Saga Macross - Force of ArmsPrólogo 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25
Khyron siempre fue diferente al resto de nosotros y las actitudes de los micronianos contenían algo de oscura fascinación para él, a pesar de lo mucho que él lo combatiera. ¡Pero los micronianos están locos! ¿Es de asombrarse que esto lo llevara más allá del límite, que hiciera que él percibiera que su único alivio fuera liquidarlos a todos? Grel. -Embarcación extraterrestre, clase acorazado, señor -dijo Vanessa con tensión desde su estación de captación en el puente. Esta vez Gloval estaba listo. -¡Prepárense para disparar el cañón principal! ¡Fijen todos los sistemas de rastreo para apuntar! En el paréntesis que había seguido al último ataque, los ingenieros habían completado la reacomodación y la nueva instalación. Por último habían traído a la SDF-1 a modo de ataque sin mayores daños para Ciudad Macross y las consiguientes pérdidas de vidas. La nave podía usar su temible arma principal en esta configuración parada en el espacio como un monumental gladiador blindado con los dos tremendos portaaviones sostenidos como brazos amenazantes. -Todos los sistemas en movimiento; botalones moviéndose en posición -dijo Claudia en tonos moderados. Los botalones permanecían como cuernos sobre la fortaleza; los brutales servomotores los bajaron, de manera que apuntaran directamente desde las grandes y voluminosas estructuras de los hombros de la nave. -El arma principal en espera para disparar a su orden, capitán -pasaron el mensaje desde Ingeniería. Claudia no pudo evitar desear que Lisa estuviera de vuelta en el puente. El Trío Terrible y los otros técnicos eran buenos y estaban haciendo lo mejor que podían, pero nadie, excepto quizás el Dr. Lang, sabía tanto sobre la nave como Lisa. Sammie observaba los preparativos con los ojos desorbitados. -Apuesto que este es un truco o algo -declaró con su voz joven y sofocada-. ¡Un caballo de Troya! Kim tomó un momento de sus propios problemas para mirar con dudas a Sammie. -¿Caballo de Troya? ¡Ellos saben que nosotros nunca caeríamos en eso! ¿De dónde diablos sacarías una idea así? -¡De la Guerra de Troya! Además, siempre pasa eso en las películas. -¡Ellos han tratado de eliminarnos durante dos años y ella todavía piensa en películas! -Kim le gruñó y regresó a su trabajo, resolviendo golpear a Sammie más tarde. -De acuerdo -dijo Sammie con gran acrimonia-, ¡si tienes una teoría mejor, oigámosla! Vanessa cortó la disputa. -Capitán -dijo Vanessa-, tengo un mensaje descodificado que viene desde la nave extraterrestre. Gloval casi se levantó de la silla de mando. -¿Qué? -intentó no permitirse esperar demasiado. -Están pidiendo permiso para acercarse a la SDF-1. ¿Lo pongo en el monitor, capitán? Gloval gruñó la aprobación y Vanessa cumplió. De repente, el vuelo fantasioso de Sammie no parecía tan estrafalario. -Repito: estamos enviando una nave desarmada para que atraque con su fortaleza de batalla. Requerimos una cesación de las hostilidades. Por favor no disparen.
La nave capitana enemiga se movía casi a velocidad nula, directamente en la línea de fuego del arma principal. El acorazado podría tener catorce kilómetros sólidos de caos ultra-tecnológico, pero los zentraedis seguro sabían que quedaría tan indefenso como un zeppelín de helio ante el holocausto que esos enormes botalones podían generar. -Deja que vengan -Gloval le dijo a Claudia-. Pero permanece lista para disparar. Claudia levantó la tapa roja de seguridad con su dedo pulgar y expuso el gatillo del arma principal. Sudando, vigiló a los furgones de batalla que se acercaban, lista para disparar al instante que Gloval diera la orden pero obligándose a permanecer tranquila. Ella no estaba enterada de que todos los demás, capitán y reclutas por igual, se alegraban de que Claudia -a quien ellos veían como una torre de fortaleza- fuera la encargada del gatillo ese día. Gloval dejó que la nave capitana se le acercara. El comentario del caballo de Troya que hizo Sammie resonaba en su mente. Se preguntó por este Breetai que Lisa y Rick le habían descrito. Los tres espías zentraedis y los desertores que habían venido detrás de ellos habían contribuido más, así como Miriya. Gloval especuló y esperó que las extravagancias de la guerra le permitieran encontrarse con Breetai cara a cara, y sospechó que el comandante extraterrestre sentía lo mismo. La nave capitana desaceleró hasta detenerse y quedó como una presa fácil, lo que lo tranquilizó. Pero abruptamente aparecieron docenas de serpentinas de luz que salieron desde atrás de ella y que se dirigían hacia la fortaleza a alta velocidad. Gloval no tuvo que mirar los despliegues de las computadoras; ya había visto esos perfiles de actuación. -¡Capto una gran fuerza de ataque de naves de persecución trimotor que se acerca rápidamente! -gritó Vanessa. Los trimotores estaban en la línea de fuego; el dedo índice de Claudia cubrió el gatillo. ¿Qué están tramando ahora? -pensó Gloval con aturdimiento. La paz había parecido tan cercana. ¿Pero qué podía ser esto, aparte de una traición? Los trimotores salieron delante de la nave capitana y avanzaron hacia la SDF-1; sus toberas dejaron brillantes cintas de luz revueltas detrás de ellos. La orden de disparar estaba en los labios de Gloval. Pero de repente abrieron fuego cien baterías en la sección delantera de la nave capitana del enemigo y los trimotores volaron en pedazos; docenas desaparecían por segundo dentro de las nubes globulares de aniquilación total. Las líneas de energía albiazules del cañonero enemigo, finas como un cabello en comparación con su volumen, de inmediato se volvían a encauzar para destruir al próximo blanco. La gran maniobra quedó desbaratada en segundos y el espacio se llenó de basura encendida. -Asegura el gatillo pero queda en espera -dijo Gloval y tragó saliva. Claudia cerró los ojos por un momento, exhaló una plegaria y puso la cubierta de seguridad encima del gatillo. Pero como Gloval había ordenado, su dedo pulgar se apoyó firmemente en él.
Breetai estaba de pie en su estación de mando con las manos aferradas a la parte más pequeña de su espalda. Como esperaba, Khyron el Traicionero no tardó mucho en aparecer en la imagen del rayo proyector. -¿Breetai, te has vuelto loco? Breetai lo estudió con frialdad. -Tus naves estaban interfiriendo con una misión diplomática, como bien lo sabes. Por eso me deshice de ellas. De aquí en adelante dirigirás a mí por mi rango correcto. Khyron luchó una feroz batalla interior y después logró hablar. -¿Comandante, qué pasará ahora? ¡Me niego a perdonar a los micronianos! ¡Todos sabemos las órdenes de Dolza! -¡No sabes nada, Khyron! Y yo no escucharé ninguna palabra más de ti en este asunto. ¡Simplemente considérate afortunado porque hoy no escogiste liderar tus tropas! -¡Es ridículo! Breetai le dio la espalda a la pantalla y cortó el circuito de comunicación. -Apenas -murmuró. Como una inmensa ballena asesina, la nave capitana se detuvo directamente delante del arma más poderosa de la SDF-1. -Sólo están asentados allá afuera, capitán; creo que están esperando que nosotros hagamos un movimiento -la uña del pulgar de Claudia permanecía debajo del borde de la tapa del gatillo. ¿Si ellos no quieren la paz, por qué destruirían sus propios cazas? ¿Por qué no arrasan con nosotros cuando podrían hacerlo con tanta facilidad? -Desean enviar un emisario. Muy bien -decidió-. Que así sea.
Los veritechs volaron por delante acompañados de otro mecha, como las naves ojo-de-gato de Inteligencia, cargada de detectores que estudiaban todo sobre el pod emisario. El pod era normal, salvo que llevaba un equipo de comunicación auxiliar: ninguna arma. El ojo-de-gato y los otros detectores de emisiones de Inteligencia dijeron que no era el caballo de Troya de las pesadillas de Sammie. Rick Hunter sosegó a su escuadrón Skull diciéndoles que él sabía que era raro y que cada vez se ponía más raro, pero les recordó que el escuadrón no había sufrido ninguna baja durante un tiempo. La comitiva más extraña de todas las comitivas se asentó en una bahía de la SDF-1; los VTs estaban en modo battloid con las armas apuntadas hacia el pod. Las cosas se movían con rapidez en la cubierta del hangar, mientras que las voces de los altoparlantes hablaban de los procedimientos de revisión normales y las precauciones extraordinarias que rodeaban a la llegada del emisario. Nadie quería arriesgarse a una traición -o quizás peor, a un violento acto vengativo de un humano- que le robara a la SDF-1 esta oportunidad de paz. La seguridad era -literalmente en algunos casos- hermética. El mecha enemigo se arrodilló y su proa tocó la cubierta cuando sus piernas articuladas hacia atrás se plegaron. Se abrió una compuerta trasera; un soldado enemigo morrocotudo dio un paso adelante para mirar alrededor. -¿No estás olvidando algo? -gritó una voz aguda y altamente ofendida desde adentro del pod. El gigantesco soldado quedó afligido de inmediato, casi asustado. -¡Oh, por favor perdóneme, su eminencia! ¡Mis más humildes disculpas! Con cuidado metió la mano en el pod y sacó una figura pequeña, a la que bajó con exagerado cuidado y delicadeza. Le habían explicado con exactitud lo que le iba a pasar si dejaba que su pasajero micronizado sufriera algún daño. Exedore, vestido con la túnica de harpillera azul que era todo lo que los zentraedis tenían para darle a sus guerreros micronizados, se alejó de la palma blindada del guerrero. Los dedos de sus pies se cerraron y sus arcos se arquearon un poco más alto por el frío de la cubierta. -¡Uf! ¿Cómo sobreviven estos micronianos con cuerpitos tan frágiles? Se volvió observar la gran cubierta de vuelo, pero lo impresionó poco porque su tamaño habría sido imponente para humanos o zentraedis. El piloto de Exedore era otra cuestión, el cual se estaba viendo cara a cara con un battloid que manejaba una automática. -¿Somos una vista bastante imponente, no es cierto, eh? -dijo frotándose la mandíbula. Aun así, él era uno entre los zentraedis que sabía que el tamaño no contaba para mucho -no contaba para nada, en algunos casos. -¡Aten... CIÓN! -dijo el altoparlante cuando una línea de vehículos militares llegó haciendo chillar las ruedas. Los battloids chasquearon al presentar armas, y para gran orgullo de Exedore, el piloto zentraedi se paró en perfecta posición de atención. Exedore notó que había personal microniano, personal de tierra y cosas así esparcidos alrededor del compartimiento cuando ellos, también, se cuadraron en atención. Unos hombres saltaron de los automóviles para formarse con elegancia y un hombre de uniforme no muy diferente del de los zentraedis se acercó a Exedore extendiendo la mano. -Coronel Maistroff, de las Fuerzas de Defensa Robotech, señor. Le traigo saludos del comandante de la súper fortaleza dimensional, el capitán Gloval. Exedore suspiró un poco al ver que Maistroff era más alto que él, al ver que todos ellos lo eran. Quizás había algo en el proceso de micronización que dictaba eso, o quizás sólo era algo del destino. En fin, la mano abierta de Maistroff estaba extendida hacia él. Exedore pestañeó ante ella con desconcierto. -Así es cómo nosotros saludamos a los amigos -dijo el humano. ¡Ah, sí! ¡La costumbre bárbara de mostrar que no había armas! Exedore puso su mano malva oscura dentro de la rosa pálida del otro e intercambió el asimiento de amistad. -Yo soy Exedore, Ministro de Relaciones. Maistroff, un antiguo déspota y xenófobo que se había sazonado e ilustrado un poco en el curso de la Guerra Robotech, lo examinó con la vista. -Eso parece bastante importante, señor. Exedore se encogió de hombros. -En realidad, no -sonrió, y Maistroff terminó correspondiéndole la sonrisa. El coronel señaló su automóvil. -Si usted está listo, nosotros le conseguiremos ropa más cómoda y después lo llevaremos ante el capitán. ¿Ya comió? -Ah, sí; sí -Exedore se liberó de eso al recordar las transmisiones de la boda, temiendo que todas las ceremonias detuvieran el comienzo de las charlas de paz. Cuando comenzaron a caminar, detrás de ellos surgieron unos golpes estremecedores que los empujó mientras se movían. Se volvieron y vieron que el piloto zentraedi había comenzado a seguir a su señor con naturalidad. Los battloids ni siquiera habían levantado de nuevo las bocas de sus automáticas. Exedore pronto vio el problema y también entendió algo de la ansiedad de los humanos. Maistroff guardó su compostura. -¿Discúlpeme, ministro Exedore, pero... podría pedirle que espere aquí en la cubierta del hangar? -¡Oh! -no se necesitaba a un genio del calibre de Exedore para ver que esas compuertas pequeñas no iban a permitir que un zentraedi vagara a sus anchas. ¡Astuto! Él giró y miró a su piloto. -Quédate aquí y vigila el pod -lo irritó que su voz quedara tan aguda y menos potente a causa de la transformación. -¡Sí, señor! -exclamó el piloto estirando un brazo. Maistroff se volvió y señaló con un pulgar a dos ayudantes. -Ustedes, señores, encuéntrenle algo para comer. -¡Sí, señor! -los dos saludaron como uno bajo la mirada del guerrero zentraedi, tal como hizo él. Después observaron como Maistroff ayudaba cordialmente a Exedore a abordar el automóvil, la cosa más inverosímil que se hubiera visto hasta ahora en la guerra. Los escoltas motorizados abrieron camino y la comitiva se marchó. Los dos oficiales se relajaron, levantaron la vista hacia el zentraedi y después volvieron a mirarse. -¿Algo para comer? -exclamó el primero-. ¡Tiene que estar embromando! -Maistroff nunca bromea -contestó su compañero. Los dos tenían aparejos de comunicación en sus jeeps y el segundo oficial extendió la mano para tomar un auricular. -Tú llama al departamento de distribución de raciones y dale las malas noticias -le dijo a su amigo. Después comenzó su propia misión. -¿Hola, control de transporte? Escuchen, voy a necesitar un par de remolques...
Las vías públicas de Ciudad Macross eran tan confusas para Exedore como lo habían sido para los espías. ¡Tanta actividad indisciplinada y desorganizada! ¡Tanto vagabundeo absurdo! Gran parte de eso parecía no tener ningún sentido -todo este mirar boquiabierto a través de las vidrieras y pasearse al azar. Se preguntó si era algún espectáculo engañoso que habían montado para su visita. Y, claro, apartó sus ojos de los machos y las hembras que vagaban por la ciudad tomados de las manos o con los brazos alrededor de las cinturas. Los diminutos modelos de micronianos hechos a baja escala, esos ruidosos y pobremente disciplinados que los humanos llamaban "niños", no tenían ni pies ni cabeza para Exedore. De sólo verlos le daba una sensación estremecedora. Pero tuvo que admitir que la nave estaba en buen estado de reparación, sobre todo después de dos años de batallas continuas con la raza guerrera. No había ninguna forma de esconder el daño en una nave zentraedi, ninguna forma de arreglarlo. Los informes de Inteligencia ya habían indicado lo que Exedore evidenció a su alrededor: los micronianos sabían reconstruir -quizás crear. Era una ventaja imponente, una parte crítica en la ecuación de la guerra. Muy pocos micronianos vestían uniforme; ninguno de ellos parecía estar bajo vigilancia estricta. -Bueno, este es nuestro distrito de compras -explicó Maistroff cuando Exedore preguntó. -¡Ah, sí! Tengo entendido que aquí es que donde ustedes usan algo llamado dinero para requisar mercancías. -Em. Eso no está muy errado, ministro -Maistroff se rascó un poco el cuello. Viajaban a lo largo de un bulevar ancho. Exedore pronto comenzó a sudar frío y empezó a estremecerse. Maistroff se sentó erguido preguntándose si algo en el soporte de vida de la nave era incompatible, pero eso era imposible. Después vio que Exedore, con los dientes apretados, miraba fijamente una cartelera. La cartelera publicitaba las Clínicas del Bronceado Aterciopelado con una fotografía de la Señorita Aterciopelada, una voluptuosa y bronceada joven escasamente vestida y sumamente atlética cuya popularidad en la cartelera de Ciudad Macross era segunda después de Minmei. -Eh, eh, oh, es-ese cuadro en el edificio de allí -por fin soltó Exedore, que parecía estar sufriendo un ataque de la malaria, y quien se obligó a mirar el suelo del automóvil-. ¿Le molestaría explicarlo? Maistroff levantó la mano hasta la parte de atrás de su birrete e inclinó la visera sobre de sus ojos para mantener la compostura con el ministro y tosió en su otra mano. -Bien, en realidad es un poco difícil de explicar. Exedore cruzó sus flacos brazos sobre su estrecho pecho y asintió con prudencia. -¡Ajá! ¡Un secreto militar, sin duda! ¡Muy astuto! ¡Realmente! Maistroff ni siquiera quiso pensar en el daño que podía haber causado a las relaciones interraciales -no quería complicar las cosas. Inclinó más abajo su visera. -Correcto, así es. Clasificado. La comitiva pasó corriendo en dirección al cuarto de conferencias. Traducido por Laura Geuna |
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