Saga Macross - Force of Arms

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Parte II
RECONSTRUCCIÓN

Capitulo 22

¿Por qué los superiores estaban tan sorprendidos de que nosotros hayamos reconstruido de inmediato y tan rápidamente? Los pies humanos pueden desgastar una piedra, las manos humanas pueden carcomer el hierro, la perseverancia humana puede superar cualquier adversidad.

Alcalde Tommy Luan, La oficina superior.

Tras su llegada inicial, Gloval pensó en la SDF-1 como una clase de milagro maligno porque había impedido que la humanidad se destruyera por completo en la Guerra Civil Global.

Había otro propósito milagroso para el que iba a servir: para desviar la guerra fuera de la Tierra, para repeler a los zentraedis, y finalmente para romper el poder de los invasores.

Pero hubo un tercer papel en esta sucesión de eventos que ni siquiera Gloval había adivinado; de hecho, él sin saberlo había trabajado en contra de aquel.

La SDF-1 también era una arca.

Unos puñados de humanos sobrevivieron, incluso después de los bombardeos y del ataque "incineración de Tierra" que casi llevó a una situación de "ninguna Tierra", después de la evaporación de gran parte del agua del planeta -temporalmente a menos- hacia la atmósfera. ¿Pero qué oportunidad tendían de reasumir una cultura avanzada y una base tecnológica?

Muy simple, ninguna.

Tomemos la minería como ejemplo. La mayoría de los minerales útiles que se podrían minar a través de medios primitivos se agotaron hacía mucho tiempo. Los grupos apiñados de personas traumatizadas por la guerra que sobrevivieron al holocausto zentraedi ni siquiera podían organizar los trabajos de minería de la era del vapor, mucho menos las sofisticadas operaciones que tomaría llegar hasta los depósitos menos accesibles que todavía había en el planeta. Un mundo increíblemente complejo e interdependiente había sencillamente fallecido, y no había medios para reconstruirlo.

La tecnología terrestre había gastado su único tiro y no se podía volver a empezar desde el principio, porque los recursos que le permitieron al Homo Sapiens empezar desde el principio se habían agotado mucho tiempo antes.

La raza humana iba en camino a volverse una raza malograda de cazadores y recolectores permanentes sin esperanza de algún día volver a ser más. La historia estaba a punto de cerrar los libros sobre una pequeña raza advenediza vagamente interesante; los eventos y los hechos simples de la vida le habían ido en contra.

Pero existía la SDF-1, con Ciudad Macross en su interior.

Una vez que la gran nave espacial se asentó en el lecho lacustre seco hubo pocas palabras duras o actitudes inflexibles. ¿Con quién te enojas cuándo el mundo yace moribundo?

En sus años de vagar y perseverar, los residentes de Ciudad Macross olvidaron la mayoría de los delirios y de las quimeras. Vieron lo que sucedió y rápidamente se les ocurrió que, contra cualquier expectativa, ellos habían sido los afortunados. Los abandonados y los parias en realidad eran la carga de una nueva arca.

Así que a final ese fue el destino de Ciudad Macross. Alrededor del lecho lacustre se desembarcó lo que quedaba de ella, persona por persona, pieza por pieza, y la reconstrucción empezó.

Los intelectuales y expertos discutieron sobre la mejor forma de reestablecer los equilibrios ecológicos y manejar la recuperación de humedad; las personas de Macross reconstruyeron sus casas, negocios y vidas como mejor pudieron, creyendo que eso era más importante que todas las proyecciones de computadoras.

Los motores de la nave proporcionaron la energía. Las personas del ejército y sus mechas impusieron la ley y el orden en un dominio de seguridad siempre creciente. Los fabricadores y los otros equipos técnicos de la SDF-1 pronto proporcionaron una nueva base industrial y la población de Macross se constituyó en un centro económico urbano.

En el tiempo que siguió a ese último Armagedón, el nombre de la SDF-1 bien podría haber sido el de uno de sus portaaviones constitutivos, el Prometheus. Este fue la fuente principal de cuidados médicos y de recursos técnicos de la humanidad, y lo más importante, del conocimiento acumulado y de la sabiduría de la especie Homo Sapiens.

El escenario del invierno nuclear fue mucho menos severo de lo que las computadoras habían supuesto. Eso fue en parte porque las predicciones se habían basado en modelos defectuosos. También fue porque la RDF y los cuerpos civiles trabajaron a contrarreloj para hacer que así fuera.

Y ellos tenían aliados. La explosión de la base de Dolza desactivó o se llevó con ella toda su Gran Flota, pero una parte considerable de la armada de Breetai había sobrevivido. Muchos zentraedis escogieron ir a la Tierra y comenzar una vida allí, en tamaño microniano o en sus propios cuerpos originales.

Ambas razas esperaban una nueva edad dorada, o por lo menos una plateada duradera.

Era un mundo incinerado y yermo, marcado por los cráteres y rajado con las hendiduras que hizo la guerra. Por todas partes había mechas de la última gran batalla oxidándose. La mayoría de las naves zentraedis inutilizadas se habían orientado, por razones desconocidas, hacia el centro más cercano de gravedad de la Tierra -y habían caído hacia él.

El resultado fue que la superficie del planeta era una pavoroso Monte Calvario Robotech punteado con naves de guerra extraterrestres arrugadas, que se habían clavado como púas dentro de la tierra. Por todas partes había recordatorios de aquel último día, demasiados como para desmantelarlos o enterrarlos alguna vez. Sólo el tiempo y los elementos quitarían los mojones de tumbas, pero no lo iban a hacer mientras durara la vida de cualquiera que viviera en aquel entonces.

Pero aquellos que quedaron vivos siguieron una nueva cruzada, la cruzada para sanar al planeta y poner las cosas bien de nuevo.



Dos años pasaron.

El VT de Rick Hunter, en modo guardián, se quejó por la tensión que él le puso en el firme ladeo. Rechinó los dientes pero se mantuvo. La vieja nave, golpeada como estaba, nunca le había faltado todavía. Con las partes de reemplazo y el tiempo tan corto de mantenimiento que le suministraron, la nave del líder Skull no estaba en la forma que había estado durante la guerra, pero él confiaba en ella.

El guardián se deslizó sobre el campo acribillado rojo óxido y se propulsó con los pies para un aterrizaje suave. Se inclinó con la nariz casi tocando el suelo; Rick saltó ansioso de la cabina casi sin poder dar crédito a lo que le estaba pasando.

-¡No lo creo! ¡Es imposible!

Corrió por el páramo arenoso volviendo hacia lo que había divisado. Alrededor había gigantescos jirones de corazas de armaduras zentraedis torcidas y estropeadas, volviéndose lentamente óxido y polvo. Hacia un costado estaban los restos de un guardián volcado que parecía que lo habían pasado por una moledora de carne. Sus piernas oxidadas apuntaban directamente al aire, como las de un halcón muerto.

Rick derrapó hasta parar y el viento gimió alrededor de él. Miró hacia abajo y quedó pasmado.

A sus pies, saliendo de una parcela húmeda de tierra lo suficientemente enriquecida para nutrirlo, había un campo de amargones. El parche de forma irregular de unos pocos metros cuadrados estaba protegido del viento por la chatarra y todavía, por casualidad, tenía buena exposición a la luz del sol.

Por un momento no pudo encontrar palabras.

-Absolutamente increíble -murmuró, pero eso no era suficiente. Aquí, cerca de la chatarra zentraedi, la tierra se había fortificado con algo que mantenía la vida. Sospechaba que sabía lo que había sido ese algo y de pronto lo hizo sentirse muy mortal y humilde.

-¡Flores reales! -se arrodilló y las tocó tan suavemente como un amante, inhalando.

Claro que había flores en los invernaderos y en los campos protegidos de los proyectos de recuperación, ¡pero esto! Era algo tan maravilloso como volar... ¡no, más maravilloso! ¡La vida misma!

No podía recordar cuántas veces, cuando niño, había corrido por un campo de estas flores sencillas con los ojos fijos en el cielo azul, sólo deseando volar. Y ahora las cosas se habían invertido; él volaba el avión más avanzado que se conociera con los ojos apuntados al suelo, esperando y anhelando una simple vista como... los amargones.

Espero que esto signifique que la Tierra nos está perdonando -meditó.

Era una cosa buena y preciosa saber que por lo menos había aparecido una señal positiva, aunque pequeña. Había otros signos que no eran tan buenos. Gracias a sus experiencias entre los zentraedi y su valor como fuente de Inteligencia, Rick estaba al tanto de mucha información de alto nivel.

Había cosas sobre las que intentaba no pensar, y tres de ellas tenían nombres perturbadores: Protocultura. Amos Robotech. Invid.



Tres VTs arremetieron sobre la tierra desolada, formándose de nuevo después de completar los reconocimientos aéreos de sus sectores asignados. Esas eran naves más nuevas que la de Rick, pero parecían menos tersas y refinadas. Había gente que decía que la verdadera gran marca de agua de la mano de obra robotech había pasado.

-Comandante Hunter, conteste, por favor -repitió el nuevo segundo al mando de Rick, el teniente Ransom-. Skull Cuatro llamando a Skull Seis.

Ninguna respuesta después de cinco minutos de prueba. Ransom pensó por un momento.

-¿Bobby?

El sargento Bobby Bell, el más joven del nuevo escuadrón Skull, apareció en la pantalla de despliegue de Ransom.

-¿Sip?

-No puedo contactar al jefe, niño.

La cara redonda de Bobby pareció dolida.

-¿Qué piensas? ¿Los renegados?

Esa era una de las grandes razones para las patrullas. De los muchos zentraedis que se aventuraron entre los humanos para probar un estilo de vida más pacífico y tener una oportunidad de abrir el lado más sentimental y compasivo de su naturaleza, algunos se encontraron con que no iba a funcionar.

Los renegados habían comenzado a marcharse hacia los páramos más de un año atrás. Había un mundo entero de recuperación para ellos allí afuera: mechas, armas, raciones y cualquier cosa que pudieran necesitar, siempre y cuando pudieran encontrar la ruina correcta. Lo más importante, tenían la libertad de actuar una vez más como guerreros zentraedis, de seguir su propio código brutal e implacable.

-Creo que su última transmisión vino de su cuadrante de búsqueda -dijo Bobby con angustia.

-Lo sé -dijo Ransom-. Conseguí una fija DF de él. Vamos.

Los VTs se formaron y sus motores hicieron temblar el suelo. Salieron disparados hacia el noroeste.

La SDF-1 estaba erguida como un caballero metido hasta la cintura en una bañera. Los dos portaaviones flotaban anclados, dándole flotación adicional a la ruina corroída.

El rellenado del lago había sido una prioridad mayor dado que ni siquiera la dureza colosal de la fortaleza podía soportar por mucho tiempo su propio peso y a los dos gigantescos buques de guerra. Al mismo tiempo que los aviadores de la RDF sembraban nubes y las misteriosas máquinas del Dr. Lang trabajaban día y noche para desviar el invierno nuclear, los ingenieros de combate y todas las personas que se alegraran de prestar una mano trabajaron febrilmente para asegurarse de que el desagüe estuviera listo.

Y justo cuarenta y ocho horas después de que la nave aterrizara, las lluvias comenzaron. Estas devolvieron algo de la humedad que el ataque zentraedi evaporó; pero los cálculos de Lang, apoyados por los datos subsecuentes, mostraban que gran parte de la humedad había desaparecido para siempre. Salvo importar muchos kilómetros cúbicos de agua por el espacio desde alguna fuente todavía desconocida, la Tierra nunca volvería a ser el mundo de tres cuartos de océano que había sido cuando produjo la vida.

Las lluvias se detuvieron al tiempo y comenzó el trabajo de replantar y reforestar el planeta que iba a durar generaciones.

Alrededor del lago se levantó la nueva Macross; los tercos refugiados reconstruyen sus vidas una vez más. Hasta ahora era el único centro poblacional nuevo en el planeta, el único lugar dónde el hormigón no estaba quebrado y los edificios eran altos y rectos. Había pintura fresca y árboles trasplantados de la nave espacial. Había céspedes y canteros de flores sembradas de plantas que sobrevivieron los miles de millones de kilómetros de la odisea de la SDF-1.

Era una ciudad dónde se usaba la energía y los recursos con suma eficacia, un pueblo de calentadores solares y paneles fotovoltaicos, y con un sistema de reciclaje ligado a cada fase de vida. Los residentes de Macross y el personal de la SDF-1 aprendieron las duras lecciones de la necesidad ecológica durante los años en el espacio y no se desperdició nada en absoluto. Esa era la clase de mundo que iba a existir de hoy en adelante.

En un barrio ordenado y tranquilo de la ciudad asistido por un sistema aéreo de agilización de tránsito, se asentaba una pequeña y modesta casilla prefabricada; sus paneles solares, guiados por microprocesadores, giraban para seguir lentamente al sol. Como oficial superior aeronáutico, Rick Hunter se ganó un albergue fuera de la base aunque fuera soltero. Le gustaba la idea de salir del ejército cuando podía, aun cuando su casa se pareciera al equipamiento modular. Como líder Skull, raras veces tenía la oportunidad de estar ahí.

Por eso Lisa Hayes asumió la limpieza del lugar cuando él no estaba. La casa de ella, bastante más espaciosa, estaba cerca.

Ninguno de ellos estaba muy seguro de lo que significaba el lazo que los unía o a dónde iba su compañerismo, pero ella tenía una llave de la casa de él, y él de la suya.

Ella tarareaba alegremente para sí misma mientras guardaba el último de los platos recién lavados.

Quizá deba facturarle por los servicios de sirvienta -pensó con ironía.

Pero sabía que no; le gustaba estar en su casa, tocar las cosas que él tocaba, ver recordatorios de él todo alrededor. Ella esperaba que la patrulla que se extendía hacia el norte no durara demasiado... esperaba que él estuviera pronto en casa para que pudieran estar juntos de nuevo.

Lisa miró la luz del sol que entraba a través de la ventana de la cocina. El vidrio polarizado estaba bien, pero cortinas era lo que esa ventana necesitaba.

¿Me escucharás? ¡Cortinas! ¡Señorita Suzy Amadecasa! -ella sonrió tontamente hacia el delantal que estaba usando. Era doblemente cómico porque ella debía regresar pronto a la base para más reuniones y sesiones de información sobre los últimos detalles de la construcción de la SDF-2, la nueva sucesora de la fortaleza de la batalla.

Y ella quería que la destinaran a esa nave, ser la primer oficial si podía, e ir a las estrellas. La mismísima Suzy Amadecasa.

Resopló una risa cuando pasó al dormitorio. Al verlo, suspiró. ¿Por qué este lugar siempre parece como si un oso hubiera estado hibernando aquí?

Levantó todas las persianas, abrió todas las ventanas y se movió despacio alrededor del cuarto, dulcemente. Cuando alisó las sábanas para tender la cama sus manos se demoraron en ellas, y tocó las almohadas tiernamente, recordando la cabeza de él sobre ellas, y la suya propia.

El cronómetro de su muñeca sonó para recordarle que tenía que irse pronto. Cuando se enderezó, su vista cayó sobre algo que no había visto antes.

Estaba sobre su escritorio, junto a su casco de vuelo de repuesto: un álbum de fotografías encuadernado con cuero artificial color crema. Lisa se le acercó de mala gana, sabiendo que no debería hacer lo que estaba a punto de hacer, pero incapaz de detenerse.

El álbum estaba deteriorado, obviamente lo habían hojeado muchas veces. La primera página hizo que su corazón se hundiera. Había una instantánea de Minmei sentada en un columpio del parque de aquel Macross dentro de la SDF-1, y Rick de pie detrás de ella. La otra foto era un primer plano de Minmei de los comienzos de su carrera, una gacela de ojos desorbitados con rulos negros fluidos que enmarcaban su cara.

Lisa suspiró de nuevo. ¿Qué ve él en ella? ¿Qué tiene ella además del gran aspecto, la voz que ganó la guerra y el súper estrellato?

Era Minmei en cada página, poses glamorosas e instantáneas caseras, brillantes de carpeta y fotografías de relaciones públicas. Lisa se enojaba cada vez más a medida que hojeaba a través de ellas.

¿Por qué tengo el impulso de estrangular a esta muchacha?

Junto con el enojo vino un dolor tan agudo y frío que la tomó fuera de guardia. Lisa había asumido que ella y Rick estaban solidificando algo, fortaleciendo los lazos entre ellos. Pero pensar que él guardaba este álbum, lo sacaba cuando Lisa no estaba allí y fantaseaba sobre eso... era demasiado para soportar.

Tener su compañerismo y amistad sin su amor declarado era algo que ella había aceptado, aunque siempre con una esperanza secreta. Pero el álbum de fotos la hizo sentir que no le habían prestado atención, como una clase de premio consuelo emocional. Su autoestima no iba a permitir eso.

Lisa cerró de golpe el álbum, se arrancó el delantal y se dirigió hacia la puerta del frente. Cuando la puerta se cerró, ella arrojó la llave extra de la casa de Rick en la alfombra del living, dejándolas atrás.

Traducido por Laura Geuna
www.robotech.org.ar

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