Saga Macross - Force of Arms

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Capitulo 8

Hay viejos dolores de cabeza y jóvenes dolores de cabeza en nuestras líneas que todavía condenan los eventos que ocurrieron aquella noche cerca de la Fuente de la Paz. Es probable que ellos tampoco le vean la gracia a este libro.
Para parafrasear a Robert Heilbroner, "Estas personas traen mucho rigor a nuestra causa, pero ay, también mortis".

Betty Greer, Post-feminismo y la Guerra Robotech.

Miriya también era rápida, casi tan rápida como Max, y una diestra luchadora con cuchillo. Maniobró la siguiente sucesión de estocadas para que la ruta de evasión de él tuviera que pasar por las grandes raíces del árbol y, naturalmente, se tropezara y cayera.

Se lanzó alegremente hacia la blanca garganta de él, abierta a su corte mortal. Con toda seguridad el duelo era suyo; sólo necesitaba el golpecito de una muñeca para acabar con la vida de Sterling y borrar su vergüenza. Nada iba a poder explicar su ligera vacilación; ella, que nunca antes había dudado y que no había perdido con ningún otro enemigo. Nada iba a poder explicarlo excepto la imagen súbita y vívida del aspecto que él tendría cuando ella lo matara.

Acostado sobre su espalda, Max levantó la vista hacia ella. Este era el piloto de la armadura impulsada con la que él había luchado unos días antes durante una detención, primero en una furiosa pelea aérea encima de la SDF-1 y después en un enfrentamiento mano a mano en las calles de la propia Macross.

Él tendría que haber temido por su vida. Pero en todo lo que podía pensar era que mientras esperaba para pelear con el mecha de Miriya, había escuchado la vieja canción de Tex Ritter sacada de Alto Mediodía, "No me abandones, oh mi querida", haciendo eco en su cabeza. Y ahora no podía evitar escuchar oír esa línea persistente:



On this, our wedding day-ayy... en este, nuestro día de boda-aaas...

Miriya saltó sobre él; el chuchillo cortó el aire apuntado a su corazón. El cuerpo de él respondió antes de que tuviera tiempo de pensar con coherencia; levantó un disco plano de piedra y la punta del cuchillo derrapó en él soltando chispas y casi le quitó dos de sus dedos, pero falló por el ancho de un cabello.

La falla la desequilibró y él puso en funcionamiento una zancadilla. Cuando ella rodó para liberarse e intentar matarlo otra vez, él se catapultó hacia el primer cuchillo que todavía estaba hundido en el árbol.

Ella enseguida estuvo detrás de él. Para matarlo antes... antes de que él pudiera...

-¡Es inútil! -ella gritó triunfalmente mientras le lanzaba una estocada.

Ellos maniobraron y amagaron. El mango del otro cuchillo estaba a sólo unos centímetros más allá del alcance de Max.

-¡No eres ningún rival para mí! Oh, puedes ser un gran hombre, ¿pero qué hombre se compara a un zentraedi?

Él la engañó para que se alejara del árbol, se volvió, tomó el cuchillo en su mano como por arte de magia y la estocada tardía de ella sólo astilló la corteza.

-Ahora veremos -él sostuvo casi con vacilación el cuchillo en una postura de esgrima. Ella se dirigió hacia él.

Dejaron ridículamente de lado cualquier estilo sensato de lucha con cuchillo para pelear como si sostuvieran sables. Los cuchillos se sacaron partículas de luz entre sí. Max había aprendido esgrima en la escuela y había agudizado sus habilidades de combate en la Fuerza de Defensa Robotech; Miriya era una zentraedi, vivía y respiraba la guerra.

De forma increíble, Max puso en un predicamento al cuchillo de ella haciéndolo girar una y otra vez hasta que saltó de su puño. Voló alto y aterrizó a metros de distancia. La punta se enterró en la tierra, tan cerca y aún así tan lejos, demasiado lejos.

Max le sostuvo la punta de su cuchillo cerca de la garganta. Ella levantó su barbilla con orgullo.

-Creo que gané de nuevo -dijo él, aunque había algo en su tono que lo hizo sonar inseguro.

Era el momento que Miriya Parino, adalid de las quadronos, pensó que nunca enfrentaría. Pero aun así existía algo como la dignidad en la derrota, algo como su código de guerrera.

-He perdido ante ti.

Esta es una vergüenza que no puedo soportar -cayó de rodillas quitándose el echarpe y desnudando su garganta. Esperó el frío beso del cuchillo y deseó que llegara pronto para acabar su sufrimiento. No pudo evitarlo, pero las lágrimas brotaron en sus ojos -no por el temor o ni por la furia, sino por impulsos a los que no podía ponerles ningún nombre.

Él estaba dudando por alguna razón; ella pensó que quizás él iba a mostrar la crueldad que un zentraedi demostraría en su posición. Ella no lo culpó y con valentía se determinó a soportar cualquier cosa que él pudiera aplicarle, pero pensó que él quizás necesitaba que ella reconociera su derrota.

-Acaba mi vida -bajó la cabeza; los largos mechones verdes colgaron alrededor de su rostro-. Por favor. Hazlo ahora.

Pero lo que ella sintió no fue el frío fuego final del filo del cuchillo. Los dedos de él estaban bajo su barbilla, alzando su rostro.

-¡Pero yo no podría! Eres tan hermosa...

De repente todo fue tan irreal, tan difícil de entender para ella, que ver que él había dejado caer el chuchillo fue sólo una sorpresa menor.

Miriya levantó dichosa la vista hacia un rostro que mostraba confusión, asombro y un cierto algo más que ella apenas estaba comenzando a comprender.

Ella nunca sintió que se ponía de pie; quizás no hizo, y la gravedad cero y la sensación de volar eran reales. Un último espasmo del entrenamiento guerrero zentraedi se hizo sentir, y le dijo que lo detuviera, que lo detuviera antes... antes de que él pudiera...

Pero él ya lo había hecho y ellos se estaban besando, se estaban abrazando, Miriya en los brazos de Max. Durante un tiempo en el pequeño prado del parque oscuro de Macross, existió un lugar apartado de todos los otros mundos. Por mucho tiempo no se dijo ninguna palabra, hasta que Max tomó coraje.

-Miriya, esto va a parecer loco, pero... ¿te querrías casar conmigo?

-Sí, si lo deseas. ¿Maximilian, qué es 'casar'?



Los tres antiguos espías zentraedis, Rico, Bron y Konda, estaban sentados en el salón de descanso de los escuadrones de la RDF no lejos del puente. Estaban haciendo lo mejor que podían por que el Trío Terrible pasara un buen rato.

Sammie, Vanessa y Kim estaban tristes. Parecía que el viaje de la SDF-1 nunca iba a acabar, que no había ningún refugio para la nave espacial en ningún lugar.

Nadie quería suponer cuánto tiempo más podía durar la fortaleza dimensional contra la armada zentraedi que los perseguía, pero el consenso tácito era que había presionado su suerte al límite y que todos ellos estaban viviendo tiempo de yapa.

-¿Crees que los canadienses le ofrecerán refugio a la SDF-1, Konda? -preguntó el corpulento Bron.

Si se pudiera convencer a los canadienses de desafiar al Concejo de Defensa de la Tierra Unida y permitir que la nave aterrizara, ofrecerle asilo a su tripulación y a los refugiados, podría haber esperanza. Sería la prueba más ardua de la autoridad del CDTU como opuesto a los derechos autónomos de sus estados miembros, podría incluso llevar a una nueva guerra civil, pero esa era la única esperanza de la SDF-1.

El amigo y compañero guerrero de Bron masticó un pedazo de comida.

-Te diré una cosa: si niegan nuestra petición, significa que nos quedaremos atrapados aquí en el espacio para siempre.

Las tres jóvenes intercambiaron miradas agonizantes. La pequeña Sammie sacudió su cabeza, enérgica y asustada.

-¡Konda, por favor no digas nada como eso!

Kim, con su taza de café olvidada en sus manos, de repente pareció perdida y vulnerable.

-¡Seguramente... alguien nos ayudará!

Konda no la contradijo, pero tampoco estuvo de acuerdo. Los seis normalmente se divertían cuando estaban juntos, pero ahora apenas miraban con tristeza su café.

-Debemos tener fe -dijo Rico, algo extraño viniendo de uno cuya única creencia había sido, hasta hace algunos meses, el código de guerra zentraedi.

Ninguno de ellos notó que Max Sterling pasó buscando por todos lados a su oficial al mando.

-¡Ah! Justo el hombre que quería ver -murmuró cuando vio a Rick Hunter.

Rick estaba sentado solo en una mesa del piso superior del lugar, perdido en pensamientos mientras miraba por sobre la cubierta hacia los miradores de arriba que le mostraban el espacio por tres costados. Estaba exhausto por la constante guardia de vuelo y las cargas agregadas de ser un líder de escuadrón. Estaba preocupado por la nave, por sus hombres y por lo que tal vez podía hacer para poner su vida amorosa en orden.

Rick pareció sorprendido cuando Max interrumpió su ensueño, pero lo invitó a sentarse.

-Es sobre anoche -empezó Max-. Creo que voy a casarme.

Rick escupió su café y se ahogó un poco hasta que Max lo palmeó la espalda.

-¡Esa es la cosa más ridícula que oí en la vida! -soltó por fin-. ¡Tú sólo fuiste a una cita! Hombre, sabes que ella no se va a ir a ningún lado, ¿entonces por qué no te tomas algo de tiempo?

Max parecía obstinado y se agitó un poco antes de hablar.

-Nosotros estamos enamorados.

Rick se zambulló en un discurso que jamás había imaginado que daría antes de convertirse en el Líder Skull. Pero antes de que pudiera entrar demasiado en por qué nadie debe apresurarse en el matrimonio y sobre cómo eso era triple para los pilotos de cazas VT, Max lo interrumpió.

-Teniente, esa no es la parte que me está preocupando -se secó la frente con su pañuelo-. Vea, es, ah, no estoy seguro de cómo decir esto. Ella es el enemigo. Miriya me confesó que es una zentraedi.

Rick lo miró inexpresivamente por un largo rato. De haber sido alguien más, habría dudado de su cordura; pero él era amigo de Max y además había visto su última evaluación psicológica.

-¿Cómo pudiste dejar que esto pasara?

-Yo la amo -dijo Max con un poco más de energía que cuando normalmente decía algo.

-¡Estás diciendo tonterías! ¿Qué podrías tener en común con ella? -aunque los tres antiguos espías y las conejitas del puente se estaban haciendo compañía del otro lado del salón de descanso. Rick había tratado de desenredar su propia vida emocional tormentosa y no podía entender por qué otras personas querrían complicar las suyas.

-Te digo que la amo -insistió Max. De repente golpeó la mesa con su puño e hizo que la taza y el plato bailaran-. ¡Y no hay ningún problema que el amor no resuelva!

¿Oh sí? -pensó Rick con ironía; por un momento deseó poder hacer algo sobre su inútil afán por Minmei, poder entender sus complejos sentimientos hacia Lisa Hayes-. ¡Max, tienes mucho que aprender!

-Hay un problema que no resolverá, compañero, y es tu tonto idealismo. El amor no va a hacerte feliz, créeme.

-No importa lo que digas, Rick -Max estaba furioso-. Yo voy a casarme con esta mujer con o sin tu aprobación.

-De acuerdo, mira, así que ella te atrae. ¿Cuántas veces le pasa eso a un tipo?

-¡Ella es especial!

-Cálmate; lo siento. Puedo decir que te gusta mucho.

Max se calmó un poco.

-Quiero que la conozcas.

-Esto sería interesante -dijo Rick, percatándose de que alguien se había acercado a la mesa.

La Miriya Parino del batallón de elite quadrono de las hordas zentraedis parecía como la tapa de una revista de modas. Rick no sabía qué había esperado; nunca había conocido a una hembra zentraedi y había visto a pocos varones que no lucieran lo suficientemente feos como para no detener un reloj.

Lo que él no había esperado era una joven atractiva con un vestido de verano rosa simple y elegante adornado con una faja azul alrededor de su delgada cintura. Llevaba su cabello verde oscuro en una sola cola abundante echada hacia delante sobre un hombro blanco.

-Estábamos hablando sobre ti -le dijo Max con una sublime sonrisa soñadora.

Rick parpadeó asombrado y después habló de forma entrecortada.

-Tenías razón, Max. Ella es hermosa. Yo... yo creo que ahora entiendo.

-Estoy tan contenta de conocerte -Miriya sonrió serenamente-. Luces exactamente como te describió Maximilian.

Ella estaba muy alegre porque ella y Max iban a casarse, aunque esta costumbre humana insólita y extrañamente emocionante era un misterio mayor a cualquier otra cosa. De pronto ella no se pareció y ni se sintió para nada como una comandante y guerrera zentraedi, pero no le importaba. Todo era tan claro, brillante y maravilloso...

La decisión de Max de comprarle ropa nueva evidentemente había sido buena; las miradas que ella había recibido de las personas, y de Rick en particular, no eran las que se dirigía a un enemigo.

Era difícil de creer que apenas unas horas antes ella había tratado de matar a Max. Él se había pasado la mayor parte del tiempo intentando clarificar qué significaba "amor". Ella decidió que quería más clarificación -una que durara de por vida.

-Eres un hombre afortunado, Max -le dijo Rick, sin apartar la vista de Miriya. Después sonrió abiertamente-. Y olvida todas esas cosas sin sentido que te dije.

Max volvió a sonreír otra vez.

-Y para garantizarles a los dos que tendrán un gran día de bodas -agregó Rick-, ¡yo planeo estar allí para besar a la novia!

Max se encogió de hombros, asintió con alegría y arrastró un poco de ironía en su tono.

-Yo sabía que podía contar usted, jefe. Sólo... -extendió la mano para tomar la de Miriya-, sería mejor que esperes hasta que yo le explique todo eso a la futura señora Sterling. Las fuerzas RDF ya están escasas de personal, y yo odiaría ver que el Líder Skull terminara en terapia intensiva.



Los preparativos para la boda empezaron ese mismo día. Gloval estaba extrañamente callado, excepto para dar su permiso y autorizar la clase de fiesta extraordinaria que los magnates de los medios de comunicación de la nave ansiaban y reclamaban. Rick conocía bastante a Gloval para saber que el capitán tenía buenas razones para un movimiento así y se preguntó cuales podrían ser.

Las noticias de las próximas nupcias tenían zumbando a toda la fortaleza dimensional. Estimuló a tripulación y refugiados por igual, ¡por fin una razón para celebrar y olvidarse de la guerra por algún tiempo! El alcalde Tommy Luan, el director del sistema intra-nave de radiodifusión y otros cientos se metieron en los arreglos.

Con un poco de sorpresa vieron que Gloval había ordenado que no se escatimara ningún esfuerzo en hacer de esta ocasión un evento mayor. Miriya podía tener diez mil damas de honor si lo quisiera; la gente de la RDF y los pilotos veritech en particular echaron la casa por la ventana para montar un desfile digno de una boda real.

Los preparativos marchaban con rapidez; el matrimonio se volvió el centro de la existencia para muchas personas que cosían, cocinaban, decoraban; el personal de la RDF ensayó sus simulacros y los ingenieros prepararon los más especiales de los efectos especiales.



Toda la actividad no pasó inadvertida. En la armada extraterrestre, fríos e implacables ojos miraban las peculiares ocurrencias. Se estaban por tomar decisiones cruciales y horribles.

Traducido por Laura Geuna
www.robotech.org.ar

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