Saga Macross - Force of ArmsPrólogo 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25
Estas cartas se amontonan, querido Vince, quizás para que las leas algún día, o quizás no, pero hoy sobre todo tengo que dejar por escrito lo lleno que está mi corazón... más que en cualquier momento desde que mataron a Roy. Teniente Claudia Grant, en una carta a su hermano Vincent. Los espectaculares fuegos artificiales iluminaron el espacio alrededor de la SDF-1. Era sólo el principio, pero qué principio. Toda el área se iluminó con colores brillantes; los civiles y el personal RDF por igual se amontonaron en cada mirador disponible para exclamar y aclamar. Después aparecieron los mechas de guerra para ejecutar su parte en las cosas. Los veritechs salieron en enjambres para ocupar sus lugares desde las cubiertas de vuelo de la fortaleza y desde los dos inmensos portaaviones que estaban unidos a ella como estupendos antebrazos de metal. Desde la proa del portaaviones Daedalus salía una senda de luz ancha y plana que brillaba con todos los colores del espectro como si fuera una pista de aterrizaje luminosa. Los veritechs salieron a toda velocidad y sus retropropulsores flamearon. La excitación levantó picos de fiebre por toda la nave. Fue más que la ocasión de una boda -incluso la primera boda que se pudiera recordar que había tenido lugar en el espacio exterior. Había algo en la unión de un humano y una zentraedi que hablaba directamente del anhelo de los humanos por la paz y por retornar a casa. Era el rayo de esperanza para poder acabar pronto la terrible Guerra Robotech sin llegar a la catástrofe. Para Max y Miriya simplemente era el día más feliz de sus vidas. Con puntualidad bajaron desde el vacío en el caza VT de Max; Max vestía su esmoquin y estaba sentado en el asiento delantero, piloteando. Miriya estaba sentada atrás haciendo constantes correcciones a la caída de su velo de novia y al arreglo de su ramo nupcial. Ella había ganado muchas condecoraciones por valentía y coraje bajo fuego, pero hasta ahora no había sido capaz de dejar de temblar. Los VTs habían pasado a modo battloid y parecían gigantescos caballeros ultra-técnicos. Se ubicaron de a pares enfrentados a lo largo la pista de aterrizaje que formaba el arco iris de luz. Alzaron las armas, esos mismos cañones automáticos grises que habían usado en otras ocasiones para emprender la guerra salvaje con los zentraedis. Pero ahora habían ajustado las armas para que lanzaran rayos de luz brillantes sobre el aerosol reflexivo que se había rociado alrededor de la SDF-1 únicamente para ese propósito. Estos brillaban como veintenas de espadas cruzadas encima del curso de acercamiento luminoso. Max voló su nave bajo el saludo militar a baja velocidad mientras Miriya miraba boquiabierta alrededor, encantada más allá de las palabras. El caza se asentó sobre la cubierta del Daedalus y allí había más mechas -las máquinas de ataque de las unidades de tierra de los cuerpos tácticos. Cuando Max carreteó hacia el elevador que iba a bajar su nave a la cubierta del hangar, los monstruosos cañones destroid, los excaliburs, los raider x y los demás lanzaron unos rayos inofensivos para formar un dosel. Las cámaras ya estaban siguiendo al VT y habían planeado una cobertura total y cercana de cada parte de la ceremonia. A Max y a Miriya no les importaba, pues querían que todos compartieran en su alegría total. Pero no todos hacían.
Breetai, el enorme comandante de la armada zentraedi, observaba las señales que interceptaron de la SDF-1 en la imagen del rayo proyector. -Esta es la costumbre microniana más extraña que hemos visto hasta ahora, ¿no es cierto, Exedore? ¿Puedes explicarme qué está haciendo Miriya Parino? Lo que ella estaba haciendo era evidente: caminaba lentamente al lado de un humano de cabello azul vestido con un traje bastante adornado y de aspecto incómodo, sujetando lo que parecía ser un manojo de plantas. También estaba sujetando el brazo del microniano, lo que causó que Exedore especulara que quizás ella estaba herida en la pierna o había caído enferma. Aunque ella no parecía enferma; parecía... Exedore no sabía lo que esa expresión en su cara podía significar. Breetai miró fijamente a la imagen. Él era una criatura que no habría tenido ningún problema en pasar por microniano, sólo que tenía unos dieciocho metros de alto. Una media cofia metálica reluciente cubría una herida terrible que recibió en el lado derecho de su cráneo durante una batalla contra la raza invid, enemiga implacable de los zentraedis, y además le reemplazaron el ojo por un cristal brillante. Junto a él estaba Exedore, un zentraedi jorobado de aspecto frágil, mucho más chico que Breetai -casi un enano según los estándares de su raza. Pero dentro de la enorme y deformada cabeza de Exedore estaba acumulada la mayor parte de la erudición y del conocimiento de su raza, y una mente en la que Breetai confiaba plenamente. Los observadores ojos saltones sin párpados de Exedore también estaban fijos en la imagen de la boda del rayo proyector. -Su excelencia, si no estoy equivocado, ella se está... casando. Ellos estaban parados en la estación de mando de Breetai que sobresalía sobre el inmenso puente de su colosal nave capitana. La nave capitana -catorce kilómetros sólidos de armas, escudos y armadura-, quedó deteriorada después de sus enfrentamientos furiosos con la SDF-1 y los mechas de la RDF. La burbuja transparente que rodeaba la estación de mando estaba destrozada; sólo quedaban unos pedazos dentados alrededor del marco. Los zentraedis eran guerreros, no esclavos o ganapanes; tenían poca afición por cualquier cosa que oliera a trabajo común e incluso tenían menos talento para hacerlo. Los Amos Robotech aceptaban y reforzaban esos prejuicios; sin los Amos, los zentraedis tarde o temprano habrían terminado sin herramientas de guerra en funcionamiento. -Según mi investigación -explicó Exedore-, es una condición en la que varones y hembras micronianos viven juntos. Breetai estaba aturdido. Su voz de barítono áspera y gutural llenó la estación de mando. -¿Vivirán juntos? ¿Miriya Parino y este endeble varón microniano? -Correcto, milord. ¿Pero por qué razón? El altísimo adalid zentraedi, soberano de una raza clonada que no conocía el amor, la familia o el sexo, trató de imaginar cuál podía ser el propósito, por qué razón concebible el varón y la hembra podían desear semejante intimidad. Pero mientras lo intentaba lo asaltaron olas de asco y confusión, visiones anónimas a medio ver que lo enfermaron físicamente. Dejó de mirar las imágenes. Breetai se sentó en su enorme silla de mando pensando todavía en la importancia de la boda. -Parece que está tomando su misión de espionaje muy en serio. Quizás más en serio de lo que debería. Su primera conclusión fue que Miriya, la dedicada luchadora, estaba padeciendo el tremendo tormento de tal costumbre sólo para infiltrarse entre el enemigo y aprender los secretos perversos de sus prácticas sociales obscenas. Pero Breetai vio algo en la cara de Miriya, algo que hizo dudar al altísimo comandante de este análisis. Otra vez era como fue con los tres espías, Konda, Rico y Bron. Breetai sintió un cierto miedo. -A menos que mis sentidos me engañen, parece que ella se está divirtiendo de una manera peculiar. ¿Puede ser que ella también haya encontrado el estilo de vida microniano demasiado agradable para resistirlo? -Parece, señor, que ella no puede resistirse al encanto de ese piloto microniano -contestó Exedore. Breetai había visto la demostración del beso cuando capturó a Rick Hunter y a Lisa Hayes. Se estremeció al evocar ese acto repugnante y se preguntó cómo una criatura inteligente podía soportar participar en tal bajeza. Pero la atracción hacia los humanos era innegable; veintenas de soldados zentraedis habían conspirado en secreto para sufrir la micronización y habían ido a vivir entre sus antiguos enemigos. Esa era la primera vez que se producía un motín semejante en la historia de la raza guerrera. Parte de la locura había tenido que ver con la joven hembra humana Minmei y el poder extrañamente hipnótico llamado "canto" que ella ejercía. -Nuestras fuerzas pueden estar en más riesgo de lo que creímos -dijo Exedore-. ¿Qué tal si los traidores que fueron aceptados del lado humano no eran meros desertores mentales como pensamos, sino la primera ola en un mar de desertores? Breetai se frotó la gran mandíbula bajando su única y gigantesca ceja negra. -Parece que este tema del "amor" es una cosa muy poderosa. -Me temo que estoy de acuerdo con usted, señor -contestó Exedore-. Es un factor emocional contra el que nosotros los zentraedis no tenemos ninguna defensa. Ellos podrían usar este "amor" como una poderosa arma contra nosotros. Breetai frunció el ceño ante la imagen de los humanos risueños y alegres, de la feliz y radiante Miriya, y del orgulloso y sonriente Max. -¿Arma, eh? -Sí. Debemos tener cuidado. La cobertura que interceptaron de la boda les mostró flashes que estallaban y personas que aplaudían mientras Max y Miriya cortaban su pastel. El pastel de bodas era un modelo de tres metros de alto de la SDF-1 en su caballeresco modo de ataque. Breetai, gruñendo con su voz retumbante, miró los procedimientos con furia. ¿Qué había allí en las miradas radiantes de Miriya y el microniano que ejercían tal fascinación, tal profunda atracción en él? Pensó que era sólo la necesidad de un comandante de estudiar a un enemigo peligroso y se negó a creer que él pudiera sentir algo como la envidia hacia el frágil enemigo.
El maestro de ceremonias estaba pidiendo silencio en la fiesta. -Damas y caballeros, hoy es un día muy especial. Es más que la celebración de una boda; es el enlace de dos almas dedicadas a la protección de nuestra colonia robotech. Me gustaría presentarles al hombre que hizo tanto para lograr que esta sea una ocasión única, ¡al comandante de la SDF-1, el capitán Henry Gloval! Hubo muchos aplausos, aunque la gente todavía se estaba pasando pastel y ventilaba su champaña después de los varios brindis que habían bebido. Gloval se puso de pie, vestido con su uniforme de gala cargado de medallas, trenzas y cintas de campaña en abundancia. Rick, que conocía al capitán un poco mejor que la mayoría de las personas de allí, tuvo la impresión de que iban a averiguar por qué él no había escatimado nada para convertir la boda en un evento mayúsculo. -Bien -dijo Gloval-, para empezar, le extiendo mis cordiales felicitaciones a Max y a Miriya. Esta boda conlleva una gran importancia histórica. Como todos ustedes saben, Miriya era una guerrera zentraedi que destruyó muchas de nuestras naves. Ella viene de una cultura que nosotros hemos llegado a temer y a odiar. ¡Oh, no! -pensó Rick. ¿En qué podía estar pensando Gloval? Miriya estaba rígida como una estatua con la vista baja sobre su plato. Max estaba blanco. Los invitados reunidos escuchaban en un silencio aturdido. -Son los zentraedis los que han causado nuestra situación actual -siguió presionando Gloval-. Sólo ellos evitan nuestro retorno a la Tierra... a nuestras casas y a nuestras queridas familias. Una mano ya se había ovillado en un puño. -¡Son ellos quienes han causado lesiones, destrucción y sufrimiento interminable! -¡Capitán, por favor! -estalló Max -¡Capitán! -gritó Rick en ese mismo momento. Gloval siguió adelante. -Bien, yo sé lo que están pensando: "¿Por qué escogió este momento para recordarnos estas cosas terribles?" Yo se las recuerdo, señoras y señores, porque nosotros debemos aprender a perdonar a nuestros enemigos. Su imagen y su voz salieron por las pantallas en toda la fortaleza: en los cuarteles, en los salones de descanso, en los monitores gigantes de las plazas públicas de Ciudad Macross. -No ciegamente, no con ignorancia, sino porque somos una nación fuerte y deseosa. No podemos culpar a los zentraedis por su apetito inexplicable por la guerra. Ellos nunca han conocido otro estilo de vida y ese ha sido su único medio de supervivencia. En toda la fortaleza de la batalla la gente miraba las pantallas con asombro -algunos con esperanza ascendente, otros con antagonismo creciente. -Y tampoco podemos condenar a los individuos de esa sociedad por la locura en masa de sus líderes. En cambio debemos mirar su naturaleza buena. Como ustedes deben saber, ahora hay docenas de desertores zentraedis a bordo de la SDF-1 que se redujeron a tamaño humano. Ellos hicieron una petición para detener la lucha y yo creo que es una petición genuina. Él se volvió para señalar a los recién casados. -Se analizó la sangre de estos jóvenes antes de la ceremonia. La sangre zentraedi resultó ser igual a la sangre humana. Eso arrancó murmullos y cuchicheos en el vestíbulo de la recepción; en la nave y en la ciudad en general, impulsó mil discusiones y marcó un momento decisivo en el pensamiento humano. En el Dragón Blanco, el restaurante chino que pertenecía a los tíos Max y Lena de Minmei, el alcalde Tommy Luan y algunos otros habían ido a ver la ceremonia por televisión. -No hay ninguna razón por la que no podamos coexistir en paz -dijo Gloval-. Permitamos que esta ocasión represente un futuro donde todas las personas vivan en armonía. Los brindis y los aplausos estaban aumentando, evidencia del hambre general por un fin a la guerra. Gloval levantó las manos para imponer silencio. -Por favor, permítanme hablar un momento más. Se oyeron voces en el fondo que felicitaban a Gloval por su liderazgo, valor y convicciones. En el restaurante, el alcalde Tommy Luan asintió con la cabeza y se secó una lágrima. -El capitán Gloval es en verdad un hombre de paz. Un gran hombre. Había otros en la nave que no sentían de la misma manera, otros que quebraron botellas en la calle o agitaron un puño hacia la imagen de Gloval. Desde el primer ataque de los extraterrestres había habido tantas pérdidas, tantas muertes y tanto sufrimiento que el anhelo de venganza no iba a morir tan fácilmente. Gloval había anticipado eso, claro. -Todos nosotros hemos perdido seres queridos y será difícil no albergar malos sentimientos hacia los zentraedis. ¡Pero de algún modo debemos superar estos sentimientos! Debemos detener esta destrucción sin sentido.
Lejos bajo la superficie de la yerma tundra de Alaska, en los niveles más bajos de la base del cuartel general del Concejo de Defensa de la Tierra Unida, el almirante Hayes apuntó un control remoto hacia la TV y esta se puso oscura. -¡Está loco! -soltó y se volvió hacia su hija-. ¡No entiendo como Gloval puede hablar sobre paz en un momento como este! Lisa se apuró a saltar en defensa de Gloval, tanto porque él era su antiguo oficial superior como porque sin dudas tenía razón. -¡Padre, es la única manera de evitar nuestra propia destrucción! ¡Si nosotros no comenzamos las charlas de paz significará el fin de este planeta, y ni siquiera tú querrías eso! -¡Lisa! -él de repente pareció dolido. -Lo siento -le dijo ella-, ¡pero debes detener la operación Gran Cañón de inmediato! El almirante Hayes apagó un cigarrillo y evitó la mirada de su hija. -Los planes para el uso del Gran Cañón ya están programados. No hay nada que hacer sobre eso ahora. Traducido por Laura Geuna |
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