantas veces renacidas, las personas de Macross eran sobrevivientes endurecidos, muy adaptables y bien acostumbrados a la muerte. Las campanas de la iglesia cantaron entre sí desde sectores distantes, los cancionistas tomaron a las calles y la tripulación de la SDF-2 prosiguió con su sorpresa preplaneada: iluminaron la nave con guirnaldas de luces, un árbol sagrado que creció del ombligo del mundo...
Rick se vio fugazmente con Lisa después de eso. Estaba furioso a pesar del agotamiento que sentía. –Hablé con Vanessa –dijo bruscamente–. ¡Me dijo que tú dijiste que yo estaba enfermo en cama! ¡Y sabes que eso es una mentira! ¡Debieron haberme notificado desde la primera alerta de combate! –Yo no dije que estabas enfermo –contestó ella, evitando los ojos de él por un momento–. Además, pensé que no querías que te molestaran... Esperó que él pusiera una mirada confundida y después agregó: –Deberías ser más discreto cuando tienes visitas... o al menos deberías aprender a cerrar la puerta del frente... Anoche pasé a decirte Feliz Navidad. Yo sé que Minmei se está quedando contigo. Él lo dejó pasar y volvió a casa, entrando en la casa como si regresara de un día en la oficina. –¡Hola! –le dijo alegremente a Minmei, quien estaba visiblemente contenta de verlo. –¡Gracias al cielo! –dijo efusivamente mientras se secaba las lágrimas. –Te dije que iba a volver –sonrió. Ella se escapó para arreglarse la cara. Rick notó que ella había preparado toda una cena para los dos, hasta un pastel con cobertura blanca con una vela y un pequeño Papá Noel. –Lo hice para ti –dijo suavemente, abrazándolo desde atrás–. Mi dulce Rick... estaba tan angustiada. Rick se quedó sin palabras al sentirla apretada contra él así, era demasiado bueno para ser verdad. –¿Piensas que alguna vez podrás dejar tu cargo en la Fuerza de Defensa? –le preguntó–. Por favor, piénsalo, porque no quiero perderte nunca, Rick... nunca más... Ella encendió la vela después de la cena y le deseó una Feliz Navidad. –Que tengamos un millón más como esta –dijo Rick, olvidando de repente las batallas aéreas y los fuegos artificiales. Minmei suspiró y se inclinó hacia delante cerrando los ojos. Rick hizo lo mismo que ella hasta que sus labios se encontraron... Traducido por Laura Geuna |