Saga Macross - Force of ArmsPrólogo 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25
Y así giraba el Gran Mandala, dos mitades habían aprendido que ellas dos eran una. Mingtao, Protocultura: el viaje más allá del mecha Entre todos los anuncios de la carga de mísiles deca, el manejo de las torretas de armas, la frenética coordinación de las computadoras de adquisición de blancos y de prioridad de amenaza, se dio la orden para que el escuadrón Skull se reportara a sus cazas. -Bien. Esos somos nosotros -dijo Max, mirando a la cubierta y después levantando la vista hacia su esposa. Él estaba realmente confundido. El tradicionalismo decía que él debía protegerla del daño; pero Miriya era mejor aviador que nadie más a bordo excepto Max, y no había seguridad en ninguna parte. Es más, ella nunca le habría permitido dejarla atrás. -Sí, Maximilian -dijo ella mientras lo miraba. Rick notó que en un tiempo increíblemente corto ellos dos habían aprendido a mostrarse la misma sonrisa tranquila exactamente al mismo tiempo. Hizo lo mejor que pudo para suprimir su envidia. Max puso su brazo alrededor de la delgada cintura de su esposa y saludó a Rick con la mano. -Lo veo allá afuera, jefe. -Cuenta con eso -Rick los saludó con alegría fingida y los observó partir para vestirse. Otros estaban averiguando la forma de salir de la sala de audiencias; Gloval, Exedore y los otros pesos pesados ya se habían ido. Los técnicos de grabación estaban envolviendo con rapidez las cosas, preparándose para doblar en bronce las asignaciones de combate. Sólo Kyle y Minmei quedaban, sin lugar para ir, inseguros. Rick los miró y pensó en lo que estaba pasando allí afuera donde el vacío encontrada a la atmósfera de la Tierra. Millones de naves se estaban formando para una batalla mayor que incluso los zentraedis nunca antes habían visto. Lo que significaba que el futuro parecía muy oscuro para un pequeño líder VT que había entrado tarde en el negocio de guerra. Rick se decidió en un momento y corrió a toda velocidad hasta donde estaba parada Minmei. Ella estaba en la cima de los escalones que llevaban al podio de la mesa; él se detuvo unos escalones más abajo. -¡Minmei! Ella lo miró con extrañeza. -¿Sí, Rick? -él no podría comprenderla, no podría entender qué estaba pasando detrás de los sorprendidos ojos azules. Kyle estaba detrás de su hombro, frío y enfadado, mirándolo con furia. No era que Kyle ya no importara; lo hacía muy poco. Rick se enredó en las palabras; no encontró nada que expresara lo que él quería decir y ni siquiera se las arregló para comenzar. -Sabes que yo no soy bueno en esta clase de cosas -consiguió decir por fin. Ella lo sabía; lo sabía desde los largos días y noches que ellos habían pasado perdidos, lo sabia desde tiempos más recientes, cuando él había sido casi incoherente. -Pero puede que no te vuelva a ver -prosiguió-. Yo quiero decir que... que te amo. Las manos de ella volaron a su boca como pájaros asustados. Movió la boca con palabras que no hicieron ningún sonido. -Tenía que decírtelo -él sonrió de forma agridulce-. Cuídate. Después salió para vestirse, pues ya llegaba tarde al lanzamiento masivo del programa del Apocalipsis; sus talones taconearon sobre la cubierta. Ella se quedó helada por sus palabras; se pudo volver a mover de nuevo sólo cuando él salió de la compuerta, fuera de la vista. Minmei bajó corriendo los escalones para alcanzarlo. Kyle se puso al lado de ella en un momento, la tomó de un brazo y la levantó bruscamente. -¡No intentes detenerlo! -las actividades de los hacedores de guerra eran problema de ellos; Kyle había amado a Minmei demasiado tiempo como para perderla ante ellos. Ella se esforzó desesperadamente para librar su brazo y su cabello negro se azotaba. -¡Déjame ir! ¡Tengo que decírselo! ¡Kyle, déjame ir o te odiaré para siempre! Los dedos que se podrían haber apretado como un tornillo, por el contrario se aflojaron. Él conocía cien maneras de obligarla a quedarse allí, pero ni una sola para quitarle sus sentimientos por Hunter o mantenerla alejada del piloto sin hacer que ella lo odiara. El puño, fuerte como el acero, quedó flácido y la dejo ir. Minmei tiró de su brazo para liberarlo y salió corriendo tras de Rick. Kyle se quedó parado solo durante mucho tiempo en la sala de audiencias desierta escuchando las directivas de emergencia, los anuncios de la RDF y los preparativos para la batalla. Batalla, muerte, olvido -esos eran tan fáciles de enfrentar, ¿no lo entendían los militares amantes de guerra? Vivir sin la persona que significaba todo en la vida para ti, ese era el miedo que no se podía superar, el abismo que ningún valor podía hacerte atravesar.
En los hangares, las bahías y las dependencias de los mechas de combate, los pensamientos de amor y de pesar habían quedado atrás. Ahora era sólo matar o que te maten. Los hombres y las mujeres vaciaron sus mentes de todo lo demás de una forma que ningún extraño podría haber entendido. -Armar todas las ojivas reflex -la orden de Kim Young llegó por el altoparlante. Los mísiles -hammerheads, decas, piledrivers y stilettos- cobraron vida en sus casquillos y bastidores. Los mechas de ataque estaban preparados: los gigantes pesados estaban llenos de cañones de rayos láser y de rayos x, mísiles, automáticas y tubos de disparo rápido cargados con balas perforantes de casquillos desechables. Los destroids salieron primero: vacilantes torretas de armas del tamaño de una casa que pasaban sus racimos de cañones de un lado a otro para probar fuegos cruzados, listos para ubicarse hombro con hombro y concentrar el fuego. Formados detrás de ellos estaban los gladiators, los excaliburs, los spartans y los raider x, todos haciendo que las cubiertas reforzadas resonaran a su paso, cargados con todas las arma que la robotecnología les podía dar. La marcha de los Soldados Robotech. Las torretas de armas y los cañones de los torreones de la SDF-1 giraron y se prepararon; los hombres y las mujeres sudaron cuando se sentaron en las sillas de los artilleros y de los ayudantes de artillero. Se revisaron con exactitud las retículas de apuntación y se probaron los gatillos sin balas. El estupendo guerrero que formaba la propia SDF-1 estaba listo, con las tapas alzadas de sus muchos puertos de armas. Los dos portaaviones de los brazos de la nave, el Daedalus y el Prometheus, se ubicaron para la batalla y para el angustioso y brutal negocio peligroso de los lanzamientos y las recuperaciones de combate. En la cubierta del hangar, el escuadrón Skull precalentaba. Ellos iban a ser uno de los pocos escuadrones que iban a volar los nuevos veritechs blindados. Max, que dirigía las cosas hasta que Rick pudiera llegar, le tiró una sonrisa rápida a su esposa. Miriya le sopló un beso, como hacia a menudo cuando nadie más estaba mirando. El besar todavía era una cosa asombrosa para ella; el hacer el amor la dejó completamente sin palabras. Sin embargo, a Max le pasó lo mismo. Ella volvió a una revisión final de su VT. El combate era algo que también conocía íntimamente. Max logró ensillar al resto del Skull, y se resistió al impulso de estar amargado y preocupado por el remordimiento de haber tenido tan poco tiempo con ella. Esas eran las distracciones que mataban a los pilotos de cazas.
En el puente, Gloval llegó con Exedore a su lado y nadie pensó en decir que debió ser de otra manera. Los informes del estado de guerra de la nave le llegaron por parte del Trío Terrible y de Claudia. Gloval llevó a Exedore a la gran burbuja del mirador delantero. ¿Quién habría soñado que nosotros estaríamos luchando lado a lado? -pensó. Pero no hubo respuesta para eso. Era Gloval, siempre Gloval -y a veces sólo Gloval- quién había anti-cipado este día desde el momento en que oyó hablar de las deserciones enemigas.
Sobre el cuartel general del CDTU de Alaska, los cazas, que se parecían mucho a los VTs pero que carecían de su superlativa robotecnología, gritaron en el aire con alarma. Era una muestra valiente que todos sabían era hueca; la única esperanza real de la Tierra yacía con la fortaleza dimensional. El almirante Hayes y varios otros oficiales superiores estaban parados en un balcón que daba a la inmensa sala de situación. Ellos oyeron el eco de las actualizaciones del estatus de disparo del Gran Cañón, la flota enemiga que todavía estaba saliendo de la transposición, el cuadro compuesto que hacía dudoso que un solo miembro de la especie homo sapiens sobreviviera al día. -Las proyecciones resultaron estar equivocadas -confesó como un zombi un oficial de análisis de Inteligencia-. No podemos esperar ganar contra una fuerza tan grande. Ni siquiera podríamos hacerlo aunque los satélites del Gran Cañón estuvieran en su lugar. De ninguna manera, señor. Él agitó despacio la cabeza. Hayes estaba acostumbrado a esconder su consternación. -¡Teniente! ¿Pudimos establecer contacto con los extraterrestres? -le gritó un oficial de comunicación. Hayes ardía al pensar en por qué de pronto sus superiores estaban tan ansiosos por hablar con los zentraedis. Evitó cualquier reflexión sobre la forma en que sonaban los gobernantes de la Tierra ahora que por fin la realidad se había impuesto sobre ellos. Las palabras valientes y las posturas intrépidas se habían volado como el humo en el viento, y el CDTU estaba ávido, vergonzosamente ávido por hacer cualquier trato que pudiera, comenzando con una oferta para convertirse en un gobierno supervisor bajo el dominio extraterrestre. Excepto que los zentraedis no iban a hacer tratos hoy, y el Armagedón era al parecer el único punto en la agenda. -Lo estamos intentando, almirante, pero hasta ahora es imposible -le gritó un oficial. El propio Hayes se sintió traicionado y tonto. Su hija y Gloval habían estado en lo correcto desde el principio, de arriba abajo. El prestigio y el honor de su rango se habían desintegrado a la nada, y vio que al permitir ser el instrumento de hombres cobardes y codiciosos había, muy simplemente, arruinado una carrera que en otros aspectos había sido honorable. -Entonces no queda nada por hacer sino luchar -dijo Hayes. Bajo otras circunstancias esa podría haber sido una de esas frases que los oficiales de alto rango podían esperar que se mostrara en los libros de historia. El hecho era que Hayes sabía que los políticos lo habían engañado una y otra vez. Además, era improbable que alguna vez volviera a haber libros de historia. Y la única razón para luchar era que el enemigo no ofrecía ninguna alternativa -ellos querían borrar a la raza humana de la existencia. El Gran Cañón se preparó para disparar y los fútiles escuadrones de cazas de la Tierra salieron a hacer sus trabajos como mejor pudieran. Lisa Hayes miró sus pantallas e instrumentos y repelió el impulso de llorar por los hombres y mujeres que estaban haciendo sus trabajos de buena fe, y que la propaganda y la desinformación del omnipresente CDTU les negaba saber que estaban condenados. Hizo una pausa durante un intervalo de unos cuantos minutos para observar la imagen cercana de la SDF-1 y pensar en Claudia, en Gloval y en Rick. Se dio cuenta, como su padre le había dicho cuando ella era una muchachita, de que sólo había pocas preguntas realmente importantes en la vida y que el combate hacía que todo el mundo las hiciera. ¿Por qué estamos aquí? ¿De dónde venimos? ¿Qué nos pasa cuándo morimos? Y cuándo lo haga, ¿estaré con Rick, por fin, o estaré sola para siempre? Justo en ese momento entró una actualización sobre el estatus de proyección del cañón y Lisa tuvo que dejar ir esos pensamientos.
Rick Hunter selló a su traje de vuelo y confirmó que sus guantes estuvieran firmemente conectados a los anillos instrumentados del puño. Ellos encajaban fácilmente, lo que le permitía una máxima destreza. La compuerta de su habitación hizo una señal y él pensó que era sólo otro mensajero con una actualización de la misión, ya que todos los canales de comunicación estaban sobrecargados. Hasta que la compuerta se deslizó. -¿Rick? Él giró sobre su eje y la vio parada en la compuerta, delineada contra el áspero brillo intenso de las luces del pasillo. Ella dio un paso dentro de la habitación con timidez, pero mirándolo a los ojos. La compuerta se cerró detrás de Minmei.
Las había de todo tamaño y forma; esas eran las embarcaciones guerra de la Gran Flota zentraedi. Nunca en toda su historia las habían congregado para combatir en semejante formación. Desde su estación de mando, Dolza, el comandante supremo de la raza zentraedi, observó su blanco, la Tierra. El espacio estaba lleno de sus naves; nunca había habido una formación así en los infames anales de los zentraedis. Y aun así sentía recelos. Dolza conocía la antigua tradición de su raza por las interminables enseñanzas de Exedore. La propia Gran Flota podría no ser suficiente contra las fuerzas que esos archivos mencionaban. Quizás nada lo sería. Dentro de la base con forma de peñón que era el cuartel general de Dolza -ciento sesenta mil kilómetros a lo largo de su eje-, el comandante supremo recibió la noticia de que toda la flota por fin estaba presente. Él era enorme, el más grande y, excepto por Exedore, el más viejo de su raza. El cráneo afeitado y las espesas cejas de Dolza lo hacían parecer una escultura de granito. -Mi primer ataque será el planeta madre de los micronianos -dijo-. Que todas las naves se preparen. En toda la flota se llevaron a cabo los últimos preparativos para la batalla. Las proas de las colosales embarcaciones de bombardeo se abrieron como las mandíbulas de cocodrilos gigantes para exponer las armas pesadas. Las computadoras de proyección aceptaron las asignaciones que venían desde la base de Dolza y apuntaron sus miras hacia la superficie del mundo, ajustando su alcance. Los motores de la Gran Flota aullaron como demonios y las armas sobrecargadas apuntaron a la desvalida Tierra.
-Yo quiero disculparme contigo, Rick -dijo ella-. Quiero decir, sobre Kyle. -En realidad no es tu culpa -le contestó-. Yo tendría que haber dejado que supieras cuáles eran mis sentimientos. Supongo que tendría que haberlo intentado más. -Pero, yo... -¡Oh, Minmei, está bien! -gritó, asustándola un poco. Logró controlarse y fue a buscar su casco de vuelo. ¿Cómo se lo digo? Él fue recoger el casco pero vio el reflejo de ella en la visera. Ella lo estaba mirando en silencio. -Yo soy un piloto, y tú ahora eres una superestrella -dijo con cansancio-. Sabes que de todas formas no habría funcionado entre nosotros. Muchas cosas han cambiado, Minmei. Él fue al mirador y posó la vista en la Tierra. -Es extraño pensar lo pequeño que es nuestro mundo -dijo él, casi con distracción-. Es una pena todo el tiempo que desperdiciamos, ¿no es cierto? Ella retrocedió como si él le hubiera pegado. Ella veía que él era cruel a propósito, hiriéndose él y a ella para hacer que el amor cesara. Abrió la boca para decir algo que lo iba a hacer honesto otra vez, algo que iba a aclarar el aire entre ellos. Pero en ese momento exacto el universo se iluminó. El ataque zentraedi había comenzado. Traducido por Laura Geuna |
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