Saga Macross - Force of ArmsPrólogo 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25
Me he familiarizado con la cultura del enemigo para efectuar mejor mi misión de espionaje. ¡Qué cosa repulsiva y despreciable que es! Miriya Parino, de las notas provisorias de su informe de Inteligencia para el Alto Mando zentraedi. Ella era lo bastante atractiva como para atraer las miradas incluso en la atestada plaza de Macross, donde normalmente las personas tenían prisa y algunas de las mujeres más atractivas de la fortaleza dimensional iban para que las vieran. Las botas taconeaban en los mosaicos con arabescos de la plaza y el pelo teñido de verde flotaba con la velocidad de su paso y de las ligeras corrientes de aire de los fuelles de circulación de la nave; no miraba ni a la derecha ni a la izquierda. Las personas le deban paso y ella casi no se daba cuenta de su existencia, ni siquiera de los hombres que la miraban con tanta admiración. ¡Finalmente descubrí una de las razones por la que estos micronianos han desarrollado una habilidad tan asombrosa al manejar sus mechas! -Miriya, la piloto de combate más grande de su raza, se alegró un poco. Esa no era la razón por la que había venido a la SDF-1 como espía pero era un paso para entender a su presa, y eso era regocijante. Los datos de Inteligencia también iban a ser de interés para el Alto Mando zentraedi, otro logro para su reputación. No era que Miriya lo necesitara. Como una semidiosa de guerra, ella no tenía igual. Sus matanzas y victorias superaban en gran número a las su rival más cercano. Había perdido una sola vez en su vida y se había sometido a la micronización para venir a la SDF-1 a enmendar eso. Miriya dejó la calle y su mediodía de EVE, y entró en el oscuro e intermitente mundo que recientemente había descubierto. En toda la galería de juegos las personas estaban de pie o se sentaban encorvados sobre las pantallas resplandecientes para jugar contra las máquinas. Las caras de los jugadores iluminadas por las pantallas estaban tan concentradas, sus movimientos eran tan ágiles y rápidos -¿qué otra cosa podría explicar eso más que el adoctrinamiento militar y la avidez por el combate? ¿Qué otro motivo podría existir para la implacable práctica de los micronianos? Estaban motivados tan sólidamente que hasta subvencionaban su propio entrenamiento alimentando a las máquinas con dinero. Los jóvenes eran los mejores y los más diligentes, claro. ¡Para cuando alcancen la madurez serán guerreros extraordinarios! -pensó ella. Así era, aunque el concepto de reproducción humana, el ciclo de padre-niño-adulto, hacía que tuviera náuseas y se sintiera mareada. El descubrir esa vileza, tal como ella la veía, la había dejado inerte y confundida la primera vez que se tropezó con esa verdad. Pero al final se había sacudido valientemente el horror de la reproducción humana y reasumió su búsqueda. Miriya fue hacia la máquina más importante, aunque todas eran refinadas e instructivas. Se encorvó en la pequeña cabina e insertó una moneda en la ranura. Mientras miraba la pantalla una mano fue a la palanca y la otra al acelerador. Sus pies se asentaron en los pedales. Su dedo sobrevoló cerca del gatillo de las armas mientras esperaba que el juego comenzara. Miriya echó una mirada rápida alrededor para ver si su Némesis estaba allí. No pudo ver a nadie que pudiera ser ese gran piloto microniano y por consiguiente asumió que no estaba presente. Seguro que un piloto que era tan bueno como para derrotar a Miriya Parino, la indiscutible campeona de los zentraedis, llamaría la atención y provocaría un gran reconocimiento. Ella lo iba a reconocer cuando llegara o cuando alguien lo mencionara. Tarde o temprano lo iba a encontrar. Y entonces lo mataría.
El rostro del retrato familiar era pálido y delgado, pero sincero y bondadoso; los rasgos de la madre eran muy parecidos a los de la hija. El almirante Hayes bajó la vista hacia la fotografía enmarcada sin darse cuenta de que habían pasado muchos minutos desde que se sentó a pensar y recordar. Se estaba viendo como lucía años atrás, apenas un teniente comandante en aquel entonces. Junto a él en la fotografía estaba su esposa y delante de ellos había una niñita pequeña de aspecto tímido que llevaba un sombrero, un solero y una venda en una rodilla. -Cada vez que miro esta fotografía deseo que Andrea todavía estuviera aquí para ver en lo que se convirtió su muchachita... para ver al extraordinario soldado en que Lisa se transformó. Un tono de comunicación desde la terminal de su escritorio rompió su concentración. -Perdón por interrumpir, señor -dijo un ayudante-. Pero usted dio la orden de que se le informara cuando el trasbordador hiciera el acercamiento final. Hayes se agitó; había sentido ese último y terrible temor cuando atacaron al trasbordador y él ni siquie-ra pudo revocar las órdenes del CDTU para enviar ayuda. Es más, no había ayuda que la Tierra pudiera enviar que fuera de utilidad; la SDF-1 y sus veritechs eran las únicas armas eficaces contra los pods zentraedis. Hayes sólo podría esperar y confiar. Cuando el trasbordador sobrevivió a su ataque, él casi se derrumbó en su silla mirando fijamente la fotografía del pasado. Había tanto que sanar entre él y su hija, tanto para dejar atrás. Ahora miró la imagen del ayudante en su pantalla. -Gracias. -La nave debe estar por aterrizar en breve. ¿Lo alcanzo en los ascensores, señor? Hayes hizo presión contra su gran escritorio de roble sólido con ambas manos y se puso de pie. -Sí, eso estaría bien. El cuartel general del Concejo de Defensa de la Tierra Unida era una inmensa base bajo el desierto de Alaska. Muy poco de él estaba sobre la superficie -los equipos de comunicaciones y vigilancia, y la torre de control de aeronaves- pero los pocos battloids que quedaban en la Tierra defendían la superficie. Años antes, cuando la SDF-1 hizo su transposición mal calculada hacia el confín del sistema solar, se llevó con ella la mayoría de sus secretos y todo el equipamiento de fabricación robotech que la humanidad ha-bía descubierto en la gran embarcación cuando se estrelló en la Tierra. Para defenderse la Tierra había vuelto a las principales armas convencionales, con excepción de un proyecto gigantesco que ya estaba en marcha: el Gran Cañón. El Gran Cañón abarcaba la mayor parte de la extensión de kilómetros de profundidad de la base, un arma apocalíptica que le permitía al CDTU vivir la fantasía de que podía defenderse contra un ataque zentraedi descomunal. El almirante Hayes fue responsable en gran parte de la construcción del Gran Cañón; el claro desdén de Gloval por un sistema de armamento tan enorme e inmóvil fue una de las mayores tensiones que acabaron con su amistad. Hayes recordó aquellos días mientras esperaba junto a la pista de aterrizaje y el viento ártico brutalmente frío azotaba su sobretodo; recordó las palabras amargas. El lazo caluroso que alguna vez lo unió a Gloval y que se solidificó mientras servían juntos durante la Guerra Civil Global, se había hecho pedazos cuando Hayes acusó al ruso de pensar con timidez y Gloval le sonrió con desprecio a los "testarudos de ideas maginoteanas" defensores del Cañón. El ayudante interrumpió los pensamientos de Hayes. -Almirante, acabamos de recibir la noticia de que el tiempo estimado de arribo del trasbordador se atrasó veinte minutos. Nada serio; simplemente están demorándose para lograr una mejor ventana de acercamiento. Si le gusta, yo lo llevaré de nuevo a la torre de control; allí está más cálido. -No, esperaré aquí -dijo distraídamente el almirante-. De todas formas no está tan frío. Después volvió a mirar el cielo, apenas consciente del viento punzante. El ayudante se volvió a sentar temblando en el jeep abierto y se abotonó el cuello por completo, hundió su barbilla y metió las manos enguantadas bajo las axilas. Él siempre pensó que su comandante era un hombre más bien comodón; la vivienda y la oficina de Hayes definitivamente daban esa impresión. Pero aquí estaba Viejo, indiferente a una ráfaga ártica que en segundos llevaría a un hombre desprotegido a la hipotermia. Nadie del personal de la base sabía mucho de esta hija; su última visita a la base había sido precipitada y muy secreta. Hayes raramente la mencionaba, pero desde que recibió la noticia de que ella iba a venir se puso distante la mayor parte del tiempo. El ayudante se encogió de hombros para sí mismo maldiciendo al trasbordador y deseando que se diera prisa.
En un comedor para oficiales a bordo de la SDF-1, Max se sentó a jugar con su taza de café mientras miraba la mesa donde Rick Hunter estaba sumergido en sus pensamientos a unos cuantos metros de distancia, con una nube casi palpable de oscuridad alrededor. Ha estado sentado solo por media hora jugando con su cuchara y es como si su comida ni siquiera estuviera allí -reflexionó Max. Tomó una decisión rápida, se levantó y se acercó a su líder de escuadrón. -Teniente, es demasiado temprano para estar deprimido por esto -comenzó Max-. Estoy seguro de que la comandante Hayes volverá de algún modo. Rick le dio la espalda con la barbilla todavía apoyada sobre su mano. -En primer lugar, no estoy pensando en ella, y en segundo, ¿qué te hace pensar que estoy deprimido? Rick decidió que eso era todo, demasiado complicado explicárselo a Max Sterling, el diestro muchacho maravilla de los VTs, el alegre y modesto as de ases. Un hombre que nunca parecía estar triste, confundido o dudar de lo que estaba haciendo. ¡Obsesivo! -pensó Rick con molestia. -A lo mejor usted necesite un poco de distracción -insistió Max-. ¿Qué tal un juego? ¡Conozco el lugar perfecto! ¡Vamos! Antes de que Rick pudiera objetar o hasta considerar hacer valer su rango, Max lo tomó del brazo, lo puso de pie de un tirón y lo arrastró hacia la puerta. Parecía más fácil ceder que comenzar a una cinchada en medio del comedor de oficiales, por lo que Rick lo siguió con docilidad. No tomó mucho tiempo llegar allí; Max incluso pagó el taxi. La galería de juegos Encuentros Cercanos vibraba con el ruido y las luces como una casa de diversión robotech. Los ojos de Max brillaban. -¿Gran lugar, eh? ¡Vas a amarlo! ¿Más juegos de guerra? -gimió Rick. -No lo sé. Tal vez me vaya a casa... Pero Max lo sostuvo por el codo otra vez. -Un par de juegos lo harán sentirse como un hombre nuevo, jefe. -Max, no creo... -Mire, ya pasé por esto antes; ¡yo sé de lo que estoy hablando! -y arrastró a Rick a la entrada. Rick reconoció un rostro cuando se metieron más adentro de la galería. Jason, el primito de Lynn Minmei, se había detenido a mirar a una mujer joven que estaba jugando. Rick pasó sin decir nada que llamara la atención la del niño; si hablaba con Jason sólo le iba a recordar sus sentimientos por Minmei y complicaría sus dudas y su pesimismo. Al pasar reparó en la mujer joven: una jugadora muy intensa con el pelo verde y la expresión de una hermosa leona lista para la matanza.
El trasbordador apenas había carreteado hasta detenerse cuando Hayes llegó hasta él corriendo. Su ayudante lo miraba con asombro. Cuando el personal de tierra puso las escaleras móviles en su lugar, Lisa estaba esperando en la compuerta abierta. El viento tiró de sus largos rulos de cabello rubio castaño y de su gabardina demasiado liviana. Llevaba botas rellenas de piel que había pedido prestadas, pero el frío la atravesó con púas de hielo y entumeció su piel al instante. Ella se detuvo asombrada de ver a su padre esperándola. Su anterior reunión y despedida habían sido todo menos cordiales, ya que el almirante había tomado con terquedad la línea del CDTU en contra el sentido común y la compasión de Gloval. Después de tratarla con una formalidad fría en las reuniones, su padre había tratado de que la reasignaran a la base del cuartel general, de sacarla del peligro de su asignación en la SDF-1. Lisa rompió la nota conciliatoria que él le había enviado y volvió a la fortaleza dimensional con Gloval. Ella no supo cómo eso había atormentado a su padre. -¡Lisa! -dijo él levantando la vista hacia ella-. ¡Gracias al cielo que por fin estás aquí! Ella bajó los escalones con cuidado sosteniendo la baranda con una mano y aferrando un maletín mientras el viento la sacudía. -Finalmente estás fuera de esa maldita nave de locos -sonreía y se le estaban formando lágrimas-. ¡Tenemos mucho de qué hablar! Pero cuando ella llegó al final de los escalones se cuadró en atención y le hizo una venia rigurosa. -Almirante, comandante Lisa Hayes reportándose, señor. Traigo un despacho especial del capitán de la SDF-1 para el Concejo de Defensa de la Tierra Unida. Eso lo tomó desprevenido, la sonrisa desapareció de su rostro. Ahora era el turno de ella de ser formal y distante, era su derecho como lo había sido de él la última vez. Si ella le estaba devolviendo lo su propia medicina, él estaba dispuesto a aceptarla. Nada era tan importante como el hecho de que su hija, su única familia, estuviera de nuevo con él. Le devolvió el saludo seca y seriamente. -Bienvenida a casa.
El Infierno de Dante era uno de los juegos más populares de ese lugar, pero Rick no tenía ganas de seguir al viejo Virgilio a través de los nueve círculos hasta el exigente nivel del Último Jugador. El Daño del Dragón, con los movedizos reptiles de pesadilla que atacaban y el espadachín nórdico, se parecía demasiado a su propio duelo con los demonios interiores. Ni siquiera se inclinaba hacia la Carnicería con Motosierra del Sicótico de la Carretera. Pero al final Max lo convenció de que tomaran un par de máquinas vecinas de El Desafío de Esopo, principalmente porque las cómodas sillas frente a ellas tenían un grueso acolchado y eran confortables. Abajo, en el nivel principal, Miriya afilaba sus habilidades en el juego veritechs. Ser un piloto microniano simulado que volaba en pedazos battlepods zentraedis le pareció un entretenimiento desagradable. Estaba decepcionada porque no había ningún antagonista con la armadura propulsada quadrono en el juego; su propia unidad era por lejos lo mejor de la armada extraterrestre. Pero también aprobaba a la máquina de entrenamiento -pues eso creía que era- para no introducir a los aprendices a las realidades de la guerra en esta temprana fase de su instrucción. Estaba claro que los jugadores iban a necesitar un poco de afianzamiento y una disciplina militar apropiada antes de poder enfrentar el horror y el derramamiento de sangre de la guerra real. Este juego limpio y pulcro les daba el conveniente afecto por el combate sin exponerlos a ciertos aspectos confusos y desagradables de la vida de un guerrero real. Astuto. Destruyó a otro pod creado por computadora y fingió que era el de Khyron, a quien había llegado a despreciar. -¡Estupendo! ¡Mira eso! -gritó el pequeño Jason, que todavía la observaba, cuando la cuenta de puntos se iluminó. Ella intentó ignorarlo mientras las fichas estampadas con una gran M caían a raudales en la bandeja de pago. Los pequeños micronianos eran fascinantes para ella, pero preocupantes. Y los chiquitos siempre eran tan bulliciosos o emocionales -definitivamente impulsivos y más bien confiados. Al principio pensó que eran una subespecie esclavizada, pero eso no cuadraba con el tratamiento indulgente que recibían de los micronianos más grandes. Sacó enérgicamente de su mente la verdad sobre la maternidad humana; comparado con eso, la guerra y la matanza eran cosas simples, comprensibles y sin dolor. Y tales pensamientos no estaban relacionados con su verdadera misión a bordo de la SDF-1. Miró a su alrededor preguntándose cuándo iba a encontrar a su presa. El recuerdo del as microniano que la superó primero en vuelo y después en las calles de la propia Macross -ella con su súper armadura quadrono y él con su battloid-, que la derrotó y la hizo huir todavía la quemaba. Su rostro volvió a arder mientras pensaba en eso. Tenía problemas para comer o descansar, y los iba a tener hasta que recuperara su honor. La fortaleza dimensional era grande, pero no tanto como para que su enemigo se escondiera por siempre. Traducido por Laura Geuna |
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