Saga Macross - Force of ArmsPrólogo 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25
Creo que Max fue el ejemplo más notable del creciente cansancio por la guerra y de la avidez por la paz. Todos los aspirantes a pilotos de guerra y los ases en ciernes lo veneraban como mejor piloto. Recopilación de los registros del almirante Rick Hunter. -Ahora ya no eres tan grande, ¿no es cierto, maldito extraterrestre? -dijo el matón grandote, sacudiéndole un puño lleno de cicatrices frente a la cara. Bueno, no, no lo era. Karita había sido un soldado zentraedi de unos doce metros de altura. Pero ahora, tras haberse reducido al tamaño de un humano y desertar hacia el otro bando en la Guerra Robotech, era un tipo de contextura mediana y altura ligeramente menor a la media que tenía que enfrentarse a tres corpulentos camorreros ansiosos por partirle la cabeza en un callejón de Macross. Aunque fuera un zentraedi, Karita nunca había sobresalido en combate; su principal deber había sido atender las cámaras de conversión de protocultura, las mismas en las que lo habían micronizado. La situación parecía desesperada; los tres lo habían rodeado con los puños en alto y las lejanas luces de la calle iluminaban el odio en sus rostros. Trató de eludirlos pero eran demasiado rápidos. El más grandote lo agarró y lo arrojó contra la pared. Karita cayó aturdido y la parte de atrás de su cabeza le sangraba. Se maldijo por su descuido; un pequeño desliz de su lengua en el restaurante lo había delatado. De otra forma, nadie lo habría diferenciado de cualquier otro ocupante de la SDF-1. Pero casi no se lo podía culpar. Las maravillas de la vida a bordo de la súper fortaleza dimensional eran capaces de hacer que cualquier zentraedi fuera descuidado. Los humanos habían reconstruido su ciudad; ellos entremezclaban los dos sexos, todas las edades. Vivian vidas en donde las emociones se expresaban libremente y había una fuerza sorprendente llamada "amor". Eso era suficiente para hacer que cualquier zentraedi nacido dentro de una cultura guerrera impiadosa y espartana con una estricta segregación de los sexos se olvidara de sí mismo. Y Karita había cometido su error de esa forma; había entrado al Dragón Blanco con la esperanza de ver a Minmei. No se dio cuenta de lo que estaba diciendo cuando se le escapó el hecho de que la había adorado desde la primera vez que vio su imagen en un crucero de batalla zentraedi. Después vio las miradas duras que le echó ese trío. Se fue cuanto antes, pero ellos lo siguieron. Todos los de a bordo habían perdido por lo menos a un amigo o a un ser querido durante el curso de la guerra. Los zentraedis también habían sufrido bajas -de hecho, muchas más que la SDF-1-, pero eso no evitaba que Karita y los otros desertores desearan tener una nueva vida entre sus antiguos enemigos. Por lo menos la mayoría de los humanos eran tolerantes con los zentraedis que habían desertado de su armada invasora. A algunos humanos hasta le agradaban los extraterrestres; tres de ellos, los antiguos espías, tenían novias humanas. Pero él tendría que haber sabido que iba a haber humanos que no verían las cosas de esa manera. Los tres se le acercaron. Uno de los hombres le lanzó una patada pero Karita estaba demasiado confundido para evadirla. No fue un dolor tan intenso el que sintió, sino un tremendo adormecimiento aterrador. Se pregunto atontado si sus costillas estaban rotas. Eso no importaba; parecía que sus atacantes no se iban a detener antes de matarlo. Ellos no se habían dado cuenta de que habían agredido a uno de los menos militares de los zentraedis; de haber sido uno diferente, habrían tenido más que una pelea entre sus manos. Uno de ellos echó hacia atrás una de sus pesadas botas de trabajo para volver a patear a Karita; Karita cerró los ojos y esperó el golpe. Pero el repentino sonido del cuero de un zapato deslizándose sobre el pavimento y el golpe de un cuerpo al caer hicieron que los volviera a abrir. Levantó la vista y vio caído a uno de los asaltantes y a los otros dos que giraban para enfrentarse a un entrometido. Max Sterling no tenía la apariencia del perfil convencional que se tenía de un as veritech. El brillante aviador de la Fuerza de Defensa Robotech era delgado, usaba anteojos de vidrios azules -con lentes correctivos-, y teñía su cabello de azul de acuerdo con la moda actual de colores brillantes. Esta joven leyenda de la RDF parecía manso, hasta vulnerable. Max Sterling había salido de la oscuridad en un momento de crisis para deslumbrar a la humanidad y a los zentraedis con su vuelo de combate sin igual. Pero eso no había cambiado su humildad básica y su modesta amabilidad. -No más -le dijo en voz baja a los asaltantes. El corpulento que estaba en el piso sacudió la cabeza con furia. Max pasó entre los otros dos, se puso al costado de Karita, se arrodilló y le ofreció la mano. Lena, la tía de Minmei, vio que el temible trío había seguido a Karita cuando dejó el Dragón Blanco; a ella le tomó unos cuantos minutos encontrar a Sterling, por esa razón él dijo: -Lamento haber llegado un poco tarde. Este joven de aspecto académico que tenía la marca de matanzas más alta de la nave, le ofreció su mano al zentraedi. -¿Crees que puedas pararte? El atacante que Max había derribado estaba otra vez de pie y observando el uniforme RDF de Max. -Tienes dos segundos para salirte de esto, muchacho. Max se levantó y se dio vuelta, dejando a Karita sentado contra la pared. Se quitó los anteojos y los puso en la floja mano de Karita. -Creo que aquí va a haber una pelea, así que dejemos una cosa en claro: en caso de que ustedes no hayan visto los noticieros, este hombre no es nuestro enemigo. Entonces, ¿van a dejarnos pasar o qué? Por supuesto que no. Ellos vieron a Karita y automáticamente pensaron que podían vencerlo. Y eso había decidido la cuestión. Ahora apareció el pálido e insignificante Max, y su cálculo fue el mismo: Podemos vencerlo a él también. Sin problemas. Por eso el que Max derribó fue el primero que lo atacó, mientras los otros dos se abrían a cada lado. Max no esperó. Max se agachó para hacer como una potente y lenta podadora, golpeó con el talón de su pie y le rompió la nariz al primero. Un segundo atacante, un hombre de cuerpo grueso vestido con overol, tiró un gancho con toda su fuerza, pero Max no estaba ahí. Lo esquivó como un fantasma, le asestó un sólido puñetazo en la nariz haciéndola sangrar y se alejó un paso cuando este se tambaleó. No había mucho lugar para pelear y el estilo usual de Max implicaba mucho movimiento. Pero eso no importaba mucho esta vez; no quería dejar a Karita desprotegido. El tercer vengador -más joven, delgado y rápido que los otros dos-, le lanzó dos puñetazos desde atrás. Max evitó el golpe y aumentó el impulso con un rápido y fuerte tirón que hizo que el hombre cayera de rodillas. Después giró con una precisión tal que le dio la espalda al primer atacante y lanzó su codo hacia atrás. El hombre quedó sin aliento y se tomó el vientre. Max volvió a asestarle un puñete en la cara y después giró para plantarle una patada de costado en el estómago al de overol. Los increíbles reflejos y la velocidad que tan bien le servían en las batallas eran simples; él era difícil de ver, y mucho más de golpear y de evitar. -¡Alto! -Karita se había puesto de pie con esfuerzo. Los tres atacantes estaban un poco golpeados, pero la pelea apenas había comenzado. Max Sterling ni siquiera respiraba fuerte. -No más pelea -dijo Karita con dificultad, tomándose el costado-. ¿Es que no ha habido suficiente? El primer hombre se limpió la sangre de un labio lastimado mientras estudiaba a Max. -Él y los de su clase mataron a mi hijo -dijo señalando a Karita con un movimiento de la cabeza-. No me importa lo que tú... -Mire esto -dijo Max en voz baja. Mostró el escudo de la RDF en su uniforme, un diamante con lados curvados como un barrilete-. ¿Creen que yo no entiendo? Pero escúchenme: él está fuera de la guerra. Así como yo quiero estarlo y ustedes quieren estarlo. ¡Pero nunca vamos a tener paz si no dejamos atrás la maldita guerra! Así que olvídenlo, ¿quieren? O si no, vamos: terminemos con esto. El primer hombre iba a atacarlo otra vez pero los otros dos lo tomaron por los hombros. -Está bien... por ahora -dijo el más joven. Max le dio apoyo a Karita con su hombro y los tres se hicieron a un costado para dejarlos pasar. Hubo un momento tenso cuando el piloto y el extraterrestre herido caminaron entre los atacantes; uno de ellos cambió el peso de su cuerpo como si estuviera reconsiderando su decisión. Pero lo pensó mejor y se mantuvo en su lugar. -¿Qué hay sobre ti, aviador? Vas a salir otra vez a pelear con ellos, ¿no es cierto? ¿Para matarlos si puedes? Max sabia que Karita lo estaba mirando, pero contestó. -Sí. Tal vez esta noche termine matando a alguien muy parecido a tu hijo. O él termine matándome a mí. ¿Quién sabe? Max puso a Karita en un taxi y lo envió a los alojamientos temporales en los que estaban albergados los desertores. No tenía tiempo para acompañarlo; ya estaba llegando tarde a su guardia. Mientras esperaba otro taxi, Max levantó la vista hacia la Ciudad Macross reconstruida. Arriba, el sistema de Emulación de Video Expandida había creado la ilusión de un cielo nocturno terrestre que bloqueaba la vista de un techo de aleación distante. Había pasado mucho tiempo desde que Max o cualquier otro habitante de la SDF-1 había visto un cielo real. Él ya estaba desafiando a las perspectivas al haber sobrevivido a tantos combates. La ilusión EVE era linda, pero él deseaba volver a ver los verdaderos cielos, las montañas y los océanos de la Tierra antes de que saliera sorteado su número.
En otro lugar de la SDF-1 dos mujeres viajaban en un ascensor que bajaba hacia la cubierta del hangar en un incómodo silencio mientras observaban el brillo de los indicadores de nivel. La comandante Lisa Hayes, la primer oficial de la nave, no se sentía cómoda con muchas personas. Pero la teniente Claudia Grant, que estaba con los brazos cruzados y evitaba la mirada de Lisa mientras que Lisa evitaba la de ella, había sido una amiga cercana -quizás la única amiga verdadera de Lisa- durante años. Lisa trató de iluminar la oscuridad. -Bueno, aquí voy otra vez. Parto para otra escaramuza con la plana mayor. Eso en verdad que era ponerle la mejor cara. Ningún esfuerzo previo había convencido al Concejo de Defensa de la Tierra Unida de comenzar las negociaciones de paz con los invasores zentraedis o de permitir que la SDF-1 y sus refugiados civiles regresaran a casa. Lisa se había ofrecido para volver a intentarlo, para presentar la sorprendente evidencia nueva que acababa de surgir y para ejercer toda la presión que pudiera sobre su padre, el almirante Hayes, y lograr que él entrara en razón y después convenciera al resto del Consejo de Defensa de la Tierra Unida. Claudia levantó la vista. Ellas eran una pareja extraña: Claudia, alta y de aspecto exótico, varios años mayor que Lisa y con la piel del color de la miel oscura; y Lisa, pálida, delgada y de aspecto bastante poco atractivo hasta que se la veía un poco más de cerca. Claudia trató de sonreír pasando una mano por sus espesos rulos marrones. -No sé si será de ayuda o no decir esto, pero deja de parecer tan sombría. Niña, me recuerdas al capitán de un barco que zozobra cuando averigua que cambiaron los botes salvavidas por reposeras. Va a ser difícil cambiar la mente de las personas así como así. Además, todo lo que pueden hacer es decir que no otra vez. Había mucho más que eso, por supuesto. Una vez que ella estuviera en el vasto cuartel general del CDTU, el almirante Hayes no iba a permitir que su única hija dejara la Tierra -que regresara a la SDF-1 y a los interminables ataques zentraedis. Ni Claudia ni Lisa mencionaron que probablemente nunca volverían a verse otra vez. -Sí, creo que sí -dijo Lisa cuando las puertas se abrieron y el ruido y el calor de la cubierta del hangar inundaron el lugar. Las dos mujeres salieron hacia un mundo de rigurosas luces de trabajo. Había todo tipo de naves estacionadas por todas partes, estacionadas con las colas y los alerones plegados para una ubicación más eficiente. Los grupos de mantenimiento estaban amontonados sobre los veritechs dañados en la batalla más reciente mientras que la gente de artillería preparaba a las naves alineadas para la próxima ronda de patrullas y vuelos de reconocimiento. La supervivencia de la SDF-1 dependía en gran parte de los veritechs; pero ellos habrían sido inútiles de no ser por el trabajo incansable, y a veces a contrarreloj, de los hombres y mujeres que los reparaban, arreglaban y rearmaban, y de los otros que arriesgaban sus vidas como parte de las dotaciones de catapulta de las cubiertas de vuelo. Las chispas de las soldadoras volaban y los servos de los cargadores de artillería chillaban al poner los mísiles y las municiones en su lugar. Claudia tuvo que elevar su voz para que la oyera. -¿Le dijiste a Rick sobre el viaje o has estado demasiado ocupada como para verlo? El estar ocupada no tenía nada que ver con eso y las dos lo sabían. Lisa había sacado en conclusión que su amor por Rick Hunter, líder del escuadrón Skull de veritechs, era unilateral. Al dejar la SDF-1 en una misión vital, ella casi seguro estaba abandonando cualquier oportunidad de alguna vez poder cambiar eso. -Pensé en llamarlo desde el trasbordador -dijo. Claudia ejerció un admirable autocontrol y no exclamó: ¡Lisa, deja de ser tan cobarde! Porque Lisa no lo era -ella tenía condecoraciones de combate para probarlo, medallas y "ensalada de frutas" que cualquier oficial de rango respetaría. Pero en lo que se refería a las emociones, la competente y capaz primer oficial de la SDF-1 siempre parecía preferir esconderse debajo de una piedra en algún lugar. El trasbordador estaba cerca del elevador de aeronaves de la esclusa de aire que lo iba a elevar hasta la cubierta de vuelo. Ya estaban a bordo el equipaje de Lisa y la evidencia que esperaba pudiera influenciar al almirante Hayes y a los otros del UEDC. El jefe de la tripulación estaba haciendo la última revisión de prelanzamiento.
-El trasbordador está casi listo para el lanzamiento, capitán -informó una técnica recluta-. Lanzamiento en diez minutos. El capitán Henry Gloval cruzó el puente frotándose el bigote para echarle un vistazo a varios dispositivos. -¿Alguna señal de actividad zentraedi en nuestra área? -su voz todavía llevaba las erres arrastradas y otras muestras de su lengua materna rusa. -No hubo absolutamente ningún contacto, ninguna actividad en absoluto -dijo Vanessa al momento. La estupenda armada zentraedi todavía seguía y rondaba a la errante fortaleza de batalla. Los extraterrestres atacaban una y otra vez pero en números insignificantes en comparación. La información de los desertores recién ahora estaba comenzando a poner luz sobre las razones para eso. -¿No hubo nada en absoluto? -preguntó Gloval otra vez, pasando los ojos a través de las lecturas y las pantallas-. Mmm. Espero que esto no signifique que están planeando un ataque. Se dio vuelta y caminó hacia la silla de mando con su alta figura erguida envuelta en el cuello doblado de la chaqueta de su uniforme y el birrete tirado sobre los ojos. Apretó su pipa fría y vacía entre los dientes. -No me gusta para nada... Lisa era su valiosa primer oficial; pero era más una hija para él. El convencerse de que ella era la persona lógica para esta misión le había tomado toda su razón y su sentido del deber. La primera recluta giró hacia Kim Young, quien operaba una posición cercana. Ella sabía que a Kim y a las otras dos reclutas de la guardia regular del puente, Sammie y Vanessa, se las conocía como el Trío Terrible, y que eran parte de la familia que formaban con Gloval, Lisa Hayes y Claudia Grant. -Kim, ¿el capitán siempre se pone así... de preocupado? Kim, una joven de rostro élfico que llevaba su cabello negro corto, mostró una sonrisa clandestina. -La mayor parte del tiempo es una roca. Pero está preocupado por Lisa y, bueno, está Sammie... -comentó. Sammie Porter, la menor del Trío Terrible, era una enérgica veintenaria de espesa melena rubia oscura. Ella por lo general no conocía el significado del temor... pero por lo general tampoco conocía el significado del tacto. Era concienzuda y brillante, pero a veces excitable. La partida de Lisa había significado una redistribución de obligaciones en su guardia y Sammie había terminado con un montón de las responsabilidades de coordinación que comúnmente cumplían Claudia y Lisa. -Escuadrón Yellow, por favor vaya a las coordinadas preasignadas antes de requerir lecturas computarizadas -le ordenó a una unidad de mecas de ataque por el circuito de comunicación. Las enormes máquinas de guerra robotech eran parte de la fuerza defensiva de la nave. Los excaliburs, spartans y raider x eran como un híbrido entre un caballero con armadura y un acorazado caminante. Estaban entre las unidades que custodiaban a la nave en sí, mientras que los veritechs batallaban afuera en el espacio. Gloval se acercó para espiar lo que ella estaba haciendo. -¿Todo bien? Ningún problema, espero. Sammie se dio vuelta. -¡Capitán, por favor! -le largó-. ¡Tengo que concentrarme en estas transmisiones antes de que se amontonen! Después volvió a darle órdenes a los torpes mecas, asegurándose de que las torretas de armas y las baterías de mísiles estuvieran alertas, y de que los datos de inteligencia y los informes de situación estuvieran actualizados. Gloval se enderezó apretando su pipa entre los dientes otra vez. -Disculpa. No quise interrumpir. Kim y Vanessa le hicieron miradas furtivas y asentimientos apenas perceptibles para que él supiera que Sammie tenía todo bajo control. Gloval había llegado a aceptar la ocasional falta de diplomacia de Sammie como un componente de su vehemente dedicación al servicio. A veces le recordaba a un pequeño y traicionero perro ovejero. Gloval contempló al Trío Terrible durante un momento. Por alguna broma de los dioses habían sido estas tres a quienes los primeros espías zentraedis -Bron, Konda y Rico- habían conocido, y para decirlo claramente, con quienes habían comenzado a salir y con las que habían formado un vínculo. Las líneas normalmente claras entre la vida personal y las cuestiones que concernían al servicio se estaban volviendo muy borrosas. Los zentraedis parecían decentes, pero ya había informes de incidentes feos entre los desertores y algunos de los habitantes de la SDF-1. Gloval estaba preocupado por el Trío Terrible, estaba preocupado por los zentraedis -desconfiaba de que, después de todo, las dos razas nunca pudieran coexistir. Y por sobre todo, no podía sacarse la sensación de que debía establecer toques de queda, proveer chaperones o hacer algo paternal. Estas cosas lo preocupaban en los breves momentos en que no estaba haciendo lo posible por ver que no destruyeran todo su comando. -Escolta de vuelo del trasbordador prepárese para lanzamiento, cinco minutos -dijo Sammie, inclinada sobre su consola. Giró hacia Gloval-. El trasbordador está listo, señor. Lisa partirá en cuatro minutos cincuenta segundos. Traducido por Laura Geuna |
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