Saga Macross - Force of Arms

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Capitulo 17

Una vez escribí a aquí -una Minmei más joven lo hizo- que necesitaba ser mi propia persona, que tenía mis propias sombras para echar.
Pero, oh... Yo no me di cuenta de lo terrible que iba a ser esa oscuridad.

Del diario de Lynn Minmei

Millones de rayos deslumbradores de energía pura luminosa llovieron sobre el mundo albiazul.

Las primeras en sucumbir fueron las defensas orbitales, los satélites de vigilancia y los "armors" -los grandes cruceros espaciales de tecnología convencional. Quedaron destruidos al instante y se desvanecieron en nubes de gas en expansión.

La increíble descarga agujereó la atmósfera, hizo hervir nubes y humedad, y cruzó hasta la superficie. Los edificios, los árboles y las personas quedaron vaporizados; todo lo inflamable explotó. Los rayos infernales comenzaron detonaciones tremendas y recalentaron el aire como armas termonucleares.

Por todas partes fue lo mismo. Soldados y civiles, adultos, niños y nonatos también -la Gran Flota no favoreció a nadie y no mostró piedad por ninguno. En medio de un día aburrido marcado sólo por una clase de alarma que el CDTU no explicó, casi toda la población del planeta pasó a degüello.

Para la mayoría ni siquiera hubo tiempo de gritar, sólo un momento horroroso cuando la luz y un calor indescriptible los engulló y tornó sus cuerpos tan transparentes como las imágenes de las radiografías, consumiéndolos después.

Las ciudades cayeron y los vientos ardientes refregaron el mundo. A los mares tampoco se les dio ninguna tregua; Dolza había decretado un modelo de descarga tipo alfombra para atrapar barcos, instalaciones de recolección y excavación acuáticas, y cosas por el estilo. Incalculables kilómetros cúbicos de agua se convirtieron en el vapor.

Los rayos pasaron como un monzón de calor de fusión por todo el mundo indefenso.



En el cuartel general del CDTU, el suelo retumbó pero los kilómetros de tierra y piedra salvaron a los ocupantes de la muerte inmediata.

Lisa miró fijamente un mapa de situación iluminado. Los golpes eran tan numerosos que las computadoras de despliegue ya no podían diferenciarlas. La cara del mundo brillaba.

-¡No pueden estar haciendo esto! -gritó-. ¡No pueden!

Pero ella sabía que estaba equivocada. Ellos lo estaban haciendo.

-Aniquilación.



Gloval estaba parado débilmente con los hombros arqueados, mirando hacia fuera del mirador delantero. Exedore estaba mudo detrás de su hombro. El extraterrestre decidió que debía haber caído, o de hecho, que había caído víctima de las contagiosas emociones humanas, porque en ese momento los sentía con mucha fuerza: la rabia por que esto hubiera pasado, un dolor que retorcía el alma y una vergüenza absoluta, absoluta.

-Se han ido. Todos se han ido -dijo con monotonía una técnica recluta mientras leía sus instrumentos.



En su base del cuartel general, el inmenso Dolza observó su obra y la encontró buena. Su risa gutural hizo eco con los profundos y estridentes tonos resonantes de los zentraedis.

Había decidido que el interludio microniano iba a quedar cancelado de la historia. Y cualquier raza similar que encontraran los zentraedis iba a estar sujeta a la instantánea y total exterminación.

Después los eventos se podrían volver a poner a en su carril apropiado.

Dolza tuvo que admitir que incluso él, el comandante supremo, no había tenido una verdadera idea del poder zentraedi hasta el momento en que la Gran Flota abrió fuego. ¡Su poderío irresistible! Eso lo llenó de nuevas aspiraciones, de nueva determinación.

Cuando los humanos quedaran acabados, y el rebelde Breetai y sus seguidores quedaran destruidos por completo, sería el momento de tratar con los Amos Robotech.

Los Amos habían tratado a los zentraedis, sus sirvientes guerreros, con el desprecio que uno le mostraba a un esclavo durante mucho tiempo. Eso había quemado el orgullo zentraedi por mucho tiempo. Es más, surgió a la luz que desde el principio los Amos le habían dicho una mentira colosal a los zentraedis -los habían engañado sobre los orígenes de los gigantes.

Los secretos de la protocultura escondidos en la nave de Zor eran una parte importante del plan maestro de Dolza para derrocar a los Amos Robotech y permitir que los zentraedis tomaran su legítimo lugar en el pináculo del universo.

El maldito Zor se dio cuenta de eso y despachó su nave para mantenerla alejada tanto de los Amos como de los zentraedis. El plan finalmente había funcionado, pero al hacerlo, acarreó este día. Mientras Dolza observaba a casi cinco millones de naves de guerra, todas lanzando lluvia de destrucción a la Tierra, comprendió que no necesitaba los secretos de Zor, no necesitaba a la SDF-1. Todo lo que necesitaba era el poderío de las hordas zentraedis.

Se volvió a reír, un grave retumbo que hizo que los tabiques reverberaran. Hoy murió la humanidad. Mañana comenzaría la guerra contra los Amos Robotech.



Rick Hunter aferró el alféizar de su mirador. Mientras observaba, el lado oscuro de la Tierra, en parte cubierta por la flota enemiga, se iluminó con una miríada de manchas rojas brillantes, con la obra de esa primera salva terrible.

-Todo el planeta -dijo aturdido.

Minmei se asomó por detrás de él, caminando como un robot por la profunda conmoción.

-Todos están... ¿todos ellos están muertos, Rick?

Él vio que la noche se volvía roja.

-Sí, Minmei.

-Madre. Padre -ella arrancó sus ojos de esa vista.

-Lisa -dijo él muy suavemente. Sus mejillas de pronto se pusieron suaves por las lágrimas.

Ella comenzó a cantar en una voz arrulladora, entonando una pequeña canción de amor a la vida y al planeta que estaba muriendo. Pero eso no duró mucho, y pronto su cabeza quedó hundida en sus manos.

-Así que así es cómo acabaremos -sollozó-. Primero la Tierra y después el resto de nosotros.

-No, Minmei -le puso una mano en el hombro-. Esto no es el fin, ¿me oyes?

Él deseaba poder parecer más convincente. Pero ella no era ciega; podía ver el poderío aplastante que se preparaba para volver sus armas hacia la SDF-1 y sus aliados zentraedis.

-Todavía tenemos nuestras vidas -dijo él, sacudiéndole el hombro con un poco de rudeza para hacer que lo escuchara.

Todo era tan injusto, tan inútil. Él no se había sentido tan enfadado e impotente desde aquel día en la base de Dolza cuando él, Lisa y Ben eran prisioneros desvalidos...

¡¡¡ESO ES!!!

Él la sacudió del hombro otra vez con una nueva convicción repentina.

-¡Todavía no terminó! ¡Escucha, Minmei, quiero que ahora salgas y cantes para todos!

-¿Que cante? -ella se limpió las lágrimas de sus pestañas.

-Sí. Tengo una idea.



Las nubes de humo ya se elevaban desde la Tierra, rodando para envolverla y ocasionar un invierno que ni siquiera las computadoras podían analizar con fidelidad.

El almirante Hayes oyó el informe en la sala de control principal de la base del CDTU.

-No hay ninguna noticia de cualquier otro miembro del Concejo, señor. El mariscal Zukav todavía está inconsciente y los doctores piensan que probablemente tendrán que operar. ¿Cuáles son sus órdenes?

En este año electoral, el ataque extraterrestre sorprendió fuera a gran parte de los miembros del CDTU, mientras arreglaban murallas y apoyos políticos. De todos ellos, sólo Hayes y Zukav estaban presentes en la base cuando vino el ataque, y Zukav sufrió un infarto en el acto.

Ahora las riendas estaban en las manos de Hayes, pero eran las riendas de un planeta que era más carbonilla que suelo.

-La estimación de daños en todos los sectores excede cualquier escala conocida -decía con debilidad una voz a un costado-. Hay señales de que unos pocos grupos esparcidos sobrevivieron al primer ataque.

El primer ataque, sí. Pero ahora el enemigo sin duda estaba preparando un segundo y un tercero -tantas descargas como se necesitaran para convertir a la Tierra en una pelota fundida.

Y así iba a terminar el mundo.

-¿El Gran Cañón sobrevivió al ataque? -preguntó.

-Sí, señor. Todavía funciona -se apuró a contestar un ayudante.

-Muy bien -Hayes giró hacia él-. Entonces comenzaremos la cuenta regresiva de inmediato, teniente.

El ayudante se apuró a retransmitir la orden. En segundos, la inmensa base vibró con fuerza.



Gloval miró fijamente al que una vez fue su enemigo. Breetai devolvió la mirada, y ese habría sido un momento histórico si todos no hubieran estado tan apurados.

Breetai bajó la vista hacia la pequeña criatura de bigote y de aspecto casi desgreñado que peleó y pensó mejor que los mejores guerreros de la galaxia; Gloval levantó la vista hacia un tipo enorme y temible con un pecho tan grueso como un roble antiguo y una media cofia de metal y cristal que cubría su cráneo.

Hablaron casi sin ningún preámbulo; ellos sentían que se conocían bien.

-Comandante Breetai, quiero que por favor emita en todas sus frecuencias militares una transmisión simultánea de la canción de Minmei.

El único ojo de Breetai se fijó en Gloval con cuidado.

-Yo no tengo ninguna objeción, ¿pero cuál es su plan?

Exedore entró en la escena para explicar.

-Hasta ahora los soldados de la flota de Dolza no tuvieron ningún contacto con la cultura microniana, milord. Cuando queden expuestos a la canción, se confundirán. Y eso también aumentará la moral de los micronianos.

Breetai se frotó la enorme mandíbula. Gloval miró con fascinación la gigantesca mano color malva y los densos vellos negros en su revés, gruesos como alambres.

-Eso podría proporcionarnos la oportunidad que necesitamos para tomarlos fuera de guardia.

Gloval quedó un poco sin aliento con esta audacia extraterrestre. Él mismo había pensado en algo similar a un ataque selectivo.

-¡Pero... la Gran Flota no es una fuerza que nosotros podamos atacar de frente, comandante!

Breetai le mostró una sonrisa ganadora sorprendente, viniendo como lo hizo de un soldado extraterrestre clonado cuya cabeza estaba semioculta por una cápsula de metal y cristal. Breetai saboreó cada palabra son simpleza.

-Exacto, capitán Gloval. Nunca esperarán que nosotros montemos un ataque sorpresa contra ellos.

La escotilla principal del puente se descorrió y entró una figura delgada. Minmei miró nerviosa alrededor del misterioso paisaje de diales, luces, pantallas y controles.

-¿Em, quería verme, capitán?

Él fue hacia ella y Exedore trotó a su lado.

-Sí, señorita Minmei. El teniente Hunter me dijo su plan. Nosotros vamos a usarlo para nuestro contraataque.

Minmei observó con nerviosismo la pantalla de comunicaciones; después apartó rápidamente los ojos del extraterrestre de cráneo metalizado que la miraba con franco interés.

-Usted podrá cantar una canción para nosotros, ¿no es cierto, Minmei? -dijo Exedore con ansiedad.

Ella forzó una sonrisa. ¿Cómo podías seguir con la vida cuando el mundo acababa de morir? Simple: usas tus instintos de actuación, y guardas la introspección y el dolor bien en el fondo.

-Sí, por supuesto. Cualquier cosa para ayudar.

Gloval asintió en aprobación. Ella apenas intercambió un par de palabras con él en la boda, pero había algo sobre la formalidad tradicional de él, una clase de recato adorable que de alguna forma la puso a gusto.

-Yo tengo una petición especial, Minmei -interrumpió Exedore-. ¿Podría hacer ese, eh, es decir, esa cosa que haces en todas tus películas? Creo que lo llaman beso.

Él no podía haberla sorprendido más si hubiera hecho para ella su imitación de Minmei.

-Yo... supongo que sí. ¿Pero por qué necesita eso?

Exedore cayó en los tonos pedantes y casi afeminados que usaba al intentar comunicar su punto a los tercos zentraedis.

-Creo que eso va a actuar como una clase de sorpresa psicológica para todas las fuerzas de ataque de la Gran Flota, lo que los dejará menos capaces de luchar.

Ella tenía ganas de reír de histeria; algunos críticos habrían estado de acuerdo con la evaluación de Exedore sobre su habilidad de actuación.

Pero afuera del mirador la Tierra ardía sin llama.

-Bien, si eso ayuda.



Las nubes ya eran espesas en el cielo nocturno sobre Alaska, iluminadas por debajo por un resplandor infernal.

La base latía alrededor de ella mientras se preparaba para el monumental disparo del cañón. Lisa miró fijamente sus pantallas y esperó morir.

En la base del cañón, una pequeña ciudad de robotecnología, los fuegos subatómicos bailaban; la energía crujió e hizo fuerza para liberarse.

El almirante Hayes oyó los informes en un silencio impasible. Este probablemente sería el último, el único disparo terrestre en la batalla del último día de la raza humana; pero alguien iba a lamentar mucho haber venido a buscar batalla. Caer luchando era mucho mejor que simplemente morir.

Los inmensos lentes del cañón, iluminados con los rayos de apuntación, formaron la base de las nubes negras que se acercaban al mundo rojo.



Dolza de repente miró alrededor ante el tono de una comunicación de emergencia.

-¡Su excelencia! ¡Hemos detectado una reacción de gran energía que viene desde el tercer planeta!

Pero antes de que Dolza pudiera pedir más datos o pudiera dar una sola orden, el infierno se descargó.

Desde el principio quedó claro que un arma de energía enterrada verticalmente en una superficie del planeta iba a tener un campo de fuego muy limitado. Se suponía que el sistema planeado de reflectores satelitales iba a resolver eso, pero en su lugar se establecieron medidas interinas. Ellas demostraron su valor en ese momento.

Un rayo tan caliente como el corazón de una estrella saltó de la Tierra devastada. Ensanchado por las lentes, se lanzó hacia la Gran Flota. Cien mil naves desaparecieron en un instante, incineradas como insectos en el fogonazo de un lanzallamas.

Unos servos brutales inclinaban las lentes que orientaban el rayo. Nadie estaba seguro de si acaso un tiro así iba a violar toda la matemática del Gran Cañón y a volar la instalación al más allá, o no, pero resultó que de algún modo todo resistió.

La descarga del Gran Cañón giró a través de la flota obstructora como una linterna de completa y total destrucción.

Primero las naves estaban allí y después no. Únicamente lo que quedó fueron las partículas de los componentes y las furiosas fuerzas de destrucción. En ese solitario ataque, la raza humana destruyó más naves de guerra de las que los zentraedis habían perdido en cualquier guerra de toda su historia.



-Las naves enemigas están desapareciendo, señor -dijo Vanessa.

Gloval y Exedore miraron la pantalla, y vieron la inclinación y el giro del Gran Cañón.

-¡La Base Alaska sobrevivió! -Gloval se regocijó. El Trío Terrible soltó alaridos y risas.

-Lisa -susurró Claudia.

Traducido por Laura Geuna
www.robotech.org.ar

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