Saga Macross - Force of ArmsPrólogo 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25
Aparte de Gloval, muy pocos de nuestros militares superiores parecen entender la clara verdad: los zentraedis en realidad no entienden la robotecnología. La usan sin comprender cómo funciona, al igual que muchos humanos usan la televisión, los dispositivos láser o el avión, sin la menor idea de lo que hace funcionar esas tecnologías. Los enigmáticos Amos Robotech le dieron las armas y el equipo a los zentraedis. Su control sobre los zentraedis se debe, en parte, a la propia ignorancia de los gigantes. Dr. Emil Lang, Grabaciones y notas técnicas Más agitaciones sacudieron los corredores subterráneos de la Base Alaska, como un terrier podría sacudir a una rata entre sus dientes. Los enormes soportes se quejaron y los techos soltaron una lluvia de polvo de piedra. El guardián Skull voló a través de ella, maniobrando en un espacio muy limitando para evitar las explosiones de los conductos de energía y las redes eléctricas rotas. Rick detuvo abruptamente la nave encendiendo los propulsores de los pies para no chocar con una puerta-escudo gruesa que cerraba el formidable corredor. Pero no estaba de humor para que lo detuvieran. Bajó una torreta de rayos láser facetados y apuntó con la retícula de la mira del arma. El temible poder del cuádruple cañón hizo fluir blindaje en riachuelos, pero no tan rápido como esperaba. Redujo sus ambiciones y probó con una apertura de tamaño humano en lugar de una tamaño VT. En unos segundos cayó de la puerta-escudo un tapón redondo de armadura de sesenta centímetros de espesor y dejó una compuerta provisional. Rick dio órdenes con los controles y con las imágenes mentales; el guardián se inclinó y su nariz tocó el piso del corredor para que él pudiera bajar. Él la oyó apenas llegó a la abertura enrojecida humeante. -¡Rick! -Lisa lo estaba esperando pacientemente al final del corto y pequeño pasadizo conectivo. Él tuvo ganas de caer de rodillas por el alivio y... algo más. Pero no había tiempo para eso, por lo tanto se sacó su espeso y desobediente pelo negro de los ojos, y le hizo una seña con las cejas. -¿Usted es la dama que solicitó el taxi? Yo soy su hombre. Ella se rió tiernamente y asintió. -Ya era hora -corrió hacia él, riéndose. Él la tomó en sus brazos y la hizo girar. En otros pocos segundos estuvieron en la cabina del guardián, Lisa sentada sobre el regazo de él, Rick intentando concentrarse en su vuelo. Unos extraños fenómenos de energía relucían y se disparaban en los alrededores, formando un parque zoológico sombrío de rasgos mortales fugaces. Unos relámpagos purpúreos trataron de atraparlos y unos rayos verdes rebotaron de muro a muro. Las paredes del pasillo reventaron, lo que arrojó pedazos de armadura hechos tiras como si fueran trozos de hojas. -¡El reactor se está sobrecargando! -gritó ella sobre el fragor. Rick recorrió el curso con obstáculos débilmente iluminado; la cabeza de Lisa estaba enterrada contra su pecho en caso de que la carlinga estallara. Después de varios siglos de dar vueltas y derrapar por el laberinto de la Base Alaska, el guardián regresó al tiro vertical de lo que menos de una hora antes había sido la mayor arma de la Tierra.
La última capa de naves defensivas quedó dividida por la irresistible cuña de la fuerza aliada. El cuartel general de Dolza pendía ante ellos como una abultada fruta madura colgando en el aire. Pero Dolza no salió corriendo; ese no era el método de un verdadero guerrero zentraedi, y Dolza encarnaba el código de guerra zentraedi. Fue como Breetai pensó que sería. El cuartel general del tamaño de una luna vino directamente hacia sus enemigos, rodeado por todas las embarcaciones escoltas que se podían reunir alrededor de él. -El objetivo se está acercando -informó Vanessa. -Todas las unidades en posición -dijo Kim. -Blanco dentro de alcance. En espera, todas las baterías -dijo Sammie en su micrófono. -Todos los cazas de la escolta, rompan contacto y ataquen el objetivo de inmediato -ordenó Claudia. Hizo una pausa para mirar rápidamente el cuartel general. Su forma, su línea y la apariencia de su textura le recordaron mucho una montaña espacial que caía directo hacia la SDF-1, lista para aplastarlos a ellos y a los zentraedis que se hicieron amigos de la humanidad; lista para aplastar todo en su camino como siempre había sido la manera de los zentraedis. La cara de Claudia se endureció con serias líneas de enfado. No esta vez -pensó en su amante asesinado, Roy Fokker, y en todos los otros que habían muerto en la guerra inútil-. ¡Pero no esta vez! -Ahora, capitán -dijo Exedore con suavidad, todavía tras el hombro de Gloval. Fue como si alguien hubiera puesto corriente a través de Gloval. -¡Abran fuego! -ladró. La SDF-1 disparó de nuevo en todas direcciones; usaron el poder que acumularon con cuidado en una proporción temible. El momento llegaba al final de la batalla, aunque sólo habían pasado minutos. Las naves de la armada de Breetai se desparramaron a los lados para enfrentar al enemigo o prestar apoyo cuando pudieran. La última misión era sólo de la fortaleza dimensional; ninguna otra nave podía realizarla ni podría acompañar a la fortaleza. Los propulsores del gigantesco cuerpo guerrero resplandecieron para ajustar la actitud y la SDF-1 atacó de frente al fuerte de Dolza. -¡Prepárense para embate! -bramó Gloval, y se dieron las órdenes. Los motores sacudieron la gran nave y la pusieron en una picada mortal. Los dos grandes botalones que sobresalían sobre la cabeza de la nave se alinearon directamente hacia la montaña espacial que era el cuartel general de Dolza, el centro de nervioso de la Gran Flota. Los botalones eran las partes separadas del arma principal y las estructuras reforzadas que, a excepción de los gigantescos motores, eran las partes más fuertes de la nave. Y alrededor de sus puntas brillaban los campos verdosos de una barrera de defensa limitada, que los hacían casi indestructibles. La SDF-1 se zambulló dentro de su objetivo; la gente de las operaciones técnicas de Dolza, preparada para un disparo a quemarropa, se dio cuenta de cuál era la intención de la fortaleza dimensional en el último y horripilante momento. Para ese entonces ya era demasiado tarde. No habían pensado que los iban a embestir; ninguna otra embarcación podía hacerlo. Ni siquiera la nave capitana de Breetai podía causarle algún daño a la base de Dolza; era como si un niño chocara un automóvil de juguete en Gibraltar. Pero esa era la última creación de Zor, una máquina que incorporaba gran parte de lo que aprendió sobre la protocultura y los secretos de la robotecnología. Los botalones pasaron por la armadura espesa del satélite como si fuera queso blando. La SDF-1 fue como una estaca enorme que se clavaba en el corazón de la Gran Flota. Una vez que la fortaleza dimensional estuvo dentro de las capas exteriores de las placas de armadura del cuartel general, la estupenda nave de Dolza fue aun más vulnerable. Los tabiques quedaron aplastados como papel de aluminio; los componentes estructurales chasquearon como palillos. Los escudos de la barrera dirigida se hicieron más luminosos pero aguantaron. Un océano de aire empezó a manar del cuartel general y las muertes comenzaron en el acto. Las uniones de corriente y los cables de energía, cortados o aplastados, lanzaron serpientes retorcidas de electricidad y relámpagos de protocultura al aire aligerado, y serpentearon a lo largo de los tabiques y las cubiertas. La SDF-1 puso sus poderosos brazos, los portaaviones Daedalus y Prometheus, en acción. También reforzaron sus proas cubriéndolas con los escudos de la barrera dirigida. La nave se apuró como un gigante abriéndose camino con los puños a través del castillo enemigo, destruyendo todo lo que estaba a su paso; sus propulsores la convirtieron en una fuerza irresistible. Los zentraedis giraban como partículas de polvo en las tremendas corrientes atmosféricas que los succionaba hacia la abertura que hizo la SDF-1. Ellos murieron en las explosiones, quedaron desmembrados, pulverizados, aplastados como jalea o empalados por los escombros que volaban. Minmei seguía cantando en medio de todo eso. Sabía que la canción ya no era parte de ningún ataque sorpresa, pero sentía que si se detenía podía causar un alto desastroso en el desesperado ataque. Era como si su canción fuera lo que hacía que todo pasara; era una forma de magia que ella no podía detener en medio del conjuro. A continuación la fortaleza dimensional abrió fuego con las armas convencionales. Láser de rayos X y conductos de mísiles, cañonazos y rayos pulsados golpearon todo lo que estaba frente y alrededor de ellos. El camino de la nave a veces se oscurecía por la combinación demoníaca de llama y explosión que lo rodeaba. Minmei miraba anonadada la gran extensión del mirador y cantaba, al mismo tiempo que se preguntaba si el universo estaba a punto de acabar. Porque así parecía desde dónde estaba parada. Pero un poco después la SDF-1 irrumpió en un inmenso lugar abierto, tan rápido como el descorrer de una cortina. Detrás de ella quedó un túnel de placas de aleación con su boca de borde dentado doblada hacia adentro. Los zentraedis miraban boquiabiertos como flotaba en el vasto espacio interior del cuartel general. Gloval sabía que la elección del momento adecuado tenía que ser instantánea y perfecta, y no perdió tiempo en preparativos. Todavía había varias embarcaciones enemigas dentro de la gigantesca base, algo que Gloval esperaba no sucediera. Pero estaban estacionarias, incapaces de maniobrar o de abrir fuego por lo menos durante unos segundos más, quizás medio minuto. En una batalla como esta, eso era una eternidad. -¡Prepárense para ejecutar la descarga final! -gritó y la tripulación de su puente se encorvó para hacer su trabajo-. ¡Después den máximo poder al escudo de barrera! Se abrieron los puertos de los mísiles para liberar la última salva que la SDF-1 podía disparar, el intento de puñetazo ganador que Gloval guardaba para este momento. Los mísiles más pesados de la fortaleza -los mísiles deca, que tenían el tamaño de los antiguos ICBM, y piledrivers tan grandes como las bombas atómicas subterráneas-, se prepararon para disparar. Las cubiertas de los portaaviones se abrieron como bocas de tiburones y revelaron bastidores de mísiles hammerhead y bighorn. -Alcance del blanco signado en su horno reflex principal -ordenó Gloval. Pero Claudia se le había adelantado bastante. -El blanco fijado, todos los mísiles, señor -dijo ella.
En su puesto de mando, el temible Dolza intentaba creer lo que veía ante él. -¿Qué están haciendo? ¡Nos destruirán a todos! Si el horno reflex se dañara, la explosión ulterior sin dudas iba a destruir la base y todo lo de su interior, y muy posiblemente a todas las naves de ambas flotas, e incluso el planeta. Pero eso no parecía acobardar a los micronianos. ¡Esto no es guerra! -gritó Dolza dentro de sí-. ¡Es locura! Así que las diminutas criaturas estaban deseosas de morir para evitar la vergüenza de la derrota. ¡Se parecen más a nosotros de lo que pensé! -comprendió Dolza-. Ellos tienen una fuente de fuerza que nosotros debemos aprender. ¡Qué aliados que serían en una guerra contra los Amos Robotech! -¡Esperen! -bramó.
-¡Fuego! -rugió Gloval en el puente de la SDF-1. Los mísiles fluyeron de la fortaleza de batalla; los menores y más rápidos tomaron rápidamente la delantera y dejaron senderos blancos en tirabuzón. A los más pesados les tomó un poco más de tiempo ganar velocidad, pero pronto alcanzaron y pasaron a sus hermanos menores. Todos se orientaron en vectores surtidos hacia los hornos reflex de la base. Pero Gloval los sacó de su mente en cuanto dio la orden de soltarlos. No había tiempo que perder. -¡Toda la potencia a los escudos de barrera! -gritó, pero de nuevo su tripulación del puente se había anticipado. La nave estaba estacionaria. Cada ergio de energía en su interior se encauzó hacia los escudos, produciendo primero una nube de luces chispeantes alrededor de la nave, y después una esfera verdosa que parecía un exótico adorno de Navidad. -Escudo de barrera llegando al máximo -dijo Kim con serenidad. Después, un segundo más tarde, al mismo tiempo que los primeros mísiles empezaron a detonar en el blanco, agregó-. Barrera al máximo, señor.
Las naves enemigas de la base ya estaban abriendo fuego, pero sus tiros rebotaron íntegramente en el sistema de barrera. Gloval casi no le prestó atención a esa confirmación. Tenía pocas dudas de que el escudo robotech que creó el Dr. Lang no fuera a resistir unos segundos de bombardeo enemigo. La prueba real estaba por venir.
Dolza vio que la imponente descarga dio en el blanco en la zona del horno reflex del interior de la nave y supo que iba a morir. Incluso con la protección de sus escudos, incluso con la defensa de los valientes y desesperados capitanes zentraedis que intencionalmente pusieron sus naves en el camino de la intensa salva, muchos mísiles cruzaron para cerciorarse de que la base quedara destruida. Más que suficientes. Los hornos reflex se agitaron y después descargaron la destrucción absoluta. Dolza, que observaba desde su puesto de mando, tuvo tiempo para un solo pensamiento. Muchos años antes había visto morir a Zor. Zor había hablado de una visión superior que hizo que el mega genio enviara a la SDF-1 aquí, a la Tierra. ¿Zor también vio este momento? ¿Y cosas más allá de eso? Después una terrible luz lo calcinó. Dolza aulló un feroz grito de guerra zentraedi cuando se deshizo en partículas. El tabique interior de la base empezó a pandearse con las explosiones secundarias y la fuerza de las explosiones que atravesaban el lugar empujaron nodos de armadura superdura hacia fuera como si se tratara de masilla. La hendidura en los hornos reflex que destruyó el puesto de mando de Dolza se estaba extendiendo y emanaba una destrucción blanca cegadora. Las naves que apenas estaban empezando a maniobrar para ponerse a salvo quedaron atrapadas y desaparecieron como incontables burbujas de jabón en un alto horno. La base se infló como una pelota saturada y después se partió en vetas irregulares que no estaban allí momentos antes. La luz dañina brotó de ella e iluminó el cielo sobre la Tierra como una estrella. Traducido por Laura Geuna |
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