Saga Macross - Doomsday

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19

Capitulo 1

Si los Amos Robotech hubieran tenido el poder para viajar libremente a través del tiempo como lo hacían por el espacio, quizás habrían en-tendido las fatalidades con las que se enfrentaron: el sabotaje de Zor con la flor invid era un crimen similar a la aceptación de Adán de la manzana. Una vez liberada, la protocultura tenía su propio destino para cumplir. La protocultura era un orden de vida diferente... y un poco antitético.

Profesor Lazlo Zand, como se cita en Historia de la Segunda Guerra Robotech, Vol. CXXII.

La dimensión de la mente... el éxtasis que se encuentra en esa singular interfaz entre el objeto y la esencia... el poder de reformar y reconfigurar: de transformar...

Las seis manos –las extensiones sensitivas de unos delgados brazos atrofiados– se presionaron con reverencia sobre la superficie de la cápsula de protocultura con forma de hongo, la interfaz material de los Amos. Tenían largos dedos delgados sin uñas que impidieran la receptividad. Tres mentes... unidas como una.

Hasta que la entrada del terminator perturbó su conversación.

Le ofreció un saludo a los Amos y anunció:

–Nuestro examen de rutina del Cuarto Cuadrante indica una gran descarga de masa de protocultura en la región donde la fortaleza dimensional de Zor salió de la transposición.

Los tres Amos interrumpieron su contacto con los Ancianos y se volvieron hacia la fuente de la intrusión; los ojos líquidos escudriñaban desde los antiguos rostros afilados. El contacto incesante con la protocultura había eliminado las diferencias físicas, por lo que los tres parecían tener los mismos rasgos: la misma nariz aguileña, las cejas amplias, pelo azul grisáceo hasta los hombros y patillas hasta la quijada.

–¡Pues! –respondió el Amo de capucha roja, aunque sus labios no se movieron–. Se presentan dos posibilidades: O los zentraedis libraron la matriz de protocultura escondida de los discípulos de Zor y comenzaron una nueva ofensiva contra los invids, o estos terrícolas nos han vencido y ahora controlan la producción de protocultura.
Había algo monacal en ellos, imagen que reforzaban esas túnicas grises largas, cuyas capuchas parecían nada menos que los enormes pétalos de la Flor de la Vida invid. Cada cabeza monacal parecía haber crecido como un estambre desde la propia flor protocultural.

–Yo creo que eso es muy improbable –rebatió telepáticamente el Amo de capucha verde–. Todos los circuitos lógicos que se basan en los informes de reconocimiento disponibles sugieren que los invids no tienen conocimiento del paradero de la fortaleza dimensional de Zor.

–¡Pues! Entonces debemos asumir que los zentraedis realmente encontraron la matriz de protocultura, garantizando un futuro para nuestra robotecnología.

–Pero sólo si pudieron capturar la nave intacta...

Los sistemas orgánicos de la fortaleza galáctica de los Amos empezaron a reflejar su preocupación súbita; dentro de la cápsula de protocultura se originaron fluctuaciones de energía que arrojaron colores llamativos contra tabiques y soportes que casi respiraban. Lo que habría sido el puente en una nave común, aquí estaba dedicado a las influencias desatadas de la protocultura para que pareciera un plexo neurálgico viviente de ganglios, axones, y dendritas.

Al contrario de los cañoneros zentraedis, estas fortalezas robotech con forma de pala y tamaño de planetoide estaban diseñadas para una campaña diferente: la conquista del espacio interno que, según se sabía, tenía sus propios mundos y sistemas estelares, agujeros negros y luz blanca, belleza y terrores. La protocultura había asegurado una entrada, pero el mapa de ese reino de los Amos distaba de estar completo.

–Mi único temor es que los discípulos de Zor puedan haber dominado los secretos internos de la robotecnología, y que por consiguiente pudieran derrotar a la inmensa armada de Dolza.

–¿Una nave contra cuatro millones? Más que improbable... ¡casi imposible!

–A menos que ellos pudieran invertir el sistema de la barrera de defensa robotech y penetrar en el centro de mando de Dolza...

–¡Para lograr eso, los discípulos de Zor tendrían que saber tanto sobre esa nave robotech como él mismo!

–En todo caso, nuestros sensores de seguro habrían registrado un despliegue de tal magnitud. Debemos admitirlo, la destrucción de cuatro millones de naves robotech no pasa todos los días.

–No sin que nosotros lo sepamos.

–Eso es muy cierto, Amo –agregó el terminator, que había esperado pacientemente para entregar el resto de su mensaje–. No obstante, nuestros sensores sí indican una perturbación de esa magnitud.

El interior de la cápsula de protocultura, del tamaño de un arbusto pequeño sobre su pedestal de tres patas, asumió una luz enfadada, volviendo a convocar las manos de los Amos.

–¡Alerta de sistema: prepárense de inmediato para una transposición al hiperespacio!

–Aceptamos la solicitud de los Ancianos, pero nuestro suministro de protocultura es sumamente bajo. ¡Puede que no podamos usar los generadores de transposición!

–Ya se dio la orden... obedece sin preguntar. Transpondremos de inmediato.

En lo alto de esas catedrales de cables entrecruzados con forma de axones y dendritas, unos glóbulos amorfos flotantes de masa de protocultura empezaron al realinearse a lo largo de las arterias vitales de la nave, permitiendo una acción sináptica dónde momentos antes no había existido ninguna. La energía fluyó a través de la fortaleza, enfocándose en las toberas axiales de los enormes motores reflex.

La gran nave robotech tembló y saltó.

 

Su planeta se llamaba Tirol, la luna principal del gigantesco planeta Fantoma, uno de siete vagabundos inanimados en un sistema de estrella amarilla igualmente mediocre del Cuarto Cuadrante, a unos veinte años luz de distancia del centro galáctico. Antes de a la Primera Guerra Robotech, los astrónomos terrestres habrían localizado a Tirol en ese sector del espacio que en ese entonces se llamaba Cruz del Sur. Pero desde entonces aprendieron que esa era sólo su forma de ver las cosas. A finales del segundo milenio habían abandonado los últimos vestigios del pensamiento geocéntrico, y por el año 2012 D. C. llegaron a entender que su amado planeta era poco más que un actor menor dentro de constelaciones completamente desconocidas para ellos.

Se sabía poco de la historia inicial de Tirol, salvo que sus habitantes eran una raza humanoide –brava, inquisitiva, atrevida–, y, en el último análisis, agresiva, codiciosa y autodestructiva. Al mismo tiempo que se abolía la guerra entre su propia raza y sus metas se remitían hacia la exploración del espacio local, nació entre ellos un ser que iba a alterar el destino de ese planeta y que, hasta cierto punto, iba a afectar el destino de la propia galaxia.

Su nombre era Zor.

Y los tecno-viajeros de Tirol conocían como Optera al planeta que se iba a convertir en cómplice en ese desarrollo fatal de eventos. Fue allí donde Zor presenció los ritos evolutivos de la forma de vida nativa del planeta, los invids; allí donde el científico visionario seduciría a la invid Regis para aprender los secretos de la extraña flor de tres pétalos que ellos ingerían tanto para su nutrición física como espiritual; allí donde tendría sus raíces la contienda galáctica entre Optera y Tirol.

Allí donde nacieron la protocultura y la robotecnología.

A través de la experimentación, Zor descubrió que se podía obtener una curiosa forma de energía orgánica de la flor cuando se contenía su semilla germinada en una matriz que evitaba la maduración. La bioenergía que se obtenía de esta fusión orgánica era lo bastante poderosa como para inducir una apariencia de biovoluntad, o animación, en los sistemas esencialmente inorgánicos. Se podía lograr que las máquinas alteraran su forma y estructura en respuesta a la inducción de una inteligencia artificial, o de un operador humano –ellas se podían transformar y reconfigurar. Si se aplicaba a las áreas de eugenesia y cibernética, los efectos eran aun más asombrosos: Zor descubrió que las propiedades de cambio de forma de la protocultura también podían actuar en la vida orgánica –que los tejidos vivos y los sistemas fisiológicos se podían hacer maleables. La robotecnología, como llamó a esta ciencia, se podía usar para formar una raza de clones humanoides lo suficiente-mente grandes para resistir las enormes fuerzas gravitatorias de Fantoma y minar sus minerales. Cuando estos minerales se convertían en combustible y se usaban junto con las energías de la protocultura (por entonces se llamaban energías reflex), los tecno-viajeros de Tirol podían emprender saltos hiperespaciales a zonas remotas de la galaxia. ¡La protocultura en efecto reformaba el mismo tejido del continuo!

Zor había empezado a prever un nuevo orden, no sólo para su propia raza sino para todas esas formas de vida sensible que los siglos de viajes habían revelado. Previó una verdadera unión de mente y materia, una era de energía limpia y paz inaudita, un universo reformado de posibilidades ilimitadas.

Pero los instintos que gobiernan la agresión tienen una muerte lenta, y esos mismos líderes que trajeron la paz a Tirol pronto se embarcaron en un curso que al final llevó la guerra a las estrellas. Las llamadas robotecnología y protocultura alimentaron los sueños militaristas megalómanos de sus nuevos amos, cuyo primer acto fue decretar que se recolectaran todas las vainas fértiles de Optera y las transportaran a Tirol.

Después se emitió la orden de desfoliar Optera.

Los gigantes creados biogenéticamente que minaban los eriales de Fantoma se iban a convertir en la raza más temible de guerreros que el cuadrante había conocido –los zentraedis.

Con un pasado falso implantado (repleto de recuerdos raciales artificiales y una historia igualmente falsa), programados para aceptar la orden de Tirol como ley, y equipados con una armada de buques de guerra gigantescos como sólo la robotecnología podía proporcionar, se los dejó libres para conquistar y destruir, para cumplir su imperativa: forjar y afianzar un imperio intergaláctico regido por un cuerpo gobernante de bárbaros que se denominaban a sí mismos Amos Robotech.

Zor, sin embargo, había comenzado una rebelión sutil; aunque estaba obligado a cumplir con los mandatos de sus Amos descarriados, él había tenido el cuidado de guardar los secretos del proceso de la protocultura sólo para él. Actuó el papel del peón deferente y servil que los Amos creían que era, manipulándolos todo el tiempo para que le permitieran formar una astronave de diseño propio –para asegurarse de lograrlo, dijo que era para una mayor exploración galáctica–, un vehículo transformable simple, una súper fortaleza dimensional que iba a encarnar la ciencia de la robotecnología así como los cañoneros orgánicos de los zentraedis encarnaban las lujurias de la guerra.

Escondida entre los hornos reflex que impulsaban sus motores hiperespaciales, la fortaleza también iba a contener la esencia pura de la robotecnología sin que los Amos lo supieran –una verdadera fábrica de protocultura, la única de su clase en el universo conocido, capaz de captar una bioenergía aprovechable de la Flor de la Vida invid.
Según las pautas galácticas, eso no fue mucho antes de que algunos de los horrores de la codicia que los Amos habían engendrado llegaran a casa para quedarse. La guerra con los invids despojados pronto fue una realidad, y hubo incidentes de rebelión abierta entre las líneas de los zentraedis, esa patética raza de seres a la que los Amos privaron de la esencia misma de la vida sensible –de la habilidad de sentir, de crecer, de experimentar la belleza y el amor.

No obstante, Zor se arriesgó con la esperanza de remediar algunas de las injusticias que sus propios descubrimientos habían fomentado. Bajo la mirada atenta de Dolza, el comandante en jefe de los zentraedis, la fortaleza dimensional se embarcó en una misión para descubrir nuevos mundos listos para la conquista.

O al menos eso le hicieron creer a los Amos.

Lo que Zor en realidad tenía en mente era sembrar los planetas con la flor invid. Se engañó fácilmente a Dolza y a sus lugartenientes, Breetai y los demás, para que creyeran que él estaba llevando a cabo las órdenes de los Amos, tanto para proteger la seguridad de Zor como para asegurar la inversión de los Amos. La incapacidad de comprender o efectuar reparaciones en cualquier dispositivo robotech y el temor a aquellos que sí podían hacerlo, estaban programados en los zentraedis como un obstáculo para prevenir una posible rebelión a gran escala de guerreros. Los zentraedis entendían los funcionamientos de la robotecnología tanto como a sus corazones humanoides.

Así, Zor trabajó en Spheris, Garuda, Haydon IV, Peryton y otros numerosos planetas con la urgencia extraordinaria de cumplir su imperativa. Los invids siempre estaban a un paso detrás de él, ya que su nebulosa sensorial estaba alerta hasta de los rastros diminutos de protocultura; sus inorgánicos quedaban en aquellos mundos para conquistar, ocupar y destruir. Pero no importaba: en cada uno de esos casos los brotes no lograron echar raíces.

Fue en algún punto de este viaje que el propio Zor empezó a usar las Flores de la Vida de una forma nueva, ingiriéndolas como vio que los invids hacían en Optera hace tanto tiempo. Y fue durante este tiempo que empezó a experimentar la visión que lo iba a guiar en un nuevo curso de acción. Parecía inevitable que los invids lo alcanzaran mucho antes de buscar y sembrar planetas convenientes, pero sus visiones le habían reve-lado un mundo muy alejado de ese sector belicoso del universo donde los Amos Robotech, los zentraedis y los invids rivalizaban por el control. Un mundo de seres lo bastante inteligentes como para reconocer todo el po-tencial de su descubrimiento –un mundo albiazul, infinitamente hermoso, bendito con el tesoro de la vida– ubicado en el quid de eventos transcendentes, en el cruce de caminos y el lugar decisivo de un conflicto que se iba a extender por las galaxias.

Un mundo al que él estaba destinado a visitar.

Bien consciente del peligro que representaban los invids, Zor programó las coordenadas del continuo de este planeta en las computadoras astrostáticas de la fortaleza dimensional. Del mismo modo, programó algunos de los dispositivos robotech de la nave para que cumplieran su papel de llevar a los nuevos albaceas de su descubrimiento un mensaje de advertencia especial que su propia imagen les iba a entregar. Es más, reclutó la ayuda de varios zentraedis (a quienes expuso a la música para que superaran su cruel condicionamiento) para que llevaran a cabo la misión.

Los invids alcanzaron a Zor.

Pero no antes de que la fortaleza dimensional despegara con éxito y se pusiera en camino.

Hacia la Tierra.

Los eventos subsiguientes –en particular la persecución de la fortaleza por parte de los zentraedis–, fueron tanto parte de la historia de la Tierra como lo fueron de Tirol, pero todavía había capítulos para desple-gar, transformaciones y reconfiguraciones, repercusiones imposibles de predecir, eventos que habrían sorprendido al propio Zor... si hubiera vivido.

 

–Adiós, Zor –había dicho Dolza cuando se envió a Tirol el cuerpo inanimado del científico–. Que puedas servir mejor a los Amos en la muerte que como lo hiciste en vida.

Y de hecho, los Amos Robotech se habían esforzado para lograr eso; aprovecharon los restos de Zor y extrajeron de su depósito neurológico todavía funcional una imagen del mundo albiazul que él había elegido para heredarle la robotecnología. Pero más allá de eso, la mente de Zor demostró ser tan impenetrable en la muerte como lo había sido en vida. Así, mientras los zentraedis de Dolza exploraban el cuadrante en busca de esta “Tierra”, los Amos tenían poco para hacer salvo sostener con firmeza las unidades sensoriales en forma de hongo que habían llegado a representar su enlace con el mundo real. Con desesperación intentaban volver a tejer los hilos destejidos de lo que una vez fue su gran imperio.

Durante diez largos años, según la cuenta de la Tierra, esperaron alguna noticia alentadora de Dolza. Eso representaba un parpadeo para los enormes zentraedis, pero para los Amos Robotech, que en sí eran humanos a pesar de su estado psicológico evolucionado, el tiempo a veces se movía con una lentitud agónica. Esos diez años vieron el decaimiento ulterior de su civilización, ya debilitada por la decadencia interior, por los ataques incesantes de los invids hambrientos de protocultura, por una rebelión creciente al borde de su imperio, y por la desafección elevada entre las líneas zentraedis que estaban empezando a reconocer a los Amos como los seres falibles que eran.

Habían localizado a los herederos de la robotecnología –los “descendientes de Zor”, como se los llamaba–, pero iban a pasar dos años más antes de que la armada de Dolza hiciera un movimiento decisivo para recuperar la fortaleza dimensional y su muy necesaria matriz de protocultura. Había una preocupación creciente, máxime entre los Amos Ancianos, sobre que ya no se pudiera confiar en Dolza. Él desde el principio pareció albergar algún plan propio: hace doce años estuvo reacio a devolver el cuerpo de Zor y ahora se mantenía incomunicado mientras se movía contra los poseedores de la fortaleza de Zor. Con su armada de más de cuatro millones de naves robotech, el comandante en jefe zentraedi tenía las de ganar si se aseguraba la matriz de protocultura para él.

Hubo razones de sobra para preocuparse cuando se supo que “los descendientes de Zor” eran humanoides como los Amos. La raza guerrera desdeñaba lo que fuera menor que ella y había llegado a visualizar a los humanoides de proporción normal como “micronianos” –irónico, dado el hecho que los Amos pudieron haber “ajustado” a los zentraedis a cualquier dimensión que desearan. Su tamaño actual era de hecho una pobre ilusión: dentro de esos esqueletos gigantescos latían corazones hechos del mismo material genético que el de los supuestos micronianos que ellos tanto despreciaban. Debido a esa similitud genética básica, los Amos Robotech tuvieron cuidado de escribir advertencias en los archivos seudo-históricos de los zentraedis para que evitaran el contacto prolongado con cualquier sociedad microniana. Pero lo cierto era que se temía que tal exposición a la vida emotiva pudiera reavivar recuerdos reales del pasado biogenético de los zentraedis y los verdaderos fundamentos de su existencia.
Según los informes que recibieron del comandante Reno (quien había vigilado el retorno del cuerpo de Zor a Tirol y cuya flota todavía patrullaba la región central del imperio), algunos de los elementos bajo el mando de Breetai se habían amotinado. Dolza, si se podía creer el informe de Reno, por ende había elegido trasponer toda la armada al espacio terrestre, con planes de aniquilar el planeta antes de que el contagio emotivo se extendiera al resto de la flota.

Los zentraedis podían aprender a tener emociones, ¿pero podían ser capaces de aprender a utilizar todo el poder de la robotecnología?

Esta era la pregunta que los Amos Robotech se habían planteado.

Sin embargo, era pronto para volverse un dilema.

Las sondas sensoriales del hiperespacio adheridas a una fortaleza robotech a unos setenta y cinco años luz de distancia de Tirol habían detectado una descarga enorme de matriz de protocultura en el Cuarto Cuadrante –una cantidad capaz de potenciar a más de cuatro millones de naves.

Traducido por Laura Geuna
www.robotech.org.ar

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19

VOLVER A LA PAGINA PRINCIPAL | VOLVER AL INDICE DE NOVELAS